walasmu Walas Mu

Un papá decide amistarse con su amado hijo, pero al intentar lograrlo se desvía de sus intenciones, tratando de corregirlo. Además, tal compenetración amistosa dependerá totalmente de Miguel, su hijo, y no de él.


Drama Todo público.

#LaDespedida #drama
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La Despedida

Sin despedirse de las personas que lo ayudaron y estuvieron ahí en todo momento apoyándolo en las más peores situaciones; Don Andrés, esa noche salía del hospital.

Sin perder tiempo, se dirigió hacia el paradero de autobuses. Estando ya en dicho lugar, se montó en una de esas líneas junto con otros pasajeros.

Llegando a una estación, por fortuna de él, un jovencito se encontraba de salida. Aprovechando de que la puerta trasera del autobús se abría, Don Andrés, totalmente avergonzado, bajó tan repentinamente y echó a correr —por lo que no contaba con alguna moneda en los bolsillos—. Se dirigió a su casa. Una vez en ella, entró y se fue directo a su cuarto, pero antes de ingresar, decidió asomarse a la habitación de su hijo. Al franquear la puerta, pudo ver a Miguel totalmente privado —dormido—. Entonces, sigilosamente y sin hacer el más mínimo ruido se acercó; luego se sentó lentamente a un costado de la cama: «Mi muchacho... cómo has crecido», decía Don Andrés, en su mente.

Trató de acariciar la cabellera de su único hijo, pero no pudo. La impotencia era más fuerte que su voluntad; siempre lo fue. El temor y la cobardía se apoderaba de él. No podía reprimir aquellas emociones. Con lágrimas en los ojos se retiró de la habitación para dirigirse al suyo y echarse a dormir de lo cansado que se encontraba.

Dentro de pocos días iba a ser el cumpleaños de Miguel. Hacía muchos años que Don Andrés le hizo una promesa: nunca faltar en ese día tan especial, y siempre lo cumplía.

Al día siguiente, Don Andrés desde la ventana de su cuarto pudo ver a su preciado hijo saliendo muy temprano de casa, sin saber a dónde se iría Miguel el resto del día y sin imaginar que así serían los próximos días.

Miguel llegaba a casa cuando su padre se encontraba profundamente dormido. Él no percibía que su progenitor necesitaba de su apoyo incondicional para dar cara a la más temibles de todas las compañías: la soledad. Sin embargo, ese muchacho que casi siempre llegaba oliendo a alcohol, parecía que había cambiado: últimamente permanecía sobrio, al menos por ese lado. Pero tal cambio no era justificación alguna para que este le siguiera faltando al respeto, llegando a altas horas de la noche.

Una noche, sin antes dormir, Don Andrés decidió esperar a que su hijo llegara. Se dirigió a su sala de estar, luego se sentó en un sofá, donde a escasos metros se encontraba ubicado la escalera que daba a la segunda planta de la casa, como también la única puerta que daba para la calle. Cuando su hijo apareció, el desconsolado padre se puso de pie para llamarle la atención:

—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Acaso no sabes respetar a tu padre?! ¡Sales y no me pides permiso! ¡Ni siquiera dices a dónde vas, en dónde paras!, !¿quién te has creído tú?! ¡Mírame de frente cuando te hablo! —le gritaba fuertemente a su hijo. De repente:

—¡No! ¡No! ¡Nooo! —gritaba Miguel, mientras cerraba la puerta. Después subió corriendo las escaleras dirigiéndose a su cuarto. Luego se encerró en ella, se acurrucó entre sus sabanas en medio de su cama y rompió en llanto.

Don Andrés, se sintió mal. Él que nunca había hecho una cosa de esa naturaleza. Siempre le había dado toda la libertad del mundo a su hijo. Quizás había cometido un grave error; tal vez aquella llamada de atención que le acababa de dar iba a bloquear aún más el acceso de reconciliación.

Esa noche, nuevamente atinó a sentarse en el sofá de su sala y, casualmente, frente a él, encontró un viejo libro que yacía sobre una pequeña mesa. El libro de los recuerdos; esos que mayormente permanecen escondidos y olvidados... Las fotos del olvido, se puso a contemplarlas. Esas fotos que muchas veces, y por unos instantes, nos roban el alma al verlas. «¿Qué ha pasado? ¿En qué momento mi hijo cambió? ¿Cómo es que no me di cuenta? Acaso, ¿ya no me respeta?», esas preguntas explotaban en su mente.

Por un momento pensó que su hijo al crecer, había perdido el amor que sentía por él. Se sentía solo en aquel hogar. El silencio cubría cada rincón de la casa. Una casa poco iluminada. Por último, ni la radio se prendía.

Al otro día, recientemente por la tarde, Don Andrés se acordó que ese día era el cumpleaños de su hijo. Entonces, decidió esperar a que Miguel llegara a casa por la noche para despedirse de él. Pues aquel señor, había decidido marcharse. Sintió que era el momento de dejar solo a su hijo, para que aprendiera los duros golpes que esconde la vida en este mundo cruel. Sentía que era necesario su total independencia. Lo sintió desde que amaneció; fue una sensación desde lo más recóndito de su ser.

Antes de que el reloj marcara las cero horas de un nuevo día, Miguel llegó a casa. Mientras tanto, el desafortunado progenitor fue preparándose para despedirse de su único hijo, pero antes se armó de valor, para darle un fuerte abrazo como regalo de cumpleaños como todos los años, a diferencia que, esta vez, no contaba con ningún obsequio. Sin hacer ruido, bajó lentamente por la escalera, pero se detuvo en el descanso de la misma, pudiendo ver la tristeza en el rostro de su amado hijo. También observó que aquel traía consigo, una pequeña bolsa que sostenía con la mano izquierda, pero no le dio importancia. «¿Dónde habrá estado? ¿Habrá salido a un compartir con sus amigos? ¿Por qué estará triste? ¿Habrá tenido alguna desilusión?», se preguntaba otra vez más, Don Andrés.

Miguel, después de cerrar la puerta, se acercó a la pequeña mesa donde yacía el libro de los recuerdos. El muchacho se arrodilló y pasó un buen rato en ese lugar. Don Andrés no podía ver exactamente que era lo que su hijo estaba haciendo en ese rincón de la casa. Hasta que no pudo más. Explotó. Se dirigió furioso hacia él y, al acercarse:

—Papá, mi cumpleaños es también tu cumpleaños. Te quiero —decía Miguel, con una voz quebrada como si lo faltase el aire.

En ese momento, un veloz escalofrío hizo temblar peligrosamente a Don Andrés, al ver una imagen suya en un pequeño retrato y, en frente de ella, una velita prendida. También había unos papeles, del cual, en uno de ellos, resaltaba el nombre de un hospital que él conocía como también su nombre impreso en ella. Esa noche, el desconsolado padre pudo encontrar las respuestas a sus innumerables preguntas que lo acosaban desde hace días, al mismo tiempo que rompía en llanto a la par con su hijo. Don Andrés, realmente se despedía.

6 de Marzo de 2019 a las 23:17 3 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Tania A. S. Ferro Tania A. S. Ferro
¡Qué final más triste! Me ha llegado...
May 05, 2019, 06:09

  • Walas Mu Walas Mu
    Hola, tania. Sí, una historia que toca... Aunque, es la cruda realidad. Muchas gracias por el comentario. ¡Saludos! May 13, 2019, 15:16
~