Amando nos enfrentamos a decisiones que desafían a la lógica. Nos tocan situaciones de las que pensando fríamente podríamos salir sin mayores complicaciones, pero los sentimientos no se pueden modelar.
Es difícil comprender que son dos sistemas completamente independientes, el reflexionamiento lógico y el sentir. Tratar de controlar uno con otro tiene tanto sentido como digerir con los pulmones.
Cuando creemos que podemos tomar decisiones con uno de los dos sistemas cuando en verdad le correspondía a otro, es cuando nos equivocamos.
El saber separar ambos y utilizarlos adecuadamente es bien denominado madurez. Con los años y los errores se supone que deberíamos aprender. Es por esto que al amar sufrimos haciendo estupideces, o muy por el contrario, es esto lo que de la placer a amar.
Es intentar domar a un caballo a pie descalzo y los ojos vendados. Solo podemos responder a bruscos movimientos del entorno, señales que te indican si caerás o no. Amar es una locura para valientes, una empresa en la que se embarcan necios sin cordura que prefieren dejar cierta parte de su vida sin control de la lógica.
Que honor resulta entonces ser necio bajo este paradigma. Ser necio y gozar del mecer de la corriente de la vida, dejar uno que otro hilo a la merced del caos impredecible de los corazones de dos enamorados.
Mas no todos son suficientemente valientes para flotar de espaldas en aguas desconocidas, no lo suficientemente románticos para disfrutar las tibias y envolventes corrientes que te llevan de uno a otro lado mientras el cielo sobre ti en su calmo reposo no se entera del alborotado festival que te mantiene a flote.
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