Un sudor frío recorrió mi frente y tuve un espasmo muscular al sentir el pequeño y gélido cañón del revólver contra mi nuca.
—Este es el final —murmuró aquella mujer. Era incapaz de ver su cara, pero estaba seguro de conocer la expresión hierática con la que mantenía el arma en alto sin siquiera pestañear o temblar ligeramente.
Escuché con atención cómo rotaba el tambor con un seco "clic". Mi corazón, desbocado por la persecución que acababa de finalizar y por la adrenalina, palpitaba aún más fuerte y me impedía escuchar con claridad mis propios pensamientos.
"Voy a morir." recuerdo que pensé "Hoy moriré."
Cerré los ojos y tensé mi mandíbula esperado lo inevitable. Los segundos se hicieron eternos y, por alguna razón, la cazadora no llegó a disparar el arma.
El tiempo valioso que ella desperdició fue más que suficiente para mi madre, que en un ágil salto la derribó y abrió sus fauces tanto como le fue posible para tratar de encajar los colmillos en su cuello.
—¡Vete, huye!
Sonaba como la mejor opción. ¿Pero cómo podría haberlo hecho? ¿Cómo podría haber dejado a mi propia madre a solas con aquella asesina despiadada? Mi presencia allí era innecesaria pero me negaba a huir como un cachorro cobarde. No era cobarde, o al menos eso quería creer. Pero pronto descubrí lo contrario...
Cuando escuché el primer disparo quedé en shock. Mi vista se nubló ante la escena del pelaje blanco de mi madre tiñéndose de rojo por segundos, y ese aullido de agonía fue lo último que escuché justo antes del segundo disparo.
Después, dolor en el abdomen, extendiéndose rápidamente por todo mi cuerpo. Y por último, oscuridad.
—¡Ian!
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