Tras haber estado una semana completa pendiente de los resultados del psicotécnico de más de cien preguntas y de los análisis de sangre y orina, por fin sonó el teléfono para comunicarme la noticia:
No pasaron ni veinticuatro horas, y recibí el ansiado correo con la ubicación exacta. Ya tenía ganas de de colocarme el uniforme. De poder presumir delante de mis amigos de trabajo y empresa. Una empresa decente que sobrepasaba todas mis expectativas. Unos colores y una música que embaucaban sin ser cuestionados. Fui con toda la ilusión del mundo a recoger el uniforme y, a continuación, me dirigí al casino. Me entregaron la llave de la taquilla y nos hicieron a todos los que acudimos una visita por las instalaciones. Una auténtica maravilla. Todo dorado, debidamente ambientado con música relajante. Exceptuando el hilo musical, sólo se podía disfrutar de la música de los juegos de azar repartidos por doquier. Sonando al libre albedrío. Una estupenda ópera musical. Mis ojos y mis oídos se deleitaban sin parar. Decidieron, porque así creo yo que les convenía, que el primer día de apertura del local, los camareros tuviéramos fiesta; así, sin más. Mucho mejor para nosotros. Aunque yo ya mal pensaba, algo me decía que aquel lugar no podía ser tan perfecto. ¿Fiesta semanal ya el primer día de trabajo?, ¿sin avisar ni consultarnos?. Demasiado beneficio para un empleado y más tratándose del ámbito de la hostelería. Quizás las cosas habían cambiado… inocente de mí.
Este día lo pasé con nervios en casa, casi sin poder dormir: “en un casino, voy a empezar a trabajar en un casino”, me repetía una y otra vez. No me lo podía creer. Incluso mis padres ya soñaban con verme rodeado de billetes (aunque fueran billetes impresos a mano), pero billetes al fin y al cabo.
Tuve, incluso, que irme a vivir a la ciudad de Tarragona. Para aquéllos que no ubiquen o no tengan siquiera conocimiento alguno o curiosidad por saber dónde se encuentra, les diré simplemente que ocupa una de la zonas más alcohólicamente veraniegas que a día de hoy se puede disfrutar en el oeste del mar Mediterráneo, La Costa Dorada siempre ha sido reconocida (al igual que su hermanastra Costa Brava) por las maravillosas y fantásticas playas que ofrecen para bañarnos en ellas, a pesar de la suciedad que habita en su interior.
Teniendo en cuenta estos factores, yo decidí ser un tarraconense más (¡maldita la hora!). Era la primera vez que salía del nido familiar y comenzaba a vivir sólo por mi cuenta. Y no me desagradó. La verdad es que me gustó bastante, pero por un motivo o por otro, nunca más he vuelto a vivir aquella experiencia. Una auténtica lástima.
Asumiendo, pues, la inocencia laboral que yo aún conservaba, comenzamos a trabajar. Un Viernes. ¿Es que no había más días para inaugurar un casino que un Viernes?. Aún y así, decidí seguir poniendo cara de felicidad. Quise creer que el uniforme sería agradable al tacto, cómodo y que no te hiciera sudar en ningún momento. Pues estaba completamente equivocado. Era completamente obligatorio vestir de la siguiente manera: camisa negra con cuello mao sin bolsillos, chaleco negro a rayas blancas con un pequeño bolsillo en el lado izquierdo, pantalón de pinza negro sin bolsillos, calcetines negros y zapatos lustrados cada día negros; no quería ni imaginar qué pasaría con este mismo uniforme en verano. Debíamos llevar siempre con nosotros una pequeña libreta, un bolígrafo y un cepillo (que en un principio, pensé que era para lustrar los zapatos de los clientes más exigentes… pero también me equivocaba). Porque si realmente fuera para lustrar zapatos… deberíamos también llevar con nosotros alguna crema que untar para conseguir hacerlos brillar. Pero ni rastro de cremas ni ungüentos. A pesar de ello, me metí las herramientas en el bolsillo del chaleco y decididos comenzamos a trabajar, el equipo y yo.
Nos reunieron a todos por secciones: los camareros de sala por un lado, los barmans por otro, los croupiers por otro y así con todo el personal. Sin contar a mi jefe, sólo éramos siete personas. No había visto nunca antes, unas caras tan tristes y tan vacías de ilusión. Imagino que sería porque ya sabían lo que se les avecinaba, aunque yo continuaba con mi ignorancia.
Nos hicieron entrega de las ciento cincuenta y cinco normas laborales durante nuestra jornada laboral. Inaudito. ¿Cómo podía ser?, ¿en serio tenemos que cumplir durante las ocho horas que dura nuestra jornada laboral las ciento cincuenta y cinco normas punto por punto?, ¿acaso no era suficiente habernos sometido como ratones de laboratorio a exámenes y análisis previamente?. Pensé: “algo raro se cocina”. Nos dejaron un breve espacio de tiempo para poder conocernos entre nosotros y establecer un primer contacto. Me presenté e inmediatamente pregunté dos cosas; cosas que aún mantenían mi asombro: ¿alguien sabe por qué sólo tenemos un bolsillo en el chaleco? y ¿alguien sabe lustrar zapatos?.
Volvieron a interrumpirnos para volver a echarnos una charla de algo que seguramente no nos aportaba nada. No lo sé, porque después de que Davinia me abriera los ojos, me llevé una gran decepción y no me molesté en prestar atención a nada ni a nadie. ¿Cómo podía ser?. Era una empresa que cualquiera quería entrar porque se sabía (aunque sólo fuera como secreto a voces) que los casinos, salas de juego de azar y las salas de juego o juegos recreativos, manejaban millones y millones de dinero cada segundo. Los camareros de sala teníamos completamente prohibido el acceso a cualquier tipo de información que tuviera relación con cualquiera de los juegos que allí se encontraban. De hecho, leyendo por encima el manual de bienvenida, podías encontrar al final de sus páginas las ciento cincuenta y cinco normas obligatorias de cualquier empleado. Enunciadas y desarrolladas una a una, aumenté mi interés por una de ellas. Decía así:
"con el objetivo de mantener una relación cordial y equitativa con cualquiera de nuestros clientes y asegurar que éstos apuestan y obtienen beneficios gracias a su capacidad integral de apostar y jugar bien su economía, nos vemos en la obligación de recordar a todos y cada uno de nuestros empleados que está terminantemente prohibido realizar apuestas directamente bajo nuestra persona o, incluso, recomendar a cualquier cliente la realización de cualquier apuesta a cualquier número. Será motivo de despido automático."
Entonces reflexioné: ¿He leído bien? ¿capacidad integral de apostar? ¿capacidad integral? ¿integral?. Pero… pero… si estamos constantemente sirviendo bebidas alcohólicas.
Me encogí de hombros y di por hecho que tenía razón. Pero continuaba decepcionado, el casino ya no era la empresa que yo creía que era o que la gente cree que es. Pero entonces… ¿para qué tantos análisis de sangre y orina?.
Sentí de nuevo cierta curiosidad por las normas a seguir en nuestro horario laboral:
"para asegurarnos de que todos nuestros clientes disfrutan de su merecida importancia y no existe dentro de nuestras instalaciones nada ni nadie que perturbe u ose desbancar su posición económico - social con una ornamenta mayor que la suya propia, queda terminantemente prohibido el uso de cualquier tipo de relojes, abalorios, joyas, cualquier tipo de perfumes y cualquier tipo de maquillaje. Se le exigirá a cualquier trabajador el aseo diario y el uniforme debidamente lavado y planchado. En el caso de los hombres deberá adecuarse, además, el vello facial con un afeitado limpio y apurado (quedan completamente prohibidos la barba incipiente, el bigote, la barba de chivo o de mandarín, la española o tipo candado, las patillas largas, las patillas unidas por el bigote, el estilo Van Dyke y la barba completa)."
A veces dudaba de si realmente estaba trabajando en una empresa o permanecía bajo el yugo de una dictadura. Tanta norma y tanta exigencia me hacían dudar sobre la honorabilidad y perfecta empresa respetable hacia los demás. ¿Hasta dónde eran capaces de llegar?.
Gracias por leer!
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