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george rob


Extraño en una nueva ciudad, los acontecimientos le abocarán a un destino incierto, donde no solo tendrá que luchar por alcanzar sus objetivos en su nueva vida laboral sino que también deberá luchar por mantenerse con vida.


Suspenso/Misterio No para niños menores de 13.
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El principio del fin

El despertador rompió súbitamente el silencio de la madrugada, arrancándome del mundo onírico con el inexorable ímpetu que lo solía hacer día tras día. Era un invernal amanecer disfrazado de escarcha y rocío, el frío se había agudizado en los últimos días helando el ánimo de todo aquel que osara salir a la calle dispuesto a comenzar su rutina diaria.

Los últimos meses habían sido especialmente duros para mí. Me había tenido que trasladar a aquella extraña ciudad, tan lejos de mi casa, por una caprichosa decisión que la empresa para la cual trabajaba, había tenido a bien obsequiarme como premio por haberle regalado los últimos cinco años de mi vida. Lejos de mi mundo, prestaba mis servicios como ingeniero en  telecomunicaciones en aquella opresora empresa, con la guillotina constantemente sobre mi cabeza y dispuesta a cumplir su macabro fin si se me ocurría no cumplir con los objetivos que se me habían impuesto.

Salí de la ducha y me dirigí a la cocina donde el olor a café recién hecho me imbuía en lejanos recuerdos de otra época donde las mañanas estaban colmadas de diversas conversaciones alrededor de una mesa, degustando un desayuno familiar preparado con el desmedido cariño que una madre desprende a su progenie y disponiendo el comienzo de un nuevo día en un ambiente de cariño y complicidad. De todo aquello nada quedaba y se había convertido en un difuminado recuerdo en el tiempo impregnado de nostalgia. Mis desafortunados padres habían muerto en aquel aciago accidente hacía ya seis años y mi hermano mayor había decido mudarse a otro país alegando que allí había encontrado el amor y que aquí nada le ataba. Y allí me encontraba yo, en aquella solitaria cocina, solo ante aquel humeante café custodiado por dos tostadas bronceadas esperando a ser devoradas en un cíclico ritual matutino e inmerso en un alud de pensamientos que precedía siempre al comienzo de mi extenuante jornada laboral.

Salí de casa y me dirigí al ascensor, lo llamé y tras un corto tiempo de espera abrió sus puertas mostrándome en su interior una figura femenina, era Julia la vecina del quinto, quien se dirigía como cada mañana rumbo a su trabajo sito en una oficina que una gran compañía de seguros poseía en uno de los edificios más emblemáticos que albergaba aquella gran urbe. Tras un breve “buenos días”, nos quedamos en silencio refugiados cada uno en nuestros propios pensamientos. Aquella mañana Julia desprendía un embriagador olor, producto de algún caro perfume que con toda seguridad su nueva pareja le había regalado, perfumando el pequeño habitáculo de un sutil aroma afrutado. En el poco tiempo que yo llevaba viviendo en aquella finca, era la tercera conquista con la que yo le había visto despedirse acarameladamente desde mi ventana en otra de mis largas noches de insomnio.

El ascensor llego a su destino en la planta cero, y con un redundante sonido abrió sus puertas. La imagen, que penetró como un cuchillo por mis pupilas tras aquellas puertas no pudo ser más abominable, un cuerpo yacía en el aquel frio suelo con la garganta abierta de lado a lado, mares de sangre pincelaban gran parte de aquel elegante patio, dibujando una escena nauseabunda que superaba en crudeza a la mejor película gore que cualquier mente enferma pudiese haber concebido. De repente un grito desolador me golpeó en la espalda, Julia había entrado en shock ante la visión de aquella dantesca escena, la agarré apartándole la vista de todo aquello mientras comenzaba a temblar en mis brazos para seguidamente desmayarse en una huida hacia el inconsciente lejos de toda aquella atrocidad que sus ojos acababan de visionar.

Tras posarla delicadamente en una esquina llamé inmediatamente desde mi teléfono móvil al 112. Mientras esperaba y armándome de valor me acerqué al desafortunado cuerpo y fue entonces cuando la reconocí, se trataba de Luisa la vecina del séptimo. 

Luisa era una señora mayor cuya edad abría pasado con toda seguridad la frontera de los setenta años, viuda desde hacía algunos años, vivía sola en un pequeño apartamento. Recuerdo que las pocas veces que coincidí con ella me resultó una persona muy agradable y dicharachera. Un día me contó que hacía cinco años que habia muerto su marido, y desde entonces gastaba sus días en el hogar del jubilado ubicado en aquel concurrido barrio, donde las numerosas actividades a las que había decidido apuntarse, hacían que sus días pasasen con rutinaria parsimonia cegando los recuerdos de un feliz pasado al lado de su malogrado marido, y que aún hoy en día le hacían sumergirse en una nube de abrumadora melancolía.

Mientras yo permanecía ensimismado en mis pensamientos, pude distinguir el sonido de una sirena acercándose ineludiblemente hacia su destino, si en aquel momento hubiese podido tirar para atrás el tiempo, hubiera roto aquel maldito despertador y no me hubiese despertado en todo aquel maldito día.


28 de Enero de 2019 a las 23:14 0 Reporte Insertar Seguir historia
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