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Eclipse

En medio de un escalofriante frio en medio del espacio exterior, un astro despierta a su labor diaria. El Sol abre la mañana dando luz y calor a todo el vecindario, observando como de a poco, todos van despertando para vivir un nuevo día. 

Mercurio es el primero en saludarle, como siempre despertó primero y, ya que ambos están cerca, comparten una taza de café.

-Buenos días, Sol. No se como lo haces pero siempre eres el primero en pie- Dijo Mercurio, para luego beber un poco del cálido y oscuro néctar matutino.

-Tu sabes porque, Mercurio. Intenté verla esta mañana, pero fue imposible-

Respondió el Sol, quien también bebió un trago, algo largo, de café.

Mercurio, al ser el más cercano, conocía muy bien al Sol, y sabía que hace mucho tiempo había alguien que llenaba su mente. Ese alguien no era nadie más que la Luna, la joven hermana de la Tierra. Ella cumplía el turno nocturno, por lo que nunca se podían ver, salvo un par de veces cuando, por un suceso extraordinario, ambos coincidían en un fenómeno llamado "Eclipse".

El Sol, a sabiendas de lo difícil, casi imposible, que es estar con la Luna, no dudó en dejarse encantar por ella, y terminó enamorándose, aunque no lo demostraba abiertamente, ello solo lo sabía su más íntimo amigo.


Una mañana más tarde, exactamente el primero de mes, día en el que se actualizaban los horarios de trabajo, el Sol se percató que, dentro de tres días iba a ocurrir un nuevo eclipse, y sin poder contener su alegría, brilló como no lo hacia hace meses, calentó como no lo hacia hace meses, trabajó enérgicamente y se preparó. Así estuvo hasta el día del encuentro. Esa mañana, nuevamente en el desayuno, junto a Mercurio, bebieron café, comieron avena y pan, comentaron algo de deportes y, cuando ambos se iban a retirar a sus labores, sin siquiera mencionar alguna cosa acerca del susodicho evento del día, Mercurio frenó al Sol antes de irse.

-Espera, Sol, hay algo que debo contarte.- Dijo Mercurio, con una voz seria.

-¿Que sucede? ¿Pasó algo grave? ¿Pasó algo con el eclipse? -Preguntó confundido y temeroso el Sol, ante la puesta seria de su amigo.

-Eres un idiota y un cobarde, te has hecho una falsa ilusión todos estos meses y lo único que lograrás es acabar destrozado. Estoy seguro de que hoy, cuando se vean, hagas lo que hagas, vas a acabar mal.- Mercurio miraba fijamente al Sol, con una determinación que su amigo jamás había sentido de su parte.

-¡Cierra la boca!- Gruño el Sol, con furia, se sintió como un rugido. -La amo, y ella me amará, y estaremos juntos aunque sea unos minutos cada vez que ocurra un eclipse.- El Sol, miró su amigo ni siquiera si inmutó a sus palabras y, de forma veloz, las respondió dejándolo sumido en sus pensamientos más profundos.

-No la amas. No a ella, si no a la ilusión que tienes de ella. Amas a una mentira.

Ni siquiera la conoces, y basas toda tu felicidad en verla un instante cada mañana en el cambio de turno. Sabes que tengo razón, y también que te da miedo enfrentar la realidad, y la realidad es que llevas meses basando tu vida en las mentiras que tu imaginación crea para sentirte mejor contigo mismo-. Mercurio vio como algo se apagó esta vez y, en silencio, observo al Sol.

-Vete- El Sol, cabizbajo, miró hacia el suelo, mientras Mercurio intento hablar de nuevo pero el Sol insistió, de forma violenta. -¡Largo! ¡Vete de una maldita vez!- Rugió el Sol, golpeando la mesa en la cual hace unos instantes habían, tranquilamente, desayunado.

El frasco de café rodó por la mesa, cayó por la orilla de esta y sin detenerse, impactó contra el suelo, quebrándose y dejando escapar su contenido hacia cientos de direcciones distintas, todo esto observado, a un lado de la puerta, por un Sol sumido en sus propios fantasmas. 

Ese día no fue a trabajar.

Todo el lugar estaba muy oscuro, los demás planetas no sabían que hacer para alumbrarse y la Luna estaba incapacitada de alumbrar. Y empezaba a hacer frío.

Al día siguiente, el Sol tampoco se presentó a su trabajo. Mercurio acudió a buscarle ya que su ausencia no permitía trabajar al resto, y además, el frío y la oscuridad prolongadas no eran buenas. Lo encontró mirando hacia su espalda, hacia el infinito de estrellas y luces que, a la distancia, se apreciaban como un maravilloso show de luces, colores y formas. Mercurio se ganó a su lado.

-Aquí la quería traer, alguna vez.- Dijo el Sol, manteniendo su mirada en el espacio.

-Se que te debes sentir muy mal, pero no puedes dejar todo de lado, te necesitamos allá, aquí no hay nada, aquí no hay nada que te pueda hacer sentir mejor.- Habló Mercurio, quien también tenía la mirada perdida.

-¿Que pasó ayer, con el eclipse y lo demás?- Preguntó el Sol.

-Se suspendió, no había luz, estaba muy helado y la Luna no podía hacerlo sola.- Mercurio miró a su amigo. -Te necesitamos- Le dijo, de forma convincente.

-Tenías razón, en todo.- El Sol se levantó junto a su amigo. - Todos estos meses, todo lo que hice, todo lo que pensaba, no era más que mi imaginación, nada fue real, y eres el único que podía decírmelo.- Mercurio escuchó atento y, con esa pesadez que permite una amistad real, concluyó.

-Claro que tenía razón, y ahora no te vayas a poner a llorar, por que tienes trabajo por hacer, y más vale que te apures.-

Ambos tomaron rumbo y, en cosa de minutos ya estaban del otro lado. El vecindario se alumbró, la calidez se pudo sentir hasta en el ultimo rincón y, cumpliendo una tarea atrasada, tanto el Sol como la Luna dieron comienzo a su labor, que en conjunto, sería un espectáculo que nadie olvidaría. 

Como si de una danza se tratase, ambos giraron, se movieron y se detuvieron hasta estar completamente alineados, luego, con lentitud, precisión y quizá algo de timidez, ambos se acercaron hasta encontrarse frente a frente en el centro, ante la atenta mirada de todos los demás planetas.

-¿Por qué no estuviste ayer?- Se atrevió a preguntar la Luna.

-Eso no importa, ya estoy aquí y vamos a hacer esto bien.- Respondió con una extraña seguridad el Sol, quien por dentro moría de ansiedad. 

-Sabes, nosotros por nuestras labores no tenemos la oportunidad de vernos o hablar con frecuencia pero, ayer con tu ausencia noté lo importante que eres para mí, por que si no estás ahí yo no puedo alumbrar en la oscuridad.- Dijo la Luna. Por unos instantes, ambos se quedaron el silencio, no tendrían mucho tiempo y el Sol, pensante, buscaba en su mente una respuesta adecuada.

-Tú me necesitas, más yo no te necesito. Creí necesitarte, por un largo tiempo pensé que nos complementábamos y que eso significaba algo que los dos teníamos en cuenta. La verdad es que ahora siento que estuve todo este tiempo con los ojos enceguecidos y descuidé todo lo que importa por una ilusión.- Sentenció el Sol.

-Hagas lo que hagas te necesitaré, todos los días y todas las noches, sin tí yo no puedo cumplir mi labor. No puedo entrar en tu mente para saber que piensas, pero necesito saber si podemos continuar. ¡Si vuelves a dejar todo así sin más esto se acabó para todos y lo sabes!.- Disparó finalmente la Luna

El corto tiempo que iban a estar juntos llegó a su fin y, lentamente, comenzaron a alejarse, la Luna y el Sol se quedaron mirando un instante y luego, para continuar con el final, giraron y se dieron las espaldas, alejándose y terminando con el ritual. 

La tarde continuó su curso, el atardecer declinó del azul a un degradado en tonos rojos y anaranjados en el cielo, la noche cayó y le devolvió ese azul profundo, interrumpido por millones de estrellas. La Luna salió nuevamente a cumplir su labor, esta vez sin retrasos ni fallas alumbró el cielo proyectando la luz que a la distancia le llegaba desde el Sol. Ella, en la contemplación del vacio espacial, se quedó pensando en lo ocurrido ese día.

Lejos, en uno de los extremos del vecindario, el Sol y Mercurio nuevamente estaban sentados admirando las estrellas, los colores y las formas del infinito.

-¿Y ahora qué?- Preguntó Mercurio, sosteniendo esta vez una botella de cerveza.

-No lo sé, a ver que sorpresa nos trae el día de mañana.- El Sol respondió dando el último trago a su botella.

Mercurio se despidió y se marchó. El Sol, aún contemplando, se giró a ver la tranquilidad de la noche, y tras observarla por unos instantes liberó hacia las estrellas un espectáculo de rayos luminosos que nadie pudo ver, solo él y la inmensidad de la nada. Había sido un día duro, habían sido días duros, y ya era hora de ir a dormir.

A unos cuantos planetas de distancia, unos astrónomos observaban a través de un microscopio, desde la Tierra, un espectacular show de rayos gamma emitido desde el Sol.

-Eso ha sido impresionante.- Dijo uno de los científicos.

-Concuerdo, ha sido magnifico.- Respondió el segundo a su compañero.

-Y la Luna parece brillar más de lo usual.- Acotó el segundo, cambiando la dirección de observación.

-Los misterios del universo jamás se acaban.- Concluyó el primero, antes de registrar lo ocurrido en su libreta.


FIN.




15 de Enero de 2019 a las 22:11 0 Reporte Insertar Seguir historia
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