Una oxidada linga de bicicleta sujetaba la endeble puerta, apenas una abertura de cinco centímetros le daba una tranquila seguridad de que nada llegaría a la azotea. Unas pesadas tapas de tanque de agua estaban amontonadas como para avalancha sobre la puerta junto a diferentes artilugios caseros, todos atrincheraban con convicción la única entrada y salida.
El sol de enero sarteneaba la desmechada membrana del piso, mientras líneas derretidas de brea huían en busca de sombra, la misma se dibujaba en una fugada perspectiva de dos columnas; estas sostenían una enorme y erguida cisterna de agua potable.
Como Sansón tomado de ambas columnas estaba él, soportando los cuarenta grados centígrados más lo que irradiaba la criminal loza. La sombra marcaba territorio tan diminuto que lo perdería a la una en punto. Sudando literalmente sangre se refrescaba con unas gotas que en actitud suicida saltaban al vacío desde la húmeda base de la cisterna. Su nariz drenaba sangre en pequeñas dosis sabía que toda resistencia que opusiera sería en vano, el enemigo estaba conquistando los últimos bastiones de su cuerpo y después de una rendición incondicional daría paso a su capitulación.
Este era el final de "el perro", así lo apodaron desde la primaria, donde sin éxito había intentado practicar todas las disciplinas deportivas posibles, incluyendo “el quemado", en el caso de que éste fuese un deporte.
Había visto morir desde unos pocos seres queridos hasta gente que se lo merecía, “el perro” era un misántropo acérrimo, por lo que la angustia pasaba desapercibida ante el solicitado consuelo. Ahora podría ser el último vestigio de vida humana, parapetado en la azotea de un piso catorce de Recoleta, el más seguro de entrar porque los propietarios eran señoras entradas en edad dueñas de Yorkshire, Caniches o Bulldog Francés, algo fácil de eludir o matar.
Casi como un avance más de evolución, el mundo decidió adherir a la raza humana a los perros, estos dejaron de ser mascotas y pasaron a ser parte de la familia, un hito de la aristocracia. Era cuestión de tiempo para que todo se desbarate, la gente cada vez más tenía animales en sus casas los edificios eran aptos profesionales y apto perros. Perros en los ascensores, bares donde se podía ingresar con su mascota, peluquería para perros, ropa para perros, guardería, psicólogos y un gran etcétera tan imaginativo como lucrativo, eso si, ningún área para defecado. Todo holía a perro. Las veredas demarcaban un pestilente territorio cada mañana, la bosta llenaba el camino como un tablero de damas. Esta moda sucedía a menudo acá y en todo el mundo a pesar de las altas multas que se labraban por hacer defecar a los perros en las veredas. Las calles tampoco estaban a salvo las ruedas de los autos también llevaban excremento hacia los hogares. No respetaban hospitales, restaurantes ni escuelas, el estiércol era un "pattern" más en los mosaicos de las ciudades.
Él fue una excepción, vivía en un diminuto mono ambiente y eso restaba lugar a cualquier otro ser viviente, por sobre todo a un perro. Sin tener ningún aporte al progreso de la humanidad y con una clara falta de méritos a la vida él podría pasar inadvertido, un "NN" más, un extra sin voz de un montón de mediocres.
Su vida estaba atorada en un nudo sedentario y rutinario, la perspectiva de progreso y éxito en algún momento lo habían abandonado eso es lo que era un perdedor nato. La rutina lo noqueaba a diario, de lunes a viernes seguía una detallada guía mecánica de como aburrir. Si un guionista escribiera su vida solo escribiría una semana y luego haría un monótono "copy y paste" hasta que algún ACV o infarto dejara un lindo fétido “The End". Los cuarenta estaban forzando la cerradura y a las patadas derribarían la puerta, los intentos de quedarse en la franja de los treinta serían inútiles aún tratando de engañarlo arriba de un skateboard y un par de piercing colgando de su rostro. Finalmente, unas arrugas lo delatarían junto a una brillante sonrisa amalgamada. ¡Bienvenido señor!, ese sería su nuevo rostro de presentación, la de la experiencia, ¿en qué? podría gritarle un mocoso geek lo cual no estaría tan errado, la experiencia la había buscado desde la primera entrevista laboral dónde no solo no tenía experiencia si no ni idea de lo que el quería, sentado escuchando a un imbécil preguntar si sabía manejar un fax; lo que en cierto modo era cierto no tenía las más puta idea, “faxéate eso experiencia” podría haber sido su primer fax.
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