EL REY Seguir historia

El sol crea espejismos sobre la torre de basura. Mirando de lejos, podría confundirse con una tranquila serranía sobrevolada por gaviotas.

Ahí, justo ahí, el hediondo olor a putrefacción lo impregna todo.

Las moscas en inmensos nubarrones, como Kamikazes atacan los sentidos. En las laderas de mugre se abren apestosas cuevas.

Dentro de los deshechos están ellos, como en una inmunda ciudad perdida de la mano de Dios.

Entre las huellas que dejan las palas mecánicas, en charcos contaminados, juegan Gonzalo y sus amigos. Los pies descalzos, de plantas duras de costras, cabellos enmarañados goteando piojos. Mejillas heridas por purulentos granos y ropas raídas. Los niños de la basura. 

En invierno se aprietan unos a otros frente a fogatas alimentadas de diarios viejos, que informan la cotización del dolar. En veranos lluviosos chapotean en el barro, pero con clima seco y caluroso, la montaña hace erupción vomitando basura encendida y hay que correr muy rápido para no quemarse. Él, no conocía de Reyes que llevaran regalos a niños pequeños como su hermano Agustín.

Una tarde, sintiendo el coraje que da la niñez al sentirse grande, corrió montaña arriba en busca de un juguete que sus manos de artesano repararían. El viento, la altura o quién sabe qué, lo hicieron sentirse el Rey del lugar. Pagó su distracción asfixiado en la basura aplastado por una máquina. Abajo nadie lo lloró, los corazones como los pies estaban duros de costras.