frikygirl_ Candela Díaz

"Eres patética." "Tu muerte va a ser más trágica y estúpida que un episodio de 1000 Maneras De Morir." "¿Crees que alguien se entristecería?" "Tus padres se separaron por tu culpa." "Ese poeta falso no va a dejarte en paz." "Alex solo juega contigo." Dios. Basta ya. Cállense. Soy Elena Buckingham y esta es mi historia. Mucha suerte para entenderme.


Ficción adolescente No para niños menores de 13.

#378 #amor #romance #anónimo #elena #alex #falsepoet #love
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Prólogo


El sol reflejado en los azulejos de la pequeña cocina era la forma ideal para distraerse con los pensamientos de uno mismo, cuando no quieres oír a tus padres peleando por alguna estupidez o algún engaño que de alguno de los integrantes de la pareja. Con más razón aún cuando hablamos de un niño de nueve años que no tiene donde ir, más que al parque del final de la calle, donde se encontraban los niños del kínder al que soñaba con ir, pero ya había acabado la hora de asistir a los juegos de niños, le había dicho su padre hacía unos meses, que ya era hora de seguir adelante de su vida, y acostumbrarse a las dificultades de la primaria, en la cual el niño lo pasaba estúpidamente mal. Tan mal, que era una tortura tener que ir todos los días de la semana, salvo por los sábados y domingos, cuando todo se ponía peor y el pequeño muchacho rogaba a que empezara la semana de nuevo para poder escapar lo más rápido posible.

Sin decir nada, un Alex pequeño salió de su casa, con un rostro triste y nostálgico, las cejas tiradas suavemente hacia abajo y la mirada en el cemento grisáceo manchado que era más interesante que las grandes mansiones que se extendían a su alrededor. Incluso era mejor que los automóviles que pasaban por su lado haciendo un ruido molesto e innecesario, algo que no sucedería si se molestaran por cuidar el medio ambiente y utilizaran una maldita bicicleta.

Además, en el parque estaba su amiga, una niña mucho más chica que él, de la cual no sabía su nombre, pero, aún así, era lindo hablar con alguien que tampoco tuviera amigos. Según sabía, también los padres de la niña peleaban, aunque no tanto como los suyos. Nadie tenía los mismos problemas que él, el niño se creía la persona más desafortunada de todo el universo. Alex se sentó en el césped, levantando la cabeza con nerviosismo para ver si era capaz de distinguir a la niña con cabellos oscuros y rizados, con esos puntos marrones por encima de la nariz y en las mejillas.

El día estaba soleado y, según había oído en el noticiero, había aumentado desproporcionadamente el número de robos en su ciudad, pero sus padres no le dejaban preocuparse por eso, ya que se suponía que solo era un niño y que, a esa edad, debía jugar a la Nintendo o divertirse con sus amigos. Su familia no entendía que el niño estaba tan solo como un perro, aunque, pensándolo bien, un perro sí tenía amigos, y él no. O bueno, ningún amigo que tuviera pene.

—No me quieren cerca —dijo, ella apareciendo de la nada y despertando al chico de sus pensamientos melancólicos—. Solo me dijo... “Ve... Vete”.

Él se limitó a observar a la pequeña, a la que él solía llamar “hermanita”, pero no una hermanita cualquiera, una del corazón, una más importante. La pequeña tenía los ojos cristalinos y la mirada sobre el cielo. Se recostó sobre el incómodo suelo, ensuciándose los cabellos, para observar mejor. “Después no te puedes quejar por los piojos”, pensó el niño, pero no lo dijo, la niña se veía muy mal por sí sola.

Una solitaria lágrima cayó por sus mejillas y él quiso abrazarla, hacerla reír, aunque sabía que él no era capaz de causar esas cosas en nadie. Se acostó a su lado y la miró por unos segundos, su hermanita del corazón era muy bonita.

—Tyler… él me rechaza. Dice que tengo piojos…—dijo ella tapándose el rostro con las manos, llorando ahora sí.

La voz de la niña era dulce, suave, llorosa, como una dulce y pequeña tempestad que se arremolinaba en el verano, en la playa a la que solía ir con sus padres hasta hacía dos años, más o menos.  El niño sintió asco por los demás compañeros de la pequeña. Pero no dijo nada, no era un chico de muchas palabras. Se limitó a tocar con dulzura los cabellos de la más pequeña, instándola para quedarse dormida.

—Voy a mudarme —dijo él, después de pensar por unos segundos cómo decir esas palabras.

Sabía que ella no tenía más amigos que él, y él no tenía más amigas que ella. No quería irse, pero el pequeño se esforzaba por creer que sería un nuevo comienzo para él, que quizás se llevaría mejor con las personas y sus padres arreglarían sus diferencias de una vez por todas. O quizás, se acabarían las discusiones y los golpes.

—Bueno, será poco tiempo —la niña quitó sus manos de su rostro y lo miró, su mirada triste, pero aún así, al ver a su amiguito, sus ojos se iluminaban por completo, como si estuviera viendo una bolsa de esos dulces que a ella tanto le gustaban.

—No. No regresaré —dijo este, intentando no demostrar que realmente le afectaba todo aquello.

Ella asintió y miró al vacío. La pequeña lloraba por tonterías, pero en las cosas más importantes, sabía mantenerse seria y esconderse bajo una capa de frialdad evidente, demasiado cruel como para ser verdad. Incluso siendo una niña de cuatro años sabía esconder sus emociones debajo de una máscara y simular no estar herida. La pequeña besó su mejilla, con el ceño fruncido, suspirando suavemente.

—Hasta luego... soy Elena —dijo la niña finalmente, mientras se paraba de su lugar y miraba hacia el pequeño de ojos negros como una noche tormentosa, que contenía relámpagos con forma de cuchillos.

—Alex. Ha sido un placer, amiga —ella frenó en seco.

Volviendo sus ojos claros hacia atrás, observó al niño con ojos de cachorrito mojado.

—Sí, sé que has dicho que no regresarás, pero estoy casi segura de que sí lo harás. Nos vemos, Alex. Mi madre dice que, quien te quiere realmente, jamás se va.

Ella sonrió, tan sabia como una adolescente, y, antes de poder derramar alguna lágrima frente a él, empezó a correr hacia el kínder nuevamente.

Qué fuerte es, se dijo Alex a sí mismo, sorprendido ante la madurez de la niña. Nunca dejaba de sorprenderlo, creía que, una de las razones por la cual le tenía tanto aprecio, era porque ella lo igualaba en pensamientos.

La pequeña culpó a su compañero de su llanto repentino. Jamás les contó a sus padres de su extraño amigo porque la regañarían de saber que hablaba con un niño más grande.

El niño se mudó, lejos de verdad, y no regresó hasta unos años más tarde, donde decidió iniciar la universidad a los veinte años de edad.



9 de Enero de 2019 a las 17:02 0 Reporte Insertar Seguir historia
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