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Ornella Negri


Algunas personas nacen con la capacidad de transformar partes de su cuerpo para obtener ventajas en la batalla; esto es conocido como Progresión. Jake trabaja junto a sus amigos en el Centro, un lugar donde entrenan para explotar al máximo sus progresiones. Kat caza Perdidos en solitario: personas que han sido consumidas por sus progresiones. Sus caminos se cruzarán y nunca volverán a separarse, luego de una cacería mortal que develará secretos oscuros y verdades inciertas. Amor, traiciones, acción y suspenso en esta historia que no dejará de sorprenderte.


Fantasía Todo público.

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UNO


Corrió esquivando tantas cosas como le fue posible en medio de aquella oscuridad; su cuerpo estaba malherido y cansado, pero detenerse significaría la muerte. Detrás suyo, unos gruñidos se hacían cada vez más fuertes, más cercanos; concentrada en eso, tropezó con unas bolsas de basura que estaban delante suyo y cayó de rodillas al piso. Impulsada por la adrenalina, se levantó rápidamente, ignorando el dolor que se expandía por sus piernas, y continuó corriendo a toda velocidad. Al fondo del callejón, vio una luz amarillenta: la salida; a medida que se acercaba, podía oír voces, pasos, gente. Si salía a su encuentro, la criatura dejaría de seguirla, momentáneamente. Sintió un calor en la espalda y unas gotas que bajaban por ella: la había golpeado, pero no importaba, ya casi estaba fuera, sólo unos metros más.

La criatura lanzó un aullido y se abalanzó sobre ella al momento en que saltaba hacia delante, cayendo en la acero, bajo la luz de unas farolas y delante de unas voces que en cuanto la vieron, callaron. Se volteó trabajosamente y sonrió, victoriosa: estaba a salvo, en la luz y rodeada de gente nada podría hacerle daño.

Un chico se acercó a ella y le apuntó con una espada, justo en el cuello.

—¿Quién eres?—preguntó con autoridad. Desde allí no alcanzaba a verle el rostro.

—¡Cielo santo!—gritó otro.—Está llena de sangre.

—¿Quién eres?—volvió a preguntar el primero. Presionó la punta de la espada en su cuello hasta hacerle salir una gota de sangre.

Recuerda: si te atrapan, no hables.

El segundo chico se acercó más y movió el brazo del primero, alejando la espada de su rostro.

—¿Estás bien? ¿Qué te sucedió?—se había agachado a su lado y la observaba detenidamente. Su rostro no podía ocultar la sorpresa que sentía, y ella no podía culparlo, de seguro su cuerpo estaría hecho un desastre.

—¿Eres muda?—el primero hizo señas con sus manos: “¿Eres sorda?”

Ella sólo lo miró unos segundos, cansada; quería estar en su cama, relajada y sola, sin heridas ni armas. Quería paz. Pero sabía que dejaría de ser ella misma si consiguiera paz. Suspiró ruidosamente y comenzó a ponerse en pie, con dificultad, pero sin ayuda; los chicos estaban tan sorprendidos que sólo la observaban atónitos.

—Necesitas atención médica.—sugirió el segundo. De pie, pudo notar que era varios centímetros más alto que ella. Tenía la mandíbula tensada y los ojos verdes bien abiertos, sobre los cuales caía su cabello húmedo. Le echó una mirada rápida al que tenía la espada: era tan alto como ella, de metro sesenta, y llevaba el pelo recogido en una cola baja; la observaba como si fuera un monstruo. Se miró a sí misma en el reflejo del vidrio de una tiendita y comprendió por qué: no había un centímetro de su cuerpo que no estuviera cubierto de sangre. Se llevó la mano al abdomen y sintió la piel dura, abierta, húmeda, en un corte tan largo como profundo; luego miró sus manos, cuyas palmas estaban abiertas en una línea larga, aunque poco profunda. Tenía un pequeño corte en la frente y otro en la ceja derecha. El chico de la cola se paró detrás suyo y soltó un silbido.

—Si no estuvieras bañada en sangre, diría que puedo ver tus pulmones desde este corte.—dicho esto, guardó su espada en su funda y le puso una mano amistosa sobre su hombro. Ella la esquivó y se volteó a verlo;abrió la boca para decir algo, pero se lo guardó y comenzó a alejarse por la acera.

—Estás dejando un rastro de sangre.—gritó el chico.—Si no quieres que te sigan, deberías hacer algo al respecto.—miró a su compañero, quien sonrió y corrió hasta alcanzar a la chica. Se detuvo frente a ella, impidiéndole el paso.

—Soy Jake.—le tendió una mano. Ella le mostró ambas palmas y él bajó su mano instantáneamente.—Él es Nathan. Déjanos ayudarte, eres presa fácil, tan herida y dejando un sendero de sangre detrás tuyo.

—Estaré bien.

—Wow, así que hablas.—Nathan se había acercado a ellos.—Ven con nosotros, tenemos un equipo médico que te ayudará con eso.—señaló todo su cuerpo mientras sonreía.

—No necesito ayuda.—intentó avanzar pero Nathan la tomó por la muñeca.

—Es nuestro deber civil ayudarte.

—¿Ah, sí?—preguntó con sarcasmo.—Bueno, llegan tarde muchachos.—se soltó y continuó avanzando. Esta vez ninguno la detuvo, ni se acercó a ella.

—¡Al menos dinos tu nombre!—gritó Jake.

Ella se volteó para contestar, aunque sin detenerse.

—Katherine.

Los chicos la observaron desaparecer en el horizonte, sin evitar notar que se mantenía bajo la luz de las farolas y alejada de la más pequeña sombra.

—¿Crees que llegará lejos?—preguntó Nathan mientras regresaban.

—Si eso llegara a suceder, —comenzó Jake.—tendríamos que reclutarla.

—¿Por qué?

Jake sonrió.

—Porque significaría que nada puede matarla.

8 de Enero de 2019 a las 02:42 0 Reporte Insertar Seguir historia
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