alebpena Ale Pena

Cuando Alonzo se enamoró, le rompieron el corazón y desde ese momento se cubrió con una armadura para que ninguna mujer pueda llegar a lo más profundo de su alma. Ahora solo trata de seguir adelante, sin embargo, la vida parece querer cobrarle algo que hizo en vidas pasadas, aunque no se trata de lo que hizo, sino de lo que tiene que hacer para que él y su hijo puedan ser felices. Pero las cosas no suelen ser como parecen y Alonzo nunca imaginó que la mujer que conoció en la biblioteca y le regaló una sonrisa pueda ser la misma que tenga solución a sus problemas, aun así, su reticencia no lo deja confiar al 100%. ¿Será posible que de alguna manera vuelva a confiar en el sexo opuesto y junto a su hijo encuentren una oportunidad de ser feliz?


Romance Romance adulto joven Todo público.

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Encuentro en la bibilioteca


Alicia vivía con Sonia, su amiga más cercana. A pesar de tener una visión muy diferente de la vida congeniaron de inmediato. Salir de la casa de sus padres fue un reto, su familia creía que todavía era una niña, en especial, su padre y Ezequiel, su hermano.

A una semana de haber cumplido 21 años y llevar 3 años viviendo con Sonia cuando entró a trabajar a una heladería los fines de semana, fue un reto mayor, Heriberto, su padre, casi sufrió un infarto debido a la conmoción.

«¿Cómo era posible que ella quién al final terminaría haciéndose cargo de la empresa familiar llamada Calzate Hogar trabajara en una heladería?»

Ella se mantuvo obtusa. Aunque todavía seguía recibiendo dinero por parte de su padre trataba de usarlo lo menos posible, aun cuando, su sueldo en la heladería no era excelente con un poco de administración lograba ajustar sus gastos, de la misma forma, que lo haría cualquier estudiante que viviera solo.

Alicia estudiaba la licenciatura en Pedagogía, estaba cursando el sexto semestre y en ese momento Alicia se encontraba en la biblioteca estudiando para su último examen del primer parcial, tecnologías de la comunicación, materia que estaba cursando por segunda ocasión. Y es que por alguna razón le estaba costando demasiado trabajo concentrarse en esa materia que, muchos podían considerar fácil, pero para ella resultaba todo lo contrario, por más que había puesto todo su empeño desde la primera clase. No había conseguido aprender nada.

Alicia caminó hasta la estantería donde se encontraban los libros que le interesaban y eligió tres en espera de que le ayudaran en su ardua tarea. Al ser época de exámenes la biblioteca se encontraba abarrotada, costándole trabajo encontrar un lugar de estudio vacío. Fue hasta el final que vio una mesa con dos sillas desocupadas, una en frente de la otra.

Después de procrastinar un rato buscando su pluma preferida y el cuaderno de la materia. Comenzó a tomar notas, pero por más que lo intentó no lograba concentrarse, incluso le resultaba más interesante el polvo que salía volando de los libros. Mientras ella intentaba concentrarse en TC, llegó otro usuario que al parecer desconocía la regla más importante de cualquier biblioteca: “Guardar silencio”.

El nuevo usuario se dirigió al único lugar disponible que había, al llegar arrastró escandalosamente la silla por el suelo, consiguiendo un “shh” por gran parte de los usuarios de la biblioteca, sin embargo, ignoró la queja, aventó los libros contra la mesa haciendo un ruido seco, dejando claro que le importaba un comino si los demás querían silencio o no.

―Favor de guardar silencio y cuidar los libros. ―recordó la regordeta bibliotecaria.

En un momento de distracción ―otro más a la lista de Alicia―. Levantó la mirada logrando así, que se cruzara con la de su escandaloso compañero. Fue entonces cuando se percató de los profundos ojos verdes del chico de cabellera oscura.

Cuando sus miradas se cruzaron una especie de corriente eléctrica la recorrió, pero la sensación duró apenas segundos ya que él le dirigió una fría y congelante mirada para después regresar la vista a los libros que estaban sobre la mesa. A pesar de la fría y distante mirada de su compañero de mesa, Alicia le regaló una sonrisa, antes de regresar de nuevo la vista a sus apuntes. Durante escasos treinta minutos Alicia se dio cuenta de cómo su compañero tomaba apuntes, para después salir de la misma forma en la que había llegado, haciendo ruido.

«¡Qué extraño es!» interiorizó Alicia.

Tres horas después de estar inmersa entre libros y apuntes de Tecnologías de la comunicación, decidió que ya había estudiado demasiado, al menos de momento. Tal vez volvería a abrir sus apuntes más tarde en su casa.

En el trayecto a su hogar se detuvo en el supermercado, luego de tanto estudio tenía ganas de alimentarse con algo más sustancioso que comida instantánea o pizza, ahí se abasteció de todo lo necesario para preparar una comida decente. No es que fuera una gran cocinera, pero se defendía, aunque no solía cocinar muy seguido, ya que, en algunas ocasiones la flojera le ganaba.

Al llegar a su casa apenas abrió la puerta cuando Sonia ya estaba frente a ella, se percató de que su amiga traía bolsas con la compra que había hecho.

―¿Qué vamos a comer hoy? ―indagó sin quitar la vista de las bolsas.

―¡Hola! Sí, yo también te extrañé. ―dijo burlona.

―¡Oye! ¡Tengo hambre! ―se quejó― Supongo por esas bolsas que hoy nos libramos de la comida instantánea y cocinarás. ―señaló.

―¡Adivinaste! ―respondió Alicia al dirigirse a la cocina―. ¿Qué tal te fue?

―¡Fatal! ―respondió siguiéndola―. Estoy segura de que voy a reprobar ¿y tú?

―Hoy de maravilla, mañana la historia será otra. ―contestó con pesar.

―¿No se supone que el examen de hoy fue de Cálculo y mañana te toca de Tecnologías de la información? ―inquirió. Alicia asintió―. Aún no logro comprender cómo es posible que hagas un examen de cálculo diferencial sin ningún problema y temas por el de TC. ¿Quién reprueba TC?

―Al parecer yo. Estuve estudiando en la biblioteca.

―Debí suponerlo, señorita ratón de biblioteca. ―mofó Sonia. Alicia torció la boca.

―No fue de mucha ayuda. ¡Voy a reprobar y no hay nada que pueda hacer para evitarlo!

―Si pudiera me hacía pasar por ti. ―ofreció Sonia.

―Te lo agradezco. ―agregó Ali. Omitió decir que, aunque pudiera hacerlo rechazaría su ayuda.

―A cambio tú tendrías que presentar mi examen de Cálculo, sería el plan perfecto. Es una lástima que aún no se puedan intercambiar los exámenes.

―Me imaginé que sería así, quizá sea una buena idea, pero es imposible de llevar acabo ―recordó―. Mientras estudiaba en la biblioteca llegó un tipo de lo más extraño. ―agregó con la intención de cambiar de tema. Ya tenía demasiado estrés con el suyo, como para lidiar también con el de su amiga. Era lo que menos necesitaba en ese momento.

―¿Cómo extraño?

―Llegó se sentó en frente de mí, pero antes arrastró la silla haciendo un escándalo horrible en la biblioteca.

―Vaya, ya entiendo. ―ironizó. Sonia siempre se burlaba de ella por querer estar siempre en silencio y cuidar los libros como si tuvieran vida propia.

―No estoy exagerando ―se defendió―. Todo el mundo se molestó por el ruido que hizo.

―Ajá. ¿Luego que sucedió?

―Aventó los libros contra la mesa.

―¡Oh! ¡Sacrilegio! ―continuó burlándose Sonia.

―Lo digo en serio, es muy extraño. Por casualidad los dos levantamos la vista al mismo tiempo y nos miramos durante un instante, pero antes de que el bajara la vista me vio como si me odiara. Parecía que le molestaba mi presencia ahí.

―¡Eso si me parece extraño! ¿Por qué se sentaría enfrente de ti si le caes mal?

―No había mucho espacio en la biblioteca ―reconoció―. Pero, ¿cómo le puedo caer mal si no me conoce?

―¿Estás segura de que no lo conoces?

―Muy, muy segura. Lo hubiera recordado. En total no estuvo más de media hora y se fue de la biblioteca como llegó.

―¿Volvió a aventar los libros cuando se fue? ―cuestionó burlona. Alicia la condenó con la mirada.

―No lo sé. Debido a que no estaba atrás de él cuando se supone los colocó en la estantería.

―La presidenta de la sociedad protectora de libros tendrá que quedarse con la duda.

―Muy graciosa.

―Alicia, debes entender que no todos vemos los libros como seres. En realidad, son libros, son cosas, no respiran. No les pasa nada si alguien los avienta.

―No es eso. En serio, sé que a veces exagero un poco al respecto. ―concedió. Sonia levantó la ceja, Ali la ignoró―. Pero, lo que me resulta extraño es su desagrado hacia a mí.

―¿Segura de que no lo conoces? No sé, tal vez alguna vez te cruzaste con él en la universidad e hiciste algo que lo molestó.

―No, estoy segura de que no. Me acordaría de él.

―Es imposible que recuerdes a todas las personas con las que te has cruzado en tu vida.

―Lo sé, pero esa mirada es imposible de olvidar.

―¿Así que te gustó?

―Tiene unos ojos verdes muy lindos, imposibles de olvidar.

―¡Ya! Y los ojos claro son tu debilidad. ¡Ya lo sé!

―Sí, así es.

―Además de tener unos ojos verdes de infarto. ¿Cómo es?

―Tiene cabello oscuro y es alto. Es de lo único que me di cuenta.

―Cualquiera podría decir que es tu hombre perfecto, pero no recuerdo a nadie así. Quizás es de los primeros semestres.

―No, no se ve tan joven. Para ser de los primeros semestres, creo que podría ser de tu generación o de una más vieja.

―¡Oye! ¡Mi generación no es vieja! Es avanzada que no es lo mismo. Aunque estoy segura de que no puede ser de generaciones más avanzadas. ―enfatizó―. Voy a indagar para encontrar a tu hombre perfecto.

―Gracias, pero aun si lo encuentras es posible que no sirva de nada. Parece que me odia. ―recordó.

―Bueno, servirá para descubrir por qué te odia.

―Mmm, no lo sé.

―Hazme caso, puede llegar a ser interesante descubrir las razones de su odio, y mucho más quitarle de su cabecita esas razones. ―dijo Sonia, mientras guiñaba el ojo.

―Si tú lo dices. ―agregó desganada. Aunque se moría de curiosidad por saber el motivo de la aversión que sentía el chico de la biblioteca. No se veía tratando de descubrirlo como sugería su amiga.

Alonzo no estaba teniendo su mejor día, mejor dicho, en los últimos días o más bien en los últimos meses no había tenido un buen día. Su vida cambió de la noche a la mañana, cuando en un solo día había perdido a su padre y todo el bienestar que él le ofrecía.

A pesar de eso no se arrepentía de la decisión que había tomado, como consecuencia de, tenía una pequeña luz que iluminaba sus días. Sin embargo, lograr que esa luz se mantuviera encendida era más difícil de lo que había pensado, aun así, eso no quería decir que se fuera echar para atrás. A diferencia de Erika, él no tenía corazón para hacerlo.

Entre sus tantos problemas a resolver estaba, el que la semana que corría era de exámenes. Al día siguiente tenía un examen muy complicado, pero también clave si quería participar en la convocatoria para una beca. Dispuesto a concursar por la beca se dirigió a la biblioteca para estudiar de Fiscal.

Al entrar a la biblioteca se dio cuenta que estaba llena, no había ni un solo lugar para estudiar. Dio media vuelta para salir del lugar cuando se percató de que se encontraba vacío un espacio en frente de una chica de cabello oscuro. El que su compañera de mesa tuviera las mismas, características de quien tanto odiaba logró que su mal humor aumentara a niveles extremos.

Sin recordar que estaba en una biblioteca arrastró la silla donde pretendía sentarse, detalle que no le gustó nada al resto de los usuarios. Aumentando más la furia de Alonzo, que como consecuencia aventó los libros que tenía en las manos contra la mesa, ignorando a la bibliotecaria que lo regañó por no guardar silencio y no cuidar el material. Se puso a estudiar, hasta que para despejarse un rato levantó la vista de sus apuntes, encontrándose así con la mirada de su compañera de mesa, quien de inmediato le regaló una hermosa sonrisa.

«¿Por qué las mujeres creen que con una sonrisa lo solucionan todo? Afortunadamente, ya sé como tratar a mujeres de sonrisas hermosas.», gruñó para sí mismo.

Él le respondió con una fría y congelante mirada dejando claro que no le apetecía nada interactuar con ella.

En su otra vida debió ser una persona muy mala, de lo contrario, no encontraba una razón para que justo el tipo de personas con las que no quería relacionarse la vida iba y se las ponía en frente, pero por más que el destino insistiera en enfrentarlo a las personas menos indicadas. No volvería a tropezar dos veces con la misma piedra.

Después del incidente con su compañera de mesa, no pudo volver a concentrarse, por lo que volvió a arrastrar la silla para retirarse. Esta vez no aventó los libros, pero no los dejó en la estantería correcta. Seguro que, aunque encontrara un lugar para estudiar no lograría concentrarse, se dirigió al lugar donde habitaba temporalmente. Al menos, eso es lo que él esperaba.

No era el lugar, pero le había costado demasiado encontrar un lugar donde vivir, que estuviera cerca de la universidad y de su trabajo, encima de todo que el alquiler no fuera muy elevado para poder cumplir con el pago. No encontró una casa o departamento con semejantes características, por lo que se tuvo que conformar con un cuarto, el cual lo llevó a otro problema por resolver.

En la zona, en su mayoría eran rentados para señoritas, estudiantes, o no se admitían niños y mascotas. Con mucho esfuerzo logró convencer al dueño para que se lo rentara, quien accedió siempre y cuando no se atrasara en las rentas. Ese era otro motivo por el que necesitaba con urgencia la beca, ya que, en su trabajo no ganaba lo suficiente para cubrir todos los gastos.

Al subir las escaleras que llevaban al cuarto que habitaba escuchó sollozar a Adrián. Como siempre lo hacía cuando lo escuchaba llorar salió corriendo hacia él. Al entrar se percató de que su hijo estaba solo, en un lugar tan pequeño como ese no era difícil hacer tal deducción.

En el lugar solo había espacio para la cama donde dormía Alonzo, la cuna de Adrián, dos sillas, una mesa en la cual se encontraba la parrilla donde llegaba a calentar la comida del bebé y preparar algo para él, un pequeño refrigerador y el fregadero.

A paso veloz se acercó a la cuna para tomar a su hijo en brazos. Esa pareció la solución para que su pequeño de seis meses se quedara en silencio. Mientras tenía a Adrián en brazos se acercó a la mesa donde se encontraba la fórmula para prepararle su biberón, ahí vio que había una mamila ya preparada y junto a esta una nota, al verificar la temperatura de la leche se dio cuenta de que aún estaba tibia. Imaginó que no tenía mucho tiempo de que Sara, la niñera de su hijo, la había preparado. Se sentó en una de las sillas para darle de comer a Adrián, mientras el bebé comía, Alonzo aprovechó para leer la nota que se encontraba en la mesa.

Lo siento, pero no puedo seguir cuidando a Adrián.

No es lo que quiero para mi vida.

Sara

Con rabia arrugó la nota, mientras pensaba que otra vez una mujer le había dado la espalda, pero ahora no le dolía por él. Era por Adrián que, aunque no se diera cuenta de lo que pasaba a su alrededor, en su corta vida ya dos mujeres lo habían abandonado.

«¿En verdad es tan difícil darte un poco de amor?», indagó en su interior. Le dio un beso en la coronilla, como respuesta el bebé le regaló una mirada llena de amor, que iluminó su corazón, una vez más, estuvo seguro de que había hecho lo correcto y seguiría haciéndolo, hasta llegado el momento en el que ese fuera un recuerdo del que se reiría. Mientras eso ocurría tenía que seguir luchando porqué sus vidas mejoraran. Después de que Adrián repitiera y soltara una risita, lo dejó en su cuna para llamar a su jefe y avisar que esa noche no podía ir a trabajar, debido a que no había quien cuidara a su hijo. No es que no tuviera amigos que lo apoyaran, los tenía, pero no en la misma ciudad, y, aunque estaba seguro de que con una llamada ellos estarían a su disposición, no era tan egoísta como para hacerlos viajar seis horas en carretera.

―Buenas tardes. ―saludó Alonzo, cuando don Juan, su jefe, contestó. Su jefe tenía varios negocios en la central de abastos. Él trabajaba en las noches que era cuando llegaba la mercancía, se encargaba de cargar y acomodar todos los productos para que al día siguiente los vendedores se enfocaran a realizar las actividades que les correspondían.

―¿Quién habla?

―Alonzo, uno de los cargadores.

―Ya. ¿Qué necesita?

―Tengo un problema, la niñera de mi hijo hoy no se presentó y no hay nadie que lo cuide, no podré ir a trabajar hoy. ―dijo titubeante. No se podía dar el lujo de perder su empleo, y su jefe no era el ser más comprensivo del mundo.

―Si no me equivoco hace unos meses cuando me rogó por este trabajo, insistió en que lo necesitaba y no me quedaría mal.

―Lo sé, y hasta la fecha no lo he hecho. ―defendió Alonzo, seguro, aunque internamente estaba temeroso de la respuesta.

―Púes sino se presenta hoy, lo hará. ―sentenció.

―Solo será hoy, lo prometo.

―Claro, que solo será hoy, porque, si no se presenta este día a trabajar, mañana ya no tendrá empleo. ―gruñó antes de colgar.

Alonzo se quedó viendo el teléfono como si el hacerlo le diera las respuestas a sus preguntas. Ese día estaba siendo por mucho uno de los peores de su vida. Al día siguiente tendría que buscar un nuevo trabajo y alguien que cuidará de Adrián. No estaba seguro de cómo lo lograría, pero tenía que hacerlo su vida y la de su hijo debían cambiar. No podía estar esperanzado a que un día mejorara, ya que, eso nunca sucedía, al contrario, solo empeoraba.

―Vamos a tener una mejor vida. ―prometió con la vista fija en los ojos de su pequeño, él tomó con fuerza su dedo pulgar.

7 de Febrero de 2019 a las 00:00 3 Reporte Insertar Seguir historia
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