Las sienes le palpitaban, su cerebro quería explotar, Genevieve apretaba la mandíbula de tal manera que, una parte de ella llegó a temer que se rompería los dientes. Su interior le ardía, pero a pesar de aquel calor interno, su piel estaba pálida y fría. Comenzaba a odiar aquella sensación contradictoria, pero no podía parar, ya casi lo tenía entre sus manos.
¿Quién le había mandado a salir a aquellas horas de la noche? ¿A caso no sabía la clase de seres que deambulaban por el bosque? Dean tenía razón cuando le dijo que el exterior era peligroso, pero no le había hecho caso, le atraía la idea de jugar con el peligro, de pensar que podría ver uno de esos ejemplares en primera fila, y lo hizo, pero pagó un precio demasiado alto. No lo vio venir, es todo. Aquel hombre o aquella bestia, no estaba segura quien dominaba a quién, salió de la nada mientras ella observaba como otro de ellos se zampaba a Dean para cenar. El pobre pensó que podría protegerla y que ella haría lo mismo por él, pero Genevieve se limitó a observar como lo mataba, sin parpadear.
Las fauces de la bestia se cerraron entorno a su cadera, Genevieve gritó y le clavó una rama de árbol afilada en el ojo, se la clavó tan adentro que le llegó al cerebro y este la soltó.
Se tambaleó a lo largo de las escaleras mientras subía, una vez llegó a su casa, contó los pasos que daba, ya era una costumbre. Apoyó su peso en las paredes, estaba mareada, sentía como si hubiese estado bebiendo toda la noche y los muros fuesen su única fuente de apoyo, lo único que la mantenía en pie.
Logró llegar hasta la habitación, mantuvo el equilibrio lo mejor que pudo el poco tiempo que no pudo apoyarse en las paredes, sacó todo lo que había en el primer cajón de la mesilla sin importarle el desastre que estaba formando y cogió el cofre entre sus manos.
Pesa como mil demonios, pensó, hasta que una voz todavía más profunda, negó su pensamiento. No, sólo te estás muriendo.
La taquicardia que la había acompañado desde que la toxina entró en contacto con su sangre, de repente desapareció dejándola solamente con cuatro o cinco latidos mal acompasados. El tiempo se le acababa.
Cogió la jeringuilla e intentó acertar en el bote, sus manos temblorosas le dificultaban el trabajo, aún así, no iba a rendirse tan fácilmente. Lo tengo, pensó cuando ya tuvo la cantidad necesaria del antídoto en la jeringuilla, y buscó una vena sana en sus brazos, pero estas yacían blanquecinas y no sentía el flujo de sangre correr por estas. Deslizó la mano por su cuello en busca de una sana, debía dejarse guiar por su instinto si no quería morir.
…
…
Entonces sus pupilas se dilataron, quiso caer sobre la cama pero el suelo estaba más próximo a ella. Sus mejillas se enrojecieron, el calor la cubrió por dentro y por fuera, entreabrió los labios para gritar, pero tan solo un jadeo afónico emergió de ellos, y seguidamente, otros cargados de dolor.
Le gustaba jugar con fuego, eso fue lo que hizo, y fue el propio fuego al que creía amigo, el que acabó con su vida. Había sumado una cicatriz más a su larga lista y después de todos los años que había dedicado a librar al mundo de aquellas cosas, ahora Genevieve era una de ellas.
Gracias por leer!
Podemos mantener a Inkspired gratis al mostrar publicidad a nuestras visitas. Por favor, apóyanos poniendo en “lista blanca” o desactivando tu AdBlocker (bloqueador de publicidad).
Después de hacerlo, por favor recarga el sitio web para continuar utilizando Inkspired normalmente.