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UNA CITA CON EL DESTINO


AUTOR: Alberto Suárez Villamizar


- ¡Interno # 01270818 puede dirigirse a la dirección a firmar su boleta de salida!


El anuncio esperado por tanto tiempo en ese momento sonaba como un eco en sus oídos. No sabía qué hacer, había llegado el momento tan anhelado y no lograba hilvanar sus pensamientos. Lentamente abandonó el reducido espacio que se fue su refugio durante los últimos años, cruzó la reja y volvió la vista atrás repasando el lugar. Allí quedaba el viejo camastro donde tantas noches soñara con este momento, y donde sufriera las más terribles pesadillas de su vida, truncada por esa brutal condena recibida veinticinco años atrás.


Había un pequeño sanitario y una ducha que podía utilizar una vez al día para asearse, una pequeña mesita de noche donde reposaban unos viejos cuadernos: uno llenos de apuntes sobre los pensamientos que en algunos momentos cruzaran por su mente y otro en el que anotaba cada día que pasaba en el cumplimiento de su pena, llevando así la cuenta del tiempo que le restaba para volver a la libertad.


Miró las descoloridas baldosas del piso donde tantas veces había para realizado los ejercicios que se propuso hacer durante todos los días de su estancia en el lugar, con el propósito de ocupar su largo tiempo de inactividad, y así mismo, buscar mantenerse en buena condición física. Su deseo era no dejarse deteriorar física y mentalmente, pensando en rehacer su vida cuando recobrara la libertad



Caminó los pasillos acompañado de un par de guardianes, ya sin esposas en sus manos, y en ese momento pasaron por su mente muchas situaciones vividas en el transcurso de esa larga espera.


Ingresó en el penal cuando tenía veintiséis años de edad y la vida le era grata en todo sentido. Contaba con un buen empleo en una prestigiosa empresa del país, en la que había logrado posicionarse profesionalmente. Hacia un año había tomado por esposa a Liza, la mujer con quien se había forjado muchos sueños en busca de la felicidad. La vida le sonreía.


Señor Carlos Díaz – anunció el director de la prisión-, me permito poner en su conocimiento el acta de libertad que por cumplimiento de pena ha proferido en su favor el juzgado #20. Por favor firme acá y coloque su número de identificación y la huella dactilar.


Colocándose las gafas que ahora usaba, y con mano temblorosa tomó el bolígrafo que le ofrecía el director para estampar la firma acompañada de su número de identidad y la huella en el lugar señalado.


- Espero señor Díaz, que se haya rehabilitado plenamente y logre iniciar una nueva vida, agregó el director estrechando la mano del ex-penado.


Abandonó la oficina del director llevando en sus manos una copia del acta de libertad, y continuó su marcha hasta las rejas de la salida que se abrieron de par en par, dándole la bienvenida a la libertad. Dio unos pasos en la acera y contempló el cartel que enmarcaba la entrada de la prisión: "Aquí entra el hombre y no el delito”. Encendió un cigarrillo, cosa que no hacía antes de caer en prisión, aspiró fuertemente al humo con el cual lleno sus pulmones, y recordó algunos pasajes de su vida poco antes de ser condenado por un crimen que siempre creyó no haber cometido, inocencia que nunca pudo demostrar en los tribunales


Pero ¿Cómo había ocurrido todo?. Volvamos la mirada al pasado veintiséis años atrás:


- Liza, quiero pedirte que seas mi esposa, que formemos un hogar y luchemos juntos por nuestra felicidad -fueron las palabras de Carlos al momento de pedir a su novia formalizar su relación-.


La respuesta positiva por parte de Liza no se hizo esperar, e iniciaron los preparativos para la sencilla boda que se efectuó pocos días después en una antigua capilla de la ciudad, acompañados por sus familiares y amigos más cercanos.


Con la unión de sus esfuerzos fueron logrando sus objetivos, y a los pocos meses empezaban a disfrutar que sus conquistas. Adquirieron una vivienda en un sector residencial de la ciudad, y la estaban amoblando con sencillez, pero con buen gusto.


Liza atendía su pequeño negocio de comidas, y Carlos continuaba con su empleo.


- Carlos - dijo Juan- quiero felicitarte por tu nuevo hogar. Te invito a que nos tomemos unos tragos el próximo fin de semana.

- Gracias Juan -contestó amablemente - pero, me he alejado de la bebida, pues últimamente he tenido problemas con el licor, pues luego de tomarme unos tragos pierdo la memoria y al día siguiente no recuerdo lo que hago durante el tiempo que estuve bebiendo, incluso me he sometido a tratamiento médico por ese motivo. Temo cometer un error en esas condiciones, agregó Carlo.


«Así que no recuerda lo que hace después que ha tomado, además ha recibido tratamiento médico»- pensó Juan


- No te preocupes serán solo uno tragos. Pasaré a recogerte y nos reuniremos con Luis, aquel ingeniero que fuera tu jefe en el proyecto anterior. Vamos a pasar un rato agradable, no te preocupes.


Juan era un viejo amigo y había pretendido sentimentalmente a Liza, antes que ella hubiera establecido su relación con Carlos, razón por la cual vivía resentido con la pareja, especialmente con él, por quien se sentía desplazado por no haber hallado respuesta positiva a sus galanteos. Sin embargo continuaba manteniendo una fría relación con la nueva pareja.


«Así que no recuerda lo que hace que ha tomado» esta es la oportunidad - pensó Juan, quien con astucia urdió su plan. Tenía conocimiento de las disputas presentadas hacia algún tiempo entre Carlos y Luis, durante el desarrollo del proyecto en el cual se encontraban empleados. Todo jugaba a su favor, así podría deshacerse de su amigo y quedar con el camino libre para lograr los amores de Liza.


Llegó el fin de semana acordado, y Juan pasó en horas de la noche por Carlos, para ir juntos a apartamento de Luis, donde tomarían unos tragos, como buenos amigos escuchando viejas canciones que era una afición que compartían. Se dirigieron al lugar donde residía Luis, quien previamente había sido avisado de la visita de sus amigos, y como tal se aprestaba a recibirlos.


- Luis, es muy grato encontrarnos de nuevo - dijo Juan-, mientras levantaba un vaso de licor e invitaba a un brindis como buenos amigos.

- Así es, dijo secamente el aludido, quien recordaba los incidentes que se habían presentado con su antiguo compañero.

- Pero vamos -repitió Juan el brindis- con los vasos nuevamente llenos de licor, e instando a Carlos para que apurara la bebida.


El licor fue haciendo efecto, y cada vez Juan llenaba con más frecuencia los vasos de licor de sus amigos, y evitando él mismo el consumo, buscando mantenerse sobrio mientras sus compañeros caían dominados por el alcohol.


Fue entonces cuando vio la oportunidad de ejecutar su macabro plan:


Sacó de su bolso una pistola y disparó a quemarropa sobre la cabeza de Luis y colocó el arma homicida en manos de Carlos, y luego emprendió la huida sin dejar huellas de su presencia en el lugar. Era el plan perfecto, y así se ejecutó. Momentos después llegaron las patrullas policiales, que al escuchar los disparos se dirigieron al lugar, hallándose con una escena escalofriante:


Luis yacía sin vida en el sofá con un orificio de bala en la cabeza, mientras Carlos ocupaba un sillón cercano empuñando en sus manos un arma recién disparada.


De esa manera fue presentado el caso en los tribunales. Todas las evidencias señalaron a Carlos como autor del crimen, teniendo como antecedente la declaración de antiguos compañeros de trabajo, que testificaron saber que no existía una buena relación entre el occiso y el victimario. El fallo no se hizo esperar: declarado culpable y condenado a una pena de 25 años de prisión. Jamás recordó lo sucedido, pero eso no lo exoneró de culpabilidad.


Una vez Carlos dio sus pasos dentro del penal, Juan continuó con su plan, iniciando un continuo asedio a Liza, a quien acosaba constantemente buscando lograr su amor, pero ella, fiel al juramento hecho a su esposo lo rechazaba con firmeza. De nada servían los constantes regalos y ramos de flores que le enviaba.


Cansada del acoso al que era sometida por Juan, decidió mudarse a otra ciudad sin dejar rastro alguno, para evitar los cortejos de un hombre que nunca había significado nada en su vida. Además, no quería faltar a la promesa hecha junto al altar de la antigua capilla donde había unido su vida al hombre que amaba. Sabía del profundo amor de su esposo, pero era también consciente que encontrándose en prisión él no podía hacer nada para protegerla.


Nunca volvieron a saber de ella y de su paradero. Cuando su esposo fue internado en una cárcel de alta seguridad, donde los prisioneros no tenían derecho a recibir visitas, ella tomó la decisión de mudarse de la ciudad, al considerar que ahora allí no tenía a nadie.


Pasados los meses, al sentirse despreciado por Liza, Juan cayó en una profunda depresión. Se había convertido en un asesino, traicionando a un buen amigo, aprovechándose del daño que le ocasionaba el consumo de alcohol, todo por buscar el amor de una mujer, de la cual ahora ni siquiera conocía su paradero. La depresión lo convenció que para tranquilizar su espíritu lo mejor era presentarse a las autoridades y confesar su crimen, librando a un ser inocente de la rudeza de la prisión, por un crimen que no había cometido.


Se comunicó con el juez que había llevado el caso y solicitó una audiencia para declarar sobre juicio por la muerte de Luis Morris, en el cual se había encontrado culpable al señor Carlos Díaz. La audiencia fue concedida para el día 10 de octubre a la 10:00 am., cuando habían pasado tres meses de ocurridos los hechos.


Ese día 10 de octubre, Juan se dirigía al juzgado a cumplir la cita. Manejaba su auto deportivo, y repasaba la versión que daría en su declaración, con la que esperaba ayudar a su amigo a recobrar la libertad. Marchaba tan distraído y no observó el semáforo en rojo en el paso a nivel del tren carbonero, siendo embestido por el carguero y falleciendo en forma instantánea. En el tribunal lo estuvieron esperando hasta las 10.30 luego de lo cual dieron por cerrado el juicio en forma definitiva....


Carlos parado ahora en la acera frente a la entrada de la prisión de alta seguridad, la cual acaba de abandonar, termina de fumar su último cigarrillo, y piensa que está convertido en un hombre sin futuro, marcado por veinticinco años de su pasado.


Ahora de nada le sirve haber mantenido su condición física ni su lucidez mental. Es un hombre agobiado por el destino, y sin un sitio a donde ir….



FIN


22 de Noviembre de 2018 a las 23:07 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Alberto Suarez Villamizar Nací el 27 de enero de 1958 en la ciudad de Bucaramanga, Santander, Colombia. Cursé estudios de enseñanza media hasta finalizar en 1976, en Bucaramanga. Laboralmente estuve vinculado con empresas de ingeniería civil en construcción de vías, lo que me permitió conocer varias regiones del país. Escribo por hobby, y mi mayor satisfacción es que mis escritos lleguen a todas aquellas personas amantes de la lectura

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