Amelia Cristina Kuc Koyoc fue el nombre de una niña que conocí cuando cursaba los primeros años de la primaria. Era una niña muy estudiosa, tranquila y, por lo general, juguetona. Le gustaba jugar tanto con niñas como con niños. En una ocasión, cuando estaba en cuarto grado, me tocó sentarme junto con ella en uno de los entonces mesabancos.
La razón por la cual la incluyo como una musa fue gracias a un sueño que tuve, que comenzó con una historia que empezó con una boda, para después finalizar con un largo paseo por la playa, en el que me vi con traje de novio y todo, pero cargando entre mis brazos a tan semejante criatura. Ella se veía bastante contenta desde aquella posición, se veía muy hermosa con ese traje de novia blanco lleno de encajes bastante simétricos y amoldables a su figura. Y, desde entonces, no dejé de pensar en ella como una posibilidad, no sólo para hacerme amigo de ella, sino también para hacerla mi novia en aquel entonces.
Sinceramente, la recuerdo ahora como una ex compañera de salón con la cual conviví un par de veces. Desde que salí de la primaria, nunca jamás llegué a saber más de ella. Confieso que intenté rastrearla por internet, pero su nombre nunca apareció por ninguna parte, era como si nunca hubiese existido, o bien, a ella nunca le hubiera interesado utilizar una computadora, ni siquiera para conectarse y usar las redes sociales, que ahora andan muy de moda.
Desde este lado de mi escritorio, y por medio de estas líneas, quisiera desearle a Amelia mis más gratos saludos. No deseo verla muy pronto, pues no tendría caso, además, ella ya tiene su vida hecha, al igual que la mía.
Sin más que decir, eso es todo. Continúe leyendo esta lectura, no lo interrumpo más.
Gracias por leer!
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