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Javier C. Herrera


Perdí a mi hermano hace casi un año. Una misión salió mal y él desapareció. Lo declararon muerto después de unos meses de búsqueda. Pero yo no lo creo, algo me dice que aún sigue vivo y voy a seguir los mismos pasos que él hasta encontrarlo. Una prueba para entrar a un grupo de élite, un hermano perdido y la convicción de Lucian Sorio por encontrarlo son las tres razones que dan inicio a esta historia en la que Luc se verá enfrentado a la Prueba de la Legión y sus brutales y macabros métodos de selección, teniendo que superar muchos obstáculos antes de siquiera comenzar la verdadera búsqueda. El reencuentro con una persona de su pasado hacen emerger más obstáculos aún, pero no en las zonas de prueba, sino en su mente y en su corazón.


LGBT+ Sólo para mayores de 18.

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Prólogo

8 años atrás

El par de espaldas se alejaban rápidamente de Lucian mientras él trataba de alcanzarlos, corriendo lo más rápido que podía con las piernas de un niño de 10 años, pero no lograba igualarse a las rápidas y largas zancadas de su hermano mayor, Caelos, y las del mejor amigo de su hermano, Evandro. Sin embargo, podía oír la risa de ambos mientras el trataba de alcanzarlos. Luc sabía que no lo hacían por ser crueles; solo estaban jugando con él. Estaba seguro de que en cuanto se dieran cuenta que estaba muy lejos de ambos, ellos lo esperarían utilizando sus sonrisas socarronas en sus rostros.

Tanto Cael como Evan tenían 15 años. Ambos habían crecido juntos hasta que llegó Luc cuando Cael y Evan tenían 5 años, pero en ese entonces Lucian era demasiado pequeño para ser una molestia para el par de amigos, así que ellos seguían con sus juegos y vidas normales, como si Luc tan solo fuese una pequeña mancha sin importancia en sus vidas, pero cuando Luc comenzó a hablar y caminar, comenzaron a tomarlo en cuenta hasta que le permitieron jugar con ellos.

Luc había oído de algunos niños en la escuela que su relación con sus hermanos no era muy buena; peleaban y se molestaban sin parar hasta que sus padres los regañaran, pero Cael nunca fue malo con Luc. Al contrario, siempre le ayudaba cuando no entendía algo o jugaba con él cuando estaba aburrido. Lucian admiraba a su hermano mayor y era su mejor amigo. Y, claro, Evan también pertenecía a la familia como mejor amigo de Cael. Ambos no podían ser más distintos: donde Cael tenía el cabello castaño y ojos marrones —características que Luc compartía con su hermano mayor—, Evan tenía el cabello rubio y unos ojos tan azules que casi parecían violeta cuando la luz era la apropiada. La piel de Cael y Luc parecía tener un tono un poco pálido, mientras que Evan tenía un bronceado que hacía lucir su piel como de un dorado muy suave, lo que hacía resaltar sus ojos. Dos gotas completamente distintas, pero eran los mejores amigos.

Como Luc supuso, Evan miró sobre su hombro que era un poco más grueso que el de Cael y le hizo una seña a su hermano para que se detuvieran a esperar a Luc. Ambos habían crecido mucho cuando cumplieron quince años, aunque Evan parecía ser más alto que Cael por unos cuantos centímetros, por lo que igualar las zancadas de ambos era un trabajo sobrehumano para Luc.

Cuando los alcanzó, ambos chicos se dieron media vuelta para mirarlo con ojos amables y sus sonrisas engreídas. La luz del sol le daba en las espaldas a ambos, mientras que a Luc le daba de lleno en la cara, lo que solo le permitía ver las siluetas de Cael y Evan contra el atardecer que se cernía lentamente sobre la localidad de Androsia.

Al detenerse, Luc apoyó ambas manos en sus rodillas y se inclinó hacia delante tratando de recuperar el aliento. Su hermano y Evan rieron y él les dedicó una mirada ceñuda.

—La idea es que nos atrapes, hermanito —le dijo Cael sin ninguna pizca de burla en su voz—. Si nos detenemos para esperarte, entonces dónde está la diversión…

Sintió la mano de su hermano posarse sobre su cabeza y desordenarle el cabello de forma afectuosa. Luc se sonrojó cuando miró a Evan y notó una chispa de diversión en sus ojos al ver aquel pequeño gesto entre él y su hermano mayor.

Luc se irguió y sintió un poco de vergüenza al ver que apenas les llegaba al pecho a ambos.

—¿Estás mejor, enano? —preguntó Evan, utilizando el molesto sobrenombre que usaba con él, dado que era el más alto de los tres.

Lucian lo miró con cara de pocos amigos, pero asintió.

—Recuerda, tienes que comenzar a contar hasta diez después que hayamos comenzado a correr —le dijo Cael—. De lo contrario, te haría muy fácil atraparnos.

—¡¿Diez?! —se quejó Luc con su voz de soprano—. ¡Nunca podré alcanzarlos así! ¡Son mucho más altos que yo!

Lucian sentía unas ganas muy fuertes de cruzarse de brazos y hacer un puchero, pero sabía que si lo hacía solo se ganarías las risas de los dos grandotes que tenía frente a él.

—Si fuera menos, no sería un desafío —le explicó su hermano.

—Además —agregó Evan con una media sonrisa—, tú fuiste quién pidió jugar, enano.

—¿Estás listo? —preguntó Cael, levantando una ceja.

Luc suspiró enfurruñado, pero asintió.

—A la cuenta de tres, nosotros comenzamos a correr y tu empiezas a contar, ¿sí?

Luc volvió a asentir en dirección a su hermano.

Cael y Evan se dieron media vuelta y le dedicaron una última mirada a Luc antes de mirar hacia el frente.

—Uno —comenzó a contar Cael—, dos…, ¡tres!

Cael y Evan salieron a toda pastilla por el camino que llevaba a un parque que tenía un pequeño lago en medio perfectamente redondo. Luc empezó a contar y cuando llegó a diez, salió tras su hermano y Evan.

* * *

Nunca pudo alcanzarlos, por lo que los tres decidieron pasar el resto de la tarde haciendo saltar piedras en el pequeño lago, aunque Luc, si bien no entendía por completo, sintió un cambio en los ánimos de su hermano y de Evan. Le sonreían y bromeaban con él, pero había algo en los ojos de ambos que un niño de diez años jamás podría descifrar por sí solo: poco después sabría que se trataba de tristeza, el preludio a una melancolía que acompañaría a los tres por mucho tiempo.

—Luc —dijo su hermano mientras sostenía un guijarro en sus manos, pasándola de una mano a otra, como si lo estuviera sopesando. Luc lo miró y los mismos ojos marrones que él tenía lo miraron de vuelta. Su hermano le hizo gesto para que se acercara a él y le pasó el guijarro—. Anda —le dijo con una sonrisa alentadora—, tírala.

Luc asintió y posicionó el guijarro de forma correcta, con todas las fuerzas que pudo conjurar en su brazo derecho, arrojó el guijarro al agua y este dio cuatro rebotes antes de caer al agua definitivamente y hundirse en sus profundidades.

Cael emitió un silbido de admiración y Evan, que se había ubicado al otro lado de Luc, le dio un suave golpe en la espalda con su mano, y la dejó ahí por unos pocos segundos. Luc miró a su hermano y este le sonreía, luego miró a Evan y él tenía el mismo tipo de sonrisa en su rostro; era una sonrisa que jugaba entre el orgullo y la melancolía.

—Me temo que esta será la última vez que podremos jugar contigo, hermanito —le dijo Cael con voz baja.

Luc levantó la mirada al rostro de su hermano y lo miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué? —preguntó él.

—Evan y yo comenzaremos a entrenar para tomar la Prueba de la Legión.

Esas palabras fueron como un balde de agua fría para Lucian. Era pequeño aún, sí, pero incluso él había oído hablar de la Prueba de la Legión. Muchos niños admiraban a los Legionarios, mientras que los adultos los miraban con respeto y desconfianza en igual medida. Algunos los llamaban los mercenarios del mundo, mientras que otros simplemente los trataban de sicarios. Luc no sabía qué cosa creer, pero le sorprendía que tanto Cael como Evan querían participar en aquella Prueba. Las historias eran aterradoras y se decía que solo unos poco lograban convertirse en Legionarios.

¿Qué pasaría si su hermano no lo lograba? ¿Y qué pasaba si lo lograba? ¿Lo vería otra vez? ¿Sería la misma persona que ahora? ¿Sería un héroe o, como algunos dicen, solo un asesino a sueldo o un ladrón, un criminal? ¿Qué pensaban mamá y papá de todo esto?

—Ya hablamos con nuestros padres —dijo Evan como si estuviese leyendo sus pensamientos—. Los míos están de acuerdo, y los tuyos igual, enano. Entrenaremos hasta que cumplamos diecisiete y podamos postular a la Prueba.

Dos años

—¿Por qué? —volvió a preguntar, pero esta vez bajó su voz; no confiaba en que saliera lo suficientemente estable, porque la verdad era que estaba al borde de las lágrimas. Su hermano se iba a ir en dos años más y no sabía si lo volvería a ver.

Cael se agachó junto a él y lo miró a los ojos.

—Quiero ayudar a la gente, Luc. Podría unirme al ejército o algo así, pero no sería lo mismo. Hay gente que necesita ayuda más allá de nuestra ciudad, de nuestro país, y el ejército me limitaría demasiado, pero los Legionarios están donde se les necesita y les pagan muy bien por ello —esto último lo dijo con una chispa de picardía en sus ojos—. Además, podrás presumir que tu hermano mayor es un Legionario.

Cael rio. Luc trató de imitarlo, pero lo único que salió fue un sollozo antes de que las lágrimas corrieran libres por sus mejillas.

—No quiero que te vayas —le pidió entre lágrimas.

Y Cael, sin decir nada, lo tomó y lo abrazó con todas sus fuerzas.

—Volveré, hermanito —le dijo al oído sin dejar de abrazarlo.

—Pero ¿qué hay de Clarisa y Elina?

Ambos habían conseguido novias justo ese año. Sabía lo emocionado que habían estado cuando ambas chicas habían accedido a salir con ellos. Solo hablaron de ellas durante dos semanas cada vez que salían juntos a jugar o hacer cualquier otra cosa. Luc había comenzado a aburrirse de aquellas conversaciones, pero ahora echaría mano a cualquier recurso que había para hacer que su hermano se quedara.

Sin embargo, Cael volvió a reír.

Se alejó de él un poco para mirarlo a los ojos.

—Les dijimos nuestros planes a ambas, pero no estaban muy felices que digamos, así que rompieron con nosotros cuando se dieron cuenta que no podrían hacernos recapacitar nuestra decisión.

La esperanza se apagó otro poco más. Ya no había vuelta atrás para su hermano; lo iba a hacer. Iba a comenzar su entrenamiento y se iría a tomar la Prueba de la Legión.

—Te voy a extrañar —le dijo Luc con una voz tan pequeña que Cael casi ni lo oyó.

Cael no aguantó y abrazó a su hermano menor otra vez, mientras una solitaria lágrima abandonaba su ojo derecho.

—Aún falta para que me marche, aún no tengo diecisiete.

—Pero no va a ser lo mismo —le respondió Luc—. Te vas a concentrar en tu entrenamiento y yo no voy a poder estar contigo. Vas a estar en casa, pero al mismo tiempo no.

Cael no respondió, solo le dio un apretón más y lo dejó ir.

Lucian se quedó de pie ahí con la mirada algo perdida, hasta que sacudió levemente la cabeza y levantó la mirada.

—Creo… creo que me iré a casa —sentenció con un murmullo.

Cael sentía la pena en cada una de las palabras de su hermano menor.

—¿Estás seguro? —le preguntó.

—Sí.

Sin decir nada más, se dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección a las casas del barrio donde vivían. No obstante, antes de seguir con su camino, se dio media vuelta y miró a Evan. Él estaba de pie junto a Cael viendo cómo se marchaba, dejándolos atrás. Luc lo consideró un momento, hasta que se decidió: corrió hacia Evan y lo abrazó, envolviendo sus brazos alrededor de su cadera y pegando su cabeza al estómago duro del chico. Evan pareció quedarse inmóvil por un momento hasta que espabiló y le devolvió el abrazo a Luc. Después de todo, Evan también había sido como un hermano mayor.

Sin decir ni una palabra, levantó la mirada y miró directamente dentro de los ojos azules de Evan, notando que unas lágrimas habían comenzado a asomarse por la comisura de sus ojos. Luc le dedicó una pequeña sonrisa y lo dejó ir. Entonces, sin emitir ni el más mínimo sonido, se dio medio vuelta y se marchó.

* * *

—Luc te hizo dudar —dijo Evan mirando las aguas tranquilas de aquella laguna artificial.

Cael sonrió con tristeza.

—Es mi hermanito. Creo que es la única persona que puede hacerme dudar de mis acciones. —Cael guardó silencio mientras veía como el sol casi se escondía por completo detrás de los altos cerros—. Aún falta para que nos vayamos —dijo después de un rato, cuando el cielo solo conservaba el color damasco del sol—, pero siento que esta fue la verdadera despedida de mi hermano. De algún modo, él sabe que nada será como ahora, sabe que mi atención estará puesta en otro lado y no en él.

—Luc es inteligente —aportó Evan junto a su mejor amigo—. Sabe lo que implica entrenar para la Prueba, ¿qué niño no lo sabe? —Cael solo emitió un murmullo—. Oye —le dijo Evan dándole un pequeño empujón con su hombro—, va a estar bien. Además, Luc te admira como a nadie. Si esto significa mucho para ti, él lo va a comprender y no va a armar un alboroto porque no le prestas atención.

—Me da miedo que me admire tanto.

Evan frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Porque ¿qué pasaría si fallo? ¿Si no logro pasar la Prueba? No quiero decepcionar el corazón de mi hermano.

Evan emitió una risa y Cael miró a su amigo.

—¿Por qué te ríes? —le preguntó algo molesto.

—Si crees que Luc va a pensar menos de ti solo porque fallaste una Prueba, entonces no prestas tanta atención como creía. —Cael ladeó la cabeza hacia un lado, sin comprender completamente lo que su amigo le quería decir—. Luc te podría ver caer mil veces y seguiría pensando que eres el mejor ser humano que hay en el mundo. El hecho que falles no va a influir en nada.

Cael miró hacia el lago y caviló las palabras de su amigo durante un momento.

—Sí —dijo al fin con un hilo de voz—, supongo que tienes razón.

Evan le dio un golpe amistoso en la espalda con la palma de su mano y le dijo:

—No te preocupes, Cael. —Evan guardó silencio por un momento—. Recuerdo cuando descubriste que tu mamá estaba embarazada de Luc. Éramos pequeños, pero tú estabas tan celoso de él. No querías saber nada de él, ni cuando tu mamá sintió las primeras pataditas.

Cael bufó.

—Supongo que las cosas cambiaron más rápido de lo que pensé. Es mi hermano, nada puede cambiar eso. Y tampoco querría que fuera de otra forma. Él es la razón más grande por la que quiero tomar la Prueba; si así puedo protegerlo mejor y dejarle un mundo más tranquilo, estoy dispuesto a hacerlo.

* * *

Dos años después

Los dos años pasaron más rápido de lo que Luc quería. Sin darse cuenta, su hermano mayor ya tenía diecisiete años y, a través de esos dos años, lo vio cambiar drásticamente, no solo físicamente, sino que también psicológicamente y emocionalmente. Había desarrollado una musculatura bastante decente, al igual que Evan, quien ahora parecía mucho más enorme que hace dos años. Sin embargo, esos eran los cambios visibles, pero tras todo eso su mente había madurado mucho en dos años y apreciaba mucho más el tiempo que podía pasar con su familia. No era igual que antes: sus juegos habían acabado y esas tardes corriendo por el parque también habían llegado a su fin aquella tarde junto al estanque. Ya nada era igual, pero eso no quería decir que fuera malo. Luc comprendía lo mucho que significaba esto para su hermano, por lo que nunca trató de disuadirlo otra vez. Además, cuando lograba pasar tiempo con su hermano, él le hablaba de su entrenamiento que, según Luc, con doce años, pensaba que era una brutalidad, pero Cael parecía contento, así que nunca dio su opinión con respecto a eso.

Jamás pensó que esos pequeños momentos junto a su hermano serían los último que pasaría con él.

Cuando el día de la partida de Cael y Evan llegó, Luc luchó con todo lo que tenía contra las lágrimas que estaban amenazando con salir.

Al llegar al aeropuerto y comenzaron las despedidas, Luc sentía que su control comenzaba a cortarse hebra por hebra hasta que fue su turno. Solo bastó mirar a su hermano a los ojos para que las lágrimas se agolparan en sus ojos y corrieran por sus mejillas como corceles desbocados.

Cael lo abrazó con fuerza y podía sentir que él también estaba llorando.

—Cuando regrese, seré un Legionario, hermanito, y te enseñaré todo lo que aprenda.

Luc negó con la cabeza.

—No me importa si vuelves siendo un Legionario o no —respondió con la voz rota—, solo regresa, con eso me conformo.

Cael lo apretó un poco más fuerte y lo soltó, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas.

—Claro que regresaré —le dijo con una sonrisa torcida—, siendo un Legionario.

Cael tomó sus maletas y se fue donde estaba Evan esperándolo. Luc aún no podía creer que esa mole de músculo era Evan. No solo sus músculos habían crecido, sino que su estatura también había aumentado, lo que lo hacía resaltar fácilmente entre una multitud, además su cabello rubio no ayudaba mucho a que pasara desapercibido.

Lucian, siguiendo su instinto como lo había hecho hace dos años, se acercó a Evan y también le dio un abrazo y, esta vez, él no dudó en devolvérselo. Le molestaba que aún no podía llegarle siquiera al pecho, pero suponía que cuando se vieran otra vez, él habría crecido otros centímetros más. Solo quedaba esperar que Evan no siguiera creciendo.

—Regresen a salvo, ¿sí? —le pidió Luc.

—Está bien —fue todo lo que Evan respondió con un hilo de voz.

Luc se separó del grandote y lo miró, miró esos ojos azules tan profundos que siempre le habían llamado la atención. Había visto personas con ojos azules antes, pero nunca de un azul tan intenso. Era como ver el agua del mar en una noche de luna llena; brillantes y profundos, insondables como las aguas del océano. Cuando era más pequeño, esos ojos le habían llamado la atención y le causaban curiosidad, pero ahora le maravillaban. Algo en la percepción de ellos había cambiado, pero no podía decir qué.

Rápidamente despegó su mirada de la de Evan y miró a su hermano una última vez. Él lo miraba con una sonrisa que no auguraba nada bueno en lo que quería implicar con ella, pero Luc la ignoró y solo le sonrió de vuelta. Debía creer que ambos iban a volver. Debía creer que su hermano iba a regresar con ellos. Le había dado su palabra, y Cael jamás rompía con su palabra.

Luc se fue hacia donde estaban sus padres junto a los padres de Evan y los dos amigos se fueron hacia la zona de embarque, diciendo adiós con sus manos. Su mamá y su papá le pusieron las manos sobre sus hombros, Luc los miró y ambos sonreían, aunque podía ver la tristeza en sus ojos, pero también había confianza, confianza en la decisión que había tomado Cael, por lo que él tendría que confiar también.

No obstante, nunca imaginó que solo vería una vez más a su hermano después de su despedida.

Nunca imaginó que tres años después aparecería Evan en su puerta con su cabello rubio mucho más largo y llevando barba, con una expresión sombría en su rostro, explicándoles a él y a sus padres que Cael había desaparecido en medio de una misión y llevaban más de seis meses buscándolo sin éxito, por lo que la Legión lo había declarado como «caído en combate» con un despacho de licencia honorable.

Entonces, a la edad de quince años, una idea comenzó a formarse en la mente de Lucian. Una idea que desencadenaría demasiadas cosas que nunca pensó vivir, pero que jamás se arrepentiría de haberlas experimentado.

23 de Septiembre de 2018 a las 00:03 2 Reporte Insertar Seguir historia
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Nochan Gomez Nochan Gomez
Un primer capítulo apasionante.
September 24, 2018, 13:28

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