Como todas las parejas habituales, Daniel y Mauricio tenían problemas. Muchas veces, el señor Zárate tachaba a su pretendiente de ser celoso en extremo, y desde luego, nunca aceptaba los reproches que su enamorado le hacía. Daniel, por el contrario, no lo bajaba de ojo alegre y donjuán, todo ello, por el uso de la tecnología como medio alternativo para conocer personas o tener dates. Cada uno con su teoría respectiva, —perfectamente sustentada—, enfrentaba conflictos al compartir sus respectivos puntos de vista.
Por diferencias como la anterior, carentes de importancia en apariencia, este par terminaba distanciado por algunos días. Daniel sufría mucho por la ausencia de su amado, sin embargo, recordaba el motivo de separación y enfrentaba una sensación de tremendo enojo. “No dejaré que me vea la cara de estúpido. Mauricio piensa que me trago todos sus cuentos baratos: que no es él, que solo entra por curiosidad, que ′un amigo′ usaba esa plataforma, sí, como no.” Pensaba una y otra vez.
En la soledad de su habitación, con las persianas ligeramente abiertas, donde se reflejaba la luz tenue del sol casi oculto, Daniel, no paraba de llorar, puesto que le dolía lo que sucedía, por tal, escuchaba una canción:
Y es que yo,
amo la vida y amo el amor.
Soy un truhan, soy un señor,
algo bohemio y soñador.
Y es que yo,
amo la vida y amo el amor.
Soy un truhan, soy un señor,
y casi fiel en el amor.
Confieso que a veces soy cuerdo y a veces loco,
y amo así la vida y tomo de todo un poco,
me gustan las mujeres, me gusta el vino,
y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido.
Daniel imaginaba a Mauricio interpretando esa melodía, vistiendo un smoking, cantándole a un sinfín de “hombrecitos” —tipejos decía él, muy en el fondo—, que se encontraba “por ahí.” La pieza musical le quedaba idéntica, excepto cuando Julio Iglesias decía: “Me gustan las mujeres, me gusta el vino”, Daniel, automáticamente cambiaba en su mente la frase de las mujeres, por hombres.
Luego de casi 3 semanas de nulo contacto, Daniel buscó a Mauricio para tratar de arreglar su alejamiento. Entre las incoherencias que decía Mau, y el criterio sumamente ortodoxo de Daniel, finalmente llegaron a la reconciliación. Esa noche, después de 21 días, Daniel pudo dormir feliz y tranquilamente, pues el corazón había vuelto a latir.
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