El hombre de la naturaleza muerta Seguir historia

   Excavaba bajo el cielo y paredes de los árboles, un hoyo como trampa siniestra para sosegar mi desprecio por Abelino.

―Observa los tres senderos, elige―anuncié grotescamente. Abelino miró el bosque y meditó. Él temía que el lugar nos llevara al hombre de la naturaleza muerta, la leyenda que todos temían, excepto yo, pero el tartamudeo comenzó en él con voz atemorizada.

—El izquierdo —dijo.

—Los ocelotes no dan tregua —contesté intrigante.

— ¡El derecho! ¡quiero volver ahora!

—De tal camino comentan que hay espíritus—advertí, entretanto la piel de gallina de Abelino fue una certidumbre, agrandó sus ojos y sintió el horror de mis palabras.

—¿El camino céntrico? ¿Por qué no decides, Dante?

—Fue tu propósito -contesté cauteloso—tu decisión puede llevarnos a la muerte. ¿Tienes miedo? —Lo vi en su rostro; la represalia codiciada hacia el chico pelirrojo bastaría cuando el hoyo se convirtiese en el anzuelo.

—Es tu venganza, ¿cierto? — Había dicho la verdad.

—El único regreso es por este bosque seco—insistí—no existe tal leyenda - meneó la cabeza y asintió.

—Te seguiré— y mientras atravesábamos la arboleda esquelética, los pasos nos distanciaban y la tumba de Abelino se acercaba. ¡Yo estaba seguro!

—¡Dante! —Gritó a la deriva—quizás ya se había desplomado y corrí para contemplar la agonía de su cuerpo. En instante se aceleró mi corazón y el terror me conquistó.

—¡Abelino! —Clamé—y en la profundidad del bosque su voz se desvanecía como la luz de la tarde.

¡No había rastros del hoyo esa mañana! Abelino desapareció entonces y tal misterio ha atormentado mis días, tanto que jamás volvería por aquel camino.