A veces me la imagino. Imagino cómo luce, cómo camina. Me imagino su perfume. Imagino que huele a vainilla, muy dulce, pero sin empalagar.
Y digo “me la imagino” porque a pesar de saber casi todo sobre ella, nunca la he visto. La he oído, la he sentido, la he sufrido; incluso la he tocado. Pero nunca la he visto. Bueno, en persona. Porque en mi cabeza la veo, a veces, muchas veces. Camina, corre, duda y acierta; me controla y me altera. Me confunde, me entusiasma. Me apaga y me prende. Es simplemente ella. En mi cabeza: ella.
Me la imagino festiva. Me la imagino como mi complemento. Mi esperada y trillada media mitad. La imagino pequeña, de cabellos a medio aclarar, encantadora. Simple, natural, pero nunca descolorida; al contrario: llena de todo, exultante, espléndida. Es un arcoíris multiplicado por tres. O cuatro. Cautivadora. Ella. La imagino; abro los ojos y la desimagino. Los vuelvo a cerrar, a veces.
La reimagino y la proyecto en cuerpos al azar. ¿Será ella? ¿Cambió de forma? ¿Será que se aparece hoy? ¿Mañana? ¿Será que me descuidé y no la vi ayer?
La quiero ver, en persona. Y quiero que me impregne su esencia avainillada. La quiero ver para decirle todo lo que no me he atrevido a decirle ni siquiera en sueños. Ahhh... si supiera ella. Si supiera... La quiero ver. Ya. Ahora mismo. La quiero ver porque necesito que me hable, necesito que me diga: "Te busco todos los días. Yo también te he imaginado, a veces".
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