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Dos personas que coinciden en un mismo punto. No tenían planeado conocerse, ninguno tenía agendado encontrar la pieza de su rompecabeza, alguien tan opuesto y similar a la vez. Ella es ahora hija única con un corazón frágil pero bondadoso debido a la pérdida de un ser querido. Él, alguien que busca seguir un camino diferente y dejar de ser acechado por la sombra de su hermano. Vidas y caminos diferentes que interseccionan siempre en un mismo punto, cada día, a la misma hora y en el mismo tren. ¿Qué pasaría? ¿Lo llamarías destino?


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Capítulo Uno

—Hola mamá —apareció en el umbral en pijamas mientras se rascaba la cabeza con un bostezo. Su madre al mirarla, pensó que de esa manera aparentaba menos edad de la que tenía.

—Buen día Amy. Para hoy te puse tostadas y huevos, voy un poco apurada —indicó poniéndole el desayuno en un plato.

Su madre por el contrario iba vestida de manera muy formal, con saco ceñido al cuerpo. Lista para empezar el afán del día.

—Descuida. Igual luego del café no me da tanta hambre —de pronto su madre la miró nostálgica, aquellas palabras le traían dolorosos recuerdos —. No te preocupes, sabes que no tiene que ver con ese asunto.

Volviendo a colocar el plato en la encimera y aún algo afectada, Sharon se acercó a su hija. Trató de dibujar una sonrisa en su rostro y añadió:

—No puedes culparme...todo pasó muy rápido y... —le costaba un poco articular las palabras por un nudo que empezaba a alojarse en su garganta, suspiró—. ¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?

—Muy segura. Llegarías tarde al trabajo si lo haces, estaré bien. Además ésta fue mi decisión. Y debo hacerme responsable. Yo, por mi propia cuenta.

—Lo entiendo cariño y es un hermoso gesto de tu parte solo que a veces creo... —miró a otra parte buscando las palabras adecuadas—. No sé si deberías pasar por ello tu sola o si he tomado las decisiones correctas con respecto a...

—Mamá por favor —dijo Amy interrumpiéndola—.Ya hemos tenido esta conversación y creo que es mejor así, lo prefiero así. ¿Entiendes? Estoy bien —concluyó enfatizando en esta última palabra.

Sharon asintió sin más remedio que apoyar sus decisiones, sin embargo la observó detenidamente buscando aunque fuese un atisbo de duda en la mirada de su hija.

Amy era su primogénita y a consecuencia de los eventos pasados se había vuelto un tanto más protectora hacia ella, aún sabiendo que ya tenía la edad para cuidarse sola.

Tal vez ya había pasado un año desde que aquello sucedió pero las imágenes se reproducían en su mente una y otra vez, volviéndola débil y con el miedo reinando en su corazón. Sentía que Amy era su sustento y no podía hacerse a la idea de perderla también, después de todo solo eran ellas dos en la casa.

Con un último vistazo, aceptó que no había nada más que determinación en los ojos de su hija. Le dejó un beso como despedida para más tarde tomar su bolso y salir con apuro de casa.

Amy siguió a su madre hasta la sala de estar y pensó que no recordaba el momento en que habían caído en aquel círculo.

Esa misma charla surgía una y otra vez como si fuese un ritual aunque igual trataba de ser lo más paciente que podía con Sharon. Entendía su situación y sabía que por lo que han pasado ella y sus padres, era bastante complicado. Demasiado como para superarlo en tan solo un año, lo entendía perfectamente porque ella también lo sufría.

Daba la sensación de que la familia Stevens estaba sumergida en un estado de constante angustia y cada integrante se lamentaba de no haber podido hacer algo más para que las cosas fueran diferentes.

Amy soltó un largo suspiro y volvió a la cocina para terminar su desayuno mientras se preguntaba vagamente que usaría hoy.

Nunca demoraba demasiado buscando una prenda y esta vez no sería la excepción. Más tarde al abrir su armario lo primero que llamó su atención fue la cantidad de vestidos tendidos. Hasta hace poco solía llevarlos con frecuencia. Eran cómodos, de rápido acceso y además le sentaban bien. Pero frunció el ceño hacia ellos negando levemente con la cabeza.

—Hoy si que no va.

Finalmente optó por sus fiables jeans, una camiseta blanca acompañada de unos convers del mismo color. Tomó su mochila rucksack pero justo antes de salir por la puerta dejó un beso sobre dos de sus dedos y los acercó a una fotografía que permanecía sobre su gabinete.

La brisa fresca de Ashland la recibió tan solo salir al frente de la casa, el olor característico de la vegetación invadió por un momento sus fosas nasales y los rayos del sol caían cálidos sobre su piel pálida. Cerró sus ojos permitiéndose disfrutar un momento de ello.

Era muy temprano, sin embargo la mañana ya había comenzado para muchos. Amy vio algunos de sus vecinos paseándose con sus mascotas mientras que otros regaban el jardín o salían con una taza de café para conversar. También notó que algunos de ellos no eran tan conocidos, lo cual le extrañó lo suficiente para llamar su atención.

Era habitual que algunos visitantes de varios países fueran a pasarse una temporada de vacaciones por la ciudad y aunque ella tenía toda una vida viviendo allí, no podía negar que también quedaba prendada con las edificaciones de estilo victoriano.

El vecino de al lado salió en sus pijamas para recoger el periódico de aquella mañana. Al ver a Amy parada y con la puerta a medio cerrar, alzó la voz para que ella lo escuchara desde su casa:

—¿Va todo bien? —el hombre mayor entrecerró los ojos hacia la chica que se sobresaltó.

—Buen día Oliver —le saludó—. Solo me distraje un momento, es una bonita mañana.

El señor coincidió con ella y murmuró algo sobre el clima antes de volver a entrar a su casa. Sin más distracciones, Amy cerró la puerta tras sí.

Era una hermosa mañana para llevar a cabo su nueva meta. Entendía por qué su madre se preocupara de que fuera hasta allí, es difícil ser testigo de algo tan cruel como una enfermedad y eso era algo a lo que constantemente se exponía.

Pero no podía ser de otra forma.

Mientras hacía su camino hasta la parada del bus, pensó que estaba en una especie de deuda y que a pesar de que su corazón se partía en pedazos al intentar saldarla, no era ella la más afectada en ésta situación.

O eso era lo que se decía a sí misma para no perder la cabeza.


Cuando el chófer abrió las puertas del autobús, saludó rápidamente a Amy con un movimiento de cabeza. Tomó las monedas que ella le ofreció, y las guardó en una especie de lata.

—¿Qué tal Amy? —le saludó.

Siempre le hacía gracia que el hombre tuviera ese gran bigote, y que llevara uno de esos trajes azul oscuro, como en las películas.

—Señor Frank —le sonrió y se apresuró a subir, pues tras ella una pequeña fila esperaba para entrar.

Por lo general durante el recorrido se disponía a leer, sino era que se entretenía con el camino. Optó por sentarse junto a una señora de mediana edad.

El bus arrancó y pronto las conversaciones triviales que tenían personas conocidas entre sí, se vieron opacadas por un estallido de bullicios y risas. Amy levantó la vista para ver al grupo de jóvenes colegiales que iban uniformados de manera similar.

Parecían muy enérgicos para tan solo comenzar la mañana. Reían, hacían bromas y relataban historias algo escandalosas para la ocasión. Amy tardó poco en asegurar que debían ser más o menos de su edad. Aquella actitud despreocupada le robó una sonrisa y le hizo desear ponerse una de esas faldas, tener amigos para toda clase de cotilleos y no preocuparse por nada más que por la fiesta que se daría algún viernes.

Le pareció tan lejano el tiempo en que no tenía que preocuparse por nada más que tener su uniforme listo para un día de clases, los cotilleos en el pasillo antes de entrar al salón de clases o por la mirada de algún chico que le llamara la atención.

Ahora era una persona completamente diferente.

Sin embargo, deseaba tener eso. Sonreír sin un pesar o sin algo que le recordara que su vida... bueno, no era igual a la de esos chicos. ¡Si ni siquiera asistía a un colegio!

Apartando la vista para centrarse en sus cosas y dejar de pensar en cotilleos y tontas fiestas, abrió su mochila e hizo un recuento de los libros que tenía dentro. Los cuatro libros infantiles eran las piezas de más valor que llevaba consigo y no por la historia que contaban, sino por lo que haría con ellos.

Por unos momentos funcionó y logró despejarse un poco, sin embargo mientras abrazaba la mochila su mente empezó a divagar nuevamente en uno de sus recuerdos.

—¿Cómo que te vas? —recordó oír la duda en la voz de su amiga, el desconcierto era evidente en su rostro.

—Es la única opción que me queda —Amy mantenía la seriedad porque temía desmoronarse frente a su amiga y causar una escena en el colegio. Aunque a lo que más temía, era a no poder parar después de hacerlo.

—Pero podemos explicarles que sucede. ¿Los maestros lo saben? Y yo podría pasarte mis apuntes —Susan aún mantenía un aire divertido—. Luego te lo cobro, es lo de menos.

—Casi pierdo el año con tantas inasistencias y dudo que me den un trato especial por eso.

—Podemos intentarlo —dijo Susan poniéndose de pie—. Vamos.

Miró el pasillo que llevaba a la dirección pero Amy la tomó por el brazo antes de que empezara a caminar.

—No quiero.

Ambas permanecieron allí paradas en silencio, asimilando lo que eso significaba y lo que estaba por venir. Imaginando que su amistad iba a verse interrumpida por un tiempo. Tiempo que Susan insistía en saber.

—Pero, ¿vendrás al año siguiente, no? —la efervescencia de hace unos minutos había drenado su cuerpo y ahora estaba tan seria como Amy.

Una vez en la estación de trenes, bajaba por las escaleras eléctricas mientras veía como al pie de ésta, las personas se apresuraban a acercarse todo lo que podían a las vías con el fin de asegurar su puesto cuando llegara el tren.

«Oh, vaya...».

El suelo subterráneo empezó a vibrar bajo sus pies avisando la llegada de lo que todos esperaban, ahora se apresuraba ella también. Si tenía algo de suerte encontraría algún asiento disponible, y quizás hubiese sido así si tan solo las personas no apartaran su cuerpo con tanta facilidad mientras trataban de hacerse lugar hacia la gran maquinaria. No las culpó por ello, pensó. Pero tampoco vendría mal que fueran más sutiles.

Cuando por fin logró entrar, miró hacia ambos lados de los vagones por si veía algún asiento libre pero fue incapaz de conseguirlo, todos estaban ocupados. Con un resoplido, terminó por apoyarse cerca de uno de los ventanales del tren, sosteniéndose como podía y tratando de no chocar con los cuerpos de las demás personas.

Sin embargo, las escudriñaba con la mirada.

Miradas rápidas para que no se dieran cuenta de que extraña que trataba de adivinar sus vidas. Se preguntaba por qué razón estarían sufriendo en ese momento y qué los hacía felices. Amy iba preguntándose a sí misma durante todo el camino, en qué estarían pensando o cuáles eran sus preocupaciones. Había hecho de ésta práctica un hábito... Quizá un mal hábito.

Reprimió una sonrisa cuándo empezó a cuestionar si alguno de los hombres que iban de saco esa mañana, tenía una vida secreta como espía o quizás un payaso. En ese momento, supo que tenía que parar con sus teorías.

Sacó un pequeño reloj y verificó qué hora tenía. Era un diminuto reloj de bolsillo que su padre le había obsequiado una vez por su cumpleaños, pero por alguna razón se sintió extraña en ese momento, como si alguien estuviera siguiéndola de cerca. Un tanto inquieta miró alrededor, sin embargo todo seguía su curso y permanecía igual.

Fue entonces cuando se dio cuenta de aquel chico.

Recordando al grupo de jóvenes que vio más temprano en el bus, también parecía de su edad pero éste a diferencia de los otros y al igual que Amy, no llevaba un uniforme. De hecho, su aspecto era un poco desaliñado para asistir a una institución. De igual modo, Amy quedó demasiado distraída con los rizos rebeldes que caían sobre la frente del muchacho como para pensar en algo más, y no pudo reprimir el deseo de alborotar ese cabello, aunque de por sí ya lo estaba. Traía una de esas mochilas que iban colgadas del hombro y su postura era algo encorvada, a sus pies llevaba un paquete envuelto en papel kraft.

Aunque ella había decidido hace unos minutos detener su investigación con respecto a la vida de los presentes, se reabrió un nuevo caso para el chico.

«Seguro que no es un payaso. ¿Qué lleva ahí?, ¿Periódicos tal vez? Quizás sea un repartidor. O quizás sea un regalo, es un bonito papel para un regalo».

Todo aquello era muy entretenido para ella y le ayudaba a que el camino no se le hiciera tan largo como otras veces. Su nuevo material de estudio era el muchacho sin uniforme, eso también llamó su atención y revisó nuevamente su reloj.

«Debería estar en la escuela... Si es que va a una pero, ¿Por qué no iría a la escuela?».

Pensativa, arrugó un poco su frente tratando de buscar alguna explicación sobre el chico, porque era muy improbable que tuviese la misma razón que ella para no asistir a un instituto real.

No se fijó en que el mismo chico había levantado la mirada hacia ella, encontrándose con una muchacha que no paraba de mirarlo de forma muy extraña. Solo faltaba que se acercara y le pidiera el dinero que le debía, aunque no la había visto nunca.

Amy al darse cuenta de que él la miraba dudoso, abrió los ojos en sorpresa y con las mejillas ardiendo repentinamente, dio la vuelta hacia el ventanal que tenía detrás. Supo enseguida que lo que acababa de hacer era una total estupidez pero prefirió permanecer así el resto del camino, por si se le ocurría empeorar la situación y causarse más bochorno.

—Soy una tonta.. —se reprochó a sí misma en voz baja y con una mano sobre su rostro.

Los altavoces anunciaron la siguiente parada y sintiéndose aliviada de que fuera la suya, salió disparada en cuanto se abrieron las puertas.

15 de Junio de 2018 a las 17:55 2 Reporte Insertar Seguir historia
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Elza Amador Elza Amador
¡Hola! me gustó tu primer capítulo, me dejó intrigada. Lo único que me pareció extraño es que el narrador a veces relata en presente y otras en pasado.
July 04, 2018, 02:11

  • Galénica Stories Galénica Stories
    Hola Elza. Muchas gracias por tu comentario. Prometo tomar tu observación en cuenta y ser más cuidadosa con ello, gracias. July 04, 2018, 02:21
~

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