lumeazul Lume Azul

Kathleen Cole, de 20 años, vive en Londres con un sueño frustrado y muchas preguntas por resolver. Un día, Mike se mete en su cabeza y su mundo no vuelve a ser el mismo


Ficción adolescente Todo público.

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Jueves de mayo

Era un jueves de mayo y, a pesar de que la brisa británica ni helaba, ni resultaba agradable, Kath caminaba como quien busca refugiarse de una tormenta de arena. Acababa de salir del trabajo y ya notaba el cansancio arrastrado en sus párpados violetas de sueño y frío. Al torcer la esquina, un intenso olor a canela y vainilla bailó en sus pulmones, haciendo que su estómago rugiera rebelde por hambre.

- Muy buenas, Señora Williams – dijo sonriendo.

- Buenas tardes, Kathleen. ¿Quieres unas magdalenas? Están recién hechas.

La señora Williams era la propietaria de la cafetería situada en la planta baja del edificio donde vivía, y también su casera, a la que pagaba el día quince de cada mes una suma de dinero que bien merecía más chocolate gratis del que recibía.

- No, muchas gracias, aún tenemos las que nos subió anoche.

- No se merecen. Que tengas una buena tarde y saluda a Camira de mi parte.

- Lo haré - La chica le asintió carismática y la pastelera siguió con sus quehaceres-.


El ascensor tenía su propio ritual. Los botones tenían luces, pero solo estaban iluminados del uno al siete, del nueve al once estaban todos apagados y el doce parpadeaba a ritmo de música electrónica de la mala. Empezaba a chirriar en el tercer piso y en el séptimo iba un poco más lento, hasta llegar al noveno, que era donde Kath se bajaba día sí y día también.

Antes de abrir la puerta ya se escuchaba la voz de Camira y los acordes de su guitarra acústica. Kath giró la llave, pero estaba atascada, por lo que se vio obligada a gritar.

- ¡Ábreme, Cam! La llave no va- El sonido de su voz hacía eco en el pasillo. Parecía una película de miedo, pero más deprimente. Todo era verde botella y el suelo estaba polvoriento y lleno de arañazos-. ¡Camira!

- Buenas tardes, Kit-Kath -dijo la otra chica, abriendo la puerta-. Vas a tener que cambiar esa llave.

- Encima acabo de encontrarme con Wiwi -así era como llamaban a la Señora Williams, ya que no sabían su nombre de pila - y no se me ha ocurrido decirle nada de la llave. Por cierto, te manda saludos.

Kath se agachó y cargó en sus brazos a Alien, su gato negro, el culpable de que la anterior inquilina se fuera. Le daba "repelús", que era la palabra que usaba para no decir mal augurio. Kath estaba segura de que el gato no era la única razón, sino que ella tampoco le agradaba. Bien es cierto que era, a los ojos de muchos, una auténtica bruja.

Dejando a un lado la atracción que sentía por todo lo esotérico y su obsesión por los gatos negros, en su armario apenas había tonos que se salvaran de ir del blanco al negro, tenía miles de velas aromáticas y manías extrañas como la de no mirar a los cuervos a los ojos, coleccionar piedras de cuarzo y cubrir con fotos (en las que no salía ella) las paredes de su habitación. Al menos a Camira no le importaba nada de eso.

Verlas juntas era como apreciar la noche y el día. Camira venía de un clima cálido y una cultura diferente; era de piel exótica y de pelo negro azabache, liso y largo como una cascada de seda. Kath, sin embargo, poseía rasgos de hielo. Nació con un pelo níveo, que ahora maltrataba cada dos meses tiñéndolo de naranja albaricoque, sin dejar que le rozara más allá de sus hombros. Tenía los ojos azul cristalino y la mirada pendiente a todo pequeño detalle que se le cruzara.

Ambas hacían el mejor equipo que habían conocido jamás.

- ¿Has tenido mucho trabajo hoy? - Preguntó Camira ofreciéndole a Kath un refresco de cola y sentándose junto a ella en el sofá.

- Bastante, hoy no estaba Richard. No había muchos clientes, pero he tenido que etiquetar como un centenar de camisetas y encargarme del nuevo escaparatismo.

- No te quejes, no suena tan mal. ¿Dónde estaba Richard?

- Con Peter. Por lo visto, se les ha estropeado la ducha y esperaban al fontanero. Él puede escaparse, es el jefe.

- Imagina qué habrán hecho estos dos para que se les estropee la ducha.

Richard era una de las figuras más importantes para Kath. Era un jefe cuando le hacía falta dinero, un hermano mayor cuando necesitaba consejo, un padre cuando le hacía falta disciplina y un amigo cuando flaqueaba en risas. Este jefe de oro tenía treinta y nueve años y bien podía pasar por veinticinco. Era un ser bonito, que vestía con suéteres verdes y gafas de pasta. era el dueño de Londrecords, la tienda de discos de segunda mano y merchandising donde Kath atendía a aficionados y turistas desde hacía dos años. En ese entonces, solo tenía dieciocho y acababa de mudarse a la gran ciudad. Tenía sueños y ganas. Quería dedicarse a la fotografía, abrir su propio negocio y disfrutar de la vida. Pero las cosas no son siempre como queremos.

Lo primero que a Richard le llamó la atención de Kath, además de que presentara su currículum en papel celeste, fueron sus ojos. Tenía un gran talento para saber quién era especial, y Kath lo era. Sus ojos no eran solo unos ojos bonitos, sino que tenía la vida en ellos. Era como asomarse al océano y apreciar en la cara el viento insurrecto. Eran ojos pendientes e incansables. Richard no la vio como una bruja, sino como una gran fuente de magia. Tenía la certeza de que había algo mágico en su interior.


✶ ✶ ✶
Alien, con las patas encima su caja de cartón, tiraba con los dientes de la pulsera tobillera de Camira. A ella le parecía muy tierno, pero Kath estaba pensando en otra cosa. Tenía la mente anclada en algo que le concernía, algo que le pasaba más veces de la que le gustaría y a lo que no podía darle explicación.

- Cam, hoy ha vuelto a pasarme algo - Dijo con voz preocupada -. Sé que te agobio con este tema, pero hay veces que me descuadra.

- ¿Superpoderes otra vez? - Kath puso los ojos en blanco, pero asintió.

- Cuando Richard ha venido a darme las llaves de la tienda, he sabido que me iba a decir que no se quedaría hoy. Es como si le hubiera leído la mente o algo, lo he escuchado antes de que me hablara. Y no sé si son solo imaginaciones mías, pero sabes que contigo también me ha pasado. Hay algo que me encanta y me aterra a la vez sobre esto. No sé explicarlo.

Camira era la única que sabía lo que le pasaba a Kath, y la única cuya respuesta no sería que visitara un psiquiátrico. De hecho, no hizo mucho más que bromear con el tema y hacerle preguntas sobre las que sentía curiosidad como si le pasaba desde siempre o qué era lo que sentía.

- Supongo que es algo con lo que vas a tener que vivir - dijo -. A menos que quieras montar un negocio y forrarte, que es otra opción que yo veo viable. Imagina, "leemos la mente de su esposo: descubra si de verdad le pone los cuernos" - Frunció el ceño -. Si lo haces, dame créditos, ha sido idea mía.

Pero Kath no pensaba hacer nada con ello. Llevaba pasándole desde que era una niña, y ni siquiera le pasaba siempre, solo veces puntuales que no seguían ninguna regla. Era, por explicarlo de alguna manera, como si tuviera un sexto sentido. No es que leyera las mentes, sino que sabía cuando iban a contarle una noticia buena o una mala o si alguien estaba pensando mal sobre otra persona. También había leído pensamientos de sexo y se había destripado muchos regalos de cumpleaños con solo mirar a su madre a los ojos.

Desde luego que no tenía la intención de hacer nada al respecto, con tener a su amiga para desahogarse le sobraba. Sin embargo, Kath no tenía ni idea de lo mucho que eso influenciaría su vida, y no habría más que esperar al día siguiente.

25 de Mayo de 2018 a las 00:29 0 Reporte Insertar Seguir historia
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