juan-de-las-nieves Mj Gom

Asriel Jenkins es un afamado inspector de policía en Washigton que a lo largo de su trabajo a visto auténticos horrores. Especialmente en los últimos cuatro años donde un grupo específico de personas aparecen brutalmente asesinados. Tales son las barbaries cometidas que acabaron apodando al asesino; "La Bestia Nocturna" Para complicar más las cosas, en una noche lluviosa es raptado de su casa. Pero ¿que pasará cuando descubra que ese aterrador psicópata es una joven chica albina? Peor aún, cuando descubra que a sido llevado a una mansión en medio de la nada. No hay salida, no hay nada que lo ayude a poder huir. ¿Sobrevivirá? ¿luchará por su libertad? ¿O se dejará consumir por la tierna y dulce oscuridad?


Romance Suspenso romántico Sólo para mayores de 18.

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Capítulo 1: El inicio

Capítulo 1: El inicio.

Asriel Jenkins miraba con pena la foto de la actual víctima que yacía en un permanente sueño en la sala de autopsias. Tapada totalmente, con una desagradable sábana verde al que se había acostumbrado a ver por más de veinte años de servicio.

Hanna Madison, era así como se llamaba aquella mujer.

Es por estas cosas que llego a odiar mi trabajo.

El inspector se giró rápidamente mirando a la médico forense.

Olivia Warner. Una mujer de origen afroamericano, bastante mayor, casi incluso podría ser su madre. Tenía un cuerpo esbelto, con las caderas algo más anchas de lo que ella, como forense que era, sabía que no debía de tener. Su mirada negra, que tantos horrores habían visto denotaban un halo de cansancio, una vida dura que consistía en mucha fuerza de voluntad y un control sobre si misma feroz, sin embargo, supo conservar en aquellos ojos de carbón una mirada tan sabia, que pareciese que la diosa Atenea la hubiese ungido de sus conocimientos y pese a su trabajo, seguía manteniendo esa mirada amable y noble que tantos huecos se había echo en los corazones de los policías. Su cabello crespo que se supone que debía de ser tan negro como el onix se fue tiñendo con el tiempo de un suave manto grisáceo con unas cuantas canas que la buena señora Warner no pudo esconder con los tintes.

Asriel la miró con cariño, habían sido muchos años donde ambos trabajaron codo con codo para perseguir a auténticos criminales y enviarles a la cárcel, donde realmente debían de estar todas aquellas alimañas inhumanas que no tenían que vivir en la sociedad.

No eres la única —suspiró con desgano. —¿cómo pudieron torturarla de esa forma? —se interrogó a si mismo. Aún incrédulo ante las torturas a las que sometieron a aquella pobre mujer.

La Bestia Nocturna está empezando a ser un verdadero quebradero de cabeza —respondió la forense.

Vaya que si lo era, en menos de cuatro años se había labrado el nombre por la fuerza, en base a sus horrendos asesinatos. ¿Cuantos departamentos policiales habían tratado de dar caza a semejante asesino? ¿cuantas vidas se había llevado por delante? Peor aún, las que faltaban. Solo el demonio mismo podría haber creado a semejante monstruo. Sus asesinatos… cielo santo, en todos sus años de carrera, solo con ese monstruo sintió la necesidad de vomitar ante lo macabros que eran. Y cada día iba en aumento.

Hanna Madison había sido brutalmente asesinada, pero lo peor de todo, había sido raptada hacía ya un mes. Y evidentemente, durante dicha desaparición ella fue salvajemente torturada por La Bestia Nocturna. Aquel monstruo la fue quitando día a día la piel a tiras. La rasuró la cabellera, dejando así un repugnante cráneo teñido de rojo. Los ojos fueron seccionados de sus órbitas mientras la mujer ardía del dolor. Los dedos fueron cuidadosamente aplastados, no sin antes de haberla arrancado las uñas una a una, añadiéndola la suficiente anestesia para que no se desmayara del dolor. Los pechos fueron arrancados de cuajo, y eso era la parte más bonita. Lo peor parte de la llevó los genitales.

Dios… ¿que clase de mente enferma pudo haberla echo eso? —preguntó con un espanto atroz, aún sin llegar a creer lo que había sucedido.

Olivia lo comprendió a la perfección. Ni siquiera pudo hacer la prueba de violación de lo destrozado que tenía su órgano sexual. Cuando comenzó a hacer la autopsia se dio cuenta con horror que sus genitales habían sido totalmente arrancados. Con el temor aún latente comenzó con sus artilugios médicos a investigar, dándose cuenta de que, no solo había sido torturada viva, si no que además había sido brutalmente sodomizada con un objeto punzante. Algo extraño, tal vez por un bate lleno de pequeños clavos, fuera lo que fuera desgarró por completo sus paredes anales llevándola a una agonía indescriptible. Las astillas de madera junto a microfragmentos metálicos le confirmaron cuan terrible debió de ser su agonizante sesión de dolor. Faltaba por confirmarlo, pero era la sospecha más próxima. ¿Lo peor? Encontró larvas carcomiendo sus paredes intestinales.

Solo Dios sabía el tormento que debió de pasar aquella mujer. Durante veinticinco días y veinticinco noches tuvo que sufrir la humillación y la agonía de ser sometida a esas salvajes torturas.

La mujer fue encontrada de la manera más humillante posible, tirada por una calle sucia y sin luz. Empalada y sujeta a un mecanismo sencillo de polea donde al mínimo movimiento, la vara de hierro atravesaría con mayor fuerza la cavidad anal de aquella mujer. Era increíble, las calles más pobres de Washigton estaban dominadas por los yonkis, las prostitutas y los pandilleros y nadie, absolutamente nadie, pisó aquel desagradable antro de repugnante olor, ni tan siquiera los vagabundos más veteranos pasaban por allí. Aquel animal bañó a su víctima en una espesa capa de miel, esperando a que las moscas y cientos de otros insectos carnívoros junto a las ratas terminasen su trabajo. Y la pesadilla aún no había terminado ni para ella ni para los policías. A Hanna, cuando la encontraron todavía agonizaba, todavía respiraba con dificultad. Ni si quiera pudieron hacerla alguna pregunta, acabó muriendo en la ambulancia cuando la llevaron al hospital.

El apodo de La Bestia Nocturna le venía al pelo.

Ni Asriel, ni Olivia, ni el resto de los policías lograron comprender por que se había ensañado con Hanna Madison, la cual era una famosa embajadora social de un proyecto llamado; “Los niños de Dios” que básicamente era una asociación para niños huérfanos o que habían sido abandonados. ¿Que había de malo con eso? ¿que había echo esa mujer para merecer semejante calvario?

Sabía que los pensamientos de Asriel eran terribles pero; ¿no podría haber sido un pedófilo? ¿un proxeneta de menores tal vez? No, tenía que ser una mujer inocente que trabajaba muy duro para dar un buen hogar a esos niños de los que nadie se acordaba.

Descansa Jenkins, mañana será un día largo —dijo Olivia despertándolo del pequeño ensueño que había tenido el inspector dándole un suave apretón de hombros.

El hombre asintió débilmente, tenía el estómago demasiado revuelto como para poder comer algo decente. Suspiró para sus adentros, se conformaría con una simple tortilla con queso o algún que otra tortita de maíz en el bar de; “Dugneon Sally”. Dudaba que pudiera meter algo más en su vacío estómago sin que los recuerdos del cadáver de esa mujer junto a las fotos del modo en que fue torturada asaltasen en su mente como un pirata desalmado.

Hace mucho tiempo que no hago eso Olivia, pero estaría bien descansar algo. —respondió con una sonrisa rota.

Olivia no dijo nada, tan solo se quitó la bata blanca y la cambió por su abrigo rojo deportivo que tanto le protegían del frío invernal de Washington. Apagó las luces de la sala de autopsias no sin antes volver a meter a aquella víctima a la que finalmente había logrado encontrar algo de paz en la morgue.

¿Nos vamos?

Nos vamos —contestó el inspector con una suave sonrisa cuando Olivia ahuecó el brazo como si fueron los protagonistas de una película cómica de los hermanos Marx.

Ambos salieron del enorme edificio, al que un manto blanco había cubierto todos los ladrillos ante la infortuita y no tan inesperada llegada del invierno. El denso vaho que desprendieron los dos al respirar le indicaban a ambos que estarían muy probablemente a menos bajo cero. Aunque tampoco había que darle mucha importancia, ellos ya estaban acostumbrados. No era tampoco de extrañar si su estado hacía frontera con Canadá, del cual, calor no es que se molestara mucho en hacer acto de presencia.

Asriel acompañó a Olivia al aparcamiento del edificio y de allí se despidieron como si pertenecieran a la alocada familia de los Adams.

El hombre pegó un fuerte estornudo haciendo que resonara por todo el aparcamiento, del cual estaba casi vacío. Algún que otro compañero o jefe de oficina harían el turno de noche. Sin darle más vueltas, se metió en su Chevrolet Camaro azul marino que pedía con urgencia su ya merecida jubilación, cosa que, evidentemente Asriel ignoraba, como él decía; “Cuando se caiga a pedazos, me replantearé comprar otro coche” además, era el gran amor que le tenía a esa chatarra que le impedía hacerse con un coche nuevo. Parecía ser que en pleno siglo XXI, nadie fuese capaz de entender la increíble belleza de semejante carro azul que a tantas series policías inspiró en los años 60.

Se montó, encendió y el motor y se marchó del edificio en dirección al bar al que pensaba comer y tal vez, si tenía un poco de suerte, encontraría algo de compañía.

Miró incómodo el reloj de su móvil, marcaban las once menos cuarto. Si era sincero consigo mismo, maldecía aquella chatarra táctil. Quería de vuelta su viejo móvil Nokia 3310, bautizado como; “el indestructible”, ese que era irrompible, el que tantas veces se había caído al suelo y no le había pasado nada. Aquel móvil que podía usarlo como bala y podría matar de un “movilazo” a alguien. Y en especial, los chistes que se creaban entre sus compañeros de trabajo y sus bromas con; “soy el hombre más fuerte del mundo por qué logré romper un Nokia” Pero, por causas del destino, en mitad de una persecución policial a un ladrón, que acabó en un tiroteo en mitad de un supermercado chino, una de las balas acabó incrustándose en el móvil de Asriel.

Si, su amado móvil que tenía de diecisiete años le salvó la vida, recibiendo una bala que como resultado tendría que haber impactado en la pierna del inspector. Por fortuna suya no fue el caso.

Renegando con la cabeza, encendió el motor del coche y se fue del aparcamiento. Las luces, junto a los neones de los bares le daban cierta tranquilidad. Una extraña sensación hogareña invadía su corazón, era agradable pasear por aquellas conocidas calles de Olympia (la capital del estado de Washington). Aflojó la marcha de su coche cuando llegó al destino previsto. Aparcó en una acera sucia y mugrienta que daba paso a un callejón por donde las prostitutas solían rondar. Alzó la cabeza y miró hacia arriba.

Dugneon Sally”

Asriel miró desde el interior del coche aquel desconocido bar donde se hacían unas tortitas con miel que se iban del mundo. No lograba comprender por qué no tenía una popularidad merecida. Las tartas de lima estaban deliciosas, las tortitas lo mismo y en conjunto, unos donuts que el mismísimo Homer rompería la cuarta pared solo para devorarlos. Era el típico bar Americano, con las vidrieras similares a los escaparates de la tienda donde se podía ver todo lo que ocurría en su interior. Las luces doradas bañaban el interior del local dándole un fuerte contraste de calidez contra el clima invernal de Washington.

Observó con detenimiento el lugar en si mismo. Estaba bastante alejado de su zona residencial, al igual que de su trabajo, pero no le importó en absoluto. Seguramente, muchas personas se preguntarían; ¿por qué ir tan lejos? Más aún si era por ese tipo de comida simple y barata, cuando podía encontrar ese tipo de mini-restaurantes a dos manzanas de su casa. En gran parte, por que era ese mismo bar donde solía ir a estudiar para convertirse en policía, pero últimamente lo frecuentaba más, y el motivo era muy simple.

La camarera del bar.

Solo Dios sabía la paz y la tranquilidad que le daba su presencia. La chica era amable y cordial con él, y siempre que el bar estaba medio vacío, donde los únicos clientes que habían eran ellos dos junto al cajero que siempre estaba durmiendo, se ponían a charlar. Podían ser de diversos temas, daba igual cuales fueran. El intercambio de opiniones, pese a que no fueran los mismos que los suyos lograban darle una calma que hacía mucho tiempo que no sentía. Su comicidad, al igual que su recurrente sarcasmo lograba hacerle olvidar las atrocidades que veía día a día.

Al igual que su aspecto.

La primera vez que la vio se quedó asombrado, casi paralizado, por un momento llegó a creer que era un ente sobrenatural o algún tipo de extraña alucinación del cansancio o del estrés del trabajo, sin embargo no fue así. Era real, era de verdad.

Podéis imaginaros su primera impresión al ver por primera vez a aquella camarera. Había muchas cosas que podía recordar con particularidad. Era una rara avis, una águila imperial en medio de vulgares gorriones y palomas. Por ello, era imposible que pasara desapercibida. Su piel era tan pálida como la nieve que caía con intensidad por las calles de Washington. Impoluta, acendrada. Se notaba que la chica sabía como cuidar su delicada dermis. Tenía una complexión delgada y elegante y unas facciones indudablemente hermosas que llamaban la atención. Era sin dudas una belleza exótica, aunque en esa sociedad hipócrita, pobre y sin fundamentos, dudaba mucho que la gente de alrededor fuera capaz de admirar tal belleza. Tal vez tendría el gusto perdido o simplemente ya era viejo como para reconocer las modelos que reinaban las pasarelas con sus llamativas facciones. Pero ella… era tan sencilla que llamaba la atención.

Principal razón por la que trabaja por las noches. Por norma, solía llevar el pelo recogido en un moño y una visera que tapaba su pelo. Siempre iba tapada, con camisetas de cuello alto y con unos guantes de látex. La primera vez que la vio con ellos pensó que tenía misofobia o cualquier tipo de miedo extremo hacia la suciedad, pero en un pequeño lapso de tiempo en el que ella se quitaba los guantes pudo divisar ciertas hendiduras rosadas en sus manos, y no eran propios de un accidente laboral o que fueran de nacimiento, más bien habían sido echos a propósito. Probablemente algún degenerado se lo hubiese echo a modo de burla por ser de ese tono extremo de piel blanca o quizás, un acto de celos por ser poseedora de tal belleza. Se sentía irremediablemente curioso por ella, en parte por que siempre llevaba unas gruesas capas de sol pese a que era de noche y trabajaba en el aquel bar. Era una lástima, le habría gustado ver su mirada. Aunque tampoco la culpaba, lo que era raro, extrañamente maravilloso siempre llamaba la atención, y con ello, la mayoría de las veces iba encaminado al rechazo.

Él comprendía perfectamente lo que era desear ser invisible.

Esa fue una de las principales razones por la que decidió frecuentar con mayor intensidad ese bar.

Abrió la puerta del coche y como saludo al clima propio de Olympia recibió una fuerte brisa con un ligero granizo que daba la falsa sensación de que le cortaba la piel.

Con el frío calándose en sus huesos, entró rápidamente al bar, recibiendo una oleada de calor que llegó a todo su cuerpo. Lo agradeció como una persona quien recibe un trago de agua por los lugareños del desierto del Sáhara. Aunque podía apostar que el brusco cambio de temperatura no sería muy bueno para su salud.

La campanilla que había en la parte de arriba sonó con un suave tintineo de cascabeles y en silencioso cierre automático de la puerta para que no hiciera ningún estruendo.

No estaba esa camarera dulce y simpática. Solo estaba el cajero que dormía plácidamente sin inmutarse ni un pelo. Más de una vez llegó a pensar si ese chico era la reencarnación de un gato. Tampoco le importó, sabía que la chica vendría de un momento para otro, más aún cuando el sonido de cascabeles eran suficientemente fuerte para escucharse por todo el local.

Se sentó en las sillas de maderas con el típico tapizado de cuadros rojos y blancos y esperó. No pasaron más de dos minutos cuando una cortina de macarrones de plástico se hizo a un lado dejando aparecer a la integrante que apartó aquellos ridículos hilos cutres del siglo pasado.

Buenas noches, bienvenido a Dugneon Sally, ¿en que puedo…? —la camarera cortó su saludo/bostezo cuando vio al hombre que la esperaba.

¡Jenkins! ¡que alegría verle por aquí de nuevo! —exclamó con una creciente sonrisa, mientras sacaba una pequeña libreta de anillas y el bolígrafo azul que tenía en su oreja.

Asriel se sintió feliz de tener ese recibimiento, sabía que las propinas que dejaba eran bastante buenas si tenía en consideración las que solían dejarle la mayoría de los clientes –que no llegaban a ser más de diez–pero era más que consciente de que su incipiente alegría venía más por la presencia del inspector de policía que por el dinero que dejaba.

No me lo digas, tortitas de maíz de los cultivos de Pocahontas, tortilla revuelta con el único e inigualable queso barato del supermercado y un trozo de tarta de lima traída de los espléndidos campos de una huerta alquilada con un poco de... ¡asucá!—bromeó imitando al acento cubano, haciendo que Asriel sacara una suave sonrisa.

Me temo que soy bastante simple Cat —respondió con tranquilidad.

No diga eso, si supiera la cantidad de ratas hormonadas, fruto de la relación incestuosa entre dos iguanas con retraso mental que entran por aquí, comprendería lo disfrutable que es su compañía —reprendió con comicidad la muchacha.

El inspector se permitió el lujo de soltar una suave risa al escuchar el modo en que se había referido a los clásicos clientes problemáticos. Puede, que fuese la principal razón por el que le gustaba estar en ese bar tan sencillo y simple. Era silencioso, y tenía a una camarera amable y cariñosa que sabía como hacerle reír y de paso, saciaba su curiosidad por aquella extraña chica.

¿Eso es todo señor Jenkins? —preguntó la chica.—¿quiere al más? ¿lágrimas de unicornio? ¿cola de dragón? ¿un poco de cerumen verde de gnomo? ¿lechón especial de Heracles? —Cat se inclinó hacia su oído, casi como si fuera a contarle un secreto —por lo que sé, tiene un poco de sal negra corrupta de los políticos, e oído que es todo un manjar.

El inspector no pudo evitar remitir una sonora carcajada, en especial por la expresión divertida y elocuente de la chiquilla.

No, gracias, prefiero abstenerme de esa clase de ladrones.

Cat sonrió de lado.

¿Sabe? La próxima vez que me encuentre a un político le pediré amablemente con un cuchillo jamonero apuntándole al cuello que me de su cartera. Estoy segura, que será tan amable que lo dará por voluntad propia. —Cat miró al techo laminado del local —aunque eso se consideraría robo ¿verdad?

Asriel se quedó pensativo. Hombre, la idea de coger prestado sin garantía de devolución una cartera de un político y no recibir las consecuencias era algo que lo veía un poco lejos de la realidad. Sin embargo, había otra verdad aún mayor.

Creo que la gente no lo consideraría un robo —dijo el inspector —sería reembolsar el dinero que te han quitado.

La camarera lo miró por unos segundos, algo sorprendida de que fuera el quien hubiese hecho semejante comentario recurrente e ingenioso. Ante aquellas palabras bien escogidas, la chica no tardó en proferir una sonora carcajada.

Cierto, muy cierto —dijo entre risas quitándose las lagrimillas que salían de sus ojos. Aunque esa acción se cambió por completo cuando vio que no había cierta persona trabajando.

¡Henry! ¡mueve tu real trasero! —vociferó una segura Cat, al joven chico que literalmente se cayó al suelo al escuchar semejante alarido que haría temblar al más valiente. —¿que ocurre cariño, tuviste un mal sueño? —sermoneó con un falso cariño.

¿Qué? ¿pero qué ocurre? —preguntó el joven chico que había pasado la adolescencia, aunque no la pubertad. Aún conservaba en su cara una ingente cantidad de granos al que muchos lo apodarían cariñosamente; “Cara de arroz”

No mi amor, solo que me resulta sorprendente tu capacidad de cobrar por dormir —ironizó sin piedad la chica de la blanca piel.

El chico se quitó la babilla que se le había caído de la boca, enderezándose y asintiendo avergonzado al darse cuenta de su grave error.

Perdón, no volverá a suceder. —se disculpó Henry, provocando así que Asriel sonriera para si mismo al ver la fuerte personalidad de Cat.

La chica rodó los ojos, si claro ¿cuantas veces había escuchado eso? ¿cuantas veces ella misma había dicho esas palabras? Cat sonrió de lado dándole a modo de respuesta una suave colleja a su compañero de trabajo.

Ahora enseguida vendré con el pedido señor Jenkins

Asriel no contestó, se limitó a admirar la figura de Cat desapareciendo en la cortina de macarrones cutres del siglo pasado. Pese haber desaparecido como la estela de una estrella se quedó admirando fíjamente el lugar por donde había echo su aparición al igual que su desaparición.

Ah, como era la inocencia de la juventud, la flor de la vida, antes de que comenzasen a marchitarse ante las ventiscas de la vida, antes de que llegasen los granizos de la decepción, antes de que llegasen los diluvios del dolor.

El inspector de policía se estaba volviendo demasiado pesimista. Sabía que no era lo mejor, menos aún cuando se estaba llevando el trabajo a casa. No podía evitar recordar una y otra vez la terrible estela de destrucción masiva que había dejado La Bestia Nocturna, admitir que realmente le estaba afectando a un veterano como él aquellos asesinatos. Los actos de crueldad plasmados en la carne de sus víctimas, los atentados que acometía contra las almas de aquellos pobres desgraciados. Una y otra vez aparecieron en su cabeza las grotescas imágenes de aquellos asesinatos.

Tenía que tranquilizarse.

Asriel se levantó de su asiento y se fue a los baños del local delante de un somnoliento Henry. Entró sin compromisos. El lugar era limpio, tal vez viejo, muy gastado, pero limpio. Un lugar decente sin que uno sintiera la nauseabunda necesidad de vomitar. El espejo del baño se había abrazado al paso del tiempo, dejando tras de si manchas negras que se asemejaban a las constelaciones. Las baldosas del baño estaban ligeramente agrietadas, pero brillantes. Los lavabos eran bastante antiguos, tal vez de los años ochenta. Y el único lava manos estaba lo suficientemente viejo como para saber que un fuerte golpe daría resultado a la fragmentación masiva de este. El jabón de manos era un simple bloque de detergente con el que podrías hacerlo pasar por un buen ladrillo. Las luces, de vez en cuando cedían a apagarse, pero por norma se mantenían tenues. Lo suficiente como para no estamparse contra la pared.

El hombre abrió el grifo y dejó correr el agua, se dejó deleitar por el sonido que emanaba, muy similar al riachuelo que corría por la casa de campo donde pasó gran parte de su niñez. Comenzó a enjabonarse las manos en el agua fría del lavabo. Se miró al espejo fijamente. Casi como si se estuviera viendo al “yo” del pasado.

Tenía cuarenta y dos años y su rostro había comenzado a arrugarse antes de tiempo, su trabajo lo había consumido más de lo que debería. Las bolsas de las ojeras eran el incipiente de un necesario y merecido descanso. La piel había empezado a adherirse con demasiada rapidez a sus huesos. Su pelo negro había perdido fuerza y con ello unas crecientes canas se habían asentado a modo de protesta. Y sus ojos, aquellos ojos azules jamás cambiarían, pese a ver auténticos horrores seguían manteniendo ese brillo inexpugnable que tanto lo caracterizó y al que tantas chicas hizo suspirar.

Fueron buenos tiempos.

Enjabonó sus manos, dejando entrever todas las venas y sus tendones, la perfecta anatomía que a tantos pintores les costaba dibujar. Pareciera que luchaban por salirse de su piel. Cuanto había cambiado, cuan grande habían sido sus drásticos cambios desde aquel fatídico día. Todo ese fuego…

Ese maldito fuego.

Cuando terminó de serenarse y cobrar algo más de estabilidad mental se alejó de los lavabos, cerrando tras de si la puerta. Pasó de largo, delante de aquel cajero vago que debía de ser un pariente lejano de las marmotas al ver que seguía durmiendo plácidamente.

Ahí estaba de nuevo la camarera Cat con una bandeja redonda propios de los camareros donde dejaba con diligencia los pedidos de Asriel.

¿Hay algo que perturbe su mente? —preguntó Cat mientras vertía zumo de naranja en el vaso del inspector.

La mirada del hombre desprendía cariño. De alguna extraña forma, Cat logró lo impensable. Logró que Asriel se sintiera como en casa, que pudiera dar un punto muerto a su trabajo, que dejara de pensar incansablemente hasta llegar al agotamiento.

Trabajo —respondió escuetamente mientras se sentaba en la silla. No quería contar a aquella chica lo que había visto. Más allá de que fuera confidencial, era por el simple echo de no querer perturbar a aquella joven muchacha. Era mejor que no supiera cuan terrible era la humanidad y sus integrantes.

La chica lo miró con atención, dejando que su bandeja se quedara debajo de su brazo.

Debe de ser algo terrible para que traiga esa cara de horror señor Jenkins —comentó Cat quedándose de pie.

Nada que valga la pena mencionar, no te preocupes. —añadió con una complaciente sonrisa.

Cat no pareció convencida, sabía muy bien que aquella declaración, junto con las vacías palabras que había de por medio la indicaban que de; “no pasa nada” era literalmente; “estoy jodido”. Sin embargo, optó por no decir nada. No quiso presionar.

Sea lo que sea, si necesita desahogarse, aunque sea absurdo, no dude en decírmelo —dijo la chica, haciendo que la carga que portaba Asriel se desvaneciera con lentitud.

El hombre la miró y la sonrió. Tal vez, con algunas mentiras tapadas lo haría, pero por el momento optó por no hacerlo. Estaba a punto de contestar aquella joven chica cuando la puerta se abrió dejando entrever a un grupo de chicos. Y por las pintas que llevaban, la calma y la paz del lugar desaparecerían de inmediato. Más aún, cuando pudo ver como la mandíbula de la chica se tensaba enormemente, y las facciones alegres y suaves se transformaron en unas duras y frías.

Que le aproveche señor Jenkins —susurró Cat.

Sin embargo, Asriel pudo notar cuan distante se había convertido su voz, un muro de hielo frío se hizo con las palabras. Pudo notar que estaba tensa, y más aún cuando el inspector miró a ese grupo de cinco chicos de reojo, eran de diversas edades. El más mayor de todos rondaría los treinta, mientras que el resto del grupo no llegarían a los veinticinco.

Contempló con discreción sus ropas, y sus rostros. Tenían muchas cicatrices y por el acento sopesó que eran una banda callejera, por sus rasgos juzgó correctamente al sospechar que eran de algun grupo de los Latin Kings que se estaban tomando un descanso, todo eso podía estar bien, no pasaba nada por ello. Si, podrían traer problemas pero; ¿cual era el motivo por el que el mismísimo cajero dormilón se hubiese despertado y tuviera los ojos abiertos como platos? Asriel miró por las cinturas de los chicos, y comprendió el por qué.

Llevaban pistolas.

Era por eso que odiaba la segunda enmienda de la constitución. Cualquier imbécil podría llevar las armas que quisiera y lo peor es que tenía inmunidad absoluta. No podía luchar contra ellos. Como todo, ese tipo de ley tenía sus ventajas y sus desventajas. Pero en la mayoría de los casos, era un total desmadre. Y uno de los motivos por el que tenía ese pensamiento, era el que tenían ahora.

De ahí que Cat se sintiera tensa ante la aparición de aquellos chicos.

Buenas noches y bienvenidos a “Dugneon Sally” ¿que desean comer?

La voz de Cat sonó como un disco rayado. Un aburrimiento total e incluso un tono que rozaba el desprecio. Lo cual, bajo las circunstancias en las que se encontraba no era muy conveniente usar ese tono de voz.

Oya guapa, controla esa lengua o te la tendremos que cortar —dijo al más joven a modo de burla, que muy probablemente rondara los veinte años y cuya amenaza distaba de ser falsa.

Buenas noches y bienvenidos a “Dugneon Sally” ¿que desean comer? —volvió a repetir con el mismo tono de voz que usó con anterioridad.

Asriel renegaba con la cabeza para si mismo. No, no, no, ella no debería estar usando ese tono, por el bien de esa chica no la convenía. ¡Sobre todo cuando tenían armas! Confrontar a una banda no era bueno, nunca era bueno. Siempre pasaba algo, y a esa chica estaba seguro que la harían la vida imposible si seguía con esa actitud ácida y condescendiente.

Los chicos rieron suavemente.

Y eso era muy, pero que muy malo.

Vaya, pero que boquita tienes ¿y si me comes la polla y aprendes un poco de respeto? —se burló el más mayor, al que le resultó totalmente repugnante.

¿Tú? ¿hombre? Joder, la genética es asombrosa, y pensar yo que simplemente eras un mono transexual sin cerebro que sabía hablar.

Asriel no tuvo contemplación alguna de ponerse la mano contra la frente.

¡Serás zorra! —bramó con rabia uno de los chicos, de los que tenía un tatuaje de dos cuchillos cruzados en la mejilla.

Sin embargo, aquello que podía haber ido a peor fue inmediatamente calmado por el más mayor de todos, al que pareció haberle echo gracia la respuesta de la camarera.

Hay que tener los cojones bien puestos para decir eso Juan, un poco de respeto a la dama —añadió mientras lo paraba con el brazo.

Cat siguió inmutable, con la misma expresión de aburrimiento que parecía un rostro esculpido por los antiguos griegos pese a que mucho no podía ver a causa de las gruesas gafas de sol que llevaba puestas. Y había algo en lo que él estaba de acuerdo con uno de aquellos sujetos de tan “ávida” paciencia.

Cat tenía muchas agallas. Tal vez demasiadas.

Buenas noches y bienvenidos a “Dugneon Sally” ¿que desean comer? —volvió a preguntar por tercera vez y como no, con el mismo tono de voz que usó anteriormente.

Aquel grupo hicieron sus respectivos pedidos mientras que Cat apuntaba diligentemente los platos que deseaban. Por el momento todo estaba bien, y parecía que no habría ningún percance. Sin embargo, la atenta mirada de Asriel junto con su instinto desarrollado durante más de veinte años le advertía con insistencia que la paz y la tranquilidad estaba muy lejos de aparecer. La tensión era más que palpable, una mala sensación tenía el inspector hacia uno de los integrantes de aquel grupo. Miró de reojo, era le primero que le habló a la camarera. La estaba mirando mucho.

Demasiado.

Y lo que era peor, era la forma en la que la miraba. Una mezcla de odio, rabia y sobre todo, una mirada obscena. Lo cual, aquello último no era bueno. Asriel tocó de manera instintiva la guantera de su pistola. Por mera precaución. No estaba del todo seguro si ese hombre sería capaz de aguantar el muy probable rechazo de la chica blanca. Y estaba aseguro que ese chico no aceptaba un no por respuesta.

¿Habeís visto su piel? Es completamente blanca —susurró uno de ellos con asombro al ver la tez pálida de la cara-lo único que se dejo ver- cuando Cat se fue del salón

Joder que sí, copito de nieve la vamos a llamar,—rió con mofa— ¿habéis visto lo buena que está? Yo me la follaba todo el puto día.

Unas repulsivas risas recorrieron cada rincón del local, haciendo que Asriel re revolviera sobre si mismo de la vergüenza y la rabia ajena que le daban aquellos individuos. En especial por la forma baja y vulgar con la que se referían a Cat, como si solo fuese un vulgar trozo de carne al que poder follar. Como si solo valiera únicamente su cuerpo.

Patético.

Oye tío ¿ y si nos turnamos para follarla? Piénsalo, un gangbang familiar Miguel, Adrés, Juan, Antonio y tú—rió con soltura dirigiéndose al que evidentemente, era su tío.

Asriel trataba de controlarse así mismo, trataba de hacerlo. Habían sido muchos años escuchando a pedófilos echar la culpa a niñas de tres años diciendo que ella eran las culpables por haberlos seducido. Cientos de violadores en serie alegando que ella se lo habían buscado. Y ahora… ahora esto, la furia hervía por la sangre del policía, un punto de ebullición donde el vesubio se quedaba corto al lado del inspector. Si ellos vieron que él había visto, si hubieran visto el modo en las almas de esas personas acaban rotas y desamparadas. Como fantasmas que vagaban en una mansión esperando a tener su merecido descanso tras largos años de tormento. Cascarones de carne sin alma, sin voluntad de vivir.

Y ellos se reían de eso, se reían de como podrían tener sexo con ella, del cual, obviamente Cat rechazaría. Por el momento, se mantendría callado, haría que no escuchaba nada. Pero cuando tuviera que actuar, lo haría. En especial con la lengua afilada de la camarera, era más que evidente que aquella mujer era indomable. Cosa que, por alguna razón le agradó enormemente.

El inspector miró al cajero que supo mantener la cabeza fría pese a lo tensa que era las circunstancias. Y muy bien sabía que aquel aparato táctil con el que estaba, no era el de estar jugando a un juego, especialmente en la posición en la que se encontraba.

Está grabándolos” se sorprendió ante el movimiento inteligente del joven chico “muy listo

Cat llegó con su bandeja y comenzó a dejar todos los pedidos de aquellos burros con profesionalidad, sin inmutarse por las miradas que le lanzaban.

Oye nena, ¿por qué siempre llevas gafas? —preguntó aquel tal Juan.

Cat lo ignoró por completo, pasó de él como quien pasa de la mierda.

Oye, ¿por qué no le contestas? —habló Miguel haciendo que el tío de estos no tuviera reparos en emitir una desagradable sonrisa.

Una vez más, no recibieron nada. Solo el rechazo silencioso de la bella camarera y sin dudas, aquello era peor que mil insultos.

Asriel medio sonrió al ver que el silencio de la camarera era su única respuesta. De echo, si existiera un concurso de como ignorar a una persona, Cat habría ganado todos los puestos. No pudo evitar sentirse orgulloso de ver como aquella chica, a sabiendas de con quiénes estaba tratando seguía comportándose de una manera orgullosa y pragmática. Hercúlea y tenaz como ella sola, sin inmutarse ante aquellos desagradables comentarios y lo que era mejor, denotaba un poder absoluto ante la situación. Algo que, aquellos tipos se dieron cuenta y evidentemente se molestaron.

¡Joder, que desagradable que eres! ¡necesitas un buen polvo!

Cat comenzó a servirles el café que pidieron, dejando que el humo de la tetera vieja y oxidada saliera como los rastros de la humareda de un dragón tras haber lanzado una llamarada de fuego.

Y “sin querer” pero queriendo, Cat vertió de aquel caliente café al famoso Juan, recibiendo un alarido por el dolor del agua caliente quemando su piel.

¡Hay, lo siento! Fue sin querer —dijo la chica con una sonrisa más falsa que el; “yo os prometo” de un político.

Y la cosa no terminó ahí, Cat, haciéndose la desentendida “sin querer” en un supuesto acto de despiste se giró y acabó rociando a todos con el café de la tetera hirviendo.

Parecía que esa noche todo iba a arder.

El grupo de maleantes se levantaron y uno de ellos estuvo a punto de sacar su pistola. Asriel estuvo a punto de hacer los mismo si no fuera por que el mayor de ellos -el tío- paró a Miguel con el brazo. Cuando dicha acción fue finalizada, Asriel alejó su mano de su pistola.

Por una vez en su vida, Cat debía de callarse. Tenía que permanecer en silencio, darse cuenta de la gravedad de la situación y que, evidentemente, lo mejor era cerrar la boca en ese momento. Sin embargo, sus profundos deseos por el bienestar de la chica no fueron escuchados por el orgullo de la mujer.

¡Admítelo! ¡lo hicistes a posta! —recriminó Juan mirándola con un profundo odio.

Cat, lo miró con aburrimiento, pareciera como si el chico no mereciera mayor consideración que escupirlo en la cara.

Claaaro, no tengo otra cosa mejor que hacer que perder mi valioso tiempo en algo como tú —remarcó con fuerza en la palabra “algo”.

¡Ja!, como si ellos no fueron otra cosa que miserables ratas a las que no se les debería prestar atención.

Algunos del la banda se mostraron realmente ofendidos. Y sin previo aviso, aquel chico llamado Andrés asestó un puñetazo en el pómulo derecho de la camarera haciendo que ella perdiera el equilibrio cayéndose a un lado de las baldosas del local.

Aquello fue bastante lento, desde el tiempo de reacción hasta la caída al suelo de la chica. Una ira ferviente estaba empezando a dominarlo, una terrible necesidad de estrangularlos surgía esporádicamente en su agotada mente. ¿Cómo podían haberle echo eso a una mujer? ¿no se daban cuenta de la diferencia de pesos? ¿del tamaño corporal que tenían entre ellos? ¿por qué diablos no se mentían con alguien de su tamaño? Sabía que sus pensamientos eran absurdos y machistas. Tenía a cientos de compañeras de trabajo que tenían la misma complexión de Cat, o incluso menor y no tendrían ningún problema en derribar a cualquiera de aquellos despreciables sujetos.

¿Por qué tenía ese nivel de violencia en su mente?

Cat, tirada en el suelo tratando de levantarse del soberano golpe que asestaron contra ella fue suficiente para que la poca paciencia que tenía se agotara.

Asriel se enfadó por completo y le levantó de su asiento, ya era hora de poner fin a aquella absurda situación. Algo que debió de haber echo desde el principio.

Lárguense de aquí ahora mismo —bramó con un feroz voz el policía.

El grupo lo miró con reticencia. Daba miedo, y sin duda ejercía cierta fuerza sobre la situación.

¿O si no qué? Esta zorra se lo merecía —dijo uno de ellos mientras que la suela de sus zapatos presionaba el costado de la chica.

Asriel sabía que si sacaba la pistola las cosas podrían empeorar.

Sacó su placa a relucir.

Soy policía.

Realmente de por si, no era el clásico policía que patrullaba por las calles, más bien era un inspector, pero en esencia, era lo mismo, la reacción era la esperada. Él sabía la mala fama que tenían y que desde luego, no tendrían ningún problema en meterlos en el talego con tan solo el veredicto de su palabra. Si bien era verdad que estaba en contra de la brutalidad policial, sabía que en ciertas situaciones podría sacarle partido. Y la de ahora, era una de ellas.

Todos se quedaron estáticos, incapaces de moverse al darse cuenta de la gravedad de la situación y al ver que durante todo ese tiempo habían compartido el local con un policía. Y bastaba con que el estuviera en su contra para despedirse para siempre de su amada libertad intercambiada por unas rejas.

Sin embargo, uno de ellos no parecía entrar a razones, y sacó la pistola apuntándolo a él recibiendo los reproches del resto de la banda.

¡Baja el arma! —exclamó su tío entre dientes su tío.

Asriel se mantuvo tranquilo. Sabía que no iba a disparar, pero también era importante hacerle creer que el tenía la situación. Levantó los brazos en señal de rendición.

No quieres hacer esto. Yo soy policía y no tendré problema en meterte en la trena y segundo —el inspector dirigió su mirada a Hatson que siguió grabando la escena con el suficiente valor como para no dejarse vencer por el miedo —ese chico, a estado grabando en todo momento, desde que habéis entrado. No tenéis ninguna posibilidad, os dejaré salir y haré que no a pasado nada.

Juan lo miró inquieto, dándose cuenta de que en verdad, no tenían ninguna salida.

¿Y el vídeo?

Se borrará, solo si salís de aquí y si no volvéis. ¿De acuerdo? —dijo con una tranquilidad de hierro.

Inexpugnable y firme como el acero. Así se mantuvo Asriel.

Vámonos Juan, no rechacemos esta oportunidad —razonó su tío mientras tiraba de su jersey —guarda la pistola —añadió con una potente autoridad.

Tras varios segundos de una fuerte tensión junto algún gemido de Cat, los chicos se fueron por donde vinieron, corriendo por esa puerta y con un suave; “Disculpas” propugnado por el tío. Asriel tuvo que admitir que si no hubiese sido por la intervención del mayor, la cosa se hubiese tornado a algo más grave y muy probablemente a un herido o incluso a algo mucho peor.

Cuando la puerta se cerró, tanto el cajero como Asriel corrieron a por Cat, la cual, estaba en el piso soltando una ingente cantidad de improperios.

Pero como golpea el hijo de puta, ¡coño con el maricón! Su puta madre el mal parido de él.

Y eso era lo más bonito que había dicho. Entre Henry y el inspector, la levantaron del suelo y la sentaron al asiento más próximo.

Traeré el botiquín —comentó el chico más joven, no sin antes dirigirse a la puerta y cerrarla con llave al igual que girar la placa donde se podía leer desde fuera; “cerrado”.

Asriel asintió ligeramente y posó su mirada en la joven chica.

¿Te duele mucho? —preguntó el policía, posando sus manos en los laterales de su cabeza.

Lo más importante era que la sangre circulara correctamente, sabía muy bien que el golpe que la habían asestado era muy fuerte.

Uhg, un poco —respondió Cat —¿donde coño estaba Dios cuando repartía la fuerza? Joder, ni veas la fuerza que a usado ese esperpento de rana con ébola.

Uff, aquella respuesta le dejó más tranquilo. El sentido del humor, no se había golpeado la cabeza o al menos con la suficiente gravedad como para a la inconsciencia.

Estoy bien señor Jenkis, no se preocupe —añadió con soltura mientras agitaba la mano restándole una importancia que no tenía.

Asriel no estaba del todo seguro, tenía una intensa mancha rojiza en el pómulo derecho al igual que un pequeño corte.

¿Te duele algo más?

Si, me duele mucho la cabeza.

Henry apareció con el botiquín de primeros auxilios en mano, dejándolo encima de la mesa.

Tengo que llamar al dueño del local y contarle todo lo ocurrido —dijo el cajero con algo de nerviosismo.— ¿te sientes bien Cat? —preguntó tratando de recobrar su compostura.

Que si por Dios, ni que fuera de porcelana.

Técnicamente lo eres —respondió con una fugaz burla mientras se marchaba a un cubículo oscuro y sin luz junto a un teléfono de los años cuarenta donde todavía se seguía usando un disco giratorio que pedía con urgencia una eutanasia de lo usado que estaba.

Cat le sacó la lengua de un modo infantilesco, pero tampoco era una acción que resultase desagradable. Más aún para la situación de desmedido riesgo que habían corrido entre ellos tres. Asriel sintió la necesidad de alabar tanto a Cat como a Henry por su firme tenacidad, aún a riesgo de dañarse. Aún con el peligro que corrían. Cat, si bien le pareció un acto sumamente imprudente, no pudo evitar deleitarse por su franqueza y su necedad al doblegarse y por otro lado aquel chico lleno de granos con la gallardía suficiente como para estar grabando en todo momento y no recaer en el miedo.

Pero ese no era el momento más idílico para alabanzas. Había una persona herida a la que tenían que curar.

¿Que quiso decir con que es técnicamente de porcelana? —interrogó Asriel ante la urgente necesidad de saciar su curiosidad.

Cat sonrió tiernamente y levantó las mangas de camiseta de rayas rojas y naranjas.

El inspector vio una terrible cantidad de hematomas. Algunos parecían recientes, otros demasiado antiguos. Lo peor de todo fue cuando vio con total claridad una mano prensada en la blanca piel de la chiquilla. No estaba del todo seguro si esa chica había sufrido durante largos periodos de tiempo algún tipo de maltrato.

Tengo la piel bastante… delicada, —bufó con molestia —y cualquier golpe miserable que convierte en una enorme mancha negra —alegó joven enmarcando su molestia hacia su inusual condición genética —ya sabe, como un jodido agujero negro.

Asriel emitió una suave risa, aunque seguía manteniéndose intranquilo.

¿Es por eso que trabajas aquí de noche?

Así es. —Cat comprendió que el silencio del inspector era una invitación a que siguiera con su relato —verá, por el día no puedo trabajar, el sol me hace demasiado daño en la piel, pero claro, aquí nadie vive del aire, así que busqué un trabajo nocturno. Ya sabe, algo sencillo, fácil y que no tuviera demasiada gente…

¿No te gustan las personas? —interrumpió ante la incipiente curiosidad de su relato.

Cat sonrió como un profesor ante un alumno inquieto deseoso de saber en final de la explicación.

No me agradan mucho la presencia de muchas personas, de alguna forma me agotan de manera considerable.

Asriel denotó en sus palabras un rico léxico, una buena educación propia de las familias adineradas, pese a que momentos antes soltara un surtido variado de ricas palabrotas. Lo cual, le surgía ciertas dudas ¿que hacía esa chica en mitad de ese antro callejero del que no era muy recomendable pasear en mitad de la noche?

¿Que fueron de tus padres? —preguntó astutamente mientras abría una caja de tiritas.

Murieron, bueno, mi padre está vivo pero ya no estoy con él.

¿Que le sucedió a tu padre?

Está en el psiquiátrico, enloqueció cuando mi madre murió —respondió con austeridad.

Lamento oir eso —dijo el policía ante el sorpresivo relato contado.

Una cruda realidad y una dura lección de vida para la joven muchacha. Lo sentía enormemente por ella, no quería imaginar cuan terrible debió de ser el tener que separarse de sus padres y más aún de ese cruel modo.

No fue tan malo como piensa señor Jenkins —declaró como si le hubiera leído los pensamientos—mi padre siempre me dio todo el cariño que podía darme, simplemente no fue capaz de asimilar la muerte de su esposa por lo que empezó a tener comportamientos extraños y le tuvieron que ingresar. Gracias a los medicamentos deja de tener sus… curiosos episodios psicóticos —añadió tras una prolongada pausa— de echo, un buen amigo suyo sigue apoyándome económicamente.

¿Entonces? tienes dinero ¿por qué seguir trabajando aquí? No creo que esto sea muy seguro.

La muchacha sonrió de lado, divirtiéndola el modo en que Asriel no paraba de bombardearla con incansables preguntas.

Independencia señor Jenkins, mera y simple independencia.

El inspector seguía sin estar del todo de acuerdo con aquella declaración. Si iba a trabajar, que fuese en un lugar más seguro.

¿Acaso no había bares nocturnos en el centro?

Y si fuera como ella decía, estaría en un lugar mejor. ¿Por qué irse a un antro donde nadie quería ir? Él sabía muy bien que esa acción premeditaba provenía de la urgente necesidad de huir. ¿Pero de qué? Mejor dicho, ¿de quién?

Quitando los agotadores pensamientos que rondaban por su cabeza le colocó la tirita en la herida abierta de Cat.

¿Mejor?

Mejor.

Henry volvió inquieto, pero tenía una expresión más relajada y refrescante. Y como no, Asriel volvió a ver un sus ojos la somnolencia propia de él.

El jefe dice que pondrá más seguridad y cámaras de vigilancia —pegó un buen bostezo —y a preguntado si estamos todos bien.

Cat miró por todos los lados del local.

Haber que mire —canturreó —tenemos las piernas, los brazos, las manos. Oye, pues es todo un logro, que no hayamos perdido nada, tal vez la cabeza, pero eso hace muuuuuuuucho tiempo que la perdimos.

Fuga de cerebros. —simplificó Henry

¡Oye! ¿pero ha visto que narcisista es este tío?—preguntó fingiendo estar ofendida —¡se cree que nació con cerebro!

Una suave coro de risas recorrieron cada diminuto rincón del bar. Ajenas a la ventisca torrencial que se había creado afuera.

Debería irse señor Jenkins, ya es bastante tarde y tenga por seguro que esos imbéciles habrán corrido la voz de que un policía viene por aquí.

Asriel sopesó la declaración de Henry.

Por desgracia tenía razón.

Váyase, sería mi culpa si a usted le pasara algo malo—se unió a la misma opinión del chico-cajero.

Pero…

¡Por los clavos de cristo! —exclamó con impotencia Cat—Es solo un golpe.

Asriel ya sabía que era solo un golpe, pero era la persona que recibió ese golpe lo que le dejaba en ese absurdo estado de preocupación constante.

Mañana me verá con todos los miembros en su sitio —bromeó, como siempre lo hacía.

Empezó a darse cuenta de que tenía razón. Ya no era necesario, había dejado de serlo y de alguna forma eso lo dejaba ligeramente desesperanzado. Sentía la urgente necesidad de demostrarla que podía ser útil, que no era un muermo al que solo estaba de mero espectador.

Tenía que irse. 

13 de Abril de 2018 a las 10:57 0 Reporte Insertar Seguir historia
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