irvtrinidad Irving Trinidad

Cuento escrito para el concurso "Love is in the air”, de la comunidad de Romance y Cuento. Ven, te invito a conocer el momento justo y perfecto en el que siempre me encontraba cada vez que estaba con Alanna, mi musa.


Romance No para niños menores de 13.

#SoyRomance #pasión #romance #amor
Cuento corto
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Curva carmesí

   "Yo me maté en esa curva (dije señalando su sonrisa)", yo me maté en esa curva carmesí que a veces sabía a chocolate y a veces sabía a rosas. Aquella mujer tenía una belleza impresionante. Me dejaba atónito. Paralizado. Era como si un rayo descargara directamente sobre mi sistema nervioso toda su energía y potencia. Era ella, su risa, su belleza, su gracia, su inteligencia. Era ella con todo lo que es y lo que no es, lo que representa y no representa, lo que logró atraparme y empujarme a buscar esa curva carmesí. 

   Y cuando probé por primera vez esa curva casi me vuelvo loco. Poco parecía el haberme matado al haber besado sus labios, pero como si de una magia fuera de este mundo se tratase, sus besos hicieron arder mi espíritu, y como una supernova renovó todo quien yo era y lo que era.  

   ¿Acaso había muerto y revivido en un par de segundos? ¿acaso para esos labios carmesí la vida y la muerte no eran nada más que un efímero estado transitorio? No lo sé. Debí estar loco para dejarme envolver en esos labios carmesí, pero decidí aventarme, arrojarme y buscarlos como aquel amante busca por voluntad lo más bello y lo más divino en la grandeza a través de la muerte y del infierno mismo. Y cada vez que podía tener sus labios sobre los míos acompañado de esos ojos tan pícaros y tan expresivos, acaloraban mi alma y mi espíritu de amor hacia el infinito.

   Pero, ¿quién era esa mujer? ¿quién era esa mujer de labios carmesí y ojos color miel? Alanna, se llamaba. Y no podía pronunciar su nombre sin estremecerme. No podía pronunciar su nombre sin dejar de imaginar aquella vivaz curvatura que se formaba cuando sonreía. Y me perdía entre aquellas comisuras de coqueteo y de ternura. 

   ¿De dónde había venido? Del sol, decía. Parecía hija de Apolo pues su cabello brillaba como él. Irradiaba su presencia y se hacía notar a donde quiera que fuese. Imponía gracia, belleza. Se hacía notar. Del sol, decía yo, era hija del sol y de él había venido con fuego y luz que con solo su mirada y con sus labios carmesí, eran capaces de transformar toda una vida. Y fue así que ella logró transformar la mía.

   Cada vez que podía tocar su suave y delicada piel, creía yo que estaba en un sueño. ¿Cómo era posible que aquella mujer pudiese hacerme sentir tanto? No lo sé. Pero el tan solo mirar su ser, su hablar, su forma de contonear sus caderas, era y es algo tan mágico como místico que me lleva a vivir y a sentir intensa y al límite cada segundo que vivo con ella. Cada segundo que la vivo con mis sentidos.

   "Yo me maté en esa curva", les decía a mis amigos y a sus amigos, a extraños y desconocidos cada vez que se las presentaba. Y sus pómulos se ruborizaban. Y yo más loco me volvía. No podía dejar de sentirme dichoso y bendito cada vez que la veía. Cada vez que podía estar junto a ella, a su lado. Y en sus ojos noté vida, noté fuego, pasión, amor, ¡noté vida carajo!. Noté todas las formas posibles de expresión y vida del universo mismo. Veía vida y muerte. Veía luz y oscuridad. 

   Pero no pienses que la idolatraba demasiado. No. Sabía que detrás de ese angelical rostro de un ser tremendamente apasionado, se escondía de igual forma y de igual magnitud, una imponente y letal belleza. Sus palabras capaces de construir mundos tan hermosos, y a su vez capaces de destruir todo un imperio. Precisa como Artemisa. Estratega como Atenea. 

   La gracia la acompañaba en su candor, en su silencio, en su contonear. Sabía qué decir y cuándo. Sabía la forma y el fondo. Era como si llevara todas las virtudes a un nuevo nivel. Aunque, yo particularmente la amaba más por las noches. No por lo que sucedía entre las sábanas y nuestras exhalaciones, sino porque podía verla en verdad desnuda. Veía su sencillez, su calma, sus imperfecciones y sus ojos cansados. Veía una mujer completa. Y si crees que veía la desnudez de su cuerpo, no te preocupes en imaginarla, que la desnudez de la que hablo es la de su alma. La que me mostraba en la intimidad, en ese pequeño momento de unión y alquimia que compartíamos con un poco de vino.

   Y aunque podrás imaginar que su belleza podría ser envidiada por Helena o por Afrodita, nada podía ganar más vehemencia que ver esos ojos y ese rostro al despertar. Su belleza no estaba solo en sus montes o en sus curvas que lograban ocultar bien lo más hermoso que ella tenía: su corazón.

   Y me gustaba perder mis dedos entre los suyos. Y me gustaba perder mis dedos entre sus cabellos.

   Por las mañanas podía ver la mezcla perfecta entre ternura y belleza, al ver como su cuerpo desnudo recibía los rayos del sol a través de la ventana y pasando por esas delicadas cortinas estampadas. Era una obra de arte. Era una escena sublime, trascendental, como si el mismísimo Miguel Ángel le hubiera dado su gracia.

   Cuando el sol se encontraba en su cenit, Alanna conquistaba el mundo; luchaba, proponía, motivaba, escalaba. Era como si hubiera encontrado la verdadera felicidad, no fuera de ella ni mediante el maquillaje, sino dentro de lo que ella guardaba. Era fuego, era fuerza, era magia, era voluntad.

   Un día emprendimos una larga y fascinante aventura. Viajamos hacia los bosques, hacia la quietud, hacia el silencio. Ibamos rumbo a nuestro destino. Rumbo a un lugar que no haría más que unirnos, más que permitirnos conocernos aún más en cuerpo y en espíritu. 

   Caminamos largas horas por veredas cafés, naranjas y amarillas. Era una combinación entre belleza y nostalgia. Ahí estaba ella, envuelta con su afelpado gorro morado y su bufanda del mismo color. Parecía una niña jugando con las hojas. Quien pensaría que en la intimidad fuera otra, fuera ella misma. Y caminabamos entre las hojas como dos eternos enamorados que vivían su juventud y su infinitud entre besos y abrazos. El viento suspiraba, y pequeños remolinos levantaban un par de hojillas que se paseaban frente a nosotros. Que bailaban como dos grandes amantes. De pronto un abrazo de ella me estremeció. Me tomó por sorpresa, me tomó con ternura.

-¿Sabías que yo también me morí en esa curva? - Me decía Alanna.

-¿Cuál curva, querida? - Preguntaba yo.

-Esa que haces cada vez que me miras. Esa que haces cuando me ves, cuando me abrazas. Esa que haces cuando me tranquilizas con un tierno beso sobre la frente cuando estoy en caos. Esa que haces cuando compartes tu alegría y sonríes mis éxitos. Cuando ligeramente ladeas tu rostro al verme - Me decía mientras sus brazos rodeaban mi cuello.

-Pero qué cosas dices, Alanna. - decía - ¿quién no iba a amar a tan encantandora mujer? 

-Pues nadie que tuviera miedo. Nadie que no supiera tocarme como tú lo haces. Nadie que supiera entender que a veces quiero tenerlo todo y a veces quiero tener nada. - decía mientras miraba a través de nuestros ojos.

   Regresamos con el ocaso, y nuestras manos se encontraban unidas como si hubieramos vencido al fin a todo el mundo y a los obstáculos. Por nada podían separarse nuestras manos, nuestras vidas, nuestros corazones. Era como si ella y yo hubieramos estado destinados desde un inicio. Desde que las estrellas fueron formadas. Desde que la tierra hizo su aparición.

   Por la noche y como si no pudiera haber sido algo más perfecto, prendimos una fogata cerca de nuestra cabaña. Y veíamos con especial atención aquella lluvia de estrellas que nos deleitaban con su belleza.

- Ellas tan lejos, tan grandes, tan imponentes. Y nosotros aquí, tan cerca, tan pequeños y tan.., 

- Basta -le dije mientras la tomaba de sus caderas y la acercaba a mi - podremos ser más pequeños e insignificantes, pero nuestro tiempo no puede ser más perfecto y más infinito por ser de corta vida y estar justamente tú y yo aquí. No somos grandes por ser altos, somos grandes por poder alcanzar una inmortalidad efímera al dar vida a la muerte. Al dar vida a la forma. Al dar vida a la materia. - le decía mientras mi mano acariciaba su vientre.

- Volvamos inmortal lo nuestro...

   Y entre la noche, el sonido de los árboles y a la luz de vía láctea, Alanna y yo nos adentramos en los misterios de la vida y de la muerte. Y fuimos uno con el universo y el universo fue uno con nosotros. Eramos dos almas, dos seres que se fusionaban en perfecta armonía y en perfecto balance abriéndole la puerta, abriéndole paso a la vida misma de volverse inmortal, de volverse eterna junto a dos almas que se consumían por el fuego vivaz y transformador que solo dos verdaderos amantes podían encontrar. Y nos fusionamos en un solo cuerpo. Y hablamos en un solo lenguaje, en un solo idioma que solo ella y yo podíamos entender. Y nuestras manos se entrelazaron y sus labios carmesí buscaron los míos. Y sus cabellos cubrían mi rostro junto al de ella y el amor nos hacía uno a nosotros mientras nosotros hacíamos uno con el amor. Y nuestros cuerpos bailaban al ritmo de nuestros corazones y nuestras exhalaciones jamás habían contenido tanto fuego y tanta vida como aquel peculiar momento donde el universo mismo con toda y su vía láctea, nos observaba enternecido y festejaba al amor y la vida con una lluvia de estrellas.

-Jamás quiero separarme de ti - me decía Alanna - jamás quiero volver a sentir otros labios, jamás quiero sentir otra piel, jamás le quiero pertenecer a nadie más que no sea a ti, amado mío.

Y cuando escuché esas palabras el mundo fue completamente nada. Era ella ahora mi mundo, mi seguridad, mi amor, mi voluntad, mi universo. Y el todo se estremeció. Y las llamas del fuego se elevaron más alto y un silencio y una quietud se hicieron presentes. Todo, para hacer inmortal y sublime esas palabras que penetrarían cada poro, cada célula de mi cuerpo hasta llegar a cada rincón de mi piel. 

-Quiero ser tu magia, tu hombre, quiero ser todo aquello por lo cuál siempre has soñado y siempre soñarás, amada mía, quiero ser tu todo.

   El tiempo se había roto, y se creó un pequeño espacio interdimensional donde pasaba todo tan rápido alrededor nuestro y tan lento entre nosotros. Y la semilla de la vida se abrió paso entre la oscuridad y la luz del amor infinito le cubrió de esperanzas y de un fuego a vivante que fue capaz de fecundar a Dios mismo, a la creación misma. Y mientras la creación y nuestra voluntad se unían en perfecta sinfonía, y mientras la dualidad se hacía una y regresaba a su normalidad, cerramos los ojos. Y entre un cielo con tonalidades de azul, morado y rosa, entre un suave viento que acariciaba nuestra piel desnuda, tomamos nuestras manos y nos volvimos uno. Y sentí las pulsaciones de su corazón a través de sus dedos. Y sentí como sus miedos y tristezas se desvanecían con un beso sobre su mejilla, sobre sus labios, sobre su frente. Y acerqué hacia mi sus labios, sus ojos, su perfecta imperfección. Y la cubrí entre mis brazos y un suspiro de ella nos estremeció a ambos. Fuimos más que humanos, más que mortales, más que simples almas transitorias en esta tierra. Fuimos lo más divino entre lo más profano. Y todo por más imperfecto que pareciera era perfecto para nosotros, pues así quisimos que fuera, así quisimos hacerlo. Y su calor se hizo el mio y mi frío se hizo el suyo, y nuestros cuerpos se autoregulaban para darle el uno al otro lo que se necesitase. Y ambos fuimos uno y fuimos todo, y fuimos todo y fuimos nada. La noche estaba por terminar y con ella, la más grande declaración de amor quedaba hasta el día siguiente, hasta la noche siguiente donde nuevamente nuestra divinidad, donde nuestra humanidad, donde nuestra totalidad se uniénse en algo infinito y en algo sublime, en lentitud, en suavidad, en intensidad.

   Años más tarde, el fruto del amor maduró, y volví a ser víctima de una peculiar curva carmesí. "Volví a morir, pero ahora en esa curva", le decía a mi esposa, "morí en esa pequeña sonrisa de tan solo tres años de edad."


Frase: "Yo me maté en esa curva (dije señalando su sonrisa)" de Julio Cortázar.

   

   

   

   

   


6 de Abril de 2018 a las 07:36 1 Reporte Insertar Seguir historia
5
Fin

Conoce al autor

Irving Trinidad De nacionalidad mexicana, me considero más un trotamundos. Conocer, viajar, senderismo y seguir el camino de la vía lactea es mi pasión; escribir, filosofar y charlar, es el producto de mi tránsito por esta corta y sutil vida.

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