mavi-govoy Mavi Govoy

¿Adónde va la magia que desaparece de un sitio? Esta historia, aunque independiente, se relaciona con los siguientes microrrelatos vinculados al universo Legendaria, que se aconsejan leer para saber más sobre los protagonistas: Torneo Agujas Especificaciones imprecisas Efectos colaterales Sigilo profesional Madrugada Motivaciones Condenado Nuevo comienzo Y colorín colorado... (el orden de los micros no es casual, narran una historia).


Fantasía Épico Todo público.

#labusquedamagica
Cuento corto
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Al otro lado


Le despertó un jadeo ansioso acompañado de una sucesión de crujidos delatora de pasos apresurados en la planta superior. Eso lo despabiló del todo, porque en el tiempo que llevaba asilado en la cabaña de Dalila jamás había escuchado un ruido procedente de arriba, ni pasos ni quejidos de madera ni susurros, nada, por lo que Alonso sabía, la buhardilla existía en un extraño limbo entre dimensiones. Saltó del jergón y, en un movimiento reflejo, quiso echar mano de un arma que ya no tenía. Los pasos resonaban en la escalera, bajada a la carrera; por entre las rendijas de la celosía que separaba su rincón del resto de la cabaña, Alonso vio una sombra que abría la puerta de un tirón y se precipitaba fuera.

En otra época, hubiese corrido tras ella sin pensar en el decoro, pues proteger era prioritario. Pero Dalila era una hechicera y sabía defenderse fuese cual fuese el problema. Bien conocía Alonso su habilidad. Unos meses atrás él era el campeón del rey y el prometido de la princesa, entonces Dalila le derrotó en un torneo y todo se precipitó, le tendieron una celada, le acusaron de conspirar contra los reyes, le persiguieron como a una fiera y acabó refugiado en la cabaña de la bruja que lo había propiciado todo. Ya no era un protector del reino, de modo que echó mano de los pantalones y las zapatillas antes de salir.

Dalila temblaba a pocos pasos de la puerta, jadeaba con sonido estrangulado y se abrazaba a sí misma entre escalofríos, Alonso la vio más joven que nunca. No sabía su edad, pero su apariencia era la de una muchacha menuda, asustada, angustiada… Y él no advertía la razón de su agobio, la noche, templada y tranquila, no amenazaba la paz del lugar.

Antes de que pudiese preguntar, las piedras que salpicaban el prado ante la cabaña saltaron o se deslizaron para dejar salir a una murmurante turba de gnomos de jardín, que se desperdigaron en locas carreras hacia cualquier parte. Los gnomos no respondían a la leyenda popular, no vestían ropa de colores chillones, no se tocaba con largos gorros puntiagudos y no eran joviales, pero eran excelentes vigilantes, jardineros y reparadores de cualquier cosa. Y apreciaban mucho sus viviendas subterráneas, Alonso no podía imaginar un peligro que los impulsase a escapar sin enfrentarlo.

Dalila se giró con brusquedad y apuntó a la noche con un dedo tembloroso hacia donde el mundo se iluminaba con la luminiscencia fantasmagórica de incontables fuegos fatuos; cada vez había más luminarias, algunas arracimadas como planteles de flores, otras sinuosas como cintas al viento, unas al nivel del suelo, otras flotantes en la tiniebla.

Descalza y en camisola de dormir, la hechicera corrió hacia los fuegos fatuos, que la guiaban, o quizá escapaban de ella. Alonso la siguió.

La carrera los condujo a la cima de un monte en el que se alzaban varios círculos concéntricos de piedras. Allí la concentración de fuegos fatuos era espectacular, formaban brillantes surtidores y una espiral que se perdía en las nubes y envolvía la cima. La explosión de luz permitió a Alonso admirar algo que, por su aspecto, llevaba allí milenios, pero que él, buen conocedor de la comarca, no había visto nunca. Ni tampoco había oído hablar de ello a nadie.

Además de los cuatro círculos de piedras no más altas que un descalzador que siempre estuvieran allí, ahora veía tres círculos más, uno de peñascos de un metro, otro de dos metros y el último alcanzaba los cinco metros. En el círculo interior, las piedras estaban labradas para representar figuras temibles: el dragón, el ave fénix, la quimera, la mantícora, el leviatán, el basilisco, la sirena. Unos en pie y otros cabeza abajo.

No fueron los únicos en precipitarse a lo alto de la colina, ni los primeros; se dijera que todos los brujos y hechiceros de los alrededores se habían citado esa noche en el mismo páramo. Alonso contó ocho, y algunos más subían el monte entre resuellos. Había frenesí y nervios en todos, pocos permanecían quietos, la mayoría deambulaba entre las piedras de los círculos interiores, las abrazaban, las tocaban, algunos lloraban.

—¡La magia se va! ¡Se escapa! ¿Por qué se va? ¿Qué la devora? ¡Las piedras, las piedras la engullen! ¿Qué hacemos, hermanos?

Una figura se abrió paso hacia el centro, un hechicero encogido, flaco, de pelambrera gris y ojos rabiosos como brasas.

—Esto es grave, hermanos, y las situaciones desesperadas requieren soluciones desesperadas… —proclamó. A su voz cesaron los murmullos y los gemidos, los presentes, ahora unos catorce, se acercaron—. Para retener la magia, para no perderla por completo, ¡se impone un sacrificio cruento!

Acompañó las últimas palabras de un gesto agresivo repentino que hizo brotar decenas de púas de fuego lanzadas contra Alonso quien, merced a su entrenamiento, reaccionó con la misma presteza que el anciano brujo para hacerse a un lado.

—¡Has traído un mágico-negativo a nuestro santuario! —dijo alguien. Sonó escandalizado.

—¡Bien hecho, Dalila! Eres la única que ha pensado en ello —comentó una voz femenina.

Casi todos los hechiceros se apresuraban a sumarse al ataque del viejo brujo, debilitado debido a que la magia se les escapaba, pero Dalila lo miraba con asombro espantado, porque hasta entonces no había advertido su presencia. Alonso esquivó dos ataques más por los pelos, gracias a sus reflejos y a la protección que le brindaban las grandes piedras, los brujos se agotaban, el alcance de sus dardos de fuego y sus golpes de aire decrecía, algunos sacaron puñales, otros buscaban palos. Dalila llegó junto a Alonso y lo empujó contra la piedra más próxima.

Hubo una sensación extraña, como hacer un giro y una voltereta simultáneos y cuando volvió a sentir la rugosidad de la piedra en su espalda desnuda supo que no estaba en el mismo lugar, aunque se parecía. Era de día y varios círculos concéntricos de piedras convergían en una depresión del terreno cubierta de agua dorada, si es que se trataba de agua, porque bullía y fluía como niebla. Doblada por la cintura, Dalila se apoyó en la piedra para sostenerse, y Alonso comprobó que estaban solos antes de volverse a ella.

La extraordinaria niebla dorada se mecía hacia ellos, como un comité de bienvenida.

—¿Dónde estamos?

—En el otro lado —jadeó Dalila tras aspirar aire varias veces. Temblaba de forma descontrolada—. Cuidado, otro podría traspasar la frontera y no me queda ni una brizna de magia, la gasté para cruzar aqu...

Su voz se apagó al darse cuenta de que la niebla dorada envolvía a Alonso, lo cubría y lo vestía de poder. La comprensión se abrió paso en ella.

La última prueba que enfrentaba un aprendiz de hechicero antes de recibir el báculo era traspasar al otro lado, cruzar la frontera que defendía el santuario de piedras y llegar al lugar invertido, donde los brujos no eran brujos, donde no existía la magia… Eso les decían, pero ¡qué ciegos habían estado! Los enviaban al otro lado repletos a reventar de magia y lo único que tenían que hacer era aguantar allí todo el tiempo posible y fijarse en todo para, a la vuelta, detallárselo a los examinadores, que tomaban notas muy afanosos. Era extremadamente difícil permanecer al otro lado más de unos segundos, pocos lograban superar el minuto, porque la magia los arrastraba de vuelta al lado al que pertenecían.

El otro lado repelía la magia que los visitantes portaban, pero no era un lugar sin magia, sino que era de otro tipo, invertida, una magia que se ofrecía a Alonso, porque los no-brujos allí eran brujos y viceversa, Dalila allí no era hechicera. Pero los magos del otro lado ocultaban el santuario de piedras a los demás, les cerraban el paso y quizá ahí estuviese la raíz de la descompensación que les arrebataba la magia. Ya habría tiempo de meditarlo, lo urgente era restituir el equilibrio.

Dalila explicó a Alonso cómo abrir el portal y, como supusiera, al ser abierto desde el lado inverso, la magia escapó en oleadas, de regreso a los alborozados brujos. Varias horas mantuvo Alonso el camino abierto, sin experimentar esfuerzo ni cansancio y casi sin advertir el paso del tiempo más que en el hecho de que vio anochecer en el lugar invertido, lo que indicaba que en el suyo amanecía; en cambio, Dalila se acurrucó a un lado, macilenta y agotada, pero no quiso dejarle solo.

Cuando regresaron, el montecillo estaba desierto y las grandes piedras de los círculos interiores se desvanecieron hasta dejar de existir para Alonso, señal de que se había restablecido la normalidad.

—¿Volverán para acabar conmigo por lo que he visto? —preguntó.

Dalila no abrió los ojos, aspiraba a borbotones la magia que regresaba a ella, pero sonrió.

—Tienes facilidad para hacer enemigos, pero los convenceré de tu utilidad, por si vuelve a pasar lo de esta noche.

27 de Junio de 2023 a las 18:10 0 Reporte Insertar Seguir historia
11
Fin

Conoce al autor

Mavi Govoy Estudiante universitaria, defensora a ultranza de los animales, líder indiscutible de “Las germanas” (sociedad supersecreta sin ánimo de lucro formada por Mavi y sus inimitables hermanas), dicharachera, optimista y algo cuentista.

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