Cuando subimos las maletas al tren y buscamos nuestros asientos entendí que ya no iba a haber vuelta atrás. Nos íbamos del pueblo para mudarnos a la ciudad en búsqueda de una vida mejor y mejores oportunidades. Mi madre y mis hermanos pequeños parecían felices y yo me asomé por la ventanilla para despedirme por última vez de mis amigos a los que seguramente no volvería a ver en años. Aquel tren nos llevó hacia el norte, adonde yo con el tiempo me convertiría en un hombre de éxito a cambio de renunciar a mis raíces.
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