Introspección Seguir historia

Hay unos ojos que me miran a través de la habitación. Me estudian, se sorprenden al comprobar que yo también me he percatado de su existencia. Se me antojan extraños pero creo haberlos visto antes. Me acerco un poco más y su color miel y el abismo negro comienzan a ser visibles. Están tristes. ¿Qué les ocurre? No dejan de mirarme. No se mueven, apenas parpadean. ¿Es que acaso han llorado tanto que no necesitan humedecerse?

Ha entreabierto los labios. Parecen secos, agrietados, como si se hubieran estirado demasiado. ¿Han estado gritando? Me acerco un poco más, y veo que se extraña. ¿Es que acaso nadie había estado tan cerca antes?

Quiero tocarla, quiero ver si su piel es fría al tacto o quema para que nadie la alcance, pero a mitad de camino mi mano choca contra el cristal. El sonido sordo de mis nudillos contra el vidrio me saca de ese ensoñamiento, ese descanso que mi mente me había dado de mi cuerpo, haciéndome creer que no era el mío. Y me veo, y me reconozco.

Y sé que mi piel quema, que mis ojos guardan la humedad que no llega a mis labios y que he estado gritando hasta que mis cuerdas vocales estuvieron a punto de romperse, sin que nadie escuchara nada más que un susurro lejano y una risa forzada que la calle me enseñó a pulir.

Quiero volver a esa paz ajena en que yo no era yo, y me concentro en desligarme de mi cuerpo, pero no soy capaz. Me veo, y no puedo dejar de verme. Veo cada imperfección, cada parte rota y cada zona incompleta de un "yo" que me juzga hasta el punto de quererme muerta.

Sé que mañana el espejo me devolverá una imagen diferente, un rostro distinto que ha vivido en un mundo que quizás ya ha cambiado, y yo no seré yo de nuevo. Pero quizás me reconozca entonces, y vestir mi piel no sea tan extraño.

Quizás yo no me antoje tan extraña.