I
Hernán se despertó de dormir la siesta. Se levantó, fue al baño y luego a la cocina a hacerse la leche. Miró la hora y eran las cinco de la tarde en punto, hora de la leche. Hizo memoria y calculó que había dormido por lo menos dos horas de siesta. Estaba cansado. Se había levantado a las siete menos cuarto de la mañana para ir a la escuela, entraba siete y media. Había vuelto de la escuela a las doce y media, había almorzado milanesas con puré (como le gustaban las milanesas), había hecho la tarea hasta las dos y media y se había acostado alrededor de las tres de la tarde. Se merecía la siesta. Pero ahora venía lo mejor. “¡Si señor!”, como ya había hecho la tarea, ahora podía jugar a la PlayStation, a la computadora, o a lo que quisiera, se había portado bien y se lo merecía.
Buscó galletitas en la alacena hasta que encontró las de chocolate rellenas, se sentó en la mesa de la cocina y mientras tomaba la leche con chocolate y mojaba sus galletitas, deliberaba consigo mismo si empezaría jugando con la PlayStation o con la computadora. Decidió que empezaría jugando en la computadora, si, a puro disparos y explosiones de su juego favorito. Además su mamá llegaba de trabajar a las siete de la tarde y sabía que le empezaría a decir que "vaya dejando" alrededor de las ocho de la noche. Había que ir a bañarse; “La peor parte del día, como pueden los adultos bañarse tanto, todos los días, que odio”; luego cenar, ver algo de televisión y a dormir a las diez y media. Aunque él siempre pensó que no le afectaría tanto si se acostara más allá de las diez y media de la noche. Los fines de semana se acostaba tarde e igualmente siempre se levantaba temprano al otro día, es verdad siete menos cuarto nunca, pero a las ocho u ocho y media seguro ya estaba arriba. Pero nunca pudo hacer la prueba durante la semana. El horario era estricto en casa, al menos el de irse a dormir.
Terminó de tomar la leche con chocolate y lavó la taza. Siempre había que lavar lo que uno usaba era una regla de la casa, tenía que colaborar con mamá en los quehaceres domésticos, no estaba mal, aunque no le gustara lavar. Dejó la taza en el seca platos y “¡por fin!” a su habitación, a entrar en el mundo de los disparos y explosiones virtuales.
En un momento de su apasionado juego, se le ocurrió mirar la hora, le parecía que hacía mucho ya que jugaba. Minimizó el juego y miró el reloj de la computadora. El dato lo exaltó.
—¡Ocho y media! —Se escuchó decir sorprendido.
Salió casi corriendo de su habitación (ni siquiera apagó la computadora) sabiendo que ya vendría el reto de su mamá, nunca se le escapaba el horario. Pero, qué raro que no lo hubiera llamado ya.
“Seguro se quedó dormida” pensó, aunque no recordaba haberla visto, o escuchado entrar en la casa esta tarde. Quizás fue a comprar al mercadito de la esquina antes de llegar y ni bien volvió se acostó a dormir una siesta, siempre volvía muy cansada de la fábrica. Él, ensimismado en su juego y con los auriculares puestos, no la había escuchado cuando entró y tampoco por ende, la vio acostarse.
“Pobre mamá, estaría cansada, también se levantó temprano (y más temprano que yo, siempre me hace el desayuno y deja hecho el almuerzo para cuando yo llego de la escuela), me lleva a la escuela y luego se va a su trabajo, en la fábrica de comida para mascotas, aunque ella está en otro edificio, en la parte del laboratorio creo. Dice que investigan nuevos alimentos y haces cosas “genéticas”, no sé qué será eso, pero suena complicado e importante. Pobre, con razón estaría muy cansada hoy.” Luego del monólogo mental, Hernán pensó que podría hacer algo distinto hoy para su mamá.
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