El mundo no es lo que era. Hace miles de años, los seres humanos podían morir. Hoy, morir es un privilegio. Algo que esta destinado a unos pocos afortunados que pueden aprovechar una vida y terminarla, evolucionar hasta un fin. Pensar que ser inmortal es un milagro, una bendición, es un grave y vil error. Todo lo contrario, es una maldición que corroe por dentro, destroza desde la mente al corazón. No es de extrañar que las personas que han vivido milenios se hayan quedado totalmente inmóviles, catatónicas. Eso es lo más parecido a la muerte para los inmortales, lo llaman «descanso».
Los inmortales no pueden concebir. Se dice que en un principio esto sí era posible, pero que con el tiempo perdieron la capacidad. Hubo incontables guerras, entre ellas nucleares, que no los mataron —es imposible— pero sí los dejaron infértiles. Con el tiempo, el mundo fue calmándose, la gente adquirió sabiduría, mientras muchos de los mortales que quedaban se dedicaban a vivir una vida de lujos, los inmortales se encerraron en bibliotecas para aprender más y más. Querían entender su condición, saber cómo revertirla. Pero nunca supieron el por qué. A cambio, descubrieron aparatos que lograron acabar con casi toda la contaminación, que les permitían moverse más rápido, por más lugares, incluso consiguieron llegar a Marte. Pero su inmortalidad siguió siendo un misterio.
La población total de la Tierra debe de ser sobre novecientos millones de inmortales repartidos por todo el mundo y moviéndose libremente por este. Las fronteras prácticamente se han destruido, una nueva era había llegado donde la nacionalidad era irrelevante y lo único por lo que la gente podía juzgarte era por tu sabiduría. El físico había dejado de importar también gracias a las numerosas cirujías a las que uno se podía someter, con una tasa de éxito asombrosa. Y, de todas formas, sin apenas riesgos porque nadie puede morir.
Solo quedan unos pocos mortales pululando por La Tierra, conejillos asustados que se esconden donde pueden y sobreviven a duras penas. Algunos saben lo que pasará si llegan a las manos de los inmortales, otros lo ignoran pero su instinto les avisa de que es mejor no dejarse atrapar. Quienes acaban capturados, finalmente son sorprendidos por todas las atenciones del mundo: ropa de la más alta calidad, comida lujosa, viajes, cualquier tipo de ostentosidad que nunca se hubieran imaginado en su vida fugitiva y clandestina. Aunque al principio desconfían, pronto se dejan embaucar por todas las riquezas que les ofrecen.
Aunque eso es un error. Porque no saben lo que les espera. Porque los inmortales saben que encandilando a alguien que ha tenido una vida dura con todas las facilidades del mundo solo hará que se queden a su lado mientras piensan.
Mientras piensan en cómo matarlos.
En un mundo donde la muerte ha desaparecido y solo es el privilegio de unos pocos desaventurados, la suerte de los desdichados, hay una única cosa con la que todo el mundo sueña: conocer la muerte. Saber la verdad, entender si tras el fin hay algo más o una nada absoluta. Pero sobre todo porque les da paz, les provoca una satisfacción que solo sería mayor si pudieran morir: les proporciona descanso, les ayuda a comprender un poco mejor la muerte con cada asesinato.
Pero claro que no sería divertido si les dieran una muerte rápida. Quizás sí lo era al principio, mientras no estaban acostumbrados a la sensación de culpabilidad y la hacían a un lado. En los tiempos que corren, matar a un ser mortal ya no se hace por curiosidad científica, sino por placer. Y buscar las formas más macabras de hacerlo es un regalo que le concedió el mundo a los inmortales, una forma de distraerse de la vida que les depara por delante y que nunca tendrá un fin.
El mundo de los inmortales se basa en solo dos cosas:
Sabiduría y asesinato.
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