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Siempre debe haber un equilibrio entre el bien y el mal, y el Señor de los Cielos espera que nadie intervenga con el libre albedrio de las personas, por eso es que existen los cazadores Venators, almas que mueren con pecados veniales sin confesar, llegan al Purgatorio, y se les ofrecen la oportunidad de acelerar su proceso, es decir, su traslado al Paraíso, si bajan a la tierra para hacer un trabajo: aniquilar demonios Conturbator. Estos últimos son especializados en localizar almas puras y corromperlas más allá de cualquier salvación. Con sus manipulaciones, influencias, y sus poderes, infernales le roban el poder de decisión a las personas ocupándose de que pequen más allá de cualquier perdón. Los cazadores cuando regresan, comen, duermen y tienen otras interacciones comunes humanas siempre y cuando borren su memoria después, pero más que nada como una necesidad fisiológica, realmente no las disfrutan, no sienten placer, están ahí para matar demonios y cumplir un trato que les permita entrar al cielo. Hasta que uno de ellos, Tanner, conoce a Faith, una mujer de alma pura que fue marcada por un Conturbator para ser corrompida, y que logra algo que ninguna humana pudo lograr: hacerle sentir


Paranormal Sólo para mayores de 18.

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Parte 1

Mientras utilizaba un programa de reconocimiento facial que le había hackeado al gobierno para tratar de descifrar quien era aquel musculoso hombre misterioso que me estaba atravesando en todos lados como si me estuviera siguiendo, no pude evitar recordar a mis abuelos.

Ellos siempre me dijeron que estaba desperdiciando mis talentos informáticos trabajando con ellos en el asilo.

Sí, tenía habilidades para comprender fácilmente el funcionamiento de computadoras y sus sistemas operativos, hardware y software, así como la tecnología de aparatos similares, pero esos conocimientos no me daban la satisfacción que me daba atender a personas que sus hijos abandonaban como trapos viejos en nuestro ancianato y que tenían un millón de historias que contar.

Cuando mis propios abuelos se convirtieron en huéspedes teniendo que abandonar la administración, me rogaron que vendiera el lugar y me buscara un trabajo para la CIA o el FBI, que seguramente podría «atrapar a los malvados» en vez de perder el tiempo con personas que solo buscaban un lugar tranquilo donde morir en paz.

Sin embargo me agradaba ser responsable de regalarles esa paz, me aseguraba de contratar a los mejores enfermeros, médicos, cocineros, profesores y personal de mantenimiento, por lo que Portum Pacificum era el mejor establecimiento de cuidados de personas de la tercera edad de Nueva Orleans.

Eso no quería decir, que a veces, en las noches, utilizara mis habilidades informáticas para investigar cosas de interés, en ocasiones intentaba ubicar un antiguo amor de algunos de mis pacientes, otras, buscaba información para rellenar los espacios de las historias que contaban y que les costaba recordar, o simplemente indagaba sobre algunos de sus familiares para poder comprender por qué los habían abandonado ahí, y con eso me refería a todos esos que nunca visitaban a sus padres. Pero esa noche en particular necesitaba descifrar quién demonios era aquel gigante rubio de mirada amenazante que me estaba encontrando en todas partes, lo cual no podía ser una coincidencia.

Me tomé mi tiempo y utilicé mis más agraciados movimientos para tomarle varias fotografías con mi móvil, y esa noche descubriría quien carajo era y por qué coincidíamos en tantos lugares.

Me encontraba comiendo una rebanada de pizza fría con una gaseosa de cola cuando los pitidos de mi ordenador me anunciaron que había encontrado una coincidencia. Me sacudí las manos emocionada y con los ojos brillantes para sentarme frente a la pantalla y leer el resultado:

Tanner Thacker

Nacimiento: 17 de julio de 1922 (Dixie, Alabama).

Altura: 1.90 m. Peso: 91 kg.

«De puro músculo», pensé al recordar su contextura.

Cabellos: Rubios. Ojos: Azules.

Antecedentes penales: asalto, desorden público, violaciones a leyes de segregación racial…

«Un momento, ¿qué? ¿Cómo que violaciones a leyes de segregación racial?», me pregunté sin haber caído en cuenta en el año de su nacimiento hasta que salté a las últimas líneas.

Fallecimiento: 07 de septiembre de 1957.

Causa: Traumatismos múltiples e hemorragias internas debido a linchamiento.

—¿Qué demonios es esto? —mascullé chequeando el programa de computadora para comprender por qué me decía que las fotos que yo introduje al sistema, y el resultado, me aseguraban que este hombre muerto coincidía con la persona que yo había visto los últimos días.

¡Lo era! Era su imagen, era él. No tenía sentido, aquel hombre no era un fantasma, lo vi interactuando con personas, vi a transeúntes evadiendo su gran tamaño en la calzada, ¡la tomé fotos! A menos que los fantasmas caminaran entre nosotros interactuando como si nada aquello no podía ser.

¿Sería un nieto? Utilicé cada herramienta disponible en la red para medir cada parte de su rostro con la foto del hombre que nació en 1922 y era exactamente igual. Los ojos, la nariz, la boca, las mejillas, todo coincidía en las medidas precisas de las fotos del tal Tanner que murió en 1957. Era imposible, no podía ser el mismo, pero el algoritmo me afirmaba que físicamente lo era.

Mi mente curiosa no podía aceptar que existiera un descendiente que hubiera nacido con las características idénticas de alguien que murió sesenta y cinco años atrás, pero no podía descartar nada, si algo había aprendido en esta ciudad, sobre todo con el cuento de mi abuela de que yo tenía sangre de bruja Pacificus corriendo por mis venas, es que existían criaturas paranormales que se mezclaban con los humanos.

Yo me la pasaba prácticamente encerrada en los confines del asilo, así que solo me llegaban las historias que contaban mis huéspedes y empleados, pero nunca había presenciado o conocido alguna criatura que no me pareciera humana.

Era una mujer solitaria… bueno, ni tanto ahora que había aparecido Marc en mi vida para sacudirme por dentro y despertar deseos carnales que ni siquiera sabía que podía sentir. Recordé la cita que tendría con él la tarde siguiente, nos habíamos visto varias veces y todavía no me había besado, lo cual era desesperantemente frustrante.

Había abandonado la idea de mantener una relación seria años atrás, lo intenté en varias ocasiones pero ninguno entendió la pasión a mi trabajo y se referían de manera despectiva «al tiempo que les dedicaba a unos viejos decrépitos que estaban robando mi juventud».

Suspiré al recordarme que solo quería tener unas buenas sesiones de sexo con Marc y seguir con mi vida, el hombre era dulcemente atractivo con un aire de malo que me fascinaba. Esa combinación de cara de inocente con una boca que exhumaba algo así como una malicia sarcástica en cada comentario, me tenía realmente intrigada, y quería que me besara, mordiera y penetrara unas cuantas veces para luego guardarlo al baúl de los recuerdos hasta que apareciera la próxima relación casual.

En fin, no podía quedarme con la gran incógnita de esa noche, el descubrimiento de que existía alguien fielmente igual a una persona que murió hace décadas, solo despertó aún más mi interés por lo que me dispuse a navegar cada publicación en la red para tratar de recabar la mayor cantidad de información posible sobre el tal Tanner Thacker, y durante un par de horas solo me atravesé con artículos de periódicos vagos sobre cómo un «hombre blanco» había sido asesinado «por los suyos» por ser un «amante de negros».

Decidí abrir una botella de vino e instalarme frente al ordenador para escarbar cada pequeño detalle que pudiera conseguir sin importar si me desvelaba esa noche, no había círculos negros alrededor de mis ojos que un buen maquillaje no pudiera cubrir para mi cita de la tarde siguiente.

Después de sentir que la punta de mis dedos sangrarían de tanto teclear, descubrí un blog de aspecto simplón de un usuario anónimo —que en cuestión de minutos descubrí que era manejado por una mujer afroamericana de setenta y cinco años de Dixie, Alabama—, que se llamaba Historias Que Nunca Deben Ser Olvidadas, y que contaba hechos reales sobre injusticias ocurridas por las leyes de segregación racial en ese estado durante los años cincuenta y sesenta.

Para ser llevado por una persona de esa edad, estaba impresionada de la gran cantidad de fotos y fuentes con las que respaldaba cada uno de los hechos históricos que relataba, quizás trabajaba en alguna asociación de conservación de patrimonio, o tal vez trabajaba en una biblioteca, pero agradecí su existencia, porque me permitió conocer un resumen bastante preciso de quién era Tanner Thacker y por qué murió linchado.

El título de su entrada decía: Tanner Thacker, el hombre que debería tener un busto, estatua o calle a su nombre en Dixie, Alabama.

«Bueno, eso suena un poco exagerado, pero leamos a ver si de verdad se merecía algún tipo de reconocimiento», pensé.

Tanner era lo más blanco que un blanco podía ser, piel como las perlas, ojos como el cielo y cabellos rubios como el sol. Eran tan caucásico como un nazi pero más noble que un honorable caballero medieval de brillante armadura. Yo lo sé muy bien, podría decirse que fue mi primer amor, aunque yo solo tenía diez años cuando murió y él me veía como una niña dulce a quien le regalaba caramelos.

Nunca se supo quienes fueron sus padres porque fue abandonado en las puertas de una iglesia en una zona de negros.

Para los blancos, aquello fue una maldad, para nosotros, una bendición, porque siempre fue una buena persona, un pilar de la comunidad, alguien que en todo momento defendió nuestra humanidad cuando los demás nos trataban como animales, y que estuvo envuelto en más de una golpiza debido a cualquier demostración de racismo hacia nosotros de parte de un blanco.

Las autoridades lo odiaban por muchas más razones que simplemente ser un «amante de negros», lo odiaban porque las leyes lo protegían de cierta manera y él se burlaba de «su raza» al codearse con gente de color, porque era muy inteligente para conseguir agujeros en ellas y desafiarlas imponiendo la presencia de afroamericanos donde, en teoría, no deberían ni siquiera asomarse.

Fue adoptado por Duante Thacker desde el primer día que apareció frente al templo mal acobijado y dentro de una caja sucia. Duante perdió a su mujer e hija unos años atrás cuando un borracho blanco las atropelló, fue considerado un accidente desafortunado y el hombre siguió libre como si nada, mientras el viudo tenía que atenderlo en la gasolinera donde trabajaba.

Duante siempre fue un hombre perspicaz y tranquilo, intentó educar a Tanner de la manera más pacífica posible, pero él era rebelde desde muy pequeño, no entendía porque no podía ir a la misma escuela que sus amigos del vecindario, por qué no podía entrar a los mismos sanitarios, por qué no podían comer en los mismos sitios, por qué no podían sentarse juntos en los transportes públicos, y aquello despertó una ira en su interior que creció como una bestia que nunca pudo ser domada. Al final Tanner tuvo que se educado en casa por las mujeres de la comunidad ya que a pesar de ser un niño flacucho, se metía en problemas un día sí y otro no, con todos los blancos que lo insultaban por ser un «amante de negros».

Cuando alcanzó los catorce años decidió que su padre estaba demasiado mayor para trabajar, así que buscó trabajo en el aserradero local, donde, a los pocos meses, creció muchos centímetros en todas las direcciones, se convirtió en un gigante de casi dos metros de músculos grandes y firmes, y esa bestia iracunda que dormía en su interior comenzó a despertar para atacar a los responsables de cualquier acto que considerara injusto en contra de «su gente». Nosotros, los negros.

Cuando tenía más de veinte años había entrado y salido de la cárcel múltiples veces, las excusas, aunque la policía los llamaba delitos, eran asalto, desorden del orden público, incumplimiento de leyes y unas cuantas tonterías más, pero a él no le importaba.

Tanner desapareció unos cuantos años por un trabajo que consiguió en Ohio trabajando en unas minas de carbón en el norte, quería reunir dinero para comprarse una buena casa en la mejor zona de Dixie, pagarle al mejor abogado de la ciudad para luchar contras las leyes que prohibían el matrimonio interracial y pedirle la mano a Tamika, de quien se había enamorado y con quien mantenía una relación oculta porque podían terminar ambos en la cárcel solo por tomarse la mano en público.

Consideraron mudarse a un país sudamericano, pero ambos tenían un sentido de justicia similar (quizás por eso se enamoraron), y no permitirían que unas leyes creadas por sus iguales, porque todos los humanos somos lo mismo, los arrancara de su comunidad alejándolos de la gente que amaban.

Nadie quiso avisarle a Tanner que Tamika fue contagiada por una enfermedad de la que se hubiera salvado si hubiera sido atendida en un hospital para blancos o hubiera tenido acceso a sus medicinas, así que cuando regresó a la ciudad extrañado de no haber recibido más llamadas o cartas de ella, y que todos evadían sus preguntas cuando intentaba averiguar su paradero, algo cambió de manera irreversible dentro de él. Siguió siendo un hombre bueno para nuestra comunidad, pero una amenaza para los racistas, a quienes caía a golpes en cada oportunidad que se presentaba siempre que demostraban su odio hacia nosotros.

Unos años después apareció su cuerpo prácticamente mutilado por la golpiza que le propinaron; la autopsia indicó que fue linchado a golpes con todo tipo de objetos, su cadáver estaba casi irreconocible y fue un lunar en su cuello quien confirmó que definitivamente era él.

No hubo investigaciones ni fueron apresados los culpables, para ese momento Duante había muerto de vejez y nuestros voces eran silenciadas por el alguacil y sus secuaces.

Nunca hubo justicia para Tanner, y si me lo preguntan, considero que debería haber algún tipo de tributo en Dixie en su honor, porque a pesar de que fuimos muchos los que luchamos por nuestros derechos civiles, nadie lo hizo con tanta pasión y fuerza como él.

El resto de la entrada contenía artículos locales, copias de cartas enviadas a la policía exigiendo que investigaran su asesinato, así como unas pocos fotos donde él aparecía.

Hice una comparación de las fotos del pasado con las que yo había tomado y el lunar mencionado estaba ubicado exactamente en el mismo lugar y era del mismo tamaño. Aquello era genéticamente imposible, ni siquiera unos gemelos son idénticos, ningún humano lo es por más que se parezcan, cada ser tiene alguna característica que la diferencia del resto y cada herramienta informática que utilizaba me aseguraba que Tanner Thacker y el hombre a quien le había tomado la foto, eran físicamente la misma persona.

Si seguía tratando de encontrarle una explicación iba a perder la chaveta, así que me convencí de que debía ser un nieto o algo así, una anomalía genética porque siempre hay una excepción en todas las reglas, y que probablemente era casualidad de que lo estuviera viendo tan seguido.

Eran las tres de mañana y ya me había tomado la botella de vino cuando decidí acostarme a dormir, pero antes, utilicé alguna de mis habilidades de procesamiento de datos para ubicar el blog, donde leí la historia de Tanner, en los primeros resultados de búsqueda de varios portales cuando alguien quisiera informarse sobre temas raciales de aquella época, y consideré contactar a la bloguera para ofrecerle mis ayuda para mejorar la estética de su página, y quizás, incluso, brindar mis talentos para recabar cualquier información adicional que necesitara.

Antes de cerrar mis párpados sacudí de mi mente la imagen del gigante rubio y lo que había leído de su antepasado para concentrarme en Marc y nuestra cita al día siguiente, pensé en sus más de metro ochenta, sus cabellos castaños, sus ojos azules y ese aire a peligro y misterio que me hacía desear que estuviera en ese momento en mi cama.

1 de Noviembre de 2022 a las 02:42 0 Reporte Insertar Seguir historia
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