alksander-dawntower Alexander Darktower

La princesa Erlund Zu-Ken regresa a casa tras un largo tiempo en los frentes de batalla. Su regreso a casa esta precedido por momentos difíciles, y el futuro no parece más sencillo. Un nuevo desafió crece en su vientre, al tiempo que los vientos del norte traen consigo nuevos desafíos para ella y los suyos.


Fantasía Todo público.

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El palacio de la Luna

            El sol brillaba con intensidad aquella mañana. Las pequeñas gotas de lluvia brillaban como cristales al caer, reflejando la bella luz que iluminaba todo el palacio. La fría briza corría con calma, moviendo suavemente las cortinas del palacio de la Luna. El bello palacio, formado por catorce torres esbeltas de color blanco, pareciera ser un segundo sol al amanecer, iluminando los valles circundantes con su luz.

En sus pasillos de mármol, a tempranas horas se puede escuchar a los encargados del palacio, pasear de un lugar a otro, llevando los enseres necesarios para tener todo listo y a tiempo, afanándose más de lo normal, al ver a un inusual visita. Por aquellos pasillos, arrastrando las finas sedas, se pasea inquieto el príncipe del palacio y heredero al trono del Reino de los Zu, el príncipe Azrak Zu-Rak, hijo del Rey Kataran Zu-Nak, descendiente del primer Rey de los cielos, el legendario Taraman Zu, quien fue el primero en conquistar la sima de la montaña y construyendo el palacio hacía ya seis mil años.

El joven príncipe, pasea inquieto ante las noticias de la pronta llegada de su esposa, la cual, tal como dictan las tradiciones de los Zu desde hacía ya milenios, se había casado con su hermana, hija de la segunda de las tres esposas de su padre. Su hermana, la princesa Erlund Zu-Ken, era considerada la mujer más hermosa del reino, y a su vez, una de las más valientes, sino la que más. A diferencia del heredero, que apenas salía del palacio de paseo en su dragón Syrax, la joven princesa viajaba a lo más del tiempo, principalmente en aquellos tiempos oscuros.

El Reino había pasado largos periodos en paz, pero el codicioso Zumbatar Na-Korn había estado saqueando los pueblos ubicados más allá de la cordillera del Kan, los cuales estaban bajo la protección de los reyes del cielo. En honor a los antiguos juramento, Erlund había salido a la cabeza de un ejército Celestino. Ya habían pasado diez lunas desde su partida y hacía siete que no recibían noticias. Por órdenes expresas de ella, había dicho que no enviaría más cartas por el temor a que estas fueran interceptadas. Además, tampoco quería que los espías enemigos supieran por donde llegarían.

Las cartas no había llegado hasta hacía diez soles atrás, cuando un simple mensaje decía que volverían a casa. No se sabía si había sido victoria o no, pero en los pasillos se rumoreaba que sí. También había quienes comentaban que la princesa había fracasado, otros que volvía mal herida o que directamente había muerto. Quienes habían sido atrapados diciendo aquellas cosas, terminaban encerrados en las prisiones del cielo. Los celestinos no ejecutan a otros, así que la pena máxima es estar en prisión hasta que se diga lo contrario

El príncipe continuaba su paseo intranquilo mientras un nuevo sol, o día, como suelen decirle en otras latitudes, comenzaba, la brisa comenzaba a hacerse más fuerte. Cada ciertos intervalos el viento aumentaba, seguido por un sonido parecido a las cortinas al agitarlas con fuerza. Pronto, una sombra comenzó a tapar el cielo, y el origen de aquel sonido se hizo presente. Era Orión.

El gran dragón celeste había aterrizado con presteza en los jardines de la doncella, lugar donde estaba la entrada a la guarida de los dragones. En el corazón de la montaña, los príncipes dragón habían guardado a sus criaturas durante milenios. En su apogeo, la montaña había conseguido mantener a cientos de dragones, pero hoy en día estos no superaban la docena. Aun así, la cantidad de dragones era suficiente para mantener el dominio sobre los valles y tierras adyacentes.

EL gran dragón Orión, el más grande y hermoso de todos, se acercó despacio a la fuente para beber de ella, mientras que, de su lomo, su jinete desmontaba. La capa estaba desgastada, igual que los vestidos que llegaban poco debajo de la rodilla. La ropa entera tenía restos de sangre, igual que la hoja de la espada de quien la portaba. El yelmo que cubría la cabeza y la mitad del rostro, también presentaba restos de sangre y claras abolladuras. Al sacarlo, una espesa mata de cabello negro cayó cubriendo su rostro, dejando ver que aquel antiguo, brillante y hermoso cabelló negro se había tornado sucio, feo y enmarañado. Pero aquella sonrisa no se había ido. Erlun mantenía sus brillantes ojos verdes intactos y su sonrisa igual, aunque su mentón se encontraba atravesado por una cicatriz que daba cuenta de una herida recibida hacía tiempo, pero su mejilla izquierda aún estaba sangrante.

Azrak fue el primero en acercarse a ella, corriendo tan rápido como sus vestidos principescos le permitieron. Montones de sirvientes llegaban con ropas limpias y toda clase de cosas para atender a la princesa, la cual solo hizo uso de un poco de agua para limpiar sus manos y parte de sus heridas, lo mínimo para poder proceder a comer con relativa calma. El príncipe la bombardeaba con preguntas y preocupaciones sobre la sangre sobre su ropa y las heridas que tenía, las cuales eran más de las que esperaba. Pero ella no le respondía con palabras, salvo con una sonrisa cálida y una caricia sobre la mejilla. Aquello bastó para que se quedara calmo durante unos instantes.

El imponente dragón también presentaba heridas y no dejaba que nadie se acercara a ellas. Aquel dragón siempre había demostrado ser orgulloso, y muy pocos si quiera se podían acercar a él estando la príncipe, y casi ninguno si no estaba ella.

Entre movimientos ajetreados, pronto se hicieron sonar algunas trompetas a sus espaldas, anunciando la llegada del padre de ambos, el Rey Celestino Kataran Zu-Nak había llegado a recibir a su hija también. El orgulloso rey llegaba con los brazos abiertos a recibir a la mayor de sus seis hijas, la cual estaba junto al mayor de sus cuatro hijos. El rey la abrazó tan fuerte, que Azrak tuvo miedo que le hubiera abierto alguna de las heridas que ella tenía. Pero la princesa devolvía el abrazó con igual o más fuerza, siendo el rey el que temía romperse algo. Su princesita que se había ido, había regresado más fuerte y alegre que antes.

La princesa se sentó sobre su piedra favorita junto al estanque, donde a sus espaldas aguardaban los árboles que embellecían el palacio. Su espada, todavía con restos de sangre tras la última batalla, era la enseña viviente de lo que había ocurrido. Nueve batallas fueron libradas, donde ocho fueron victoriosas, sufriendo una derrota ajustada en su tercera batalla. Tras la última los remanentes de los ejércitos de Zumbatar habían sucumbido, huyendo al otro lado del río Nagger, antes de ser alcanzados por las llamas de Orión, que previamente había matado al dragón Mextas, mientras que Erlund había matado a su jinete, el príncipe Sond, el cuarto hijo de Zumbatar y segundo en la línea sucesoria. Pero Sond no había sido el único en perecer bajo su espada, decenas lo habían hecho a lo largo de las batallas, demostrando su valía ante los suyos, tanto como guerrera y como comandante, siendo apodada “la elegida”. Según sus relatos, sus soldados la alababan y sus generales la respetaban y hasta admiraban.

El rey feliz, había preguntado por su ejército, el cual de seguro estaría todavía de camino. La princesa, que miraba a un par de cuervos que se posaban a sus pies, le contaba con calma que una décima parte se había quedado protegiendo los pueblos fronterizos, una mitad se había quedado en los pueblos y castillos de la montaña, aguardando en caso de necesidad, mientras que el resto marchaba hacía la capital, estando a no más de dos o tres días de camino. Ella se había adelantado con la idea de llegar antes a la capital, pudiendo hacer los preparativos para recibir a los que llegarían.

Los sirvientes se pusieron en marcha para transmitir las órdenes de la princesa, para preparar todo para cuando llegaran los soldados desde la guerra. Hacía mucho que no habían librado una, por lo que el rey estaba más que satisfecho con los resultados obtenidos. Su hija había demostrado ser una digna heredera al trono, una reina más que respetable y admirada a lo largo del reino, así como también fuera de los límites de estas.

El rey, queriendo inmortalizar las hazañas de su hija, había traído al escultor y maestro en el arte de la tierra, el artista Mikel Taran-Ra, para que esculpiera una estatua a semejanza de la princesa. El gran artista, gracias a su magia, no se tardó nada en conseguir crear una imagen a semejanza de la princesa, inmortalizándola con su armadura y su espada. La princesa se quedó unos instantes observando la estatua, melancolica. En batalla había visto a varios de los suyos morir bajo la magia de la princesa Kashimir, la cual podía impedir los movimientos de cualquiera que estuviera al alcance de su magia, y convertir en piedra a cualquiera que fuera alcanzado por su lanza. Decenas quedaron convertidos en piedra, en la que fue conocida como la batalla de las estatuas. Su única derrota.

Una lágrima recorrió su mejilla, mientras que la preocupación del artista se hizo presente en su rostro. La guardia de las nubes se había puesto en guardia, a la espera de las órdenes del rey, el cual estaba estupefacto. Excusándose, la princesa se retiró, no sin antes decir que el artista estaba exento de culpa, y que sus lágrimas se debían a otra cosa. Los recuerdos de las batallas todavía la perseguían en sueños. Había pasado por muchos momentos de dolor…pero también de felicidad.

Estos últimos, paradójicamente eran los que más la atormentaban, y más aún al ver a su esposo. Su anillo de bodas, puesto en el dedo meñique de su mano izquierda, no solo había sido manchado con sangre. Estaba lejos y sola. ¿Qué culpa podía tener de aquello? Nadie tenía porque saber de aquello, y aunque se dijera algo, ella era la heredera al trono y pronto sería reina. Reina de un hijo que no tendría por qué saber quién en su padre. Siempre y cuando se asegure de atar la mentira cuanto antes. 

10 de Diciembre de 2017 a las 01:57 0 Reporte Insertar Seguir historia
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