Tele trabajas. Desde que el bichito Covid comparte nuestras vidas (y nuestras muertes) esa dinámica laboral se instauró como práctica, que según los casos es beneficiosa. De repente, un estruendo proveniente del cielo rompe la calma de tu improvisado despacho. A los cinco minutos otra ráfaga de ruido ensordecedor interrumpe tu concentración y, movido por la curiosidad, te asomas a la ventana. Piensas que igual la guerra de Ucrania haya movilizado también a nuestras tropas. En internet te informas de que están ensayando para el desfile del Día de las Fuerzas Armadas, que este año se celebrará en tu ciudad. Bendita suerte.
Internet te dice, asimismo, que esa conmemoración es un acto institucional que sirve de homenaje a los ejércitos y a la armada y que fomenta su conocimiento e integración. Enseguida llegas a la conclusión de que si es necesario semejante despliegue (de medios, molestias y despilfarro) para dar a conocer y fomentar algo, o ese algo es absolutamente desconocido (sería como lanzar un producto en una campaña publicitaria) o un interés forzado se esconde en la retaguardia. Puede (seguro que es así), que a la soldadesca no le apetezca ni un ápice tamaña estupidez, que sea cosa de “los de arriba”.
Se te ocurre que, también como método de ensalzamiento, se podrían fomentar desfiles de sectores mucho más necesarios que el ejército. Sonríes al imaginar el desfile de Sanidad, médicos enfermeras y auxiliares empuñando sus bisturís, estetoscopios y talonarios de recetas, abriéndoles paso las ambulancias y sus sirenas; imaginas al sector de la educación, blandiendo libros, tizas y boletines de evaluación mientras recorren nuestras calles bajo vítores y aplausos; incluso podríamos desfilar en julio todos los contribuyentes, tras haber cumplido con la todopoderosa Agencia Tributaria, como verdaderos héroes y supervivientes.
Pero no lo hacemos. Sencillamente porque es nuestra obligación, porque somos gente humilde sin ánimo de exhibicionismo, porque respetamos el orden y el silencio y porque nos gusta dar ejemplo a los demás.
Y con esa satisfactoria conclusión, intentas seguir trabajando.
Pero antes cierras la ventana, por si acaso.
FIN
Relato perteneciente a la serie «Pensamientos diminutos»
No creo que pudiera expresarlo con mayor claridad aunque me empecinara en darle vueltas y vueltas. Este libro es modesto, no sólo por lo poco que abulta, sino también por sus pretensiones. No aspiro a dar a conocer profundas reflexiones y adecuadas formas de entender la vida. Mi única ambición es recoger razonamientos, dudas y puede que también opiniones, sobre aspectos que me suscitan interés, que me asaltan de improviso, en definitiva, que me parecen curiosos de alguna manera. En algunos de ellos dejo abierto el tema, les pongo el anzuelo por si les apetece picar y contribuir en mis delirios; en otros, no doy opción a réplica; y en la mayoría, no puedo evitar mostrar mi lado crítico y ácido sobre el mundo que nos ha tocado vivir. Tampoco escasean recuerdos personales, que supuse olvidados y, sin embargo, se empeñan en no abandonarme. Debo de advertirles que los pensamientos que les brindo a continuación son diminutos porque no son más que la semilla. Si los abonan y riegan con esmero, notarán como crecen en su interior. Leer más sobre «Pensamientos Diminutos».
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