Avery marchaba entre la espesura de las calles de un distrito desconocido, pues todo aquél atisbo de civilización en su mayoría, había desaparecido ante la fuerza de la madre naturaleza, la cual reclamaba lo que alguna vez a ella le perteneció, pero que fue arrebatado cruelmente de sus manos.
Había escapado de aquella batalla, y de no ser por Wendigo, no la habría contado.
Iba rumbo al este, en busca de unas tierras prometidas que tanto ansiaba por conocer, pues antes de ser lo que era, se trataba de un simple campesino que de vez en cuando, escuchaba historias sobre una tierra mas fértil que en la que se encontraba de pie.
Sobre valles y montañas precioso, protegidos por tribus pacificas que de vez en cuando merodeaban las murallas naturales que protegían aquella reserva.
Se trataba del parque nacional Yellowstone.
Ahora convertido en un paraje para las tribus, las cuales prosperan de forma pacifica, siendo este posiblemente la unica luz de esperanza para encontrar la paz en el alma de Avery.
Un sitio al cuál llamar su verdadero hogar, libre del fragor de la batalla, libre de los fanaticos suicidas desquiciados y sádicos.
Libre de La Orden.
Libre de... Ares.
Avery caminó por un par de horas hasta que anocheció.
La lluvia copiosa se fue intensificando poco a poco, por lo que tuvo que buscar refugio entre las ruinas.
Encontró lo que parecía ser una antigua tienda de teléfonos celulares.
El logo era el de una manzana aparentemente mordida.
A Avery le pareció bastante ridículo
Ingresó al establecimiento, el interior estaba parcialmente en ruinas.
Los huesos estaban carcomidos por algo, las paredes y las demás cosas en su interior habían sido despedazadas.
Pero no se trataba de una criatura, al contrario.
Sufrió de los efectos de la nube roja.
Esa nube que destruye todo lo que toca, una secuela del cataclismo.
Dicha secuela, por suerte y bendición celestial de quien quiera que esté allá arriba, solo se dio las primeras semanas después del evento que destruyó la tierra.
Los relámpagos iluminaban las sombrías y desoladas calles del yermo, mientras Avery buscaba un lugar apartado de la entrada donde poder descansar.
Colocó su mochila reglamentaria en el suelo, allí guardaba la mayor parte de sus cosas.
Y cayó dormido...
Sus recuerdos, se volvieron pesadillas...
Pesadillas difíciles de escapar.
Los demonios que azotaban sus memorias, los monstruos que se alimentaban de su miedo, y la muerte, quien lo veía desde la distancia, entre las bestias del infierno que se levantaban de entre las pilas de cadáveres putrefactos.
Infantes muertos, niños crucificados, bebés desollados.
Monstruos humanoides desnudos sin nada que cubriese sus deformes partes intimas.
Se alimentaban de los cuerpos podridos de las victimas.
El terror de la guerra, y sus horrores, convertidos en alegorías para espantar al pobre Desertor.
Quien se había arrepentido desde el momento en que mató a su primera victima.
Todavía recuerda haberle visto a los ojos, ambos intercambiaron el miedo, ambos sabían que lo que ocurría estaba mal.
Y Avery jaló del gatillo bajo presión de su oficial, y desde entonces reconoció que la paga era inútil en comparación a lo que haría para ganársela.
Tenía que ir a por su madre en el poblado de Valle Verde, cerca de Arizona.
El viaje sería extenso, y agotador.
Pero lo que sea por escapar de Ares.
Gracias por leer!
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