Sobre el infinito mar de la mirada recreo el último gesto que vi en tu rostro. Una especie de sonrisa que miraba profundamente dentro del alma. Su belleza se confundía con el cielo que mostraba su aura y se volvía negro como la noche. La noche era una maravilla que solo existe en los ojos de los perplejos, de aquellos que han dado su vida a mirar con otros ojos. La noche se extendía por sobre la mirada y los ojos se maravillaban con el atuendo del alma. La constante belleza del mirar sin mirar.
Sobre el oscuro manto de la noche, en el mirar perdido, en el seno de la existencia solo queda mirar con el alma aquello que solo se puede mirar con el alma. El gesto del amigo, el abrazo de la noche y el brillo simbólico de las estrellas; el desahuciado llanto de las almas en pena; el increíble crepitar del fuego. Somos un canto que canta la eternidad. Somos el fuego que da existencia a la eternidad. Somos el fuego de la existencia. El oscuro mar es el espacio en que mis ojos ven tu rostro, el rostro vivo del ocaso; el entre ver de los sueños; el templo visionario; el infinito instante del amor.
Es la eternidad el único espacio donde sucede nuestro encuentro, en el crepitar de los sueños, en el escribirse de los instantes. Sobre nuestra historia acontece el suceder del tiempo. Nuestros ojos ven la noche estrellada; el cumplirse de los astros.
Somos el existir de la vida. El mezclarse de los ojos con la luna, la excepcional visión del tiempo. Los ojos de la luna, la virtud de todas las cosas. Somos la luz de la conciencia.
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