lucia-camacho Lucía Camacho

La princesa Anat ha sido asesinada, y su hermana gemela Keket despertará a los dioses rogando que la devuelvan a la vida. A cambio, esta deberá abandonar el templo de Seth, y adorar a la diosa Isis, por toda la eternidad. Así mismo una chica llamada Nayet despierta de una pesadilla, cansada de tener extraños sueños escalofriantes que le dan pavor, escuchando voces en el viento, que le hacen ver cosas que nunca han ocurrido, una sombra de lo que le ocurrió a una chica igual a ella en una vida anterior. Lo que la chica no sabe es que algo oscuro está cerca, algo la encontrará y ni siquiera podrá huir de ello. Obra ya a la venta en formato digital y papel en Amazon. Próximamente presentación del libro en formato físico en la Feria del Libro de la Autopublicación del Alamillo (Sevilla) el día 6 y 7 de MAYO de 2023.


Suspenso/Misterio Sólo para mayores de 18.

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Prefacio.

Los truenos resonaban en aquella oscura noche, creando sombras extrañas en la penumbra de una habitación rodeada por hermosos tapices dorados y sábanas blancas.


La lluvia comenzó a caer sobre el lugar, mientras el viento traía un desagradable olor a azufre mezclado con claras notas de almizcle. Una ráfaga golpeó las cortinas, entrando en la estancia, descubriendo a una joven hermosa de cabellos negros y piel clara, descansando en su propio sarcófago.


Ella era Anat, la princesa heredera al trono de Mercurio, una tierra tan árida que parecía un milagro que albergara vida. Muy similar al antiguo reino de Egipto.


Un rayo cayó, alumbrando aquella triste escena, donde una joven de cabellos oscuros, más cortos de lo habitual, con símbolos prohibidos dibujados en su piel, se acercaba a su hermana gemela.


Se trataba de Keket, la princesa maldita, así la llamaban algunos, por su extraña admiración a Seth, el dios de las tinieblas.


Susurrantes palabras salían por sus labios, en una lengua que ya no existía entre sus gentes, una que hacía más de un siglo que no utilizaban. Eso despertaría algo antiguo, algo oculto, las más oscuras alimañas que este mundo puede albergar.


Como en un trance, poseída por una de esas fuerzas que invocaba, daba giros macabros con sus extremidades, dándoles la bienvenida, abriendo puertas que habían permanecido ocultas durante siglos.


La brisa helada pronto apagó las velas de la estancia. Navegó por el lugar con sigilo hasta llegar a Keket, y más allá, abrazando el cuerpo sin vida de aquella princesa.


"Keket" – susurró una voz imponente, en bucle, que parecía provenir de las propias profundidades del inframundo, haciéndose más y más fuerte cada vez, pero la joven no iba a yacer en su misión, no cuando la culpa la perseguía – "detente"


Una ráfaga la golpeó entonces, cerró los ojos, quedando en el más absoluto silencio, en la oscuridad, tan sólo su respiración se escuchaba. Ni siquiera... la tormenta, a pesar de que seguía rugiendo en el exterior, o el viento que la rodeaba, ni tan sólo el tintineante sonido que hacían las cortinas de metal al chocar unas contra otras. Por un momento, fue como si el tiempo se hubiese detenido, como si todo lo que debió ser, no volviese a ser jamás, y entonces... escuchó a lo lejos las risas celestiales de su hermana.


Como en un trance abrió los ojos, blancos como el día, y quedó cautiva por una visión que los dioses le mostraban.


En una extensa tierra árida llena de montañas de arena, con un sofocante calor rodeándolo, hasta donde la vista humana alcanzaba a ver. Una prolongación de las tierras que pertenecían al señor del desierto, cerca de su propio templo, ese que ella misma había visitado en innumerables ocasiones. Y a lo lejos, cerca de la zona fértil del Nimlo el afamado reino de Mercurio, tan similar en apariencia, a ese que en antaño se conocía como Egipto.


Una muchacha de cabellos oscuros, piel morena y un maquillaje rasgado caminaba por aquellas desiertas dunas, con su vestido blanco siendo mecido por el viento que la rodeaba, y su emblema de la realeza cubriendo su cuello.


Sonrió hacia su hermana gemela durante minutos que parecieron una eternidad, capturando cada rasgo de aquella mujer a la que amaba.


Aquella hermosa alucinación alzó la mano, como si pretendiese que Keket la sujetase, pero esta no estaba preparada para abandonar el ritual, y perdió la última oportunidad que los dioses le brindaban.


"Anat" – la llamó, al percatarse de que se alejaba, más y más, dejándola desamparada en aquel mundo cruel, algo para lo que no estaba preparada.


El ritual se detuvo tan pronto como ella dejó de recitar esas prohibidas palabras, quedando perdida en la desolación, el silencio de aquel desierto que la abrumaba, sin que hubiese el más mínimo rastro de su hermana, como si esta se hubiese evaporado.


El miedo la golpeó con violencia, sus lágrimas emborronaron las palabras que había dibujado en su rostro, y cayó de rodillas en la arena con un golpe seco, sintiendo la fría piedra del templo en el que en realidad se encontraba.


Keket – la llamó una voz celestial, irradiando una luz que la hizo despertar, volver a la habitación, observando junto a ella a otra mujer que reconoció en seguida, a pesar de haberla visto sólo en las imágenes grabadas en las paredes de un templo: era Isis, diosa de la vida – no debes estar aquí.


Necesito salvar a Anat – contestó, poniéndose en pie, limpiando sus lágrimas, haciendo a un lado a ese ser al que muchos adoraban, la protectora de su mismo reflejo, la que propició su nacimiento, el de ambas en realidad – no merecía morir así...


Nuestras decisiones tienen un precio – le dijo, mientras se paseaba por el lugar, acercándose al cuerpo sin vida de la princesa, observando el gran trabajo que Keket había logrado, había estado a punto de abrir la última puerta al otro lado, pero eso era algo que ningún ser era capaz de hacer, ni siquiera los dioses. Su mirada se detuvo en la daga que había sobre su regazo, sorprendida de ver el emblema de su propio hermano en la empuñadura, empezando a comprender la negativa de aquella mortal a aceptar lo sucedido – Seth – susurró, acariciando el arma, viendo pequeños fragmentos que se le mostraban, la forma cruel en la que aquella princesa había fallecido y al dios del caos que así lo había propiciado – Anat no debió acercarse a él.


Lo hizo por mi causa – aseguró la joven, rozando el rostro sin vida de su hermana – fue a buscarme al templo de Seth.


Ambas quedaron en silencio, el dolor se respiraba en el ambiente, a pesar de que la muerte jamás es el final, sólo el principio de algo distinto.


Algo extraño sucedió entonces, algo que para los ojos humanos no es posible de apreciar. La oscuridad rodeó la escena y las más temibles alimañas del inframundo se postraron frente a la diosa. Salían del suelo, como si este fuese una puerta hacia otro lugar. Se arrastraban por él, incluso por las paredes, susurraban palabras inentendibles, en una lengua muerta. Tan sólo eran una sombra de lo que una vez fueron.


Si la devuelvo a la vida... - comenzó la diosa, haciendo que Keket levantase la vista de forma inmediata - ... debéis prometer vuestra lealtad a mí, olvidar vuestra entrega al señor del desierto.


¿Volverá a mi lado? – quiso saber, con un brillo de ilusión en sus ojos.


– Debemos preguntar a aquellos que moran al otro lado – contestó, agudizando el oído, prestando atención a las voces susurrantes de la oscuridad que se hacían más nítidas cada vez.


"Conocéis el precio por abrir una puerta prohibida" – susurraban las escalofriantes sombras, rodeando la tumba de aquella princesa con curiosidad – "La inmortalidad de una princesa no es suficiente para satisfacer a nuestra señora..."


"¿Cuál es el precio?" – quiso saber la diosa, en sus pensamientos, dejando que la oscuridad los viese.


"La vida de vuestro hijo"


"No" – contestó, tajante – "No volveré a perder a uno de los míos"


Las sombras no contestaron en seguida, se cernieron sobre el cuerpo sin vida de la princesa para decidir si valía la pena salvarla. E invocaron a su señora.


Extraños símbolos fueron grabados a fuego en la piel sin vida de aquella princesa, preocupando a su hermana, que no entendía que era lo que estaba sucediendo.


"Nos la llevaremos" – susurraron al unísono las voces del mal – "La ocultaremos lejos de los dioses. En un remoto lugar dónde ni siquiera él pueda encontrarla"


Anat permanecerá oculta – recitó la diosa hacia aquella mortal que la observaba con inquietud – la enviarán a un lugar dónde los dioses ya no tenemos poder para ejercer nuestra voluntad.


¡No!


Pero ya era demasiado tarde, las ánimas se habían apoderado del cuerpo de la princesa, lo abrazaban con su penumbra y susurraban palabras inentendibles, ya no podía deshacerse lo que estaba hecho, ni siquiera los dioses podrían interceder aquella vez.


Despierta... despierta, Anat – pidió Keket, intentando llegar hasta ella, en el caos de aquella confusión, pero el mal no estaba dispuesto a ser interrumpido, y pronto la silueta de la joven quedó disuelta y fue absorbida por el fondo de aquel sarcófago abierto.

21 de Septiembre de 2022 a las 16:10 0 Reporte Insertar Seguir historia
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