Creo recordar que pudo ser antes de la edad escolar, que mi siempre digna, siempre pura, siempre compuesta figura materna, comenzó a humillarme en nombre de la verdad.
«Sí, eres gorda, es verdad, eres floja, es verdad, eres irrespetuosa, es verdad». Hablaba mal de mí con mis familiares, «no hace nada, solo se la pasa echada como vaca»… Y luego yo, dolida, me quejaba, «Esas cosas son mías, no vayas por ahí exponiéndolas todas». «Tengo derecho es la verdad».
Y como un conjuro lleno de una extraña y ajena maldad surgió de entre la hiedra.
“Tengo derecho a decir lo que quiera de quién quiera mientras sea verdad”.
El problema es que de alguna manera la verdad vino solo contra mí.
Las verdades de los demás solo se agitan como una boya en el mar, marcando hasta dónde es seguro nadar.
Gracias por leer!
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