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Hace calor

Se llamaba Juan, pero la gente le conocía como “el loco ese”. Y las razones eran evidentes: pelo dosmilero al estilo pre-quiebra de Lehman Brothers, camiseta roñosa llena de pegotes, unas crocs que necesitaban ser recauchutadas por Michelin y un coche que parecía dibujado por un niño al que le han regalado un estuche nuevo con mil rotuladores.

Juan vivía solo, pero no sin compañía. Tenía dos palomas, una serpiente, un mono y un perro. Y haciendo honor a su dueño, cada uno estaba más loco. Vivía en las afueras de Madrid, pero su sueño siempre había sido ir a vivir a Laponia. Y es que si algo detestaba Juan era el calor.

Juan era tremendamente rico. Como loco excéntrico de dibujos animados simplones, Juan era científico y antes de que se le fuera la pinza había descubierto el proceso de desoxiquiralización de Litio que permitía un incremento de un 3% de capacidad de las baterías. Esto, probablemente no parezca mucho, pero las grandes tecnológicas del momento empezaron una agresiva subasta por la patente que a Juan le reporto enormes beneficios. Pero esto a Juan no le importaba, igual que a los genios de los dibujos. A él las baterías y la movilidad eléctrica le daban exactamente igual. Lo único que le importaba era el aire acondicionado.

Y es que nuestro protagonista era un connoisseur extremo en la materia. No solo tenía en su casa diferentes aparatos en cada habitación, sino que el muy tarado juraba y perjuraba que era capaz de distinguir por marca el frío.

-Mmm, se nota que es de Loshiba, las frigorías están perfectamente controladas con una buena armonía entre fresco escandinavo y aire de la tundra -clamaba Juan con aires de suficiencia en alguna ocasión. -Oh, que vulgaridad de LamsGunsg, se nota que es de los fabricados fuera de Corea, la sonoridad de las correas escapa a toda comprensión y carece de dignidad. No es adecuado para mi querida serpiente -El tío era raro, raro.

Por supuesto, su casa era digna de ver. No era de extrañar que con el paso del tiempo los buses turísticos de la capital incluyeran una parada en su itinerario que pasara por su fachada. Y es que era, casi literalmente, una nevera por detrás: de su pared colgaban decenas de aparatos de todos los tamaños, épocas y colores.

No era de extrañar que tarde o temprano atrajera la atención de dos grupos de personas. Por un lado, los ecologistas que en algún momento lo encumbraron por sus descubrimientos sobre el litio, lo empezaron a hostigar por haberse, según ellos, “doblegado a las eléctricas” y derrochara energía de una manera tan obscena (que en esto razón no les faltaba). Y por otro, las grandes compañías de aire acondicionado, que se empezaron a preguntar de qué forma podrían utilizar a este evidente genio del frío para inflar sus cuentas de resultados de una forma u otra. Y por supuesto, acabó por iluminársele la bombilla a algún ejecutivo y pensó en la solución.

Pero nunca sabremos cuál era. El día que un Mercedes Clase S recogía a Juan de la terminal ejecutiva del JFK con motivo de una reunión con los ejecutivos de Taikin, Juan cayó desplomado. Al salir del jet privado que le había hecho cruzar el Atlántico a unos cómodos (para Juan) 12 ºC, lo asesinó curiosamente su más fiero enemigo: un golpe de calor.

3 de Agosto de 2022 a las 12:52 0 Reporte Insertar Seguir historia
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