masalinascebo Miguel Angel Salinas

¿Alguna vez le han dejado caer tan dañina sugerencia? Me juego la mitad de mi reino a que no han salido airosos de la encerrona. Nueve de cada diez dentistas así lo aseguran.


No-ficción Todo público.

#pareja #comunicación #cariño #honey
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Cariño, tenemos que hablar

Así comenzaban las grandes tragedias griegas y así continuaron los melodramas al paso de los siglos hasta nuestros días. Esa frase, lapidaria, sin dobles sentidos, contundente, que nos advierte de que un problema de tamaño descomunal asoma la cabeza, de normal desprende más agresividad y violencia que un puñetazo en la mejilla. Podríamos sustituir “cariño” por otro apelativo, o sencillamente suprimirlo. En cierto modo, un escueto “tenemos que hablar” intimida ya lo suficiente.

Adáptenlo al marco que ustedes prefieren, a fin de cuentas, son los que mandan. Por ejemplo, al mundo de la pareja. ¿Qué les viene a la cabeza cuando su pareja les suelta la frasecita, sin venir a cuento, de buenas a primeras? La reflexión lógica es, «¿Qué habré hecho yo?» Y a renglón seguido, acatamos un poco entusiasta «si claro, cuando quieras». Mantenemos la esperanza de que el asunto se prorrogue hasta el día siguiente, pero nos coge de la mano y nos conduce al sofá, en señal inequívoca de que no existe moratoria posible y que el chaparrón nos va a empapar.

En el mejor de los casos, el intríngulis reside en asuntos domésticos, bien estructurales, bien de comportamiento, bien paterno filiares, bien económicos. Pero la realidad, a menudo torticera y malvada, nos muestra otro enfoque de la conversación: «¿Qué piensas de nuestra relación?». ¿Qué se puede responder a eso? Nada. Lo mejor es callar y no interrumpir, es posible que la respuesta nos la podamos ahorrar, que se trate de una pregunta retórica. «Me refiero a si tú ves futuro a lo nuestro». Vaya, ¿se veía venir, no? Pues claro que sí. Lo que digamos o dejemos de decir carece de valor porque la decisión ya está tomada. Estaba tomada largo tiempo atrás. Ese decorado escénico no es más que una pantomima para cortar la relación. Tu pareja lo ha elaborado y amasado a su manera, hallando el valor y la ocasión propicia tras semanas de indecisión.

¿Cómo se llega a semejante tesitura? Muy fácil de explicar y complicado de llevar a cabo. En algún punto del camino algo se torció y, lo que es peor, nos dimos cuenta y lo dejamos pasar, asumiendo que se enmendaría sólo. Existen muy pocas cosas, circunstancias e incluso ingenios y mecanismos que se arreglen solos. Todo se subsana por alguna razón, no aparece Juan Tamariz con su «¡Tachán tachán!» y lo repara. Y los días pasan y ese bache no parcheado sigue, y surgen otros que desde luego omitimos, hasta que uno de los dos suelta «cariño, tenemos que hablar». Hubiera resultado más beneficioso y práctico tratarlo en el momento. Pero, afortunadamente, no somos perfectos y el desenlace es el que es.

El asunto lo abordé tangencialmente en el artículo de esta sección titulado Esa herramienta llamada pareja. Y lo desarrollado aquí no deja de ser una consecuencia de aquello. Una pareja no es para siempre y, al fin y a la postre, los problemitas surgen como manchas molestas de humedad en la pared que no podemos eliminar. Intentamos disimularlas con una cortina o arrimando un mueble, pero ese ardid no las elimina.


«Tenemos que hablar», antecedido por un nombre o apellido, se presenta de modo corriente en el mundo laboral. Supongamos un jefe o encargado que suelta de buenas a primeras, «señor Pradera, tenemos que hablar». Este contexto no da pie a una esperanza de aplazamiento, la sugerencia viene rematada con un «pase a mi despacho». Si ustedes han vivido tan ingrata experiencia, sabrán de qué va el paño. Un servidor sí, he sufrido en mis propias carnes (aún se me erizan los pelos de todo el cuerpo al rememorarlo) tanto la llamada al orden de una pareja con la que conviví como la de uno de mis jefes. A la primera (a la persona, no a la encerrona) le guardo un gran cariño; merced a su valentía, mantenemos una franca relación de amistad, yo diría que más duradera que las pilas alcalinas. De la segunda no puedo opinar lo mismo. Ese gusano que era mi jefe por entonces, carecía de razones para echarme, aun así no le tembló el pulso ni la voz, que firme y grave (fruto de su afición al tabaco y al coñac) me despidió sin contemplaciones y sin opción a réplica. Recuerdo que, cuando me tocaba el turno de defenderme, me mandó callar con un gesto, «ni lo intente. No es necesario que le explique las razones. Además, yo nada podría cambiar, la decisión viene de arriba». Rata de alcantarilla. A saber qué les contaste a “los de arriba”. Lo que ocurría era que te caí mal desde el principio porque acababa la faena en la mitad de tiempo y te ponía en evidencia a ti y a mis compañeros, acostumbrados a tocaros las pelotas la mitad de la jornada. Un tipo como yo os delataba como vagos, aficionados a marear la perdiz y a manufacturar, con la perfección de un maestro obrador, pelotillas con los mocos.

Como de costumbre, me he ido por las ramas. Lo siento.


Para no perder el hábito acabaré mi escueta, pero siempre instructiva exposición, con una reflexión. Cuando me cruzo con una conocida, que en apariencia está embarazada, nunca acierto con la manera de salir airoso. Es evidente que me debo de manifestar al respecto. Es más, ella así lo espera. Dar la enhorabuena no me sale. No me sale porque lo mismo ha sido un accidente y fue ella la que se empeñó en seguir adelante y pienso en él y me digo, vaya putada. También pudo ocurrir que de resultas de un accidente, de muto acuerdo, decidieran seguir adelante. Por otro lado, criar lleva consigo un desgaste físico, mental y económico nada alentador. En resumidas cuentas, que o bien me hago el longuis alabándole el gusto por la chaqueta tan chula que lleva o como mucho, rozando una frontera cenagosa, le pregunto de cuanto está (la última vez que así procedí, no estaba embarazada).


Bueno, no sé ustedes, pero un sinfín de deberes impostergables me aguardan y, aunque nada me complacería más que seguir entreteniéndoles, me tengo que ir.

Que sean muy felices.


FIN


Relato perteneciente a la serie «Opiniones, pareceres y reflexiones»

29 de Julio de 2022 a las 14:45 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Miguel Angel Salinas Una de cada y otra de arena

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