—Asher, Asher, ¿por qué lloras?
Caí al suelo al sentir cómo algo perforaba mi esternón y reventaba todas las costillas con las que se encontraba a su paso. La noche me devoraba conforme la punta de aquel objeto penetraba mi caja torácica, mis músculos y mis órganos por el camino, hasta aventurarse de nuevo al exterior tras abrir la piel de mi espalda sin vergüenza alguna. Rebajándome al nivel de las colillas consumidas sobre la acera.
—Mierda.
Colillas sucias, pisoteada por sus dueños con desprecio una vez ya no podían extraer de ellas más de aquello que les demandaban. Por alguna extraña razón, mi mente decidió que aquel momento era idóneo para recordar aquella tarde de rodillas ensangrentadas y tobillos morados de la mano de mi hermano y del resto del equipo de fútbol de nuestro colegio.
—Calla de una vez, Leon.
—Ya podremos ganar a la próxima. No debes llorar así por perder, el entrenador López ya nos había advertido que ellos eran más mayores que nosotros.
—¡Cállate!
No debíamos tener más de ocho o nueve años cuando aquello ocurrió. Tampoco es que mi mente se esforzase por brindarme una gran cantidad de detalles.
*¡¿Qué, por qué?! Quema.
Gritaba y me retorcía de dolor conforme me encontraba con el suelo, nunca antes tan seco. El pánico me poseía mientras trataba de detener aquella hemorragia con mis propias manos, actuando por instinto improvisado pues supuse que ningún ser vivo contaba con las armas como para comprender lo que me estaba sucediendo. A mi mente vinieron también las imágenes de cadáveres anónimos, en mi misma ciudad, meros recuerdos de lo que estaba por venir. Mi casa. Pronto tuve que apartar dichas manos de la herida ya que no podían soportar el calor que brotaba del orificio en mi pecho.
—¡No, no, no! —Agonizaba en pánico ante mi aparente destino, luchando contra la naturaleza, revolviéndome de dolor sin plan alguno.
—Leon, ¡tú no lo entiendes!
—Asher…
—Estoy harto de perder contra todos estos tontos —pataleé entre lágrimas. —Tenemos que ganar y punto, me da igual la edad que tengan.
Todo pasó muy rápido. El suelo se teñía de tinto mientras el mundo a mi alrededor se volvía una espiral y yo luchaba por preservar mi cordura.
—¡¿Pero por qué?! ¡¿Por qué a mí?! —Peleé.
Poco a poco fui perdiendo la consciencia de mi cuerpo e ideas. Dejándome navegando en un torbellino de recuerdos, rabia y las imágenes de una masacre ya anunciada hacía unos días. Mi casa. Amigos que nunca había tenido. El miedo y la sangre bajo los neones de otro lugar, uno muy distinto al callejón mal iluminado en el que me encontraba.
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—¡Mi pecho! ¡Joder! ¡¿Quema?! ¡¿Qué cojones?! —Grité mientras aquella cosa me quemaba por dentro. Mi pecho, rehén absoluto de la situación, comprimía mi existencia en sufrimiento y agonía, como si un yunque candente descansase sobre mí, evitándome mover así mover cualquier músculo. Aplastando mi corazón y pulmones, asfixiándome lentamente bajo los escombros de mi mierda de vida.
—¡¿Por qué?! Esto. ¡¿Por qué?!
Mi aliento eran brasas y mi cuerpo un hoyo, acompañando a mi ropa para expresar un único mensaje.
*¿De dónde ha salido tanta sangre?
Pensé moribundo y asfixiado desde el suelo viendo como aquella se escurría entre mis dedos y los huecos de las piedras del alquitrán, no muy lejos de alcanzar un meado de perro ya seco.
—Aire —arañé con mis manos granates el tejido sólido y las colillas a mi lado.
Tras unos segundos de pura desgracia, todos los males se fueron disipando. Otorgándome gradualmente un estado de tranquilidad mental relajante y preocupante en partes iguales conforme mi cuerpo perdía su calor.
Con la mejilla compartiendo existencia con las piedritas de la calle, apenas la suavidad y la frialdad del asalto se atrevían a otorgarme el más mero estímulo táctil, pese a que en mí opinión, debido a mi situación sabía que mi propio cuerpo era el que me ocultaba algunas de aquellas ya nombradas sensaciones por el bien de un final tranquilo, cosa que debió pensar que me merecía.
—Bueno, supongo que tienes razón.
—Claro que la tengo, no me fastidies, Leon. El que pierde no es otra cosa que un perdedor.
—Entonces, ¿debemos ganar siempre? —Me preguntó mi hermano, recogiendo de mi lado el balón que había secuestrado en mi pataleta.
—¿Huh? Claro —Me alcé tras la pelota, todavía con lágrimas y legañas pegadas.
—¿Crees que eso es posible? —Ambos nos detuvimos a mirar el cielo color naranja, abriéndonos paso entre los rallos del Sol, aquel cielo meramente bocetado por los aviones que iban y que venían.
—Solo puede hacerlo aquel que no se rinde —Arranqué el balón de las manos de mi hermano para manejarlo con los pies.
—Hermano…
* Ahora mismo dormiría una buena siesta.
De vuelta en la realidad, mi visión comenzaba a fallar y ya no notaba mis extremidades. Lo único, la luz de las farolas y el sonido del aire pasando tímidamente por mi boca, entre polvo y sangre, el cual fluía intermitentemente al ritmo de las contusiones de mi pecho causa de la herida del tamaño de dos puños que me sumía.
En aquel momento, entre mi muerte y los recuerdos absurdos que me susurraban en la memoria, encontré perturbador que a mi cerebro le diese por mezclar aquel vomitivo cóctel de realidad y memorias con unos toques amargos de muertes ajenas. Sobre las bolsas de basura en una calle, putrefactos en la acequia de un extraño río en medio de la ciudad, bajo la lluvia y la insistencia de un cartel luminoso en un idioma desconocido…
* ¿Me estoy olvidando de algo? Nunca había visto sangre tan roja, ¿de verdad es toda mía?
Pude verla fluir calle abajo unos cuantos metros ante mis ojos. Razonar era cada vez más difícil. No quedaba mucho y mi instinto más animal era consciente de ello, trayendo consigo una extraña curiosidad por el precipicio.
*Entonces, ¿esto es el fin? Me pregunto si este tipo de cosas también les ocurren a otras personas….
Miré el agujero de mi pecho y todo a su alrededor cubierto de sangre. Todavía podía apreciar el humo o vapor que emanaba de allí pese a mis problemas de visión.
* ¡Mierda, mi cuerpo! Bueno, en realidad, hoy ha sido un día de infarto y a este ritmo no iba a durar mucho más. Prefiero, al menos, acabar por todo lo alto. Mejor eso que una cama de hospital…
—¿Huh?
Apoyé de nuevo la cabeza en el suelo en busca de descanso. Alguien tosía cerca de mí, mucho además, como si se estuviese asfixiando debido al malfuncionamiento de sus pulmones.
* Es verdad. Ella también estaba. ¿Cómo es que me había olvidado de una chica tan guapa?
—¡Asher! ¡Asher! —Luchaba por procesar las palabras entre tantos problemas para respirar. —¡Aguanta! ¡¿Me oyes?!
Me gritaba mientras trataba de recuperar el aliento y el equilibrio sin mucho éxito, desde aquella pared cuya acera también enseñaba signos de violencia y de heridas abiertas.
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* ¡Mierda! Tengo que aguantar. ¡Tengo que ayudarla, todo esto es culpa mía!
—¡Voy! —Encontré el oxígeno justo para espabilar al recordar que ella también estaba allí. Todo era desfavorable, pero aun así decidí intentarlo. Traté de darlo todo, pero llegados a aquel punto, mi cuerpo era un objeto inanimado más, cuyo mínimo esfuerzo traía consigo consecuencias fatales para sí mismo. —Joder, es imposible —Tosí dolorido.
*Se acabó, yo no quiero sufrir más.
—¡Asher!
De mi boca empezó a brotar mucho líquido. Aquel salía a borbotones abriéndose paso entre el poco aire de mi cuerpo y mis dientes, trayendo consigo una horrible sensación de ahogamiento y putrefacción.
* Pero ¿qué? Esto sabe a metal. Mierda…
Dándome por vencido, habiendo aceptado mi trágico desenlace, miré hacia el cielo en busca de un poco de calma. Buscando encontrar en el negro de la noche y en las estrellas la excusa para descansar.
Pese a lo rápido que había sido el momento de la agresión, me sorprendió cómo el cerebro dilataba el tiempo una vez llegado al final, cuando ya no se podía sufrir más. Cómo aquel mogollón de neuronas y pulsos eléctricos trataba de exprimir hasta el último fotograma de la visión para enmarcarlos en la cabeza bajo el título: El final.
El hombre responsable de mi estado caminó de nuevo hacia mí, si dignarse a dirigirme ni una sola palabra, probablemente pensando que no las merecía.
—¡Eh! ¡Maldita sea! ¡¿Qué has hecho eso?! ¡Se suponía que tú… —Le preguntó desde su desgracia la chica. Sus propios tosidos fueron los que la interrumpieron. —¡¿Por qué?!
El hombre siguió caminando, ajustándose bien de nuevo el arma de su mano. Ya no me importaba. Como mucho me importaba mi familia, cuya imagen reaparecía en medio de mi tempestad de ideas justo cuando las sucias botas de aquel ser sucio y oxidado se plantaban ante mí. Ni siquiera me molesté por buscar de nuevo los ojos de mi homicida.
* Mamá, papá, Leon... Lo siento. ¡Qué mal... ¿Me lo parece a mí, o las farolas antes brillaban más?
—¡Oye! ¡Espera! ¡Espera! —La escuché caer contra la acera. —¡Asher! ¡Ya voy!
Aquel grito fue lo último que oí. Lo último que escuché antes de perder el conocimiento, aquella última llamada desesperada para seguir luchando.
La chica de la espada trataba de acercarse a mí, pero su cuerpo no estaba en condiciones. Fue una dura batalla, no la culpaba de encontrarse en aquellas condiciones de mierda.
—Entonces, Leon, ¿te apetece seguir entrenando? —Sequé mis lágrimas con mi camiseta. —Seguro que, si nos esforzamos y entrenamos lo suficiente, a la próxima logremos vencerles, por mucho que sean más mayores…
Imágenes de la muerte de aquellos desconocidos, tanto en mi ciudad como en aquel lugar desconocido, aquel más lejano que aquello que abarcaba mi imaginación y mi memoria.
—¿No crees que ya es muy tarde? Mamá se enfadará si llegamos y ya es de noche. Ya empieza a hacer frío…
Sentí pena por no poder salvarnos a ambos. Culpa, vergüenza, frustración… No pude serle de ayuda a nadie, ni siquiera a la chica que había arriesgado su vida para salvarme.
*Si no fuese una mierda, quizás podría haber hecho algo más para intentar salvarnos. Joder, ¿Por qué tiene que tratarme así el mundo? ¡Ya no puedo aguantarlo más!
—¿Y si mañana llueve? El mañana no existe, Leon. ¿Y si nos lesionamos? Hay que darlo todo día a día, ¡Cualquier día es bueno para luchar!
—¡Sí! —Rio y me robó el esférico. —¡Venga, pues a ver si eres capaz de quitarme la pelota!
—O-oye. Vuelve aquí —Corrimos en busca de un nuevo techo que superar.
*Mierda. N-no quería morir aún. Sólo un poco más... De verdad, quería vivir un poquito más. Dame un poco más de tiempo, por favor. Con esta vida de mierda, ni siquiera fui libre de elegir mi final…
Aquel fue mi último pensamiento antes de sucumbir a la derrota. Un poco caprichoso, pero era lo mínimo que quería exigirle al mundo: Libertad. La libertad que no tuvieron todas aquellas personas que murieron antes y que morirán después de mí. Aquella libertad mínima que todos creemos que se nos debe garantizar como seres con un cierto valor humano.
Así acabó todo: Sin la más mínima libertad.
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La historia que voy a contarles no es más que un mero paréntesis en una lucha más grande, un párrafo en prosa suelto, perdido en una rima del tamaño de la vida misma. Una masacre que a nadie le importa. Esta es la trágica historia de Densetsu ni narou: Seoul Nights.
Y así fue como morí.
Universo de Densetsu ni narou creado por LEAFBLADE WORKS. Suspenso, acción, aventura... Todo lo necesario para llenar este vasto mundo de historias y de caminos hacia la gloriosa leyenda. Hagamos algo grande juntos. Leer más sobre Densetsu ni narou Español.
Gracias por leer!
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