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La bruja

En un reino lejano vivía una bruja llamada Agnes, que estaba cansada de utilizar su poder para hacer el mal y quería salvar a la gente que perdía su vida en batallas incomprendidas.

Ella comenzó a recorrer las calles del reino en busca de situaciones imprevistas. Cuando caminaba bajo la luz de la luna de una noche fría ella se halló involucrada en un crimen. Se acercó y vio cómo un hombre sacaba a una mujer de la casa y la arrojaba al charco de agua justo en la entrada. La mujer lloraba y suplicaba que tuviera piedad. Sin embargo, el hombre se negó y con ello la arrastró del cabello por toda la calle. La bruja Agnes los siguió en la oscuridad mientras oía al hombre exclamar:

—¡Mi mujer es una bruja! ¡Es una bruja!

Sus gritos alertaron a los vecinos, muchos de ellos salieron de sus casas y se reunieron detrás del hombre, que arrastraba a su mujer sin piedad. La bruja continúo siguiéndolos. Llegados a la plaza central del reino, el hombre empujó a la mujer lejos de él y le gritó:

—¡Querías hechizarme, bruja!

Pero la mujer llorando le explicaba:

—¡No es así! Créeme.

Tras su voz, la gente del reino comenzó a gritar: unos enardecidos, otros alegres, y algunos en desacuerdo. La bruja los miró en silencio, escondida bajo la sombra de una casa, lejos de la luz de la luna. Pronto los aldeanos se dieron cuenta del cabello de la mujer: era rojo como el fuego, largo y pesado. Esto solo la perjudicó todavía más. La bruja continuó en silencio.

Más tarde los aldeanos decidieron quemarla. Era una bruja, decían, quemarla estaba bien. La mujer imploraba ayuda, suplicaba piedad, pero nadie la tomó en cuenta. El hombre, quien se dijo que era su esposo, la prendió fuego. Todos vieron, hasta la misma bruja Agnes, cómo la mujer se hacía cenizas. Y sin embargo, ella ya no lloraba, ya no suplicaba, solo miraba a alguien detrás de todos los aldeanos. La mujer observaba a la bruja Agnes y le gritó:

—Ayúdame.

Eso fue todo lo que necesitó la bruja para tomar una decisión. Eran compañeras, se dijo. Cuando los aldeanos se disiparon y hasta que el esposo abandonó la plaza, la bruja tocó las cenizas de la mujer y el tiempo rebobinó.

La bruja Agnes apareció nuevamente en la calle donde vivía la mujer tres horas antes. Llamó a la puerta y se presentó como Agnes:

—También soy una bruja.

La mujer la miró desconcertada por unos segundos, antes de asentir y tomar sus cosas para irse. Ella explicó:

—Mi esposo llegará en una hora.

La bruja Agnes asintió y le permitió viajar con ella. La mujer se llamaba Ignis, una bruja de fuego. La bruja Ignis se preguntó por qué Ignis no usó su poder para escapar del fuego, a lo que ella contó:

—No poseo en mis manos las piedras del elemental del fuego.

La bruja Agnes hizo una buena acción esa noche: se convirtió en la líder de las brujas, y una de los miembros fue Ignis, la bruja de fuego, y pronto a llamarse Bruja de las Cenizas.

Ignis, la Bruja de las Cenizas, deseaba encontrar las piedras del elemental del fuego, a diferencia de Agnes que estaba cansada de hacer el mal y solo quería ayudar a los suyos. Para ello, ambos debían cruzar el mar y llegar al reino vecino.

Ellas alquilaron un barco y comenzaron su viaje una mañana soleada, bajo el caliente y enorme sol. En el proceso se encontraron siendo involucradas en una situación. En un barco, un hombre y una mujer estaban luchando. El hombre tenía una espada en la mano y le gritó a la mujer con voz ruidosa:

—¡Vas a morir, bruja, y me entregarás esas piedras!

La mujer negaba con la cabeza y sondeaba el látigo. Estaba parada sobre el barandal del barco, y el hombre en la cubierta. La bruja Agnes y la bruja Ignis presenciaron las cosas en silencio. La mujer saltó y cayó sobre el hombre, rodeó su cuello con el látigo y trató de matarlo. Sin embargo, el hombre le clavó la espada por la espalda, riéndose:

—Eso es… ¡muere maldita bruja!

La mujer se agitó descontrolada por escapar de sus manos, pero su vida comenzaba a marchitarse. Ella alzó la mirada y se encontró con los ojos grises de la bruja Agnes. Le pidió en un susurro:

—Si me salvas, te pagaré.

Eso fue todo lo que la bruja necesitó para ayudarla. Una vez más se dijo que eran compañeras. Cuando el hombre entró a la cabina del barco para llamar a sus compañeros, la bruja Agnes saltó al barco y tocó el cuerpo inerte de la mujer, y enseguida rebobinó el tiempo. Vio la vida de la mujer en su mente y la detuvo antes de subir al barco del hombre.

Se apresuró sin darle explicaciones a Ignis y llegó justo en el momento que la mujer estaba subiendo al barco. Le gritó y le explicó:

—Soy como tú.

La mujer pareció confundida, y luego asintió. Abandonó al hombre y siguió a la bruja Agnes hasta la posada.

—Te pagaré con mi vida.

La bruja Agnes, en compañía de Ignis, aceptaron la proposición de Soreya, la Bruja de las Gotas, y viajaron por todo el mar.

8 de Junio de 2022 a las 23:52 0 Reporte Insertar Seguir historia
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