teovillon Teofilo Villon

Coca en el Paraíso, por Teo Villon. Una joven mujer ecuatoriana y un empresario de ancestros libaneses se conocen y enamoran, iniciando una relación de amor pero también de negocios. Él controla el envío de drogas a un cartel mexicano; ella crea una agencia de modelos y algunas de sus muchachas funcionan como "mulas" llevando camuflada en sus cuerpos droga a Europa. El enlace entre los proveedores locales y los traficantes en el exterior es un hombre muy ambicioso que se prenda de Glenda. Esa fijación provocará un fatal desenlace. Pero antes de que eso ocurra, la historia proporciona detalles, ficticios por supuesto, de los avatares alrededor del negocio del narcotráfico. La historia queda abierta a otras que están en proceso.


Crimen No para niños menores de 13.

#crimen #novela policiaca #coca
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Prólogo

Levantando una espesa polvareda el vehículo ingresó velozmente, desde la calzada pavimentada, al camino de tierra, deteniéndose abruptamente luego de recorrer unos 200 metros. Simultáneamente, se abrió una de sus puertas y un bulto salió despedido del interior, rebotando una, dos, tres veces, hasta quedar inmóvil sobre el polvo, mientras el poderoso Ford Explorer reemprendía la marcha, haciendo un espectacular giro de 180 grados sobre las ruedas delantera y trasera de su costado izquierdo, para volver a salir al pavimento, y enfilando rumbo al sur alejarse tan rápido como había llegado.

Cuando se despejó la nube de polvo ocasionada por la intempestiva irrupción del vehículo en el camino de tierra, pudo verse que el bulto lanzado al pavimento era en realidad el cuerpo de una mujer, de larga cabellera oscura, vestida con una camisa de color gris, muy ajustada al cuerpo, y pantalones negros, estilo sastre. Los finos zapatos, de altos tacones, yacían tirados a corta distancia del cadáver.

A pesar de lo formal de la vestimenta de la mujer arrojada al piso de la vía secundaria del pequeño poblado rural, no podía ignorarse la armonía de sus formas y su evidente belleza.

PRÓLOGO

Hasta la década de los noventa el narcotráfico fue apenas un tema de comentario anecdótico en el pequeño país sudamericano. Más allá del hallazgo de una caleta en un popular balneario de la costa pacífica y la explosión ocurrida en un precario laboratorio de procesamiento de drogas, montado en la mansión de un controvertido político porteño, a fines de los setenta, el narcotráfico no era asunto que quitara el sueño a la sociedad, y el consumo de cocaína, morfina y otras substancias similares era únicamente afición de personajes de alta posición económica o de inspirados intelectuales. Además que la popular marihuana suplía entonces las necesidades de los escasos consumidores de estupefacientes en este territorio, Tierra Paraíso, por ese entonces bautizado románticamente como la Isla de la Paz.

Pero el repunte del negocio de las drogas a nivel mundial, originado por la creciente demanda en Estados Unidos y Europa, la violencia en Colombia por el control de su comercialización, la represión ejercida en Bolivia y Perú, a instancias del Departamento de Estado norteamericano, para erradicar los cultivos de coca y amapola, llevaron a los barones del narcotráfico a buscar otros lugares adecuados y seguros para el acopio y envío de la cocaína, que les permitiera seguir manteniendo y expandiendo un negocio que les había producido multimillonarias ganancias.

Y ese sitio propicio fue Tierra Paraíso, territorio al cual, desde hacía algún tiempo atrás, ya ingresaban, desde Colombia y Perú, para consumo interno y ocasional envío al exterior, discretas cantidades de cocaína, camuflada de muy diversa manera.

Pero en poco tiempo el tráfico de la droga se afianzó y se generalizaron desde este territorio los envíos a Estados Unidos y Europa, entonces el control fronterizo se tornó mucho más riguroso y aparecieron las llamadas “mulas”, que eran turistas ocasionales o migrantes que viajaban periódicamente al exterior llevando camufladas en sus cuerpos pequeñas porciones de estupefacientes. Y es anecdótico contar que si bien al principio las mulas fueron del sexo masculino, más adelante fungieron como tales casi exclusivamente mujeres, porque anatómicamente sus geografías naturales disimulaban mejor el cargamento oculto que portaban.

Ante el éxito registrado con estas modalidades, la creatividad de los narcotraficantes se multiplicó y los envíos pasaron a hacerse en cantidades industriales, movilizando los cargamentos de las formas más inimaginables: en lanchas rápidas que la transportan hasta barcos en altamar; en submarinos artesanales; en contenedores refrigerados, y finalmente en aeronaves ligeras, que entran y salen libremente por los cielos del país, curiosamente desprovistos de radares de detección.

Por eso creo que esta es una historia que vale contar despacio.

26 de Enero de 2015 a las 06:57 0 Reporte Insertar Seguir historia
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