sara-padilla-1999 Sara Padilla

Un historiador obsesionado con el olvido.


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Memoria

Publicado en“Granuja” no. 7 p. 22-2


Falleció mi amigo historiador, el único de esa profesión que conocía. Su labor consistía en husmear cosas ajenas y escribir sobre la vida de personas que tenían, por lo menos, cincuenta años de descomposición y tres metros de tierra encima.

—¿Por qué chillan las cigarras?

—Porque es mayo y están llamando a la lluvia.

Xochicalco fue el objetivo de alguna investigación. Acompañé a mi amigo al complejo donde un hombre de baja estatura, con el índice incompleto y una evidente cojera, experto en historia prehispánica, nos dio una explicación detallada sobre las figuras talladas en los templos y la acústica del lugar.

—¡Niño, bájese de ahí! ¡Le dije que se baje! ­—gritó nuestro guía.

El pequeño nos observó y siguió saltando de un basamento a otro, disfrutando de los aullidos que proporcionaba nuestro guía. El pobre hombre comenzó a hervir del enojo y, tomando su bastón, emprendió una torpe persecución en nombre del patrimonio histórico. Luego de la escena que tenía riendo a una parte de los turistas y enfureciendo a la otra, que concluyó con las lágrimas del niño luego de un bastonazo, reanudamos nuestra marcha.

Nos detuvimos en la Pirámide de las Serpientes Emplumadas. Mientras contemplábamos las delicadas figuras talladas en el edificio, un anciano a nuestro lado mencionó:

—Han pasado mil doscientos años y no conocemos prácticamente ningún nombre de los que habitaron aquí. Quizá en mil doscientos años más los nuestros serán borrados para siempre.

Mi compañero se retiró con la mirada dirigida al vacío. La angustia por quedar en el olvido lo consumía desde el inicio de su carrera. Todos los días pensaba en las evidencias que debía dejar para que los historiadores del futuro le siguieran la pista; escribía cartas innecesarias a personas importantes para demostrar sus buenas relaciones, se cuidaba especialmente de no cometer errores ortográficos para que no lo tomasen como ignorante y trataba con cuidado los trazos de sus letras, por si acaso en el futuro la grafología fuese tomada más en serio. Le interesaba poco la vida o la nada después de la muerte, sin embargo, le abatía bastante morir y no ser recordado; por algo era historiador y no filósofo.

Su angustia empeoró cuando leyó en el periódico “Desconocido muere en parque infantil”. Junto a la nota, una foto del rostro sin vida de Luis, su compañero de universidad, para que fuese identificado. Un desconocido.

—Hola Leonor, ¿cómo va todo? —dijo al teléfono.

—No me quejo, hace mucho que no me llamas, ¿está todo bien?

—La verdad me he topado con una noticia muy impactante: nuestro amigo, Luis, ha fallecido.

—¿Quién?

Colgó. Estaba turbado, una sombra envolvió su rostro e imaginó su propia desaparición del mundo. Se preguntó si realmente ser historiador tenía alguna finalidad; libros que serían quemados, palabras que quedarían borradas, los sobrevivientes estarían sosteniendo puertas evitando sus azotes o simplemente terminarían en la basura.

Estaba oscuro cuando salió a caminar para luchar contra la ansiedad, llegó hasta el parque donde su amigo desconocido había sido encontrado, se echó en el pasto, miró el cielo y pensó que esa era la única vista que el humano no podría estropear y olvidar. Vio la luna y al conejo que se asomaba en ella todas las noches. Cuando era niño su padre le había contado la historia de Tecuciztécatl y Nanahuatzin, de cómo el conejo llegó allí. Ese animalito parecía el único que con seguridad viviría lo que resta de existencia humana. Esa leyenda apareció hace más de mil años, su padre se la había contado hace treinta y él seguía relatándola a sus sobrinos en los campamentos. Era la única forma de no hundirse en el olvido: quedar marcado en el cielo. Por desgracia, ya era lo suficientemente mayor para convertirse en astronauta y sólo le quedaba una opción conocida para llegar allí.

Una nota en el periódico anunció “Fallece el historiador…”, con fotografía en vida y semblanza curricular. Ojalá hubiese pospuesto su suicidio para mostrarle lo bien identificado que estaba. No sé si algún historiador del futuro le vaya a seguir la pista, pero por lo menos quedará este relato, no durará mil doscientos años, pero quizá se salve del olvido un par más.


Sara Padilla

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26 de Mayo de 2022 a las 05:04 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Sara Padilla Escritora Mexicana 🌿🌹 Redes sociales: @sarapadilla1999

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