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La ilegible memoria del prado

A mi gata Emma, que en otra vida fue tigre y leona.



—¡Qué bien te ves, campeón! —exclama un hombre.

Ernesto no sabe quién le ha hablado así que saluda en todas direcciones. Se suma a la procesión que va al ayuntamiento, ve a una virgen que un vecino carga en brazos. De pronto, alguien le toca el hombro, se trata de dos muchachos:

—Don Ernesto, véanos luchar —le piden al tiempo que se alejan y empiezan a forcejear. Uno derriba al otro sobre su espalda.

—Los felicito, chavales, ¿van a participar más tarde en la demostración de lucha leonesa? —pregunta Ernesto.

Los muchachos contestan que sí y se despiden.

Durante el trayecto restante hacia el ayuntamiento, Ernesto recuerda otra época de su vida: en su juventud fue campeón de aluches en la ribera y en la montaña. Se cuela entre sus memorias el rostro, viejo y fiero como el suyo, de Ismael: el antagonista de su historia de gloria. «Hoy tengo la oportunidad de ser el mejor campeón», piensa, pero las preocupaciones no esperan: ¿su cuerpo soportará el trajín?, ¿qué dirá su esposa? Se lamenta al reconocer que la vejez y las cuatro paredes de su hogar lo han domado.

—¡Ernesto!, ¿dónde está tu esposa: doña Carmen? —pregunta una señora sacándolo de su ensimismamiento.

—Se ha quedado en casa a recibir a mi hijo y a mi nieta que nos visitan hoy.

Con disimulo, Ernesto sale de la calle y camina por el prado, a simple vista, con dirección a ningún lado, ya lejos mira sobre su hombro: nadie lo sigue. Sonríe: se siente libre.

*

Ismael baja de la camioneta a estirar las piernas. Le duele la espalda y la cadera por el viaje. Sabe que la decisión que ha tomado puede lastimarlo. «Mi cuerpo no es el mismo que hace cincuenta años», dice en su mente, pero su voluntad tiene mayor fuerza que la duda. Gente pasa junto a él y no reparan en su presencia: van al ayuntamiento con saxofones, trompetas y las banderas de León y Valdefresno.

Vuelve a poner en marcha la camioneta, en el camino piensa en por qué ha bajado a la ribera: «La última vez, Ernesto subió a la montaña y me venció en mi propia tierra, esto no quedará así».

Después del último enfrentamiento de Ernesto e Ismael, los años corrieron con mayor velocidad, nacieron los hijos y las familias crecieron haciendo que aquel duelo dejara de ser físico, empezaron a batirse en las cabezas de los leoneses: ahí se han vencido en incontables ocasiones. Pero ambas leyendas todavía están atadas a la tierra, pueden desempatar y definir quién es el mejor. Por eso, días atrás, Ismael telefoneó a Ernesto y pactaron el encuentro en un terreno cercano a Valdefresno.

Ernesto aguarda en las afueras de una casa en la que vivió en sus años de ganadero. Ve llegar a Ismael. Se saludan y se dan un único abrazo sin intenciones lúdicas.

El prado es el único testigo infranqueable de los aluches.

*

—Si tuvieras tres delfines mascotas, ¿qué nombres les pondrías? —le pregunta Manuel a su hija Beatriz mientras él conduce el coche.

Ella se acomoda los anteojos y observa por la ventana el paisaje colmado de árboles y matorrales antes de hablar:

—Suimi uno, Suimi dos y Suimi tres.

—¿Por qué los mismos nombres, hija?

—Es que todos los delfines son iguales, creo que cada uno es un fragmento de uno solo más grande que ha decidido repartir su alma en los océanos.

El padre ríe y el rostro de Beatriz denota seriedad.

—¿Y los demás delfines del mundo llevarían los números siguientes? ¿Se cumple algo parecido con los otros animales?

—Sí.

El silencio reina por un rato, luego Beatriz pregunta:

—¿Cuánto falta para llegar donde los abuelos?

—Tranquila, hija, en minutos estaremos en Valdefresno.

*

Se ponen ropa apropiada: camiseta ligera y pantalón corto. Caminan descalzos buscando una zona en la que sus pies se sientan cómodos.

—Que sea la última vez, Ismael —pide Ernesto.

—Así será…y ya que no hay árbitro seguiremos hasta que el otro ya no pueda.

Estiran las extremidades y trotan en sitio para calentar los músculos.

—Estoy listo, anciano —informa uno.

—Lo mismo digo —dice el otro.

Se acercan y ajustan los cinturones del otro. Comienzan a forcejear.

Ismael es de brazos fuertes, levanta con facilidad a su adversario. Ernesto es ágil con las piernas y evita que lo volteen.

Al hacer fuerza, Ernesto observa cómo los pies de su rival se separan del suelo, lo gira y deja que la gravedad los guie a ambos al césped con la espalda de Ismael por delante. El local pasa a ganar.

Se ponen de pie y, sin decir nada, se agarran de nuevo del cinto.

A los pocos segundos, se les enredan las piernas. Ismael desata el nudo levantando y haciendo girar varias veces a su oponente. Teme marearse y que, por una maña contraria, vuelva a caer, pero no, consigue dejar la marca de la espalda de Ernesto en el prado. Están empates.

Antes de continuar, se miran: jadear no los avergüenza, saben que es por la edad.

—¿Te cansaste, Ismaelito?

—No es sorpresa: los viejos vivimos cansados.

—Dime una cosa: ¿por qué me pediste luchar?

—Por la gloria.

—¿Cuál gloria? Si hoy el corro es imaginario.

—Aun así está lleno: no cabe un alma más. Y la gloria que deseo es sin alarde, es silenciosa.

—Bueno, veremos quién se queda con ella.

Se toman de la cintura otra vez.

*

Doña Carmen recibe a su hijo y a su nieta.

—¿Dónde está el abuelo? —consulta Beatriz.

—No lo sé —responde la abuela con preocupación—, fue al ayuntamiento esta mañana y no ha vuelto.

—¿Estará con algún vecino, mamá?

—No, hijo, nadie lo ha visto. ¿Pueden ir a buscarlo a nuestra casita de campo? No se me ocurre otro lugar donde pueda estar.

Manuel y Beatriz regresan al coche y van hasta donde la carretera les permite. Continúan a pie.

Beatriz ve dos cuerpos a la distancia. Ha olvidado ponerse sus anteojos. Dice:

—¿Qué es eso de allá, padre? Parecen leones.

Manuel ve en esa dirección.

—No, hija, parecen personas peleando.

—¿El abuelo es uno de ellos?

—No sé, desde acá no los diferencio, ¿tú cómo los ves?

—Como dos figuras borrosas que se unen y se separan.

Mientras se aproximan, Beatriz pregunta:

—¿Crees que llevan mucho tiempo así?

—Supongo que sí, hijita.

—¿Qué le diremos a la abuela?

—Eso es problema de tu abuelo.

Los luchadores se detienen al ver que tienen compañía. Manuel dice:

—Bueno, ¿quién ha ganado?

—Todavía no hay ganador —contesta Ernesto: está sudado y agitado.

—Yo voy ganando —comenta Ismael unos metros más allá.

Beatriz centra su atención en el suelo, hay tantas huellas de espaldas y pies que podría decirse que ha habido innumerables combates.

—Si el prado hablara, qué historias nos contaría —dice Beatriz entre suspiros.




Este texto apareció en la revista El Coloquio de los Perros de España. Se lo dediqué a mi gata Emma que murió el 18 de febrero del 2022.

3 de Abril de 2022 a las 21:35 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Gabriel Martínez Barre Soy un ingeniero al que le gusta mucho escribir. Fui uno de los ganadores del IV Certamen Literario “Orellana lee” organizado por MACCO-EP del Ecuador. Fui uno de los ganadores del Concurso “Derivas Urbanas” organizado por el Festival de Narrativa de Bahía Blanca de Argentina. Mi trabajo ha aparecido en distintas antologías y revistas de Estados Unidos, Sudamérica y Europa.

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