Cuento corto
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La primera vez que me interesé por la genómica fue cuando escuché las palabras “Fragmentos de Okazaki”: pequeñas moléculas de material genético que se sintetizan de forma inversa, contraria al sentido de la maquinaria de la vida. Secuencias que posteriormente se unen para formar una hebra completa de ADN. Me parecía increíble que las instrucciones fragmentadas de la vida encontraran formas de reestablecerse y de preservarse una y otra vez.

La creación de la vida y la manera en la que se preserva fueron, durante siglos, cuestiones que ocuparon las más brillantes mentes. De filósofos a científicos. Por esa razón, cuando aprendimos a controlar los engranajes que había detrás, el ambiente general del mundo se llenó de esperanza. Por un momento, la idea de que éramos dioses y no sólo humanos volvió a sentirse presente. Con la posibilidad de controlar y crear toda la vida que quisiéramos, los problemas ambientales que habíamos arrastrado hasta el límite parecían llegar a su fin. Era sólo cuestión de tiempo para que los árboles, las algas y las cianobacterias volvieran al aire respirable otra vez. Pero el tiempo era lo único que no controlábamos aún, y se agotó antes de que pudiéramos hacer algo.

Cuando fui seleccionado para el proyecto amanecer, no estuve de acuerdo. Había dedicado mi vida a demostrar que la inteligencia no tenía una componente genética e, irónicamente, gracias a esos descubrimientos, mi genoma fue elegido para ser resguardado. La misma ironía encontraba en pensar que la vida, que siempre había buscado preservarse, había finalmente encontrado una manera de autodestruirse. La realidad no fue un secreto durante mucho tiempo: no había nada que pudiéramos hacer para salvarnos. Y cuando finalmente salió a la luz, el primer impuso fue escapar. Pero de la realidad no se escapa. No se le puede dar la espalda y no se puede negar. La habíamos ignorado tanto que el punto de no retorno había quedado muy atrás. No había lugar seguro en donde refugiarse. Habíamos agotado cada posibilidad. La supervivencia que el dinero había asegurado por milenios, ya no existía.

El desasosiego llevo a la violencia y al consumo desmedido. Y este último, que había estado amarrando la soga alrededor de nuestro cuello durante tanto tiempo, tan lento que apenas pudimos percibirlo, finalmente dio el golpe final. Los últimos minutos de la humanidad fueron la síntesis del sufrimiento de sus últimas décadas. La última luz del día, la humanidad no la vivió como una sola entidad. Había nacido como fragmentos y de esa misma forma terminó. El origen fue el destino de los seres que un día dominaron el mundo. La violencia innata se encendió y apagó en ella las últimas llamaradas de vida que el planeta fue capaz de soportar. Y finalmente, la noche llegó. La vida se extinguió y, de lo que en un momento fue la civilización más próspera del planeta, sólo quedaron fragmentos de moléculas en un tubo de acero. Esperando el tiempo suficiente para reestablecerse.

31 de Marzo de 2022 a las 05:03 0 Reporte Insertar Seguir historia
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