Joni era un desempleado crónico que a pesar de sus cuarenta años seguía viviendo con su madre en un pueblo anónimo alejado de la gran ciudad. Pasaba sus días haciendo nada y juntándose con otros amantes del ocio y del despertador a las doce.
Un sábado cualquiera, junto a un pardeesosamigos,había intentado conseguir algo de eso en el pueblo sin tener éxito. Sin más alternativas, Joni y sus colegas decidieron bajar a la ciudad para satisfacer sus deseos. Esperaron el último autobús del día para ir a la estación de trenes más cercana donde hacer el trasbordo.
Desafortunadamente, el autobús llegó con retraso y Joni y sus escuderos no pudieron llegar a tiempo para pillar el último tren. Desesperados por lo ocurrido, los tres buscavidas optaron por hurtar un coche para intentar una cruzada criminal hasta su anhelada meta. Pero en cuanto abrieron uno y conectaron los cables como lo habían visto hacer en las pelis quinquis, se dieron cuenta que ninguno de los tres tenía conocimientos sobre cómo conducir un coche.
Sin embargo, esto no iba a parar su hambre de veneno. Conjeturaron entonces que, caminando a un buen ritmo, podían llegar a su destino en unas horas horas. Recorrieron las vías del tren algo como treinta kilómetros de piedras, raíles y cemento hasta la casa de un conocido vendedor de sueños.
Cuando por fin consiguieron eso, ya no le importaba cómo iban a volver a casa. Ya se encargaría la gran ciudad de ofrecerles una esquina donde cerrar sus ojos durante un rato o solo dios sabe hasta cuando.
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