valenhh Valentina Vega

La mirada de la luna Cuando los tambores sonaron, ya no había nadie en las calles. Los susurros se habían callado y la risa, que tanto había inundado los callejones de adoquines movida por la brisa del calmado viento de media noche, había girado en las esquinas más próximas para ocultarse de los ojos mirones de las vigilantes. Ellas se abrieron paso en la noche, vestidas en sus tonos dorados y deslumbrantes que exaltaban los semblantes severos de sus rostros sempiternos. Con la mirada siempre atenta, controlando que la quietud y el silencio se encontraran presentes para recibir a su reina, formaban un sendero aureolado para proteger el ascenso de la monarca de cualquier alma fisgona que se atreviera a posar sus indignos ojos en la voluminosa hazaña. La vigilante mayor elevó una mano que detuvo el tiempo y el resto de las súbditas tomaron sus posiciones en las penumbras. (…)


Cuento Todo público.

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La mirada de la Luna


Cuando los tambores sonaron, ya no había nadie en las calles.


Los susurros se habían callado y la risa, que tanto había inundado los callejones de adoquines movida por la brisa del calmado viento de media noche, había girado en las esquinas más próximas para ocultarse de los ojos mirones de las vigilantes. Ellas se abrieron paso en la noche, vestidas en sus tonos dorados y deslumbrantes que exaltaban los semblantes severos de sus rostros sempiternos. Con la mirada siempre atenta, controlando que la quietud y el silencio se encontraran presentes para recibir a su reina, formaban un sendero aureolado para proteger el ascenso de la monarca de cualquier alma fisgona que se atreviera a posar sus indignos ojos en la voluminosa hazaña.


La vigilante mayor elevó una mano que detuvo el tiempo y el resto de las súbditas tomaron sus posiciones en las penumbras.


Entonces, como atraída por la adoración de sus hijas, la Señora se elevó sobre las aguas. Una tez tan blanca como las primeras esquirlas de nieve del invierno se magnificabapor la mirada tan brillante y voraz, como si pudiera devorarse al mundo entero con su fulgor. La corona concebida de las más delicadas fibras de hielo y cristal reflejaba el ardor de las millones de luces que destilaban las amorosas miradas de las vigilantes a su alrededor.


La monarca elevó la vista a sus súbditas y sonrió con templanza. Cuando comenzó a escalar, lo hacía con la elegancia y sutileza que solo la permanente práctica puede lograr. Los pasos sosegados pero firmes, como si la paciencia fuera un bien que rebasaba en los tesoros y secretos que contenía su pulcra mente. Como si tuviera toda la noche por delante.


Cuando llegó a su lecho una de sus fieles ayudantes ya había preparado su silla con las telas y almohadones más cómodos y suaves que jamás hayan existido sobre la tierra. Una sonrisa fue la única respuesta de la reina antes de tomar su lugar en el trono, desde donde podía ver las calles abandonadas y oír la risilla del viento que jugueteaba sobre los techos de casas apagadas.


Entonces, se dedicó a observar la vida nocturna. Sus vigilantes la mantenían informada de cualquier evento extraño que pasase allí donde su luz tocara la tierra, pero a la monarca le gustaba ser ella la que descubriese los secretos de la oscuridad. Allí entre las sombras de los árboles, en un muy tupido bosque, enviaba a su amigo el viento para que removiese las ramas y liberara los misterios ocultos. Siempre había alguna historia diferente. Un día unas ninfas huyeron correteando entre los arbustos apenas su luz llegó a rozarlas. Otro día la vigilante mayor se posicionó sobre las aguas de un lago, encontrando a unos mortales que creyeron haber sido sigilosos en sus escapadas delictivas. Por supuesto que la Señora tuvo que castigarlos, quitándoles la mirada para siempre por haber intentado sobrepasar los dones que la luz del día ya les había concedido.


Pero algunas veces, los mortales que escapaban no lo hacían de ella, sino de otros mortales. Con cuerpos temblorosos de entusiasmo y miradas rebosantes de felicidad y esperanza, se tomaban de las manos con firmeza, una promesa silenciosa de compromiso y de confianza. Huían de las palabras hirientes, de los estatus sociales, de familias conservadoras y de los futuros infelices. Huían por amor.


La monarca buscaba todas las noches por escapadas de amor.


Ah, y allí estaban. En la silueta del mortal vio hombros fuertes y concisos, preparados para cargar a su amada si fuera necesario, mientras que ella volteaba preocupada por las huellas que iban dejando en la arena, pero con una sonrisa inexorable en el rostro oscuro. La reina solo tuvo que hacer un gesto con su mano y el viento corrió a borrar las incriminantes marcas. Mientras los observaba correr hacia el horizonte se permitió dibujar con sus recuerdos otra escena; los mismos hombros fuertes pero la tez y los cabellos dorados como el oro y brillantes como él, un rostro jovial que enmarcaba ojos eternos y una sonrisa que solo existía para ella. Su voz implorándole que huyera con él.


Como sintiendo el camino que tomaba su mente, la vigilante mayor se acercó con cautela.


—Disculpe, su majestad,—dijo.—¿hace cuánto que no lucha?


—Desde que el sol y la luna reinan el día y la noche.—respondió.


Con los labios curvados en una nostálgica sonrisa, no pudo evitar que sus ojos se movieran inconscientemente hacia el final del pasillo aureolado, donde él aparecería pronto para tomar su lugar en el trono y desterrarla por otro día más.

6 de Febrero de 2022 a las 22:59 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Valentina Vega -"Estoy lo suficientemente cuerda como para saber que las cosas fantásticas no existen, pero lo suficientemente loca como para desear que lo hicieran."- Instagram: @kotodama_valenvega

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