Las noches son largas cuando no estás junto a mí. Aún no puedo acostumbrarme a la ausencia de esos ojos marrones e inconscientemente los busco cada noche bajo las sábanas, y cuando no encuentro más que los ojos pequeñitos y redondos de Buyo, no quiero admitir que estoy decepcionado. Cuando ese amargo sentimiento de soledad abarca nuestra habitación, me inclino en la ventana para encontrar la brisa o algo parecido a tus brazos alrededor de mi cuerpo tibio. Observo el barrio donde crecimos y cierro los ojos por un momento, me permito escuchar con atención lo que las calles tienen para decirme y, tal vez, estoy buscando oír tu voz entre las bocinas de los autos y el grito de las ratas. La vecina del frente, aquella que varias veces se negó a devolvernos la pelota, ahora ya no está tan sola, pues su hijo llegó hace menos de un mes para hacerle compañía, aunque sugiero que la vieja está a punto de morir y el hombre quiere el terreno. Hoy es una de las tantas noches de insomnio. Recuerdo el pasado y lo bebo en varias copas de vino, y sería genial que estuvieras acá. El sabor del tinto nunca fue más vacío. Buyo acicala sus uñas contra el colchón viejo que está en una esquina, ese mismo colchón que trajiste los primeros meses antes de que empezáramos a compartir la cama, tanteo el borde de la copa de vino con mis dedos y adivino con una sonrisa que estarías furioso conmigo por consentir al gato. Él era nuestro bebé y vos el papá malo, aquel que le pondría sus remedios cuando yo no tenga el corazón para escuchar sus maullidos. Entre nos, siempre fuiste el mejor y el más responsable. Sé que Buyo no me culpa, pero sé que te extraña, porque ya no acicala sus uñas con el mismo entusiasmo, quizás porque ya no hay nadie que le diga que pare de hacerlo, que destrozará el colchón. Se hunde entre las sábanas y comienza su ronroneo. Tengo la tentación de ir con él y acariciar su pelaje, dibujar figuras en su pancita hasta que decida que es suficiente y me muerda, pero, en cambio, relajo mi cuerpo contra la silla de madera (esta, la que trajiste de la casa de tus papás) y lo veo, pero al mismo tiempo no lo hago. Estoy perdido. Reacciono cuando los tiros de afuera lo despiertan y su cabecita gira para ver la ventana, se asustó. Y cuando me vio sentando y tranquilo, volvió a dormirse. ¿Qué será de mi bebé sin mí? Me pregunto si vos me extrañas como yo lo estoy haciendo. El reloj de mi celular marcó 4:37 a.m. cuando salgo de nuestro departamento, el mismo que rentamos con los ahorros de toda la vida y el mismo que nos protegió del ojo del juez durante años. Buyo no se despidió de mí, una manía que comparte con vos. En las noches de insomnio, me gusta caminar por estas calles. La casa de tus padres es lo que más evito desde que ya no estás, aunque esté a cuadras del departamento, y por esta vez quiero animarme a caminar en frente de su puerta. La casa de mis papás no es algo que me gustaría recordar, por lo que me desvío del camino y me voy a otro lugar. El barrio sigue igual con las bolsas de basura desparramadas, el griterío de los bares y las risas de los niños, y esa última cosa es lo único que le falta a esta madrugada para que esas luces amarillentas cobren sentido y sean amarillas sí, pero amarillas de alegría. Y esa misma risa y esa misma luz amarillenta nos faltó a nosotros. En las noches de insomnio, me gusta caminar hasta el puente que atraviesa el río. El puente peatonal está colmado de borrachos y drogadictos a estas horas, sé que estarás ahí y sé que el corazón se me va a romper un poco más al verte. Cuando llego al puente, te veo con tus estúpidos amigos, consumiendo coca. Quería verte una vez más antes de que te fueras y que entendieras el peso de tu decisión. Me arrepiento de mis acciones, ya no quiero verte una última vez; quiero verte cada mañana, quiero verte alimentando a Buyo y quiero verte amándome, ya no quiero verte morir por mí. No la consumas. Pero ya no me escuchas a mí y yo ya no sé que hacer. Saco el arma, ese arma que conseguiste para protegernos de los chorros y los transas. Queda una bala, para vos o para mí. Entre nos, en estas noches de insomnio, siempre te elijo a vos.
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