fran-laviada Fran Laviada

Las historias de mi abuelo, un gran admirador del escritor francés AleJandro Dumas (padre).


Fantasía No para niños menores de 13. © Francisco Álvarez Arias.

#El monstruo de fuego.
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Primera parte: Un abuelo fantástico.

Si había un escritor por el que mi abuelo sentía auténtica devoción, ese sin duda era, el francés Alejandro Dumas (1802-1870), al que no se debe de confundir con su hijo, también escritor con el mismo nombre.

   El Señor Dumas (padre), fue el autor de una gran cantidad de novelas famosas, pero a mi abuelo, había tres títulos que le entusiasmaban, y que había leído incluso varias veces:


“Los Tres Mosqueteros”.

“El Conde de Montecristo”.

“El Tulipán Negro”.


   Era tal el entusiasmo que tenía por esas novelas, que se sabía casi de memoria algunos capítulos completos. Era como si él, se hubiese transformado por obra y gracia de la literatura, en uno de aquellos míticos personajes, y es que mi abuelo, era un hombre con una imaginación desbordante, tenía tanta, que se pasó casi toda su existencia viviendo en un mundo de completa fantasía, algo que se potenció cuando se casó con mi abuela, que tenía casi la misma capacidad de inventiva que su marido, y como se suele decir, en lo que respecta a aquel “creativo” matrimonio, se juntó el hambre con las ganas de comer.

   Cuando el abuelo y yo ibamos de paseo, el viejo siempre se quedaba mirando al cielo completamente absorto, y siempre me decía: ¡Pablito, algún día viviré en la luna!, y yo siempre le decía: ¡Pues llevame contigo abuelo...!


   El abuelo continuamente se iba de viaje a la Luna, como él decía, cuando quería olvidarse de todos sus problemas, hasta que un día se quedó allí para siempre, y jamás volvió a la Tierra. Se había vuelto loco, perdió por completo la razón, sin embargo, la locura le hizo vivir completamente feliz, los últimos años de su vida. Así son las cosas, que muchas veces les ocurren a los seres humanos.



   El viejo me contagió su afición a la lectura, y como no podía ser de otra forma, me hizo seguidor de Alejandro Dumas, tanto que mi personaje literario favorito desde mi infancia es D’Artagnan, a pesar de haber descubierto a otros cientos de personajes de ficción en las muchas novelas de todo tipo que llevo leídas desde mi infancia, y de las cuales he perdido la cuenta, pues se puede uno imaginar que desde que comencé a leer cuentos con cinco años, hasta la fecha, en la que me estoy acercando ya al medio siglo de vida, he tenido tiempo para leer una cantidad elevada de todo tipo de libros, además de que a los años hay que añadirle una disciplina como lector, que no he dejado nunca, siendo raro el mes, que no he leído como mínimo un libro.

   Bueno, pasando a la historia de que nos ocupa y volviendo a mi abuelo, pues fue por recomendación de él, que cayera en mis manos un relato que fue publicado en 1841, escrito por el anteriormente mencionado Alejandro Dumas, cuyo título es “El peñasco del Dragón”, una pequeña historia, que por esas casualidades extrañas de la vida, he leído varias veces (no tantas como mi abuelo, hizo con los tres títulos anteriormente mencionados, pero casi), y no sé, si fue debido a que las diferentes lecturas del relato estuvieron separadas por varios años (lo leí con quince, la primera vez, la siguiente con veintisiete, la tercera con treinta y tres, y la última, el año pasado con cuarenta y ocho, y que a nadie le extrañe tanta exactitud al respecto, ya que siempre ha tenido por costumbre, ir anotando en una agenda destinada a tal efecto, título, autor y fecha de todas mis lecturas), que cada vez, la historia se iba ampliando en mi imaginación añadiendo nuevos protagonistas y situaciones, y poco a poco, le fui aportando mi pequeño toque de creatividad, hasta convertirla en mi propio relato, es decir una versión más o menos inspirada en el original (le pido disculpas al señor Dumas, para que no se ofenda por tal atrevimiento, pero teniendo en cuenta que sus derechos de autor ya se han extinguido hace bastante tiempo, me he permitido hacer esta especie de “obra derivada”, pero a mi libre albedrío), y como ahora yo también soy padre, se la cuento a mi hijo  (mejor sería decir, que la voy adaptando a su edad, ya que según va creciendo, le voy añadiendo elementos que el chico pueda comprender, aunque el muchacho me salío por suerte bastante espabilado). 


   Le digo que la historia la he escrito yo (por un lado me hace ilusión, y por el otro, le doy rienda suelta a mi “corazoncito” de escritor aficionado), pero siempre le menciono al Señor Dumas, como autor original (ni por asomo, pretendo hacer le competencia, a tan insigne escritor, ¡Dios me libre de tamaño despropósito!), al mismo tiempo, que lo he aficionado a la lectura de sus libros, tal y como hizo conmigo mi abuelo.

   El contagio lector familiar, sigue haciendo su efecto y mi hijo quedó maravillado cuando leyó “Los Tres Mosqueteros”, también le encanta el personaje de D’Artagnan (cuando apenas tenía cinco años, ya le gustaba disfrazarse de Mosquetero), y por eso además del libro, no se pierde ninguna película en la que salga el mencionado espadachín, y tanto en el cine como en la televisión, ya ha visto casi todas las versiones que se han realizado, que son muchas, con una larga lista de actores encarnando al héroe (desde el famoso bailarín Gene Kelly, hasta uno de los últimos, Luke Pasqualino, para una serie de la televisión británica, pasando entro otros nombre conocidos como Cornel Wilde, Louis Jourdan, Maximillian Schell, incluso hasta el mismísimo Cantinflas, en una adaptación cómica del personaje, a los que habría que añadir en la versión nacional a nuestro Sancho Gracia, en una serie televisiva), y que han interpretado al joven Gascón que en la novela de Alejandro Dumas, se trasladaba rumbo a París con la ilusión de entrar a formar parte de la compañía de Mosqueteros del Rey Luis XIII.


Fran Laviada

6 de Octubre de 2017 a las 10:02 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Leer el siguiente capítulo Segunda parte: El legado Dumas.

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