arikeldt Arikel DT

Yuuri Katsuki jamás imaginó ser uno de los Omegas más cotizados en la industria del modelaje, pero lo era. Y antes de conocer al exitoso empresario Victor Nikiforov jamás imaginó estar enamorado, pero ahora lo estaba. Enamorado, casado, e incluso enlazado. La gente común decía que lo que rápido subía, rápido bajaba. Por su parte, el mundo de Yuuri cayó en picada desde que recibió aquella llamada. * * * [Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Sayo Yamamoto y Mitsurō Kubo, pero la historia sí es totalmente mía. No se admiten plagios ni re-publicaciones]


Fanfiction Anime/Manga Sólo para mayores de 18.

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Prólogo


«Verde».

«Como la primavera».

«Como la jungla».

«Salvaje, cruel, y feroz».


—Podríamos ir a Japón éste fin de semana... —sugiere Yurio.

—¿Por qué? —le pregunta Yuuri después de un silencio casi eterno y haciendo un esfuerzo sobrehumano por no lanzarse fuera del auto.

La luz del semáforo ha cambiado y Yurio se pone de nuevo en marcha y pisa el acelerador.


«Como sus ojos...».


Piensa Yuuri por enésima vez en el día, y vuelve a tomar aire profundamente. Inhalando lo más que puede. Llenando sus pulmones con ese algo vital que le refresca las ideas y le da algo de calma.

—Porque te ves fatal... —le dice Yurio, acelerando para lograr pasar un nuevo semáforo antes de que se haga rojo, como las manos de Yuuri al apretarse con fuerza—. Lo siento... —le dice, bajando la velocidad y dándose cuenta de su error.

—Creo que odio los autos. No es tu culpa... —susurra Yuuri, volviendo a tomar aire.


«Como sus ojos...».


Vuelve a pensar, y justo después de pensarlo le quita el seguro al auto y abre la puerta.

—¡Yuuri!

Yurio grita, baja la velocidad por completo y mira por todos los espejos para buscar un lugar en dónde estacionarse y así detener el auto.

Justo cuando lo ha hecho, Yuuri ya está bajando.

—¡¿Qué mierda haces?! —le pregunta Yurio, exaltado. Aterrado. Observándolo mientras intenta desabrochar su cinturón.

—Ve a casa, yo volveré caminando.

—¡No! —le grita el ruso, con los ojos enfurecidos y al mismo tiempo cansados—. ¡Eso pasó, pero no es el fin! Por favor... Yuuri... por favor...

—Estoy bien, Yurio. Solo...

—¡¿Solo qué?!

—Necesito espacio. Necesito... tiempo, aire... y a mi cama.

—Dios... Yuuri...

Yurio no se ha bajado del auto.

Su cinturón de seguridad ahora está desabrochado, pero no tiene las fuerzas para bajarse.

—Ya sé, hagamos esto... —le dice Yurio—. Voy a llevarte a mi departamento, ¿De acuerdo? Vamos allá, y luego...

—No. No quiero ir a tu departamento, quiero ir al mío.

—Pero... ¿Estás seguro?

—Sí, obviamente sí... —le dice Yuuri, alterándose un poco, solo un poco—. Escucha, creo... creo que tengo los nervios de punta. Solo quiero un respiro, ¿Sí?

Yurio lo mira inseguro.

Visiblemente se debate en si dejar o no a Yuuri solo.

—Estaré bien. Sabes que estaré bien... —le asegura Yuuri—. Sabes que no me haría daño a mí mismo, no le haría eso a Victor.

Yurio deja de verlo cuando pronuncia aquel nombre. Sus ojos ahora están fijos en el parabrisas frente a él.

—Vete a casa Yurio... —le dice Yuuri, antes de ponerse a caminar silenciosa y tranquilamente por la acera.

Victor ha muerto.


«Accidente».


Dijo Yakov, el asistente de Victor, al llamar.


«Reconocer el cadáver».


Dijo.

Y Yurio había entrado a hacerlo y había dejado a Yuuri en una salita fría y blanca de la clínica. Sabiendo quizá que Yuuri moriría si intentaba verlo.


«El gran Victor».

«El emperador del hielo».

«Amado esposo y hombre bueno».


No se merecía aquello.

NADIE se lo merecía.

Al final, la noticia ya estaba en todas partes para cuando Yuuri llegó al departamento.

El televisor encendido y el volumen lo suficientemente alto le hacían no escuchar sus pensamientos.

Necesitaba un trago.

Eso estaba claro.

Necesitaba un cigarrillo.

Necesitaba comer algo.

Necesitaba cambiarse de ropa, ponerse el pijama, lavarse los dientes y tantas otras cosas tan comunes.

Cosas tan naturales que siempre hacía sin siquiera pensar, y que ahora con solo planearlas le parecían agotadoras, innecesarias e inútiles.

Entonces el celular timbrando lo saca de sus pensamientos.


«Mamá».


Lee en el contacto, y observa la forma en la que la luz intermitente de la llamada entrante centellea.

Luego de un tiempo la pantalla se oscurece y el sonido se apaga mientras él observa inmóvil, como esperando que el celular se encienda por sí solo.

Apenas unos segundos después hay una nueva llamada.


«Papá».


Dice ésta vez, y ocurre exactamente lo mismo.

Cuando la pantalla se oscurece, Yuuri apaga el celular por completo y lo tira sobre uno de los sillones de la sala.

Aumenta dos barritas al volumen del televisor y observa las noticias.

No las escucha.

Por alguna razón su mente parece estar en blanco y sus ojos parecen congelados.

La presentadora habla y habla, y junto a ella aparece una foto de Victor vestido impecablemente con un traje azul noche y una corbata negra.

Es la última foto.

Había salido aquella tarde a una reunión en la empresa y no había vuelto.

En aquella reunión los accionistas iban a firmar la entrega a Victor de un 10% más de las acciones de la empresa. Dándole así el 40% del total y dejándolo como el de mayor peso allí.

Era por eso que algunos reporteros lo habían esperado a la salida, le habían hecho preguntas y le habían tomado aquellas fotos.

Entonces Yuuri cambia de canal.

La sección de ventas le parece interesantísima.


«Compre ahora y llévese dos por el precio de uno».


La típica frase que le saca una sonrisa al recordar la forma en la que Victor la repetía.

Cuando vuelve a pensar en Victor sus ojos viajan a través del comedor hacia la cocina. Allí, en el fregadero, los platos del almuerzo aún esperan a ser lavados, así que Yuuri se pone de pie dispuesto a hacerlo.


«La casa debe verse impecable».


Piensa Yuuri, mientras se sube las mangas del suéter para no mojarse de más.

Sabe que mañana habrá visitas.

Va a ser un caos.

Yurio será el primero en llegar, se lo había prometido. Lo había amenazado diciéndole que sabía la contraseña de la puerta, así que entraría quiera o no y cuando lo hiciera quería verlo sano y a salvo.


«En lo posible».


Había pensado Yuuri, mientras lo escuchaba.


«Sano y a salvo. Sí. Pero solo en lo posible».


Se repetía.

Mientras el agua fría del grifo contrastaba con el torrente cálido y silencioso de sus mejillas.


«Tú no te preocupes».


Le había dicho Yakov cuando se vieron en la clínica.


«Victor ha dejado todo a tu nombre. Por esa parte no tienes que preocuparte de los gastos, ni del departamento, ni de nada. Todo seguirá como siempre».


Le había dicho, y cuando Yuuri lo recuerda se da cuenta de que los dos platos ya están bien lavados desde hace un rato y él ha estado desperdiciando agua.

Cuando apaga el grifo siente que las manos le escuecen, justo las muñecas. Se frota un rato y parpadea varias veces mientras respira profundamente.

Antes de que lo note ya tiene un cuchillo en la mano izquierda.

Nunca ha sido fuerte.

Jamás.

Victor era la fortaleza, la alegría y el amor.

Él, en cambio, no era nada.


«Modelo de alta costura».


Susurraban las revistas.


«El más hermoso».


Decían.

Y Yuuri se burlaba de ellos, de él mismo, de sus fotos de niño cuando era regordete y blandito, no como ahora, lleno de ángulos y curvas perfectas pero al mismo tiempo frágiles.

Entonces deja el cuchillo sobre la mesa del comedor mientras se dirige de nuevo a la sala, allí en donde el televisor muestra un 2x1 en secadoras para el cabello.

Los párpados le pesan.

Está cansado, tiene sueño.

Está agotado.

Está como molido.

Molido a golpes, molido a llantos, molido a dolores.

Quiere dormir un poco, pero no tiene la fuerza para ir a la cama.

La televisión habla ahora de pelotas para mascotas, y cuando Yuuri las ve, inmediatamente sus ojos buscan a Makkachin, quien descansa muy cerca de él, allí en donde espera todos los días a que su amo llegue.

—Ven, Makkachin... —lo llama Yuuri, y nota que su voz está quebrada—. Ven, pequeño.

El esponjoso perrito no le hace caso, le echa un vistazo pero no se le acerca para nada.

Parece estar igual de cansado que él, igual de acongojado e igual de confundido.

Yuuri llora de nuevo.

Quiere esperar con Makkachin y recostarse en el piso a su lado. Así que lo hace.

Para cuando el televisor termina de hablar de las pelotas para mascotas, Yuuri está abrazando a Makkachin sobre el piso frío.

De alguna manera esa posición y ese lugar parecen exactamente lo que necesita para sentirse bien y relajarse.

Su espalda no resiente el frío, al contrario, lo agradece.

Lo agradece tanto que Yuuri se quita el suéter y se queda tan solo con la delgada camisa celeste , y luego se quita el pantalón y las medias.

Sus piernas tiemblan al tocar los azulejos bajo él. Se pregunta si Makkachin siente ése frío a través de su espeso pelaje, así que lo mira.

Los ojitos de Makkachin están cerrados.

Yuuri casi puede tocar la tristeza del animalito. Tristeza que se le antoja contagiosa.


«Va a ser difícil».


Piensa.

Va a ser una tarea titánica recibir a todos los conocidos y amigos en aquella sala.

Cada vez que le abracen.

Cada vez que le digan lo dulce que era su esposo.

Cada vez que le digan que los busque para lo que sea que necesite.

Para lo que sea que se le ofrezca...

Va a querer llorar.

Se siente frustrado ante la idea.

Se siente tentado a asegurar la puerta y enclaustrarse allí junto a Makkachin. Hay comida y bebida suficiente para ambos.

Tienen todo lo que necesitan para sobrevivir por un buen tiempo, al menos hasta que la conmoción... haya pasado.

Hasta que haya despertado de éste extraño sueño inusualmente largo.


«No es una pesadilla».

«Esto es real, Yuuri».


Le había dicho Yurio cuando él apenas pudo mantenerse en pie después de haber respondido la llamada que Yakov le hizo desde la clínica que se había llevado a Victor de la autopista.


«Victor en la autopista».


Piensa Yuuri.


«Victor».

«Mi Victor».

«En una autopista cualquiera».

«Tirado como un animal atropellado».


Un grito asoma a su garganta al pensar en eso.

Un grito que le hace abrir los labios sin emitir ni un minúsculo sonido.

Su garganta quema.

Sus labios resecos resienten el movimiento brusco.

El llanto amenaza con hacerse ruidoso, así que Yuuri se cubre fuertemente la boca con ambas manos.

Quiere gritar.

Hay un nudo en medio de su garganta.

Un nudo cruel, duro, triste y malvado.

Un nudo que le hace querer y NECESITAR gritar.

Pero se contiene.

Intenta respirar profundamente y mientras lo hace se traga ese nudo con dificultad.

Es como si se tragara una piedra, una que raspa su tráquea y lo deja adolorido, débil y aún más cansado.

Las lágrimas siguen cayendo, ya se ha resignado a no secarlas. Qué caso tiene, si por cada lágrima que se seca aparecen cinco más.

Está intentando cerrar los ojos y dormir allí en el piso, cuando Makkachin levanta la cabeza de pronto.

Yuuri lo mira y ve como aquella colita esponjosa se mueve frenéticamente de un lado a otro mientras el perrito se pone de pie y da un par de vueltas antes de ladrar emocionado en dirección a la puerta.

El corazón de Yuuri se detiene.

Se sienta en el piso lentamente, casi sintiendo como si el frío hubiese congelado sus articulaciones.

Entonces el sonido de la clave siendo tecleada se escucha.

Makkachin da más vueltas. Ladra y mueve su cola.

Yuuri se pone de pie.

Retrocede lentamente, casi como ocultándose.

La puerta se abre y Yuuri maldice el pequeño espacio del recibidor, espacio cuyas paredes divisorias le impiden ver quién entró.

—¿Yuuri?

Es su voz.

Es tan inconfundible que Yuuri suelta un jadeo al escucharla.

Entonces escucha los pasos adentrándose. Los pies arrastrándose con cansancio.

Yuuri retrocede más, retrocede tanto que sin darse cuenta entra al dormitorio.

El televisor de la sala se apaga de pronto.

El televisor y las luces, de la cocina, del recibidor y de la habitación en la que ahora está.

Entonces Yuuri se estremece y se gira de inmediato al escuchar algo junto a él.

Las cortinas descorridas y el gran ventanal dejan pasar a la luz de las calles, la iluminación es más que suficiente para ver qué es lo que está a su lado.

Y al verlo, Yuuri se cubre los labios con una mano y retrocede apenas un paso.

Victor está en la esquina contraria de la habitación.

La ropa rota y ensangrentada.

Las manos lastimadas al igual que los hombros y las rodillas.

Los cabellos teñidos de un rojo oscuro y los labios resecos.

No emite sonido alguno.

No vuelve a llamarlo.

De hecho está como congelado.

Esperando.

—¿Victor?

Cuando Yuuri pronuncia ese nombre la mirada azul se posa de inmediato en él, haciéndole pegar un brinco.

Ese azul es opaco y confuso.

—¿Vitya? —vuelve a preguntar Yuuri, y Victor se le acerca tambaleante, arrastrando los pies y estirando sus manos raspadas y ensangrentadas hacia él.

Si fuera cualquier otro, Yuuri correría fuera del departamento completamente aterrado.

Pero allí, justo en la misma habitación, está Victor.

Su Victor.

Su amado.

Su esposo.

Su Alfa.

—¿Victor? —dice Yuuri, y sus dedos tocan los dedos ensangrentados y tiemblan de inmediato.

La piel de Victor está fría.

Demasiado fría.

Pero no tiene tiempo para analizar eso, no cuando Victor envuelve sus brazos helados y desgarrados en su cintura, estrechándolo hasta quitarle el aire y dejarle adolorida la piel.

Yuuri no le corresponde ni lo aleja.

Está asustado y confundido.

Se siente estafado y al mismo tiempo se siente indefenso.

—Qué... ¿Qué haces aquí? —le pregunta Yuuri, y se siente idiota al preguntarlo—. Es decir, yo... ¿Qué pasó? Fuimos a... tú estabas en... ¿Qué te ocurrió? —le pregunta, pero Victor tan solo lo estruja aún más—. ¿Amor? ¿Estás bien? Llamaré a emergencias, necesitas una ambulancia.

Entonces Victor lo besa.

Su piel está congelada y Yuuri tiembla ante cada toque.

—Victor... —le dice Yuuri, apartándolo un poco para poder mirarlo, pero Victor lo empuja rudamente con ambas manos.

Yuuri teme caer al piso, pero cae sobre la cama.

Victor se coloca sobre él y lo besa de nuevo.

—Espera... —le exige Yuuri, pero Victor cuela sus manos por debajo de su camisa, tocando todo—. ¡No! ¡Detente!

Las manos de Yuuri empujan los hombros ajenos, intentando sacárselo de encima, pero es como si una mole de concreto estuviera sobre él.

Es demasiado pesado, demasiado frío, demasiado confuso.

De pronto lo siente.

Los dedos de Victor han ingresado en él.

Yuuri jadea incómodo y gira el rostro para no tener que verlo de frente.

La forma en la que Victor lo toca es... tan extraña.

Tan posesiva, demandante y apresurada. Como si temiera que Yuuri se le escurriera como agua entre las manos.

Victor está tan apurado y concentrado en el acto, que Yuuri no tiene tiempo para seguir negándose.

No cuando Victor se acomoda entre sus piernas y empuja su sexo en su pequeña y poco humedecida entrada, haciendo que Yuuri eche su cuello hacia atrás al sentirlo ingresando tan de golpe hasta el fondo, y sintiendo los testículos ajenos chocar contra su piel y dar un rebote certero y firme.

Siente que es tarde, y se rinde por completo al empezar a sentir las estocadas duras, casi violentas, del hombre excitado y desesperado entre sus piernas.

Victor succiona su cuello, no le da tregua. Da mordiscos rudos lastimando su piel y jadea como un animal en celo buscando su propio y enloquecido clímax.

Yuuri tiene los ojos pegados al techo.

No se atreve a mirarlo.

Ha notado que los cabellos de Victor ahora lucen suaves, limpios al igual que su piel, y su ropa está impecable.

No hay rastro de ningún accidente. No hay rastro de muerte.


«¿Fue un sueño?».


Piensa Yuuri. Y casi podría sonreír de no ser por lo realmente imposible que se le hace lograr atrapar el aire que Victor le roba con cada embestida salvaje.

Su sexo es egoísta, duro y frío.

Tan distinto al de siempre.

Tan distinto a ese que Yuuri ama, desea y anhela.

Entonces un pensamiento frágil y persistente invade su mente.


«Éste no es Victor».

«No es Victor».

«No es Victor».


Un pensamiento cuyas bases se tambalean y resquebrajan al sentir el aroma a pétalos de rosas frescas, puras y aterciopeladas.

Ése aroma que lo llevó innumerables veces al paraíso más dulce y perfecto.

Ése aroma que le pertenece a su Alfa.

Es en ése instante, y solo en ése instante, que los brazos hasta ahora casi inertes de Yuuri se envuelven temerosos alrededor del cuello ajeno, llorando al pensar, al siquiera imaginar, que su Victor, su precioso y preciado Victor, estuviera lejos de éste mundo, más allá de todo, allí en donde no hay nada. Más allá de él, y no justo aquí y justo ahora, entre esas piernas que tanto lo aman y esos brazos que tanto lo atesoran.




8 de Septiembre de 2021 a las 16:33 0 Reporte Insertar Seguir historia
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