sriur Srï Ür

Leonel y su abuela enfrentan una inesperada temporada de lluvias y muertes de animales de granja que se relacionan con el Alto-Jaguar, un espíritu maligno que se come las almas de sus victimas y las hace parte de su cuerpo.


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Alto-Jaguar (Ka’anaj-báalam)

De que se comenzara a contar el tiempo y luego de las primeras leyendas el clima humedo y apagado del pueblo grande le hizo por primera vez tener ganas a la abuela Nikte de preparar un desayuno sin carne y usando mejor masas caseras que las hechas en la tortilleria con la procesadora, así que aprovechó una destreza centenaria para rellenar sus panuchos y armar empanaditas, en el anafre satisfecho de carbón tiró algunos chiles max, chiles anchos, xcatic y habaneros para las salsas del día. No fue mucho de su labor cuando sonó la chicharra de la calle y desde la ventana por la que se custodia el corral Nikte se asomó al segundo piso.

—Leonel, apura a mover los chivos para que amamanten. ¡Y lleva a la chiva blanca al cobertizo! Hay que guardarla antes de que la huelan.

Llovió hace poco y tenue niebla rodeaba el rancho, el pueblo está difuminado desde un muro opaco y apenas salía gente que cruzase aquellos caminos sino es para ir a vender más al norte en Ciudad del Carmen, pero hay algo que no encaja, y tan como siempre fue, desde que se comenzó a contar el tiempo, la abuela Nikte era una vieja bruja, Nool Kéej, ella conocía estos síntomas climáticos en los alrededores, este estado del tiempo no era normal y era importante cuidar a los animales, pero como se negaba a comprarse una carabina o un rifle en el clandestino del armero, solo contaba con sus chiles y sus hechizos.

El susodicho nieto de Nool Kéej, Leonel, trastabilló de tender su petate a correr por las escaleras y pisando el umbral de la cocina se detuvo a esbaliarse, las historias de monstruos lo dejaron despierto la noche anterior, seguía desvelado y se tallaba los ojos, bosteza flojo. En su mente se movieron historias de gigantes toltecas de la Ciudad de México, perros de agua de Xochimilco, el jaguar de jade de Chiapas, el conejo de la luna de Teotihuacan o el monstruo del mundo de Querétaro, todas ellas las leyó desvelándose la noche pasada.

Pero esas son otras historias.

Cuando Leonel se asomó al patio, el Sol irradió luces cálidas desde la montaña del este y disipó la niebla lentamente, Nikte sirvió platos y Leonel, aun cascarrabias, malhumorado y desvelado, reclamó:

Chiich, la chiva ya se salió del corral y está corriendo por el río. Las gallinas no paran de cacarear... —Leonel quería sentarse pero parecía que de todos modos iban a obligarlo a salir —, dicen por la ventana que va a llover.

—Vea tras ella, pues. —contestó Nikte, que de sus ropajes sacó un papel doblado que esa mañana le trajo el señor Amado del pueblo—. Tráela de la oreja y yo aquí le regaño.

—Me va a torear. —pero Leonel cepilló sus plantas de los pies en la alfombra del zaguán, resignado abrió la puerta y la humedad le pegó a la cara. Un momento se persignó él mismo con la foto del abuelo y acomodó las flores de balché que reposan a lado de la foto en su propio florero francés con una vela de parafina de Tehuantepec.

—Torea primero entonces. —dijo la abuela Nikte desde la cocina, balanceando su comal con chiles y asomandose imperativa—. Demuéstrale quien es el que manda.

—¿El gallo?

La anciana le aventó semillas pero Leonel escapó agazapado y rodeando la casa al corral sin dejarse ver por las ventanas.

—Mocoso chistoso...

Un canto grave de un hocofaisán y su consorte saludaron a Leonel, se movieron con parsimonia cuales aves magnificas que casi parecen aristócratas, como todas las aves en sí. Ya dentro del corral de las crias Leonel corrió el pestillo y los chivos trotaron y balaron en el patio hasta sus madres en el segundo cortil. Amamantaron y derramaron algo de leche pero se les dejo alimentarse y Leonel fue a buscar a la chiva blanca dejando al rebaño en el patio.

En las orillas del río aventó algunas rocas para espantar a las zarigüeyas, a los jaguares, a los perros de agua (como si hubiera) y esperó un momento encontrándose su reflejo de un jovenzuelo moreno con ojos azabache rasgados y una nariz respingada.

A pesar de la calma de esa mañana siguió buscando, pisoteó alrededor por un rastro pero en el suelo de la rivera no se veían huellas de pezuñas, todo estaba cubierto de una fina capa de lodo de la reciente inundación, así que decidió cruzar el río balanceandose sobre un tronco mohoso. Del otro lado Leonel sí encontró huellas y las siguió, paralelas al camino que lleva a la carretera se alejó del río y subió una loma donde está mas solo, hay mas sombra de los arboles y no hay ranchos.

Que bonita parte del bosque...

Leonel se dedico a escuchar...

Otro canto de hocofaisán se cruzó, muy largo y agudo, hizo de él una estatua antes de percatarse de una ceiba y una caoba que coronan en pareja enfrente de él.

Aterrador... pero no los arboles, es la manta de pelaje amarillento-anaranjado enrollada y moteada que se movía como una serpiente alrededor del tronco de la ceiba. Lentamente la manta se movió hacía la caoba y se escuchó el ruido de algunas ramas cortándose, Lonel siguió las manchas y asomó al final de la serpiente de pelo una cabeza ataviada de dientes felinos y un par de ojos gigantescos.

Oh, que ojos de muerte...

Ojos brillantes y felinos...

—¿Tienes más? —dijo la cabeza de jaguar… y de asomar su cuello y cuerpo de la caoba y la ceiba, en las patas delanteras tiene garras gigantescas donde sostiene a la chiva blanca de Leonel y Nool Kéej, una que chilla y se retuerce.

Leonel no podía procesarlo... El jaguar devoró con un decoro ceremonial mordiendo la cabeza y acallando los balidos del pobre animalito, justo un enorme tajo le degolló... Despues de masticar bajó su cabeza hacía Leonel, y sonrió—. ¿Tus padres tienen más?

Leonel negó y se dio cuenta de que se congelaba en su lugar.

¡Huyó! ¡despavorido! corrió al río y a su casa pisoteando las flores caidas, se cubrió la cabeza de las ramas pero algunas rasguñaron sus manos, chapoteó el lodo del patío y atravesó la cerca con un tropezón, convirtiendo sus prendas en lienzos sucios.

¡Chiich! ¡Chiich! La chiva blanca, ¡la chiva blanca fue devorada por el Alto-Jaguar!

El abuelo, oh, el abuelo, solo él sabía combatir al Alto-Jaguar. Leonel conoció las historias de niños y ancianos que fueron robados por ese espíritu en la niebla de lluvias como esta. Sino tenías contigo ciertos animales eras vulnerable, y si no conocías encantamientos o portabas ciertas cosas, tu suerte no solo es la peor maldición pero… mucho de lo que él sabía sobre el Alto-Jaguar se perdió cuando murió. ¡Y ahora ese espiritu está en el rancho! ¡Abuela!

Nikte recibió a Leonel en la cocina aventando más semillas pero de inmediato detuvo su juego, ni siquiera le respondió, se acomodó el delantal, se arremangó y se plantó para recriminar porque la hora era sagrada para los alimentos y no iba a desperdiciarlos, así que mandó a callar a su nieto y fue pues a la mesa a cortar un pedazo de panucho y comerlo, invitó a Leonel a sentarse antes de enseñarle la hoja de papel que recibió esa mañana del correo.

—El niño de Chuun desapareció. —anunció Nikte de morder su panucho, siguó en este. Leonel ignoró su comida, ni siquiera se sentó y sus primeras palabras desde que entró fueron:

—Abuela, lo vi en el bosque, se comió a nuestra chiva blanca. Había sangre por todas partes y me preguntó si tenemos más.

—¿Le dijiste que tenemos más?

El niño volvió a decir que no y la abuela suspiró, persignó sus comidas y sus cazuelas.

—Las horas son sagradas... —como que Nikte quería ahorcar a alguien—.Las horas son sagradas... Ven.

Nikte se ayudó de Leonel para levantarse y fueron al comedor.

—Haremos esto. —ahora las manos de Nikte tiemblan y sudan, pero no se detuvo en buscar lo que pretendía de uno de los cajones de la alacena, aunque Leonel intentó replicar su abuela le calló—. No, no me interrumpas, aquí anda... —Nikte sacó primero dos agujas de tejido, luego una espuerta y.... ¿un quemador de incienso?

Volviendo a la cocina Nikte hizo amargar nuevos chiles en su anafre y los metió al quemador, se lo entregó a su nieto con las agujas y la espuerta—. Dale vueltas al corral con el quemador y....

—Pero abuela...

—¡No me interrumpas! —Leonel se quedó callado, Nikte siguió—. Balancéalo como si fuera una campana pero ve por todo el patio y has que se llene de humo. Recoge las matas de pelo de cabra con las agujas y tráelas en la espuerta.

—¿No las puedo tocar con las manos?

—No. ¿Cómo crees? Tu aroma, niño, tu aroma atraerá al Alto-Jaguar.

—¿Pero esto... es necesario?

Hubo silencio, Leonel no terminaba de procesar que vio a un espiritu como ese. Tanta sangre, carne, el balido de la chiva... tantas sonrisas, era como volverse loco ¿Seguro no fue una alucinación? Su abuela ni siquiera se inmutó, parece tan tranquila aunque le tiemblan las manos y todo lo está haciendo tan rapido.

—Es necesario, Leonel —contestó Nikte, se ve dispuesta, Leonel no podía decirle que no, era parte de todo con lo que creció, no es momento de dudas—. Vamos a hacerte una capa.

Del Alto-Jaguar los niños temían que quisiera cazarlos cuando vivían solos con sus abuelos, si en sus casonas y sus ranchos no tenían animales con que espantarlo existían encantamientos o amuletos que le espantaban pero muchas cosas murieron con la gente del pueblo que hablaba la lengua madre y ahora solo viven quienes no quieren aprenderla. Hace al menos 100 años el espíritu devorador acosa a la región, su presencia es la lluvia y la niebla. Lo único que sobrevivió el paso del tiempo es la costumbre de las chivas blancas y los hocofaisanes machos cuando cantan, solo ellos espantan al Alto-Jaguar pero si se salen del corral y se aventuran.... se pierden, se ensucian, se lastiman y dejan de dar miedo, entonces el Alto-Jaguar puede comerselos sin rechitar.

Hace unos días la temporada tenía mucha más lluvia y las noches parecían durar más. ¿Qué quedaba hacer? Enfrentarlo, sí, los niños y ancianos que son capturados por el Alto-Jaguar sufren la peor maldición, sin poder morir y volviéndose esclavos y juguetes, almas que no son errantes porque no tocaron la tierra pero fueron robadas de las manos de los señores de la muerte, quedan aprisionadas para alimentar el voraz apetito y poder ilusioro del Alto-Jaguar que hace crecer su cuello más y más. Estas precipitaciones y la inminente oscuridad, las señales para Nool Kéej del espíritu que quiere un alma más para su descanso.

Leonel hizo entonces lo que su abuela pidió mientras ella reflexionaba, corrió por todo el patio buscando matas de pelaje de cabra y balanceando chiles, hizo a los hocofaisanes cantar espoleándolos con una vara de zapote como si los creyera tontos pero las aves reclamaron agitando las alas y las dejo tranquilas, de nuevo como unas aristócratas. Fue a seguir su tarea, no había encontrado aun una mata de pelo.

Y Leonel no pudo hacer mucho para hacer su labor porque el cielo se tiñó de gris y un viento más frío le heló la espalda y le siguió un torrente de calor y nubes. Las gallinas se golpearon entre sí como unas locas y soltaron mares de plumas en su gallera, cubrieron el suelo y mancharon sus nidos. El cielo despues lloró chorros de agua y Leonel tuvo que meter a los chivos en su techado con el mismo palo de zapote pero se empapó él y llegó con su abuela sin un pelo de cabra y derramando agua por todos lados, con la espuerta estropeada.

—Las gallinas, chiich, ellas dijeron la lluvia.

—Hoy y mañana habrá mucha niebla —dijo la abuela intentando cubrir a su nieto con una manta y secarle las ropas—, así que nos quedaremos cuanto podamos dentro de la casa.

El canto largo y agudo como de un hocofaisán llegó desde la selva y abuela y nieto se metieron a la cocina por precaución, el calor del carbón le fue secando las ropas a Leonel.

Cuando Leonel estuvo seco y Nikte dejo la melancolica reflexión decidieron desayunar al fin las empanaditas frías y los panuchos, salsa roja y zapote ahora que dentro del hogar estuvieron seguros, se habían dado cuenta del hambre que tenían y los verdaderos hocofaisanes cantaron en el exterior durante las horas que duró esta lluvia monzónica que traía el espíritu. Ni Nikte ni Leonel escucharon los ronroneos del Alto-Jaguar el resto del día y parando las precipitaciones durante la noche fue Leonel a buscar pelaje, pero encontró un preocupante rastro en la tierra que le condujo al gallinero...

Esa primera noche el Alto-Jaguar mató a todas las gallinas y se robó todos los huevos, montañitas de plumas se apilaban en el suelo y seguían un rastro al camino de tierra que lleva al pueblo. Leonel juntó cada pluma y las metió todas en un costal que dejo en el costado de la casa. Esa noche durmió, pero apenas coincilió el sueño porque las visiones del Alto-Jaguar observandole desde la ventana le inquietaban.

Al amanecer del día seguido Leonel sacudió chiles nuevos alrededor del patío y trasquiló las cabras con tijeras de plomo, guantes y un machete que su abuela Nikte manejó con la misma eficiencia centenaria que sus cuchillos y el fuego de su comal. Las cabras no pusieron resistencia y pronto llenaron la espuerta de pelaje, Leonel y Nikte lo lavaron en la tarja del fregadero con una piedra de río y jabón traído de México.

—¿Vendrá a buscarme esta noche el espiritu? —Leonel ayudó a escarmenar las pequeñas fibras, ya había cruzado el cenit, desayunaron en el intermedio y pronto atardecía cuando volvieron a escuchar al Alto-Jaguar cantar como un hocofaisán agudo.

—En cualquier momento. Mi niño. —Nikte mordisqueó su almuerzo entre medias del trabajo con las fibras que hacían artesanalmente—. Haremos la manta y será él quien te tenga miedo. ¿Te parece un poco de saka mientras esperamos? Esta niebla es densa y desde nuestra ventana no veo ni el corral. Cuando salgas llévate la vara.

Leonel dejó los chiles humear en el comal de la cocina mientras Nikte empezó el hilado, los vasos de saka estuvieron servidos cuando tomaron el intermedio pero a pesar de lo cansado, tedioso y abrumador que era haceer un solo trabajo todo el día, lograron hacer un largo carrete de hilo que a la medianoche formó un fino y suave textil, era blanco como la leche y opaco a la luz.

Al amanecer del siguiente día y con la niebla perdiéndose en la espesa selva… el Alto-Jaguar había matado a los chivos y a las madres que fueron trasquiladas, no encontraron cuerpos en los alrededores del terreno y un rastro de pezuñas y manchas llegaba de nuevo a la carretera. Leonel llevó las pezuñas al costal de plumas como el día anterior y desayunaron algo más ceremonial, volvieron a tomar saká de nixtamal medio cocido.

Entonces en este momento sigue siendo peligroso alejarse, sin cabras ni chiva blanca ni gallinas el día debía ser solo para tejer, llueve tanto que podrían temer una inundación pero sino es posible arriesgarse en el exterior si eso significa que les acechan, Nikte y Leonel se reclinaron delante de la foto del abuelo y cosieron una capa, con esmero y sin lágrimas de enojo o miedo, pues aunque no se les ocurriría ir al pueblo a buscar víveres por el tiempo y la distancia, las ganas de intentarlo se morían continuamente porque volvía a llover y volvía la niebla. Leonel no fue al patio a repartir humo de chiles; solo tan pronto al anochecer y pasado el ocaso estaba hecha finalmente la susodicha capa de pelo de cabra áspera y caliente que cubrió los hombros de Leonel en perfecta medida.

Era una capa suave-hermosa, cubriendole bien parecía que Leonel tenía la piel pura y blanca de la chiva.

Esa nocturna el viento pegó fuerte desde el primer piso, trajo ramas a las ventanas y sacudió los cerrojos, como no querían un accidente o que se metiera el agua a estropear el piso, abuela y nieto fueron cerrando con cuidado todas y cada una de las ventanas. Nikte se excusó de que debían revisar la casa así que fue a ver el anafre de la cocina y el vestíbulo y Leonel dejo la capa en el comedor para no ensuciarla pero en vez de sentarse escuchó la puerta trasera, estaba abierta. El niño atravesó el comedor, encendió la luz.

Y se arrepintió.

Ahí tenía asomada su cabeza el Alto-Jaguar, se rió en su cara, su enorme cuerpo iba mezclado con niebla, y su cuello hizo una espiral y se extendió hasta que tapó los cristales. Moteado, amarillento-anaranjado, sonrió de sus colmillos enormes y Leonel le azotó la puerta y gritó, en un desesperado trote escapó al vestibulo.

¡Chiich! ¡Chiich! El Alto-Jaguar, está en nuestras puertas. ¡Abuela! ¡Abuela! —pero en trastabillas a la cocina se estampó con una mesa vacía y una bodega impoluta, detrás de él se desato un hecatombe de cosas caídas conforme el espíritu golpeaba la casa y buscaba entrar para comérselo.

La abuela no aparece. ¡Abuela!

Leonel regresó al vestíbulo y subió las escaleras. En los cuartos no la encontró, la madera tronó en torno al espíritu que buscó a Leonel desde el techo y luego alrededor de las ventanas del segundo piso, en todo momento el Alto-Jaguar no paraba de reír. En un momento, la luz empezó a titilar.

—¿Dónde están tus padres? —preguntó el Alto-Jaguar. Leonel no hizo sino pies de estatua y desde el vestíbulo del segundo piso miró a la ventana de su propio cuarto… estaba abierta.

Oh, dioses, Leonel corrió a cerrarla pero el espíritu y su cuello con él ya entraban lentamente por el alfeizar y acaparaban el espacio, alto y flexible la bruma de lo que Leonel entendía se desmoronaba, por una bestia como esta no sabía si soñaba, si estaba siendo una alucinación pero veía un gigante peludo-felino de cuyas garras quizá se llevo a su abuela o la tiene aprisionada en el exterior. Una de sus patas tocó las tablas de madera.

Y no sonaron las tablas cuando el Alto-Jaguar comenzó a andar.

Leonel se hizo presa del pánico, huyó y el jaguar fue detrás en una carcajada. El niño bajo corriendo las escaleras, se tropezó y cayó sobre sus rodillas en el zaguán pero aun con dolor de mil demonios que le subió por la columna se recompusó, el Alto-Jaguar se estiró y bajó detrás, rasgando el piso de madera y astillando las tablas de la escalera. En el exterior, un trueno, lluvia y viento que sacudieron la estructura y las luces se apagaron.

—Leonel, ¿Qué esperas esta noche? —preguntó el espíritu que enderezó su cuello y no dejo de sonreír entre la bruma del apagón, colgando su cuerpo de los muros—. ¡Hoy caminan entre nosotros y yo con apetito espero a cada uno de ellos!

Leonel se levantó como si fuera a pelear a golpes, con los puños alzados, pero más bien fue retrocediendo al comedor. El Alto-Jaguar saltó y cayó sobre el zaguán y tembló el piso a sus garras, se cayó el perchero y se corrió la alfombra y la puerta se astilló, las garras largas volaron y tomaron a Leonel del poncho y le atrajeron lentamente para verlo más de cerca…

Pero... qué curioso.

El espíritu se detuvo antes del contacto visual...

La sonrisa en la cara de jaguar se fijó en el estante y la foto del abuelo pero su garra más larga fue insistente en clavarse en las ropas de Leonel y halar tranquilamente hacía él con el niño forcejeando, pataleando, gritando para que lo suelte.

Pero la foto del abuelo, pequeña, se soltó de su lugar y cayó. Con la otra pata el Alto-Jaguar recibió la fotografía.

—Es adorable. —dijo, lentamente su garra levantó a Leonel hasta tenerlo a la altura de esos brillantes ojos—. Sonríe, es tu abuelo, sonríe cómo al morir...

Leonel pataleó y por la gracia de los dioses su ira le hizó gritar y le embargó un enojo y una fuerza que hicieron que solo se moviera para poner todo su peso contra el espiritu. El Alto-Jaguar tuvo problemas para sostenerlo y abrió enormes fauces porque quería comérselo de un solo bocado, pero el niño se movió tanto que no le dejo siquiera acercarlo, Leonel se agarró a la garra y jaló, jaló tan fuerte que la garra se quebró limpiamente y cayó al piso; el Alto-Jaguar aulló y se revisó la pata, anonadado, Leonel ni siquiera se revisó las rodillas porque gateó al comedor y tomó la manta blanca de la silla, que tambien se tiró.

—¡¿Dónde está mi abuela?! —reclamó el niño cuando se puso de pie.

El espíritu no sangra aunque su herida sea notable, de hecho solo retrocedió y dejo de sonreír, su hocico maligno de mil dientes se apaga. Ese Alto-Jaguar encogió su cuerpo gigantesco y parecía hacerse más pequeño.

—No te acerques… Pareces el sol…

Tan pronto la manta cayó sobre los hombros de Leonel el Alto-Jaguar gritó, como un canto de hocofaisán y el bufido de un felino, horror y terror, su cuerpo se estiró, se golpeó contra las paredes y el umbral de la cocina y aventó trebejos y adobe, solo se estampó contra la puerta de la casa para resbalar con el agua de las flores y Leonel lo enfrentó, furioso, con la rabia cayendo con sus lágrimas.

—¡¿Dónde está mi abuela?!

El Alto-Jaguar huyó, se golpeó en las escaleras estampando la cola y el cuello que tiraron cuadros y Leonel agitó los brazos, quería verse grande, intimidante, fue detrás del Alto-Jaguar, valiente como él solo.

El espíritu despavorido entró a la habitación de Leonel y reventó la puerta, volando más astillas y más escombro se deslizó sobre el tapete, lo corrió, rompió la ventana y salió al exterior bajo una tormenta, seguía gritando y seguía cantando un lamento, Leonel no paraba de gritar y agitarse como loco, no se detuvo hasta que llegó a su ventana destrozada y el espíritu se había ido. Le dejo solo esa noche… Pero el niño sabía que no iba a dejarle solo escapar porque su abuela fue secuestrada, no está en la casa y en el exterior hace el clima perfecto para los secuestro del espíritu. ¿Pero qué haría la abuela afuera si decía que iría a la cocina?

Leonel se quedó en el cuarto destrozado... observando la tormenta que le llama al exterior, pero él solo quería seguir llorando.

La creencia maldita de las bestias que se mueven en nuestro mundo sustenta a esas criaturas que se divierten a costa de las luces de las almas y del reciclaje de los amados que muy pronto son un recuerdo; un momento de lucidez que hace mucho no aparecía dio poder a Leonel y le acompañó cuando bajó las escaleras destruidas al zaguán maltratado, las ventanas, la alfombra y los sombreros, los muros y el escombro, todo destruido. La foto del abuelo se le cayó al espíritu y Leonel la guardó en sus bolsillos cuando la encontró mojada pero intacta. Fue a la cocina y metió los chiles secos, tatemados y calientes, en sus bolsillos.

Y a su vez se acercó a la garra de Alto-Jaguar que con los chiles impregnó.

Flores de balché del jarrón francés… Las guardó en su bolsillo. Se llevó todo en sus manos.

La lluvia volvió a golpear el techo e hizo temblar las ventanas. Ahora no hay gallinas que adviertan el estado del tiempo y tampoco cabras ni chivos que meter en su corral, haber esperado y haberse recluido por las amenazas no pareció servir, ahora Leonel está pisando los limites de lo que conoce, una manta hermosa y blanca, pero que no protegió a la abuela.

¿Cuándo se la llevó? ¿Ella volverá a sus brazos también? Es una bruja, cuidó a muchos, muchos niños antes que él, bendijo sus casas, les regaló animales, ¿Eso evitó al Alto-Jaguar? Hasta ahora… no, ¿toda esta indumentaria, chiles, saká, flores y animales, en serio lo espantaban o lo atraían a ellos? Porque no solo no se fue, ningún animal después de la chiva blanca lo pudo espantar.

Y ahora Leonel debe rescatarla con solo una garra, chiles, flores y capa. Que de algo valga.

El estruendo hizo que Leonel buscará un sombrero que le cuidase de la lluvia pero salió y enfrentó tremenda oscuridad y niebla. No había monzón pero tampoco luz de luna y el canto disque de hocofaisán atrajo a Leonel hacía el río. Caminó a ciegas pero se apoyó de la valla del rancho y llegó al borde de la selva, encontró a sus pies flores como las de balché y las siguió por caminos que eran trazados por el canto y el ruido de algo que se movía delante de él en retorcidos espirales ¿Se escapa? El frio le pegó mucho a Leonel y le hizo temblar, no pudo deducirlo.

Cual en el río, tras el árbol de zapotes entonces Leonel encontró una sombra que no podía identificar y que la lluvia tapaba de su visión. El suelo tembló una vez y Leonel se acercó con cuidado y sosteniendo el nudo de la capa blanca extendió de sus bolsillos la garra y los chiles. La sombra rodeó el zapote y se escondió detrás.

—¿Abuela? ¿Chiich?

La sombra no respondió. Cuando el niño rodeó, fue percatándose que sí era una persona, pero no quería voltear, temblaba mucho.

—Me encontraste, nieto querido.—tenía una voz ronca, áspera. Ay, no se habrá enfermado... ¿O sí?

—Abuela —para su alivió Leonel le encontró viva. Consciente y aliviado nada intentó matarlo en el camino y tampoco había perdido a su abuela pero tenía las manos muy frías y temblaban de gotas de agua, así que Leonel no se percató en querer buscar una fuente de luz, solo cubrió a su abuela con su poncho, su cabeza y su cuerpo pero sin quitarse la capa de pelo de cabra; ambos caminaron siguiendo la figura de la casa a la distancia, la niebla se iba haciendo casi transparente, así que estaban seguros de a donde iba.

En el camino la señora trastabillaba pero cerca de la luz no soltó sus manos ancianas de las de Leonel ni se quitó de encima el poncho cuando se detuvieron un momento delante de la puerta. La lluvia se detenía… aquello acaecía efectivamente porque solo los árboles goteaban y la madera húmeda se hinchó en la valla del rancho.

—Vamos a quitarte la capa.

—¿Ahora?

—Escucha tu voz ronca… Pero sí. —el niño manipuló el cerrojo con una mano—. Abuela, debiste verlo, lo asusté con la capa de cabra y creo que ya no volverá. Es aterrador ese espíritu.

—Hace muchísimo frío, nieto mío. —en ese momento Leonel se dio cuenta como las manos huesudas de su abuela a la luz se morían de calos fríos y apartó con cuidado lo poco del poncho que las cubría. Eran azules, y eran largas y delgadas.

—¿Qué es esto? ¿Por qué tienes la piel...?

—Leonel, entremos, hace frío.

El niño intentó soltar su mano pero forcejeó contra un agarre que ahora parecía de acero y plomo, palideció y pensó que era una segunda trampa. ¡Quizá lo engañó con un muñeco de barro! Aquello debajo del poncho apretó y lo haló hacía él.

—No, suéltame. ¡Suéltame!

—Áyudame...

Leonel siguió forcejeando.

—Muéstrame la foto.

—¡¿Qué foto?! ¡Suéltame!

Con su agarre de acero aquello afianzó las muñecas de Leonel con una mano y una de sus huesudas azules tocó un momento su pecho, Leonel intentó arquearse y apartarse porque era un tacto frío, muy frío. La mano fue al bolsillo de su camisa y encontró la flor. Lo que se encontraba bajo el poncho se sacudió al tomar ese pequeño sépalo de balché y lentamente se hizo más alto, más alto que la abuela, como si cambiara de forma, el poncho iba quedándole pequeño.

—Mira, niño… —Leonel se quedó quieto…

Solo había sonidos de gotas de lluvia rezagada. Aquello le mostró el sépalo de balché—, mira… que esta flor de balché es valiosa y es mía ahora. Otra vez. ¿Qué hace que ahora estés tan interesado en alejarme de tu casa? —Leonel ya no siguió su batalla y su corazón parece a punto de estallar, el ultimo latido iba a brotar de su pecho como una germinada. Miró el poncho y se preguntó una vez más que yace ahí…—. ¿Qué hice para que me odies?

—Eres el Alto-Jaguar, aléjate. O…. ¡O serás uno de los espíritus que encarcela! Debes ser un truco. —Leonel volvió a forcejear y a sacudir sus brazos escuálidos.

—¡Yo no soy ese! —la huesuda mano y el cuerpo se sacudieron el poncho y debajo brotó una figura…

Era viejísima, antiquísima, que trajo a la vida un grito de horror de Leonel como si fuera el fin del mundo o él estuviera contemplando su propia muerte. Leonel jaloneó una vez más y se cayó de pompis, en el suelo vio otra vez… Y otra vez, y otra vez y otra vez…

—Abuelo… Abuelo… Balam… —Y lo vio de nuevo, una vez más y una última.

El mismo, el mismo, el mismo que se acercó y se arrodilló a rebuscar el bolsillo de Leonel y sacar su foto, su retrato. El mismo que la sostuvo un momento delante de él y luego la dobló y la guardo en sus ropas, tenía la piel azul y sus ojos brillaban por su ausencia, y no tenía pelo y tampoco dientes en la boca, parece un cadaver viviente.

—¿Cómo no lo reconocí, abuelito...?

—Parezco un muerto ¿Verdad?

Leonel se sacó su poncho pero lo encontró mojado y enlodado pero suficientemente seco para vestir a su abuelo con él, solo que le costaba trabajo ponerse de pie, tiembla como una calaca.

—Tu abuela… —el abuelo Balam tomó la iniciativa y se cubrió del poncho por su cuenta, poco parecía que le importase lo sucio que estaba—, fue quien te pidió aventar chiles, humo y semillas en el patio, así atrajo mi atención porque yo era voraz en las comidas, estuvo presionando al… espíritu, para que me dejara ir. —conforme hablaba el cuerpo de Balam recuperaba lentamente el color, sus extremidades adquirían musculatura y cada rasgo iba cobrando cierta… vida, Leonel ni siquiera intentó contradecirle—. Luego preparó saká y la lluvia se precipitó solo en este lugar, ¿ves las flores de balché? ¿Las trajo el viento o fue el espíritu que me robó hace tantos años? Toda la lluvia cubrió de niebla este lugar varios días.

¿Estaba su abuela atrayendo tal espíritu porque intentaba liberar al abuelo? ¿No murió él en una estampida? La estampida de jabalíes que cayeron del monte en un día donde llovió muerte y confusión en el pueblo poco después un choque de camiones, pasó lo mismo en el sur, en Chiapas, hace muchísimos años, todo no parecía una obra de un solo espíritu...

—¿Tu… Tu fuiste robado por el Alto-Jaguar? —preguntó Leonel.

Balam no le contestó a su nieto y se arrodilló para extender ambas manos y ayudarle a ponerse de pie. Ambos mirándose fijamente, el frío ya no le hacía daño a Leonel, era como una ilusión más, no eran ojos tan fríos cuando aparecieron en sus cuencas y brillaron castaños.

—Yo no maté a los chivos, a las gallinas ni a los hocos. —dijo el abuelo—. Me comí a la chiva blanca y me bañé en su sangre para que los cantos de las aves no me mataran, así podría acercarme a ustedes después de tanto tiempo en el Limbo.

—¿Entonces quien fue, abuelito? ¿Quién mató a los chivos, a las gallinas y a los hocofaisanes?

—Los fantasmas. —el viento de la montaña atravesó el rancho y les despeinó—. Unos peregrinos. No los conozco, son espíritus que vienen cada cierto tiempo desde el sur, desde las montañas en Chiapas y Comitán. Son tan tranquilos como son unos acaparadores, fueron liberados hace no mucho pero son chocarreros y cruzaron este rancho los ultimos días para llevarse a tus animales.

—¿Y mi abuela? ¿Dónde está mi abuela? ¿No se la llevó el Alto-Jaguar?

El abuelo negó y soltó las manos de su nieto, luego bajó la cabeza a sus pies desnudos, enlodados, despues a la puerta de la casa se acercó y tembló al tocarla, cuando la abrió encontró el zaguán destrozado y cubierto de flores y con sombreros pisoteados. Leonel siguió al anciano y cerró la puerta tan pronto estaban los dos adentro. El abuelo se acercó a acariciar el muro y observar los cuadros tirados en las escaleras, apenas podía andar. Leonel quiso acercarse a ayudarle pero palideció… y se aplastó contra la puerta, exhausto.

—Vi a tu abuela salir al patio, pero yo no me la lleve. Vi a los espíritus rondar y comerse tus animales, pero tampoco me acerqué… —El anciano se sentó en las escaleras—. Lo siento, nieto querido…

Entonces, las luces del hogar se apagaron y de la selva brotó el graznar de muchísimas aves. Se movieron las figuras de los peregrinos haciendo acto de presencia junto a un brote de criaturas y centellas, luciérnagas sobrenaturales. Leonel y su abuelo sintieron miles de pasos por todos lados y salieron por la puerta del frente a contemplar el anillo de fantasmas.

Todos muertos deberían estar, era una caravana… habían niños, bebes, madres, padres y abuelos, todos forman un anillo que se estrecha en torno al rancho, figuras gigantescas al fondo quizá significaban antiguos colonos y dioses perdidos que deben estar llegando de la más lejana e inhóspita cumbre misteriosa en el sur, pero entonces. ¿Cuándo se volvió el hogar de Leonel una casa de monstruos? No podía imaginarlo conforme los fantasmas se acercaban y rodeaban la casa.

Cada paso iluminaba más el suelo y las vallas del corral y los techados, las ventanas, la cocina. La luz venia de los halados por la muerte pero era igual a la luz de la luna y en ese momento parecía no haber otra luz.

—Fantasmas. ¿Ustedes tienen cautiva a mi abuela? ¿Robaron a nuestros animales? ¿Devoraron nuestro rancho?

El anillo dejo de estrecharse y los muertos solo miraron. Uno de ellos se abrió paso y se acercó a Leonel y a su abuelo, les sonrió y parecía querer saludarlos, pero arrugó la nariz y tintineo la argolla que tenía ahí, no se acercó más.

—¿Tienen flores de xtabentún con ustedes, vivos?

Leonel iba a decir algo pero su abuelo le hizo señas, le calló, él fue quien caminó pero cojeó como si le faltara aceite en los huesos, su nieto corrió a buscar el palo de zapote del patio y el señor lo utilizó para acercarse a los fantasmas, balanceando su cuerpo apenas vuelto de la muerte.

—Fantasmas, ustedes… ¿Saben dónde está mi esposa? Nikte, la mujer más hermosa del mundo y una prodigiosa bruja.

Los fantasmas no respondieron otra vez y el anillo lentamente se disolvió lentamente, solo se quedó el unico de ellos que les ha hablado. De la lluvia que venía aproximándose comenzó a caer una ola que cubrió el rancho de niebla, ahí caminaron entre Leonel y Balam los fantasmas, algunos sin decir nada, otros reían y bailaban en su camino a la paz eterna con los señores de la muerte. ¿Todos ellos podrían ser devorados por el Alto-Jaguar si Leonel no lo hubiese espantado con la capa? ¿A eso decía que caminaría entre ellos y él tenía mucha hambre? Su abuelo parecía más atento a dialogar con el fantasma y recuperar su humanidad cada momento que respiraba en la realidad física.

Cuando terminaron, entendieron todo.

La abuela Nikte ahora camina con ellos. El fantasma dijo:

—Cada grupo de nosotros tiene que pasar por aquí donde los valles conectan las colinas del bosque y no se cruzan ciudades o llanuras, aquí no somos vulnerables a desvanecernos ni ser disueltos por la tierra, pero en este cruce, cada grupo siempre era mermado. Aceptamos ayudar a traer el alma de tu abuelo a la vida pero como no podemos meternos con el Ka’anaj-báalam, fue Nool Kéejquien lo atrajo hasta ustedes con chiles, flores y saká para que la niebla lo confunda.

Los fantasmas tomaron a los animales... Escuchar el plan de Nikte para terminar su vida y que Leonel espantase al Alto-Jaguar... librase el camino de los muertos, trajera de vuelta a su abuelo del sufrimiento con el espíritu bestial y homicida y dejase la región tranquila de desapariciones es un golpe enorme… todo ya estaba abandonado con el abuelo Balam y ahora él camina otra vez... y los animales solo fueron una ofrenda a los fantasmas.

Aprovechando el asunto y para que no se olviden estas lecciones, Balam habló de las espinas del henequén y los encantamientos sencillos, las cosas que evitan perder a los hijos y a los ancianos cuyas almas pueden ser vulnerables al olvido y a la esclavitud del espiritu que viola todo lo que establecieron los señores de la muerte. El Alto-Jaguar asedió mucho tiempo aldeas de Yucatán, Campeche y Tabasco, se aprovechó de la orfandad para alimentarse pero…

—Porta espinas de henequén, espántalo picando los árboles cuando camines en el bosque. No olvides que le aterra todo lo que le recuerde al día, como rayos de Sol tallados en madera —dijo el anciano Balam.

Ambos se despidieron del fantasma que ya se apresuraba a irse y vieron como siguió su ruta con los caminantes, cargó a un fantasma más pequeño en sus hombros, que debía ser su hermano. Leonel y Balam se sentaron en la puerta de la casa a ver el camino de los animales y sus dueños.

Si así ellos estaban contemplando esto, en el pueblo grande también deberían admirar tal espectáculo de peregrinos. Eran estelas de luz, los fantasmas caminaron sin luna y fueron la única emanación de esa noche, pero mientras los ven ¿Qué iban a hacer ahora Leonel y el abuelo? A un lado de la casa encontraron el costal de plumas del gallinero y las pezuñas de las cabras y lo sacaron al patio para hacer espacio. Leonel no sabía que podría hacer con el saco pero tiró el contenido en un montículo en el corral de las cabras. Luego volvió a su casa.

Se quedaron ahí, toda la noche, y observaron a los fantasmas caminar hasta que vieron una ultima estela que salía del bosque...

Su abuela… se veía muchísimo más joven, se veía contenta de ver a su esposo y al niño de su vida ahí, con muchos besos les lanzó bendiciones y su paso a la selva tapizó con flores su camino, incluso cruzó por el corral y se dio un último despido.

—Abuela…

El abuelo consoló a Leonel estrechando un hombro con la mano y observó a su queridísima esposa desaparecer en la selva, mandándoles besos.

En la mañana siguiente no había más niebla ni lluvia y hacía demasiado sol. Los árboles de zapote estaban rebosantes de frutos y el corral estaba tapizado de pequeñas plántulas castañas y grises junto a pequeños botones florales donde estan los monticulos de plumas y pezunas, algunos rincones de la casa se decoraban de nuevas flores, xtabentún creciendo en recovecos y grietas y en las partes astilladas de la madera.

Aun se ve el camino de la abuela en el patio.

Pero en vez de seguirlo, Leonel recorrió el corral y se fijó en los botones de flores. Tocó uno con el palo de zapote y lo vió sacudirse y se espantó cuando vio como el botón floral se abrió y brotó una criatura pequeña y amarilla. Melódica comenzó a trotar alrededor de Leonel.

—¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Mira! ¡Un pollo! —Leonel tocó los demás capullos y de algunos de ellos brotaron pollitos amarillos vivaces que cantaron y corrieron alrededor de él y le siguieron cuando encontró al anciano bajando las escaleras para entregarle a Leonel la garra del Alto-Jaguar, la que impregnó con chiles y luego lluvia y niebla la noche anterior.

—Utilízala a donde iremos.

—Pero abuelo, ¿A dónde vamos a ir? —preguntó Leonel. De los otros capullos del patio comenzaron a brotar tambien chivos, blancos lechosos. El corral se convirtió en el prospero rancho que fue antes de la lluvia y la niebla, pero al parecer no se iban a quedar porque al final del día Leonel y el abuelo alistaron mochilas y metieron en ellas flores de balché, xtabentún, la garra, los chiles y la capa.

—Este lugar no nos necesita más. Quien debemos cuidar es a tu abuela. Muerta o no... Leonel, no me interrumpas. Ella dio su vida y ahora nosotros nos aseguraremos que después de tanto tiempo se le dé el descanso que merece.

Se sabe que Leonel y Balam tomaron a su pequeña manada de chivos blancos y pollitos cantores como hocofaisanes para seguir las flores que la abuela Nikte dejó en su camino al norte con la horda de peregrinos. La garra cortada se anudó al palo de zapote, y sirvió de cayado para el abuelo Balam, su nieto en cambio llevaba la capa encima.

Como afirmaron los fantasmas, el Alto-Jaguar fue espantado del poblado y nadie ahí lo volvió a ver, ni tampoco los niños tuvieron que temer de cuidar a sus animales por sentirse vulnerables, sino ahora por apego, convicciones; la palabra del abuelo sobre el uso de la lengua madre maya para los pequeños conjuros y las espinas de henequén volvieron a moverse en cada asentamiento en la travesía y ahora no solo espíritus como el Alto-Jaguar ya no acosaban la región, sino que la selva creció, prosperó y dejó paso a los dioses de la naturaleza y sus criaturas para cuidar su renovado hogar. Los nuevos aventureros iban a cumplir su palabra.

Pero bien se sabe que la ola del terror del Alto-Jaguar y sus esclavos podría ir más allá, hacía el desierto, las montañas de la Sierra Madre donde aves hermosas reciben a los fantasmas y les advierten de los espíritus que intentarán comérselos si quieren llegar al inframundo a pie y sin la labor de Tlaltecuhtli. El inframundo solo se encuentra en el desierto, el norte, color negro.

Hacia allá es entonces a dónde Leonel y el abuelo corren a reunirse con Nikte y cuidar de ella, cuidar a todos los fantasmas en su camino a los señores de la muerte, que son lo único que consuela a los peregrinos, no por la eternidad, sino por amor.

23 de Agosto de 2021 a las 19:02 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Srï Ür La flor del corazón se abre en invierno y se marchita en primavera, de la tierra limpia nuestros huesos, por favor.

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