sriur Srï Ür

Antes de saber el origen de su pueblo y la posibilidad de salvarse del olvido del tiempo, Tonatiuh solo quería que su hermano menor Coatl disfrutase un Día de Muertos como cualquiera de los otros niños de Culculihuan.


Cuento Todo público.

#347 #343 #332 #mexico #mitologia #217
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Rosario/Culculihuan

Mi Coatl se vistió de albaricoque maduro, perspicaz me pedía ayudarle a cerrarle la espalda, una folia alrededor de su cuello le hacía ver como un fruto verdadero aunque aparentaba más una manzana. No teníamos espejos en el tocador pero sabía bien que él estaba fenomenal, yo del maquillaje de mi hermana parezco un esqueleto, espero que no me digan mapache, me tentaban las yemas de mis dedos cada mejilla antes de ver a mi pequeño albaricoque subiendo las escaleras de la casa para tomarme de la mano; cuando salimos había luna en lo alto y solo quedan 6 horas antes del amanecer, nos detuvimos un momento en el umbral. Una fundidora traída de Tehuantepec descargaba parafina para velas en nuestro pueblo bajo, con esa parafina hacemos figuras, ídolos y collares o aretes, se sellan usando hojas de plátano y algunos niños cargan las velas artesanales para ir a la escuela en el esqueleto estructural de la fábrica Canaria. Nuestro Chaac hecho de parafina sonríe en el umbral, nos despedimos en una manuflexión.

Delante de nuestra casa se movió un séquito de niños en algarabía, solo gritaban y murmuraban con canastas y bolsas de tela y todos vestidos de vivos famosos o famosos muertos, zombis, criaturas del bosque, espiritus del río, animales, ancianos, niños ricos, los amigos de los niños ricos o esqueletos, los hermanos mayores hacían un claustro para dirigirlos al Bosque. Coatl y yo nos anexamos y caminamos detrás de la fila apenas a tiempo de decirle a mi hermano que no me jale, que no es perro y yo no tengo correa.

El Bosque de Culculihuan cruza todo nuestro valle altiplano hasta el río Tzo que está después del pueblo alto y detrás de la mansión Argüello, este Bosque viene desde el Sur y no sabemos donde termina; cuando alguien quiere acercarse a Tuxtla Gutiérrez el camino es denso, es frío, siempre está cubierto de niebla y dicen que está habitado por nahuales, hombres lobo, lloronas, oxkokoltzec, ceguas y vasallas de Tzitzimitl sino sabes donde moverte.

—¡Tona! Mira, un quetzal.

Hay espíritus, ánimas del terror, alto-jaguar, jabalís invisibles, monos de fuego, ciervos con pezuñas de plata, peces con dientes de obsidiana, el Diablo y Pan. Culculihuan se cruza por un solo camino que todos atravesamos tomados de la mano porque no existe carretera desde nuestro pueblo al camino de chapopote del pueblo alto, pero a diferencia de los que viven ahí, nosotros nos izamos de nuestros compañeros como costumbre y nos movemos con cada niño entre sus hermanos mayores, los hijos únicos se refugian con sus amigos y así podemos andar con cuidado hasta el pueblo alto, esta noche nos abrirán las puertas.

—Tona.... Tona.

—¿Mh?

—Miriam quiere que vaya adelante con ella. —la fila es homogénea pero Miriam estaba muy lejos de nosotros, en el frente camina detrás de sus hermanos.

—No nos saldremos del camino, Co.

—Pero dice que vio un miztli-mapach, de esos que usan para cazar ratones.

Mi hermanito se tropezó con una roca y le ayude a ponerse de pie.

—Es la primera vez de tu hermano, ¿no?

Le coincidí a Diana, ella traía a sus gemelos. Cuando avanzamos aumenta esta frondosidad y revolotean mis entrañas porque no era fácil saber si la farolas adelante y atrás estaban iluminando correctamente o serán ilusiones, sobre todo después de un año de espera, pero no observo nada alucinante, mis manos no tiemblan gracias a la experiencia y seguimos caminando por la ladera hasta un primer talud. En este punto ya observamos a nuestros familiares a nuestros lados construyendo con su foliaje y altura un camino bien definido, no cambian sus caras cuando cruzaron miradas, mamá no se dejaba encontrar de su ensoñación y papá está perdido, no lo veo aquí pero tampcoo lo ví en el pueblo bajo, quizá se encuentra en el Limbo.

Los únicos que pudimos encontrar fueron abuelos y abuelas que esperaban un momento de eternidad después de los deslaves, pero ahora, parpadearon cuando mi hermanito Coatl les saludó acariciando sus ramas y sus hojas. Hasta las rejas del segundo talud se empinó un momento el séquito y nos detuvimos, contamos... Eran 37 niños exactos y volvimos a avanzar.

La reja es negra y el muro es más alto que nosotros pero está tapizado de musgos, helechos y líquenes, algunos tabiques están tirados, algunos guijarros llegaron al pueblo bajo este año. Mi deleite se reflejó en como jalé a mi hermano y todos nos estampamos con emoción contra la reja pero porque los niños desesperadamente querían frutas y obleas y cajeta de Celaya; empujamos y forzamos los seguros para poder entrar a los adoquines del pueblo alto.

Gritamos mucho, corrimos mucho, entramos como si otra oleada de inundación fuese.

—Esas son haciendas. —dije, Coatl me tomó de la mano como le pedí y caminamos entre postes de luz. Las mansiones de varios pisos sí tienen ventanas completas, techo plano o en teja, jardín, garaje, establo, cobertizo, taller y estudio, asedios y almacenes, casa de criados, incluso un zoológico. Ninguna criada nos esperaba y aun señalando apresuradamente una hacienda, una empleada muy joven comenzó a gritar a la patrona que los niños del pueblo bajo quieren comer algo. Me adelanté a mis amigos pero la distracción de Coatl queriendo zafarse me desconcentró.

—¡Ah! —choqué… con una farola que acababa de notar.

—Imbécil —Alejandro me quiso golpear en el hombro y le pegué en la costilla.

—No te rías. —pero Coatl se soltó de mi para correr. Este año cada hacienda se cubría de papel cortado y pluricolor, colocaba calaveras de cera y chocolate en las ventanas, dejaba velas en la sala, untaba sus pomos con aceites esenciales, se repartía aserrín en los muros. Me quedé con los hermanos mayores sobándome la nariz, los niños apelotonaban todas las puertas y corrían y gritaban y no los pudimos callar porque apenas nos podían escuchar. Cada casa amable del pueblo tenía una oferta y las casas rácanas esperaban pasar la noche, pero se rompió una ventana donde el dueño no se presentó y comenzó la verdadera histeria.

—¿Ellos son tus hermanos... niña? —Una señora le reclamó a Diana de unas cortinas rotas.

Alejandro y yo nos reímos, solo que no duró porque comenzaron más reclamos en las casas tacañas de confites. Coatl volvió a acercarse a mí después de un rato en el que lo perdí, me pidió que lo cargase porque le incomodaba caminar en los adoquines donde los surcos le atrapaban los pequeños pies. Acepté pero esto nos retrasó un poco.

—¿Qué te han dado? —pregunté, se agarró muy fuerte de mi cabello y me dio su canasta—, guajolotes..., naranjas, caña, tejocotes.. ¡mira! Unas paletas de cereza, vainas ácidas... Te ha ido bastante bien.

—¿Por qué solo venimos una vez aquí? Me gustan sus dulces.

—Los demás días no nos dejan subir hasta aquí, somos muy escandalosos ¿no crees? —volví a bajar a Coatl delante de la fuente de mármol y él aventó una de sus naranjas al cuerpo de agua y pidió un deseo, otros niños lo hicieron así, aunque quise relajarme Coatl volvió a apartarse de mí y yo no quería ponerme nervioso apenas lo encontré pero una señora que se apresuraba del mandado a llenar de confites los rincones de su puerta se agachaba a preguntarle algo y luego me miraba a mí, con aprehensión ¿Creería que si no me dirigía la palabra yo también iba a jugarle malas bromas?

—¿Por qué vienes de calavera? ¿No es... trillado? —era sorna pero ni se detuvo, continuó—. Deberías quitarte ese anillo de toro, lo arruinas. —y continuó su camino sinuoso a su puerta, le deje sin respuesta, pero disfruté verla ser abordada por niños hambrientos aunque en realidad me sentí un poco atacado.

Me toquetee el anillo, no me pareció que fuese un mal aditamento. Hubo una corriente de viento montañoso en la segunda glorieta y la niebla abordó las rejas de las mansiones más altas, esas que no entramos porque están muy lejos y debemos volver al amanecer, pero no evitó que siguiera avanzando el séquito. Yo seguí buscando a Coatl, perderlo era lo único que no me permitía y es lo que llevo haciendo toda la noche.

—Creo que se acerca la hora de irnos. —Alejandro volvía a aparecer a mi lado y yo observé otra vez que nadie se acercaba a la reja por la que entramos—. Para cruzar Culculihuan, ¿sabes?

—Claro que lo sé, solo que me falta mi hermano...

—¡La Jirafa! —poco antes de la glorieta se amontonaron niños.

—¡La jirafa! —a tirarle bolitas de masa de maíz a la puerta sellada de una mansión.

—¡La Jirafa! —que no encendió luces ni su dueña se asomó por el ventanal del descanso—. ¡La Jirafa! ¡La Jirafa! ¡Vamos a ver a la Jirafa!

—¡Basta, niños!

No puedo evitar reír, Diana no lo terminaba de intentar, quizá yo me resigno demasiado. Mi hermano debería estar ahí, entre ellos, agitando su calabaza tallada y agitando los brazos como una verdadera anima de terror.

Poco a poco nos pudieron entregar cerezas en almíbar y pétalos de azúcar para Coatl. Cada año siempre tendríamos que romper una estatua de algún animal, se puede caer una maceta o se quiebra la luz de un farol y se raya un auto, los niños se emocionan tanto que no saben escuchar, se pierden, se alteran y aun así las mansiones más grandes que entienden su emoción nos dan dulces verdaderos de lujo que hay en confiterías Oaxaca, Morelia y Tuxtla, esos patrones solo compran para regalarlos en las fiestas como si fueran vasos de agua, con todo el desorden y un desenfreno monumental apenas nos acercamos Diana, Alejandro y yo hasta la mansión más grande detrás de los 37 niños pero ni siquiera nos conservamos cerca.

—¿Sabes lo caras que son estas cortinas? Deben cabalgar hasta Comitán para traerlas y son 12 horas de viaje para un par bordado. —Diana fue cuestionada otra vez.

—Bueno —Alejandro me susurró y nos alejamos de Diana, rodeamos una fuente de coyotes—. Nadie ha muerto hasta ahora porque vengamos a pedir dulces.

—No sabría decirte si la definición de la muerte digna tiene que ver con hacerla más placentera rodeados de lujos —me referí a todos los autos, mansiones y adoquines— o hacerla menos perceptible porque no te da tiempo de quitarle tu atención a tu juego de tazas japonesas.

—Están muy grandes para venir a espantar a los vivos ¿no? —escuché gritar como una broma. Detrás de nosotros hay otra mansión tacaña donde ya han aventado fruta y cacahuates, pero parece que esta vez la dueña sí se digno a aparecer, no como La Jirafa a quien ya le reventaron seguro las luces de su auto.

—Ya, comadre, sea jocosa en silencio. —otra señora también estaba ahí sentada y seguían jugando a las Viudas, con su mazo de cartas y sus fichas de casino.

Alejandro y yo mejor las dejamos continuar.

Los gemelos de Diana buscaron regresar pronto porque estaban exhaustos de sus bromas, otros niños también buscaban a sus hermanos y yo pensé estúpidamente que sería igual con el mío, así que me acerqué a mi Coatl para levantar su canasta por él pero se volvió a alejar de mí y se pegó al portal de Argüello. Me gusta venir luego de 1 año monótono conociendo nuestro futuro porque estudiamos sólo lo que pasó antes de este pueblo y 10 000 años de historia antigua, pero también me exhausta un poco las actividades anuales. El porvenir de mi futuro con alguna chica del pueblo bajo que quisiera desposar, con quien quisiera mudarme y construir una nueva habitación en la casa de vecinos me tenía intrigado, pero si así, cuando fuese momento, no tuviese que ir a reunirme con mi madre en Culculihuan cuando llegue a viejo solo por la cuota.

Alejandro y Diana quieren casarse, los observo y me parece obvio.

Solo que ellos me ignoran cuando se abre la puerta de la última mansión.

—¡Feliz Día de Muertos!

—¡Don Argüello!

Lo rodearon, los niños se pegaron a él porque daba los mejores dulces y siempre sobraban para cada uno, incluso nosotros los mayores también teníamos dulces. La persona más vieja del pueblo alto tenía en nómina a todos los demás comerciantes y jocós que velaban la puerta al exportar a otro mundo en ese pueblo de jubilados. El patrón de la fábrica Canaria donde tenemos la escuela y las Minas XXI estaba regalando fortuna en confites caros a pequeñas almas.

—¡Feliz Día! ¡Feliz Día!

—¡Buenas noches, Don Argüello!

Estaba riendo. Busqué a Coatl y me costó trabajo encontrar la cabeza folia y el cuerpo anaranjado, incluso cuando pasé revista por todos los niños que faltan, 23 cabezas no me dejaban ver ¿Coatl?

—Coatl —pasé entre los mayores y busque de los niños arremolinados como una tormenta de azúcar aunque fuese la cabeza del mío. Entraba en pánico.

¡Coatl!

¿Dónde está?

¡Coatl! Ni entre las rejas había luz a estas horas y los vecinos nos deseaban males desde las ventanas, improperios prosaicos que no escuchaba, apenas mi cabeza se alejaba del hecho de que mi hermano no aparecía cuando busque ahí y en la banca y detrás de setos viejos. Incluso Alejandro y Diana me preguntaron que ocurría.

—No encuentro a mi hermano... ¡Oye, Coatl!

Los otros niños pasaron a lado de mí y me empujaron para correr hasta el arco del bosque. ¡Coatl!

¡Coatl!

—¡Tonatiuh! —Diana estaba corriendo detrás de los gemelos pero me señaló hacía la mansión Argüello. Me latía el corazón taquicárdico. Estaba ahí... se sentaba en la acera, era melancólico como se sentaba y comenzaba a llorar porque nadie estaba ahí con él. Era tan pequeño desde lejos.

—Aquí estoy, aquí estoy, aquí estoy. —derrapé y me raspé la rodilla para poder cargarlo y no lo volví a soltar después—. ¿Dónde estabas? No te separes, por favor.

—Lo siento….

—Vamos a casa.... Ya acaba la noche.

—Te ensuciaste la cara... —me tocó una mejilla con sus manos untadas en sus lágrimas y aun así sonreí. La mansión estaba cerrada y no sé si le dieron dulces, esperara al siguiente año la sorpresa de canela.

—Vamos.... Aquí ya no hay nadie y debemos volver.

Ya estábamos muy atrás y el camino era solitario, nuestra salida estaba esperanzada en el umbral de la reja solo por la figura de Argüello erguida e imponente y solo nosotros cruzando esos adoquines.

—¿Están mejor ahora?

—Pues... Bien, señor.

—¿Cómo les ha ido? Hace un año no sé nada de ninguno, me tienen olvidado, niños.

—Perdónenos, Don Arguello, sabe que mamá se unió al Bosque apenas y he tenido que cuidar a Coatl más que nunca.

—¿Qué hay de tu hermana, Meztli?

—Ella también, señor. Solo que no la hemos podido encontrar.

—Entiendo, veo además que te... perforaste la nariz. —Su voz grave es impoluta, aunque tuviese el cuerpo maduro de 95 años, no evitó que me la volviese a tocar esa noche—. ¿Cómo estás tú, Co, ya estas mejor con tu hermano mayor?

Coatl le asintió pero se aferró a mí.

—Hemos estado bien, solo ocurrió eso pero todo el año no hubo incidentes, todos. —me miró extraño pero le sonreí—. Es el primer año de mi hermano.

—Lo sé.

—¿Sabe? Tenemos que volver, sino nos vamos a perder, lo lamento mucho pero...

Argüello no me contestó, sólo me entregó a palma abierta un puñado de dulces, maltratados estaban perfectos para nosotros y olían tan bien. No pude evitar echarlos en la canasta y agradeciendo así, riendo—. Tu padre y yo te hemos buscado muchas veces cuando tú eras niño y ahora tú tienes que cuidar de él… Gracias por venir.

Nos despedimos rápido y corrí porque quería encontrar al grupo antes del amanecer y los faroles alumbraban nulo en la mañana. Don Argüello cuidaba muchísimo del pueblo bajo y a su gente, supervisaba nuestra asistencia a Canarias o revisaba el ganado y evitaba perder cosechas espantando a los jabalíes con su caballeriza. Él y papá... Papá.

—Coatl, ¿viste a mi papá hoy?

—Sí, cuando veníamos para acá, en el bosque, primero pensé que era un quetzal, pero seguro que era papá con su disfraz…

¿Qué hace mi papá en el bosque?

No tomamos tanto como pensé llegar al primer talud, pero seguía sin ver a los demás delante de nosotros, está oscuro, está solo, silencioso como tumba.

—¿Y por qué te alejaste del grupo hace rato? No pude encontrarte.

—La Jirafa me había regalado unos dulces... Parecen pelotas y jugué con ellos, no me di cuenta. Mira como huelen.

Me acercó algo que parecían canicas de vidrio... Que extraños dulces son estos.

—Espera, ¿La Jirafa te regaló esto?



En la memoria colectiva se dice mucho de la culpa de Argüello por el incidente de las Minas Siglo XXI. Recuerdo haber leído esto, la bondad de Argüello parece cordial y abnegada, pero no puedo memorizar cuantas veces me recitan una aburrida jaculatoria.

Un deslave mató al cuerpo de trabajo de la mina hace 60 años y la avalancha de tierra se tragó dos autobuses escolares que cobraron en total casi 100 vidas. Papá hablaba de los relatos de los abuelos de como llegaron niños arañados, moreteados y mutilados al pueblo bajo, como los acogieron dándoles azúcar de caña, tortillas y medicamentos para curarles las heridas y les ofrecieron quedarse si querían, o atravesar el bosque que rodea nuestro pueblo, aislado y reducido, para buscar a sus familias y hacerles saber cómo estaban. El bosque de Culculihuan esperaba siempre algo que tuviese la fuerza para mantener al margen sus sombras y permitir el paso a todos nosotros, darnos libertad para cruzar hasta Canarias... ir más allá nos tiene débiles pero solo entonces queremos ser libres aunque el cuerpo se convierta en polvo de estrellas.

Aunque se dice que seguimos viviendo eternamente así





Más tarde, no mucho antes de la partida del séquito de niños antes del amanecer, en un salón oscuro donde había cortinas abiertas en el ventanal que va al bosque, yace una figura cansada que mira al exterior, despachada de haberse revelado su destino, no hace más que esperar...

—Abuelo, ¿Quieres algo de té?

—No.

—¿Algo de pan?

—No.

—¿Qué tal una cena sencilla con tortillas...?

—No.

—¿Qué es lo que te pasa?

—Ya no puedo darles partes de mí.


...


—¿Qué, abuelo?

—¡Ya no puedo darles nada, carajo! ¡¿Qué no se entiende?!

—Cálmate —el pobre y confundido nieto se acercó para acuclillarse delante del anciano martirizado y escuchar mejor—, explícate.

—El bosque pide pedazos...

De alma, y se mantiene abierto para ellos.

—Que yo dé partes de mi alma les evita dolor, porque si yo no lo hago con frecuencia, tienen que estar entregando ancianos cada maldito mes al bosque para que la cuota no les cueste su gente.

—¿Los esbirros de ese pueblo bajo necesitan donaciones tuyas después de todo lo que haces por ellos? Que imprudentes...

—Calla esa estúpida boca. —el nieto se espantó de aquel exabrupto mayor cubierto de lágrimas y con la ropa arrugada, se apartó del anciano y esperó a que hable—. Cuando entregan sus almas se convierten en árboles y pasan siglos entumecidos y alimentando con su dolor a una bestia como ese Bles… Solo es hasta que su alma se drena... y vuelven a moverse que pueden bajar como si fuesen jóvenes, ¡No sé como, este Bosque es una maldición! Cuando bajan no tienen memoria, están desfigurados e irreconocibles, se les cambia la cara y vuelven a nacer en la misma muerte.

—No debiste haber encontrado el cementerio luego del derrumbe.

—Tenía que buscarlo.

—Todos ellos creen que son espíritus de hace miles de años que se mezclaron con un accidente.

—Y tú lo supiste…

—Tú mismo lo dijiste en un confesionario que está grabado en la casetera que reparé ayer. Que fueron sus padres y sus abuelos quienes recibieron a los niños del derrumbe. Pero en realidad fueron los abuelos los que llegaron... como niños.

—¡Ellos son tus primos! —la voz anciana se quebrantó en tos y llanto—. El albaricoque....





No podía encontrar el camino para la carretera porque me preocupaba las luz de las farolas que atraen a veces a las animas del terror se nos avientan alcohólicas a comernos la cara, nos movíamos con la mayor calma que pudimos y corrimos hasta lo que pareció un claro, Coatl incluso se subió a mi espalda para no atrasarse.






—Y la calavera con anillo de toro. Su padre es hijo de mi hermano, él murió en el derrumbe hace tanto y hoy en sus ojos... lo vi, a quien siempre me decía que era una persona ejemplar... —volvió a estallar en lágrimas.

—Abuelo...

—Ese bosque.... ese bosque, Juan, no era tan oscuro ni tan peligroso antes de ese derrumbe. Ese bosque se empezó a convertir en una casa de dolor cuando murieron todos esos inocentes, los que ya habitaban el cementerio los acogieron para evitar que sus almas sean absorbidas por la tierra…

—¿Y que lo causó? ¿Qué provocó que... ese bosque sea una casa de dolor?

—Yo. Porque yo los maté y el bosque quiere una paga... Y siento que ya me mató...

Argüello extendió una mano hacía su nieto y fue horror el que sufrió quien contempla el ver la mano del anciano atravesar la cara del joven y gritar de agonía con los dos como si estuvieran bajo mil fuegos que verían de lejos jovianos y la cara de la luna, los brazos de Arguello sucumbieron y luego su ser, la desaparición de este plano a quien sabe donde no pudo detenerse, su nieto intentó evitarlo buscando asirle con las manos pero se esfumó, las ropas cayeron al piso y gritó, alertando a los vecinos.




—Estamos perdidos.

—Tona… ¿Por qué no hemos llegado?

—Porque estamos perdidos, Co.

Si grito, nos buscaran las bestias del bosque. Argüello, solo Argüello, podía evitar que los vecinos liberasen nahuales en el bosque para cazarnos fuera de fecha, y esta fecha tenía hasta las 6 de la mañana para correr y que no nos atrapen, ¿Cuánto falta? Ya pasó mucho tiempo, no hay tanta luna, ridícula que eres, mirándonos sin querer morir en el horizonte pero no intentando quedarte más tiempo.

El claro estaba perdido, cuando avanzamos no podía encontrar las ceibas. Solo gritos ajeno.

—Un anima, espera, Co...

Algo torcido que se revolvía en el suelo mugriento, pareció escucharme pero no dejó de convulsionar...

—Espera...

—Auxilio... ¡Auxilio! ¡Mis brazos se tuercen!

Coatl quiso bajarse, pero yo fui quien avanzó y no le deje, podría protegerle con mi cuerpo si algo nos atacaba. Pero no nos atacó nada, no estoy viendo un anima, es un cuerpo humano.

—¿Señor Argüello?... —un medio hombre, bajo la luz de la luna burlona, ahí está tirado y mutilado... no… espera, tenía las piernas enraizadas en el suelo—. ¡Señor Argüello!

Bajé a mi hermano y corrí para acercarme a él. Por todos los dioses, su cuerpo se está convirtiendo en un árbol.

Crecía de él una buganvilia y Coatl me siguió para observar su tronco naciente, expandido entre las masas de carne. No puede ser, sus brazos ya estaban cubiertos de corteza y la piel se endurecía como xilema, había retoños morados en sus pies y jalamos y jalamos pero brotaba sangre y carne de cada rama rota, solo sangre y carne, Argüello agonizaba cuando le despedazamos el cuerpo. No puede estar pasando ahora que estamos intentando llegar a casa.

—¿Qué le pasó?

—Corran...

—¡¿Qué le pasó, señor Argüello?!

Este… este nuevo temblor, estomacal ¿es miedo? Apenas nos detuvimos para hacer espacio, esto está pasando muy rápido.

—Corran.

Coatl se tapó los oídos por estruendos de la transformación. Yo no quería agitarme, cada crack son los huesos retorcidos de Argüello fusionados con el sistema vascular y la buganvilia levantándolo hacía arriba, tapando su boca con follaje, haciéndolo un recuerdo más de sufrimiento ¿Nuestra familia a pasado por esto? ¿Mamá? ¿Meztli?

Crack y más huesos y más dolor… Solo veo dolor.

—¡Corran! El bosque enviará sus bestias... —Argüello cual arpía hacíamos llover lagrimas saladas—. Los vecinos... sus nahuales... —casi nos salpica de las ramas que brotan del pecho—… seguirán el aroma de aceites que pegaron en puertas y ventanas... O el de las canicas de jade malditas...

Una pálida lúgubre me recorrió, porque los dulces de Coatl huelen a lavanda y su ropa y mis manos... Y las... canicas de La Jirafa.

—¡No, no, no, espere! —le colgaba una mano de aquella buganvilia, le tomé impulso y la icé con la fuerza que aún tenía. Yo grité porque me comenzó a doler el antebrazo pero no quería soltarme, intenté escalar, por favor, intente apoyar mis pies desnudos en la corteza pero me dejaron a la deriva en el aire. Él no podía morir justo ahora, no ahora—. ¡Espere, no nos deje! —me estaba columpiando, me intenté arañar de su brazo con mi mano libre pero apenas podía y Coatl intentó tomarme de los pies. Brotaron más ramas, me alejaron de su cara.

¡Ayuda!

—Nunca fueron milenarios...

Aferró su mano a la mía una última vez, colgando de sus ramas sufrí, lloré... mi mano libre buscó asidero y solo encontró la nada, pero lo vi, aún lejos vi su cara, que también me buscó.

—Tonatiuh. Ome, tu padre... es mi sobrino... tu abuelo... es mi hermano...

—¿A... abuelo...?

Olvidé que era precario mi sostén apenas entendí que sí era su fin.... Me escozó el brazo y creía que se me iba a dislocar, pero antes de eso caí a la oscuridad.




—Tona...

—AH... auch. —me dolía el trasero, la espalda, se me nubló el mundo cuando mi hermano se paró delante de mí—. Coatl... —parpadee, parpadee y lo pude ver, mi cabeza arde…—. Coatl... —el árbol Argüello terminó de crecer a lado de nosotros, y no escuché otra vez ninguna voz cuando me levanté, me dolían mis piernas—. Coatl, corramos. Tenemos que llegar a casa.




Los del pueblo alto, esos bastardos, ellos no nos quieren porque venimos una vez al año a hacer travesuras y pedir dulces.... No nos quieren si les recordamos el pasado y los errores de sus padres. Algunas veces amigos de muchas familias y jubilados de ese pueblo llegan rodando hasta nosotros y nos cuentan secretos y mentiras.

—Por aquí —tomé la mano a mi hermano y no me detuve, la luz lunar era escasa pero el suelo seguía despejado a nuestro paso, aún no había faroles, ¿Dónde me equivoqué? Coatl no parecía haberse lastimado, tampoco cojeaba, solo… no se apartaba de mí.

¿Argüello es nuestro abuelo?

¿Mi papá es un Argüello?... ¿Él es hijo de los niños mutilados del derrumbe de la mina?

No hay camino, no hay camino, no hay camino a la luz ni noche alumbrada. ¿Cuánto falta para el amanecer?

Hay un tono grave que me llegó a la columna... Instrumental igual que el aullido de un lobo.

—Nahuales...

¿Nahuales?

—Necesito… —me arrodillé, peligrosamente arriesgado, pero Coatl así me pudo poner atención—, necesito que si te diga que me dejes, corras tan rápido como puedas hasta el pueblo bajo. Tu corre, como cuando compites con Miriam —le apretaba los hombros para que me viese entre la niebla y bruma, su carita infantil no tenía que pasar esto, pero era su momento de aprender.

—¿Y tú?

—Yo también correré, nunca me detendré, pero tienes que llegar antes. Solo corre, ¿sí? —me levanté—, muy rápido.

Un rugido detrás de mi me desconcentró un momento, pero era un jaguar que nos acosaba desde un árbol y nos amenazó con sus enormes dientes, dejé a Coatl detrás de mí y extendí los brazos, el nahual tenía ojos humanos y brillantes, listo para recurrir al canibalismo de los más denigrantes. Apenas me dio tiempo de actuar y aventé una de las ramas de Argüello. Apenas el nahual observó la rama corrimos y atravesamos maleza que nos pegaba en el cuello, no sé cuánto ni hasta donde, Coatl fue delante de mí, tirando su calabaza y desparramando sus dulces, luego quitándose su sombrero y revelando su piel morena, aligerados, no nos detuvimos. Este bosque se hacía largo, todo era igual a un estruendo. ¡Una bestia peligrosa! Y luego los árboles se retuercen.

Espera, son monos…

¡No, corre, son más nahuales! Cubrimos nuestras cabezas con los brazos.

La carota ausente de la luna no me sorprende como su mínimo brillo, ¿mi padre sabrá moverse tan bien como para salir ileso?

Cuando atravesamos entre dos rocas me atrasé un momento empujando a mi hermano...

Me dolió el tobillo, halé, grité para liberarme pero el jaguar me jaló del pie para hacerme caer y Coatl derrapó delante y también se detuvo, no sabía qué hacer y yo apenas me defendí aventando rocas y lo que encontraba.

—Sigue corriendo… —Coatl estaba llorando otra vez, le grité y el jaguar ronroneó amenazas que serían deliciosas saliendo de entre sus dientes. Intenté patearlo, ponerme de pie, pero se acercó a aplastarme el muslo con la pata—. ¡Mierda! ¡Lárgate, Coatl! —su cabeza delante de mí apenas se veía... Me esta doliendo… el pecho… la respiración, me está aplastando el pecho—. Por favor, no. Nosotros solo queremos seguir en paz. No somos peligrosos...

Los ojos del jugar sobre mi cuerpo son el azabache de lo que pudo ser una buena persona...

¿Las malas personas también tienen ojos hermosos...?

Por favor


Por favor


Por favor


Por favor

La saliva de su boca caía en mí ropa. ¡Libérate!

Le lancé un puñetazo y los ojos hermosos se fueron, me sacudí, me arrastré y me rasguñó el hombro, todo ese dolor me ador… me adormece… me arrastré… cubierto de lodo…

Me sangraba todo el cuerpo.

La flor de mi piel se rompió y me desplome, me golpee la cabeza.

Me tenía debajo de sus patas.

La puerta a la oscuridad es un gigantesco umbral de dientes... sabía que iba a morir. No me abras la piel… No.. Me abrió la piel de la espalda—. Coatl... Coatl… ¿Corriste?

Coatl...




—HUH —estoy... estoy respirando.

Me duele la espalda como la casa del dolor y así apenas me pude acomodar y me limpie la cara de lodo, todo yo era un desastre ¿Cómo…? Estoy cubierto de lágrimas y saliva, mis manos... están arañadas. No hay ningún jaguar...

—¡Ah!

Estaba tendido a mi lado... También cubierto de sangre y algo voluminoso tenía agarrada su piel pero lo soltó y se giró para verme.

—Y-yo...

No podía confundir en la poca luz sus pasos.

—P-p… papá... ¡Papá!




Una sola noche, una sola noche al año se esfuma una bruma metafísica entre estos dos pueblos ubicados en el mismo valle. En el interior de este bosque ya existía esta niebla rica en bestias y monstruos pero mucho tiempo atrás estuvo apagada, como si necesitase nada más el toque de los dioses enojados para despertar; sabemos que habitan el bosque aquellos cuyo nombre fue dado por los habitantes de un pueblo bajo cuyas almas en reposo se mezclaron... las más antiguas son del velorio de viejas culturas y de donde surgieron al extinguirse de aquellas tumbas los entes que cuidan del mismo valle... esas almas viejas que acogieron almas penosas de una muerte trágica, a veces entre las almas nuevas se dan romances, se fijan sus descendientes al mundo y pueden hablarse con el pueblo alto... Al morir y al sacrificarse vuelven al bosque a ser árboles, que caen y traen bebés a nosotros, nuevos... sin rastros mnemónicos.

En las palabras de los más sabios sabemos que el bosque no tiene conciencia verdadera, es la niebla de bestias que interactúa y decide el futuro de sus propias conveniencias y sus dominios porque las violaciones al comportamiento y a la justicia están pagadas en dolor.

Cuando la codicia mató a todos los niños y a los trabajadores de la Mina y de Canaria sus almas contaminaron las ofrendas y los velorios a los dioses, esta bruma de justicia divina enloqueció e intentó a toda costa arrasar y destruir para preservar el comportamiento y devolver las almas a donde pertenecer, pero las velas son nuestra luz y no nos dejaron ser arrastrados al olvido.... Nuestras fiestas también son la libertad sobre la que el pueblo bajo ha anhelado un atisbo en más de 60 años.




—Estas demacrado... —mi papá me pudo levantar, me abrazó, nos abrazamos como nunca, y mis pies respondían a sus pasos cuando nos alejamos del jaguar—. Ya casi llegamos.

—Coatl...

—Coatl está en el pueblo bajo. Llegó gritando que debían buscarte y estaba tan sucio que... Que todos temíamos lo peor. Pero lo logramos, hijo.

—¿Dónde estuviste toda la noche? —No pude olvidar que por mucho que me salvó, estuvo ausente—. Creí haberte visto en el bosque, Coatl también.

—¿Qué? No, yo no soy parte del bosque, hijo.

Pero…

Pero…

El dolor de mi cuerpo me distanciaba un poco….

—El Señor Argüello está muerto.

—Lo sé, él no dejaría que suelten a los nahuales. Quizá esto termine con Culculihuan.

—El fin de Culculihuan sería...

—En su lengua significa "El río entre dos"

Caminamos lentamente, nadie estaba a nuestro alrededor, ya no escuché.... Jaguares, pero se aproxima el amanecer, y el amanecer trae más cosas. ¿Llegaremos?

—Mira, ahí están las luces del pueblo bajo.

Sí llegamos…

—¡Tonatiuh!

—¡Coatl!




Cuando la bruma de bestias anhelaba un pago adecuado no se podía dar el lujo de tragarse a todos nosotros sino éramos sino almas recién nacidas y nuestros padres y nuestros hijos son mestizos... Un alma en penitencia cuesta la libertad de todas las demás, si es el alma responsable. Tenían que ser los niños y los mineros o el patrón de todos ellos, que jura vivo y en muerte su responsabilidad.

Por eso Argüello hecho un árbol será nuestra libertad como las velas que guían el camino.

Somos libres... ¡Somos libres!

La bruma se extinguirá, ya nada tiene con vida a las bestias... La niebla volverá a la calma porque los dioses están apaciguados, el bosque nos dejará pasar más allá del río y la oscuridad y alimañas huirán a otras grietas entre los mundos porque su antigüedad seguía anclada a nosotros... y ahora también son libres.


¿Pero que sigue? Dicen que la puerta al descanso eterno se encuentra en el desierto y estará abierta a las almas que quieran llegar e intentar los 9 vados.


Si atravesamos este viaje, nos encontraremos con el señor y la señora de la muerte en ese norte.


Y en 4 años, el descanso en la eternidad bajo el amor de la muerte verdadera.

¿Lo haremos?

Todos dijeron que sí, así que...

Peregrináremos.

22 de Agosto de 2021 a las 19:14 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Srï Ür La flor del corazón se abre en invierno y se marchita en primavera, de la tierra limpia nuestros huesos, por favor.

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