Aquel fue un día especialmente duro en el trabajo, estaba agotada, tan solo quería llegar a casa y meterme en la cama.
Los viernes la gente salía en tropel a divertirse, llenaban cualquier local de hostelería, como el mío, como todos aquellos en esa plaza. Para llegar a mi apartamento tenía que pasar entre decenas de terrazas repletas de clientes.
Tan solo pensaba en lo eternos que se me estaban haciendo los cinco minutos que quedaban cuando lo vi. No era difícil hacerlo, es como si resaltara entre la multitud. Tenía una especie de aura que hacía que fuera el centro de cualquier escenario.
Sin duda era el hombre más guapo que había visto en mi vida.
Le observaba sin poder quitarle la vista de encima cuando, de un instante a otro, tuve sus ojos sobre mí. Me sobresalté de tal modo que casi pierdo el paso, se me había olvidado hasta como se andaba.
Miré al suelo y seguí mi camino, seguramente roja como un tomate. Aunque no sé de qué me preocupaba, no sería la primera ni la última que se quedara ensimismada con ese hombre, era como una luz para las polillas.
—Disculpa —una voz grave y varonil me hizo detenerme —¿Puedo invitarte a algo?
Aguanté la respiración. La persona que me hablaba era él. Era él.
Normalmente las apariencias engañan, y en este caso era cierto, de cerca era aún más guapo.
—No, gracias, lo siento —no sabía ni lo que decía.
—Por el modo en el que me mirabas no creía que fueras a negarte —una sonrisa de medio lado, seductora, surgió de sus labios.
Una sonrisa salió de mis labios sin permiso. Esa prepotencia me parecía curiosa, interesante, tal vez el hecho de que la voz que decía esas palabras fuera como el chocolate amargo caliente tenía que ver.
—Ahora no puedo.
—Entonces, para la próxima.
—¿Cómo? —no sé si estaba diciendo lo que creía.
—La próxima vez que nos veamos te invitaré y no podrás negarte.
Me quedé tan boquiabierta que no pude decir nada.
—Hasta pronto, pequeña —dijo marchándome y dejándome ahí plantada cual maceta que adornaba el lugar.
Me recompuse antes de que llegara a su mesa, recordé como era poner un pie delante de otro y me marché antes de que me viera haciendo el ridículo ahí paralizada.
Quería girarme y ver si él seguía mirándome, pero mi fuerza de voluntad fue la suficiente como para no hacerlo.
Ya en la cama, y a pesar del cansancio, no podía dormir. No dejaba de darle vueltas.
Le había dicho que no. Sabía que era lo lógico, nunca había aceptado invitación de un extraño. Tal vez por eso estaba sola. O tal vez porque nunca nadie me había invitado.
Aunque seguramente se trataba de una broma, la gente como él no se fija en la gente como yo, además, si hubiese querido cumplir su promesa me hubiera pedido el número de teléfono, o al menos el nombre.
Era mejor que lo recordara como una anécdota, contaría a mis nietos como conocí y dejé escapar a un ángel.
No podría decirle eso, era mentir, exudaba sensualidad por cada poro de su piel, pero aún así les diría que era un ángel, me quedaría para mí la verdad.
Gracias por leer!
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